Caballo de Troya 1 (52 page)

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Authors: J. J. Benitez

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BOOK: Caballo de Troya 1
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-Dices que en la asamblea de esta mañana -interrumpí al saduceo- se han vuelto a exponer los cargos contra el Maestro...

-Así es.

-¿Podrías concretármelos?

-Para los fariseos, los motivos son distintos a los de los saduceos. Aquellos se basan en lo siguiente:

»Primero: temen a Jesús porque son muy conservadores y no desean que la gente les retire su viejo prestigio como' maestros en religión".

»Segundo: sostienen que Jesús es un infractor de la Ley. Aseguran que ha violado el sábado y otras muchas ceremonias sagradas.

»Tercero: consideran una blasfemia que se autoproclame como Hijo del Divino.

»Y cuarto y último: se sienten ofendidos por esa última denuncia del rabí en el templo.

»En cuanto a los saduceos, sus deseos de ver muerto a nuestro Maestro se basan en esto:

»Primero: temen que la creciente simpatía del pueblo por Jesús ponga en grave peligro la existencia de la nación. Los romanos, dicen, no aceptarán jamás un movimiento revolucionario como el que parece predicar Jesús.

»Segundo: esa extraña doctrina del rabí de Galilea, pregonando la hermandad entre todos los hombres, les parece un insulto. Son ellos los únicos responsables del orden social y tiemblan ante semejante corriente filosófica.

»Y tercero: la "limpieza" del templo por parte del Maestro, provocando el derribo de las mesas de los cambistas y su retirada del atrio, ha colmado su paciencia. Según mis noticias, sus pérdidas económicas han sido muy cuantiosas... Como supongo que sabes, tanto Caifás como su suegro, Anás, tienen parte en el negocio de los intermediarios y cambistas de 167

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monedas... Aunque el Maestro fuera el auténtico libertador de Israel, el sumo sacerdote tiene su corazón ahogado por el odio y el resentimiento y no cejará hasta eliminarlo.

Ismael miró a José con una profunda tristeza y añadió:

-Su suerte está echada.

Traté de no desviar más la conversación y supliqué al saduceo que nos informara sobre lo registrado aquella misma mañana.

-Pues veréis: Según mis averiguaciones, durante el martes, Judas celebró una reunión con algunos de sus amigos y parientes. Entre los primeros se hallaban saduceos, íntimos de la familia de su padre. Y fueron éstos los que le animaron a dar el paso que, fatídicamente, acaba de dar. El Iscariote les había dicho que, después de mucho meditar, había llegado a la conclusión de que su permanencia en el grupo de Jesús había sido un error.

-¿Por qué? -volví a interrumpirle, ardiendo en deseos de conocer las verdaderas razones que habían empujado a Judas.

-Según dijo, el Maestro era sólo un idealista; un soñador bienintencionado, pero no el esperado libertador de Israel. Y añadió que su obsesión era encontrar el modo de retirarse de aquel movimiento de una forma satisfactoria. Esta confesión de Judas fue hábilmente aprovechada por los saduceos, que envolvieron su corazón, asegurándole que su renuncia sería muy bien acogida por los dignatarios sacerdotales. Y llegaron a prometerle, incluso, grandes honores y un reconocimiento público, suficiente como para elevar su prestigio entre los hebreos y borrar esa «desafortunada asociación con los poco ilustrados galileos»...

(Aquella trampa fue la perdición de Judas. Conociendo su agudo sentido del ridículo y su irrefrenable ambición, las promesas de honores, dignidades y reconocimiento públicos desencadenaron irreversiblemente su ya antigua decisión de desertar del grupo de Jesús.

Curiosamente -y creo que este punto es de suma importancia-, Judas no pensó en el oro a la hora de vender a su Maestro. Eso fue una mera consecuencia. Puestos a pensar con objetividad, ¿qué podían importarle las 30 monedas de plata cuando él, justamente, era el tesorero del grupo y venía manejando y disponiendo desde hacía tres años del dinero de todos?

Debo recordar a este respecto que, antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en la mañana del domingo, el Iscariote -en un rasgo de indudable honradez- puso la bolsa común en manos de Simón, «el leproso». Si Judas hubiera acariciado la idea del dinero como única razón de su traición, lo más lógico es que, con su huida, se hubiese apoderado de todo -o parte- del fondo económico del movimiento del que era administrador. Como iremos viendo, las motivaciones del apóstol eran muy distintas y mucho más profundas.) Judas confesó a sus parientes y amigos que estaba convencido que la misión de su Maestro no podía prosperar. Enfrentarse así a los poderosos miembros del Sanedrin sólo podía ocurrírsele a un loco y él, según sus propias palabras, no quería perecer con el resto a manos de la justicia judía o romana.

»En el fondo -comentó Ismael, que conocía muy bien la tortuosa personalidad del traidor-, lo que Judas no parece soportar es que se le identifique algún día con un movimiento fracasado...

A estas manifestaciones del saduceo me atreví a añadir un hecho -ya comentado por mí anteriormente- que, también, en opinión de mis amigos, había sido fulminante a la hora de entender el comportamiento de Judas. Me referí al incidente del frasco de perfume que derramó María sobre Jesús y a la dura crítica de que fue objeto el Iscariote por parte del Maestro, y tanto José como Ismael -repito- se mostraron de acuerdo en que, ya en esos momentos, la mente del susceptible discípulo empezó a maquinar la forma de vengarse.

Sí -repuso José-, Judas es un hombre resentido. En mi opinión, jamás perdonó al Maestro que no le distinguiera del resto, tal y como ha hecho con Juan, Pedro y Santiago. Es probable -

lamentó el anciano- que los torcidos ánimos de Judas vayan tanto en contra de Jesús como de esos tres compañeros.

-El caso es que, después de la reunión del Sanedrín -continuó el saduceo-, Caifás ordenó la entrada en la sala de Judas y de uno de sus familiares. Según entendí, se trataba de un primo suyo. Este, a petición del Consejo, fue el primero en hablar. Presentó a Judas, aburriéndonos a todos con una larga perorata, en la que quiso justificar la decisión de su primo de abandonar el grupo del Galileo. Afirmó que Judas había descubierto su error y que deseaba hacer pública renuncia de su asociación con Jesús. A cambio, solicitaba el perdón, la confianza y la amistad de los altos dignatarios allí congregados. Y como prueba de su sinceridad, el portavoz de Judas explicó que su pariente estaba dispuesto a facilitar el arresto silencioso y secreto del Nazareno, 168

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evitando así el peligro del levantamiento de la multitud y un nuevo y posible retraso en su captura, como consecuencia de la inminente fiesta de la Pascua.

»Aquellas últimas afirmaciones del primo de Judas animaron extraordinariamente a los miembros del Sanedrín, que veían así una nueva luz para proceder al apresamiento del impostor.

»Caifás, entonces, invitó a Judas para que se ratificase en lo que acabábamos de oír. Y el traidor, dando unos pasos hacia la presidencia, respondió con tanta firmeza como frialdad:

"Haré todo cuanto ha prometido mi primo. Quiero que Jesús quede bajo vuestra custodia. A cambio, os pido un reconocimiento público..."

(Aquella palabra -«custodia»-, repetida varias veces por Ismael, iba a resultar de suma trascendencia para Judas. Su reiteración a la hora de exigir la «custodia» del Maestro no era gratuita. Como veremos en su momento, amén de la profunda desilusión del traidor respecto a los sacerdotes, Judas no pensó jamás que su Maestro fuera ejecutado, sino simplemente encarcelado o custodiado.)

Creo que el traidor -prosiguió Ismael visiblemente decepcionado- no captó la mirada de desprecio de Caifás. Si Judas hubiera caído en la cuenta de la trampa que le estaban tendiendo, probablemente no hubiera aceptado aquella situación...

»Pero el ladino Caifás no dejó traslucir sus verdaderas intenciones y evitando los planteamientos de Judas, le respondió: "Tú deberás acordar con el jefe de los levitas la forma de traernos a ese galileo esta misma noche o, a lo sumo, mañana jueves, después de la puesta de sol. Cuando nos haya sido entregado, recibirás tu recompensa.

»Al escuchar las palabras del sumo sacerdote, los ojos de Judas brillaron con una luz especial. Se sentía satisfecho y así lo manifestó públicamente. Después salió de la sala, celebrando una larga entrevista con el jefe de la policía del Templo. Yo no pude retirarme del consejo del Sanedrín, pero, al rato, supe que los levitas, siguiendo las instrucciones del traidor, habían fijado la detención del Maestro para la noche de mañana, jueves, una vez que los peregrinos y vecinos de Jerusalén se hayan retirado a sus hogares. Por el propio Judas, los levitas habían sabido que el Nazareno se hallaba ausente del campamento de Getsemaní y que, en consecuencia, al no poder conocer con exactitud el momento del regreso del Maestro, su captura había sido aplazada hasta la noche siguiente. Con el fin de concretar aún más los detalles sobre el lugar y momento adecuados del apresamiento, el jefe de la policía judía había pedido a Judas que se personase en el Templo durante la mañana del día siguiente.

Ultimada la secreta captura de Jesús, los sacerdotes allí reunidos respiraron aliviados, felicitándose mutuamente por la inesperada y providencial presencia de aquel renegado. Y allí mismo, después de una corta discusión, Caifás fijó ya el precio de la «compra» de Jesús: treinta «seqel» de plata
1
. Algunos de los saduceos, creyendo que el Sanedrín iba a cumplir su promesa de glorificar a Judas, estimaron que aquel dinero era excesivo. Pero el sumo sacerdote les hizo ver y comprender que no eran esas sus intenciones...

Un desolador silencio puso punto final a aquella reunión en casa de José, el de Arimatea.

Como muy bien había señalado Ismael, la suerte del Maestro estaba echada..., a no ser, claro, que aquellos dos hombres actuaran de inmediato.

Antes de partir hacia el campamento de Getsemani, José e Ismael se enzarzaron en una discusión que me hizo temblar. Por primera vez en el transcurso de mi misión, mi intervención -

a pesar de todas las precauciones- estaba a punto de provocar algo irremediable. Tanto el de Arimatea como el saduceo estimaban que había que denunciar a Judas y alertar a la totalidad del grupo. Su afán era totalmente comprensible. Sin embargo, y en un último esfuerzo por no alterar los acontecimientos, traté de hacerles comprender que aquélla no era la actitud más inteligente.

-Estoy conforme -les dije- con vuestro recto deseo de advertir al Maestro, pero ¿qué ganáis con hacer pública la traición del Iscariote?

Ni el anciano ni Ismael parecían comprenderme. Y me vi obligado a recurrir a un argumento que terminó por ser aceptado por ambos.

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Quiero llamar la atención sobre esa palabra -«compra»- porque, tal y como veremos más adelante, su significado pudo haber abierto una vía de solución al problema de la captura de Jesús y a la desesperación de Judas.
(N. del m.)
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-Sabéis de la vieja enemistad y de los celos de Judas hacia hombres como Juan, Pedro y Santiago. Si éstos llegasen a sospechar siquiera lo que acaba de planear su compañero, ¿que creéis que ocurriría...?

Mis amigos asintieron con su silencio.

-Hablad en secreto con el Maestro -proseguí-, si así lo estimáis, pero no carguéis el ya enrarecido ambiente del grupo. Dejad que sea Jesús -remaché- quien hable con Judas, si lo considera prudente. El rabí ama también al Iscariote y sabrá lo que debe hacerse...

Tras una encendida discusión, Ismael y José aceptaron mi propuesta y los tres, aprovechando las últimas luces del día, nos encaminamos hacia la falda del monte de los Olivos. El anciano y el saduceo, con la única y exclusiva finalidad de hablar con Jesús de Nazaret, y yo, con el alma encogida ante la posibilidad de que mi exceso de celo por seguir los pasos de Judas pudiera provocar una catástrofe.

Cuando entramos en el campamento, las mujeres habían preparado una reconfortante hoguera. Jesús no había regresado aún y los discípulos, inquietos y malhumorados, iban y venían, reprochándose mutuamente su falta de decisión por no haber escoltado al Maestro.

Pedro, más alterado que el resto, llegó a proponer que un grupo de hombres armados saliera en su búsqueda. Pero Andrés -con su habitual serenidad- les recordó las palabras del rabí, haciéndoles ver que si él había dicho que «ningún hombre le pondría sus manos encima antes de que hubiera llegado su hora», así debería ser.

Mientras aguardábamos el retorno de Jesús y Juan Marcos, David Zebedeo se unió al grupo que formábamos José, el de Arimatea, Ismael ben Phiabi y yo, y con gran sigilo nos comunicó que sus «agentes» en Jerusalén le habían informado ya del complot que se estaba fraguando para acabar con la vida del Maestro. Nos miramos sin saber qué hacer. Pero José conocía de antiguo la especial discreción que distinguía a aquel astuto discípulo y nos tranquilizó. Con gran alivio por mi parte, la reunión de Judas con el Sanedrín había ido filtrándose poco a poco y los hombres que trabajaban para el Zebedeo no tardaron en informarle. Desde hacía años, el grupo de Jesús disponía de una curiosa red de «correos» o emisarios -organizados y dirigidos por David Zebedeo- cuyo trabajo era la transmisión de noticias. De esta forma, los numerosos amigos, familiares y simpatizantes del movimiento estaban al tanto de los mensajes y consignas que emanaban de Jesús o de sus hombres. David había ido viendo cómo las relaciones de su Maestro con los miembros del Sanedrín se deterioraban paso a paso y, por propia iniciativa, aquel miércoles había decidido montar en el campamento de Getsemaní un

«cuerpo» especial de mensajeros. Al igual que Lázaro y sus hermanas, aquel judío de mente clara y gran valentía, parecía haber entendido mucho mejor que los apóstoles cuál iba a ser el fin de Jesús. Sin embargo, jamás le vi exponer estos temores ante el resto de los íntimos del Nazareno. Y siguiendo esta misma y sigilosa conducta, David nos comunicó sus pesimistas impresiones, haciéndonos saber igualmente que en previsión de males mayores- uno de sus

«correos», enviado por él varios días antes a la población de Beth-Saida (al norte del lago de Genazaret), había llevado recado a su madre y a María, la madre de Jesús, para que viajasen de inmediato a Jerusalén. Ese mensajero había regresado hacia las cuatro de la tarde de aquel miércoles, comunicándole a Zebedeo que las mujeres y parte de la familia del Galileo estaban ya en camino y que quizá entrasen en el campamento esta misma noche o, a lo más tardar, por la mañana del jueves. José agradeció en nombre de todos la confianza que había demostrado David al ponernos al corriente de estos pormenores y, en compensación y suplicándole que mantuviera la boca cerrada, confirmó las noticias del Zebedeo sobre la traición de Judas.

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