Césares (52 page)

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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

BOOK: Césares
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Importancia particular tuvo la concentración de las finanzas en manos del emperador a través de la ya citada oficina
a rationibus
, controlada por el liberto Palante. Claudio dio reconocimiento oficial a la práctica existente desde Augusto de asignar al
patrononium
sus propios procuradores privados, transformados así en la práctica en funcionarios del Estado, y dotados de competencias judiciales. El emperador, propietario de una vasta fortuna, intentó la organización de una tesorería imperial, el
fiscus
Caesaris
, al margen del viejo
Aerarium Saturni
, cuyos ingresos (
ratio patrimonii
), recaudados por estos procuradores, debían ser controlados a partir de ahora por un procurator a patrimonio central, dependiente directamente de la oficina
a rationibus
. Esta centralización del poder financiero en las manos del emperador exigía el despliegue de nuevos funcionarios imperiales, los procuradores encargados de controlar la recaudación del impuesto sobre las herencias (
procurator vigesimae hereditatium
) y la tasa sobre la emancipación (
vigesima libertalis
), pero también algunas modificaciones en las funciones de las viejas magistraturas senatoriales, entre ellas la sustitución de los pretores encargados de la caja pública del Estado, el
Aerarium Saturni
, por dos cuestores nombrados directamente por el
princeps
. Las relaciones entre los órganos de las finanzas imperiales y las del erario público no podían ser muy simples y se desarrollaban bajo el signo de un control mayor del erario por parte del emperador, que, por el contrario, no admitía injerencia del Senado en la tesorería del fisco. Este organismo iba absorbiendo cada vez mayor cantidad de competencias públicas, entre ellas una esencial para la organización del principado y de su actividad en la vida pública romana, la función de los abastecimientos alimentarios en Roma, que, sustraídos del erario, fueron asumidos personalmente por el emperador: los magistrados encargados de la distribución de trigo, los
praefecti
frumenti dandi
, si no fueron abolidos, perdieron prácticamente sus competencias con esta transferencia de financiación de alimentos del
Aerarium
al
fiscus
.

Pero también en otros ámbitos Claudio fue apropiándose gradualmente de los poderes que hasta ahora habían sido competencia del Senado: fueron abolidos los antiguos
quaestores
classici
, los magistrados encargados del abastecimiento de la flota, y sus funciones, absorbidas por los prefectos de las flotas de Miseno y Rávena, pertenecientes al orden ecuestre. El gran puerto de Ostia fue también puesto bajo la supervisión de un caballero, el
procurator portus Ostiensisi
, y el cuidado de las calles de Roma pasó de los cuestores a funcionarios imperiales con cargo al fisco, lo mismo que los acueductos.

La política de gobierno de Claudio, aun sin tener la intención de sustituir al Senado o convertirse en señor absoluto de él, propició el lento surgimiento de una nueva nobleza al margen de la aristocracia senatorial. Si el emperador continuó utilizando el prestigio del Senado para una intensa actividad legislativa a través de los
senatus consulta
y si procuró mantener la dignidad de la cámara con medidas como la
lectio senatus
, emprendida en 48 d.C. en su calidad de censor, prefirió también, en el irrenunciable camino hacia la centralización administrativa, servirse de un estamento que, sin los inconvenientes de la pesada tradición republicana, pudiera convertirse en la nueva nobleza de funcionarios: Claudio logró del Senado la concesión a los procuradores imperiales del derecho de jurisdicción, que, aun limitado a los casos financieros, estableció una autoridad independiente en las provincias, y se preocupó de reorganizar el
cursus honorum
del orden ecuestre, inscribiendo en sus rangos a gentes de origen provincial. Al margen de las magistraturas tradicionales de la ciudad-estado, siempre en manos de la nobleza senatorial, cada vez más cuestión de prestigio que portadoras de un poder real, estaba así naciendo una élite destinada a llevar sobre sus hombros el peso de la administración imperial. El orden ecuestre, promovido con particular cuidado por Claudio y definido con tareas y privilegios en la administración del Estado, asumió el papel de segundo pilar del orden social romano.

Pero la centralización administrativa también fomentó el crecimiento e importancia de un aula, una «corte», es decir, círculos concéntricos de personajes con una influencia directamente proporcional a su proximidad con la figura central en la que convergía todo el edificio estatal: el
princeps
. Es, pues, lógico, que en esta corte correspondiera un papel fundamental a los miembros de la
domus
imperial, y, en especial, a los imprescindibles libertos, pero, sobre todo, a la esposa del emperador. La injerencia de las mujeres de las más altas clases sociales en la vida política no era un fenómeno nuevo nacido en el principado, que, en el caso concreto de la familia julioclaudia, contaba con precedentes como los de Livia o Antonia la Menor. Pero con Calígula se había promovido la tendencia de colocar no sólo al
princeps
, sino también a los miembros de su familia, especialmente a sus esposas, en una posición privilegiada y, con ello, dar pie al desarrollo de nuevas y peligrosas posibilidades en el más íntimo entorno del titular del poder. Suetonio emite a este respecto un severo juicio, que ha condicionado en gran medida la tradicional opinión sobre Claudio y su reinado:

[…] no debe olvidarse que, en general, todos los actos de su gobierno expresaban más bien la voluntad de sus mujeres y libertos que la suya y no tenían otra regla que el interés o capricho de éstos.

La ambición y las prerrogativas de las mujeres de la casa imperial, el poder fáctico de los libertos y el desinterés del emperador por cierta parcela de los asuntos públicos —en parte buscado conscientemente por su naturaleza de estudioso y en parte debido al monstruoso crecimiento de la administración— incidieron para crear el mal más grave del principado de Claudio, al dar posibilidad a los más estrechos círculos de su entorno de enriquecerse con la venta de cargos, inmunidades y concesiones de ciudadanía y cerrar una perfecta alianza para la satisfacción de deseos personales, que no se detuvo en la eliminación de quienes podían obstaculizar sus propósitos con los medios más brutales, entre ellos, la confiscación o el asesinato.

No es de extrañar que, en una fácil transposición psicológica generalizadora, se acusara al emperador de instrumento en manos de sus mujeres y libertos. Pero, por mucho que la conducta de estos últimos haya dado pie a la crítica, en definitiva, su obra, necesario escalón en la progresiva creación de un aparato de administración imperial, puede juzgarse positiva para el emperador y para el Estado, lo que difícilmente podría afirmarse de las mujeres de la casa imperial, en concreto de las dos últimas esposas de Claudio, Mesalina y Agripina.

Mesalina

V
aleria Mesalina era la esposa de Claudio en el momento de su acceso al trono. La había desposado en el año 38, una vez divorciado de su segunda mujer, Ella Petina —que le había dado una hija, Claudia Antonia—, no por otra razón que el interés por fortalecer los lazos dentro de la familia imperial. En efecto, Mesalina era hija de Marco Valerio Mesala y de Doinicia Lépida, ambos nietos de Octavia, la hermana de Augusto, y contaba con un gran patrimonio y destacaba como figura influyente en la corte de su primo Calígula. Para Mesalina, de apenas catorce o quince años de edad, era su primer matrimonio; Claudio, en cambio, rondaba los cincuenta. Su primer hijo, Claudia Octavia, nació el año 39 o a comienzos del 40; el segundo, Tiberio Claudio César Germánico, luego conocido como Británico, en febrero del año 41, apenas tres semanas después de la elevación al trono de Claudio.

Las fuentes coinciden en describir a Mesalina como una de las grandes ninfómanas de la historia. Podrían servir como ejemplo los versos de una de las Sátiras de Juvenal:

[…] escucha lo que ha soportado Claudio. Cuando su mujer notaba que ya dormía, atreviéndose a preferir un camastro a su lecho del Palatino, la
Augusta
ramera cogía dos capas de noche y abandonaba el palacio con una sola esclava; con los negros cabellos disimulados bajo una peluca rubia, llegaba al templado lupanar de raídas colchonetas y entraba en un cuarto vacío y reservado para ella. Después, con sus pechos protegidos por una red de oro, se prostituía bajo la engañosa denominación de Licisca y ponía al descubierto el vientre que te dio la existencia, generoso Británico. Recibe entre zalemas a cuantos entran, tumbada absorbe los envites de todos y les reclama su paga. Luego, cuando el alcahuete despacha a sus pupilas, ella se va a regañadientes y es la última en cerrar el cuarto. Ardiente aún del prurito de su libidinosa vulva, se retira cansada de hombres, pero no satisfecha, y, repulsiva, con el humo del candil que le ensucia las mejillas, lleva al lecho imperial el olor del prostíbulo.

Plinio anota el dudoso récord de la emperatriz de haber satisfecho a veinticinco amantes en veinticuatro horas, Tácito ofrece una larga lista de sus amantes y Dión Casio, por su parte, describe las orgías en el palacio imperial, organizadas para matronas de la alta sociedad en presencia de sus maridos. Pero la ninfomanía de Mesalina no era sólo un fin en sí mismo, porque iba a utilizar sus encantos para adquirir una posición de poder, controlada fundamentalmente mediante el chantaje sexual. Dión cuenta que a los maridos que consentían gustosamente en hallarse presentes en las orgías en las que participaban sus esposas, les recompensaba con honores y cargos, mientras que aquellos que trataban de retener a sus mujeres los destruía con un paradójico e infame procedimiento, llevándolos a juicio por
lenocinium
, es decir, por prostitución. Esta manipulación del derecho penal le permitiría durante mucho tiempo deshacerse de molestos competidores, testigos o, simplemente, estorbos para las ambiciones o caprichos de su mente enferma.

Hay que advertir que, a pesar de haber proporcionado un heredero al emperador, la posición de Mesalina no era segura. Es cierto que Claudio la había honrado, tras el parto, con un buen número de honores: el día de su nacimiento debía celebrarse oficialmente, se le erigieron estatuas en lugares públicos y se le concedió el privilegio de sentarse en los primeros asientos en los juegos, al lado de las Vestales. En cambio, Claudio impidió que ostentara el título de
Augusta
, ofrecido por el Senado. Había otras muchas mujeres atractivas en el entorno del emperador que podían desbancarla, en especial dentro de la familia de Augusto, con la que Claudio buscaba insistentemen te atar lazos más estrechos. Y, por otro lado, la avanzada edad del emperador era un riesgo para el reconocimiento oficial de su hijo Británico como sucesor al trono antes de su desaparición. Para afianzar su posición y garantizar su seguridad, Mesalina actuó como «el Sejano de Claudio», buscando la destrucción de cualquier sospechoso de atentar contra la seguridad del régimen. En sus propósitos iba a encontrar un siniestro y eficiente agente en la persona del senador Publio Suilio Rufo, un medio hermano de Cesonia, la última esposa de Calígula, cuyo repugnante oficio de denunciante al servicio de los intereses de Mesalina compaginaba con una intensa actividad en el foro, de la que también obtenía sustanciosas ganancias. Como dice Tácito, «su osadía tuvo muchos imitadores», porque «por entonces no había mercancía más venal que la perfidia de los abogados». Cuando, en el año 58, bajo el reinado de Nerón, fue llevado a juicio por prevaricación, había acumulado una fortuna de trescientos millones de sestercios.

La primera víctima de Mesalina fue precisamente la hermana de Caligula,Julia Livila, que tras la proclamación de Claudio había podido regresar del exilio. Livila estaba casada con MarcoVinicio, pariente deViniciano, que había dirigido el grupo de senadores juramentados para asesinar a Cayo. Él mismo había sido propuesto para el principado en las efimeras horas de interregno que sucedieron al magnicidio. No sabemos las razones que esgrimió para convencer a Claudio. El hecho es que, acusada de ser amante del filósofo Marco Anneo Séneca, fue desterrada, apenas unos meses después de su regreso del exilio, a la isla de Pandataria, en la costa del Lacio. No iba a transcurrir mucho tiempo antes de que un soldado viniese a asesinarla. El supuesto amante logró escapar de la condena a muerte dictada por el Senado —un castigo desproporcionado al supuesto delito— y fue desterrado a la isla de Córcega, de donde no pudo regresar hasta la caída de Mesalina, ocho años después.Apenas puede dudarse que la implicación de Séneca en la acusación de adulterio era sólo una tapadera para eliminar a un potencial enemigo político, que en el pasado había apoyado a las hermanas de Caligula en su abortado complot contra la vida del
princeps
. La seriedad de la amenaza queda probada por la gravedad del castigo, la pena de muerte, de la que le salvaría Claudio, si, como afirma el mismo Séneca, se expresó en el juicio contra tal sentencia. Pero el hipócrita filósofo no olvidaría la afrenta. Muerto Claudio, vertería todo el veneno acumulado contra el emperador en su
Apokolokyntosis
, acusándolo de la muerte de Livila.

En cuanto a las razones de Mesalina para perder a la desgraciada sobrina de Claudio, según Dión, habrían sido el despecho ante la falta de respeto por su persona, al negarle el reconocimiento y los honores que exigía su condición de esposa del emperador, y los celos por una posible rival, cuyos encantos podía desplegar ante un esposo con fama de rijoso, con quien pasaba largos ratos a solas. En la mente de Mesalina no se descartaba la posibilidad de que, divorciada de Vinicio, aspirase a convertirse en la cuarta esposa de Claudio. El proceso de Livila no fue llevado ante el Senado. El emperador asumió personalmente el ejercicio de la justicia en sus habitaciones privadas,
intra cubiculum
principis
, probablemente ante la presencia de Mesalina. El procedimiento, que se repetiría frecuentemente a lo largo de su reinado, con las consiguientes faltas de garantía para los inculpados, acrecentaría la acusación de despotismo que la tradición senatorial cargó sobre el gobierno de Claudio.

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