Así habló Zaratustra (29 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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«¡Deja que el mundo sea el mundo! ¡No muevas ni un dedo en contra de eso!»

«Deja que el que quiera estrangule y apuñale y saje y degüe­lle a la gente: ¡no muevas ni un dedo en contra de eso! Así aprenden ellos incluso a renunciar al mundo.»

«Y tu propia razón a ésa tú mismo debes agarrarla del cuello y estrangularla; pues es una razón de este mundo, así aprendes tú mismo a renunciar al mundo.»

¡Romped, rompedme, oh hermanos míos, estas viejas ta­blas de los piadosos! ¡Destruid con vuestra sentencia las sen­tencias de los calumniadores del mundo!

16

«Quien aprende muchas cosas desaprende todos los deseos violentos» esto es algo que hoy las gentes se susurran unas a otras en todas las callejas oscuras.

«¡La sabiduría cansa, no vale la pena nada; no debes tener deseos!» esta nueva tabla la he encontrado colgada incluso en mercados públicos.

¡Rompedme, oh hermanos míos, rompedme también esta nueva tabla! Los cansados del mundo la han colgado de la pa­red, y los predicadores de la muerte, y también los carceleros: ¡pues mirad, también ella es una predicación en favor de la es­clavitud!

Ellos han aprendido mal, y no las mejores cosas, y todo de un modo demasiado prematuro, y todo de un modo demasiado rápido: y han comido mal, y por ello se les ha indigestado el estómago,

un estómago indigestado es, en efecto, su espíritu: ¡él es el que aconseja la muerte! ¡Pues, en verdad, hermanos míos, el espíritu es un estómago!

La vida es un manantial de placer3;
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mas para aquel en el cual habla un estómago indigestado, padre de la tribulación, para ése todas las fuentes están envenenadas.

Conocer: ¡esto es placer para el hombre de voluntad leoni­na! Pero quien se ha cansado, ése sólo es «querido»,
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con él juegan todas las olas.

Y esto es lo que les ocurre siempre a los hombres débiles: se pierden a sí mismos en sus caminos. Y al final, todavía su cansancio pregunta: «¡para qué hemos recorrido caminos! ¡Todo es igual!»

A los oídos de éstos les suena de manera agradable el que se predique: «¡Nada merece la pena! ¡No debéis querer» Mas ésta es una predicación en favor de la esclavitud.

Oh hermanos míos, cual un viento fresco y rugiente viene Zaratustra para todos los cansados del mundo; ¡a muchas na­rices hará aún estornudar!

También a través de los muros sopla mi aliento libre, ¡y pe­netra hasta las cárceles y los espíritus encarcelados!

El querer hace libres: pues querer es crear: así enseño yo. ¡Y sólo para crear debéis aprender!

¡Y también el aprender debéis aprenderlo de mí, el aprender bien! ¡Quien tenga oídos, oiga!

17

Ahí está la barca, quizá navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. ¿Quién quiere embarcarse en ese «quizá»? ¡Ninguno de vosotros quiere embarcarse en la barca de la muerte!
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¡Cómo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo!

¡Cansados del mundo! ¡Y ni siquiera habéis llegado a estar desprendidos de la tierra! ¡Siempre os he encontrado ávidos todavía de tierra, enamorados todavía del propio estar cansa­dos de la tierra!

No en vano tenéis el labio colgante ¡un pequeño deseo de tierra continúa asentado en él! Y en el ojo ¿no flota en él una nubecilla de inolvidado placer terrestre?

Hay en la tierra muchas buenas invenciones, las unas úti­les, las otras agradables: por causa de ellas resulta amable la tierra.

Y muchas y distintas cosas están tan bien inventadas que, como el pecho de la mujer: son útiles y agradables a la vez.

¡Mas vosotros los cansados del mundo! ¡Vosotros los pere­zosos de la tierra! ¡A vosotros se os debe azotar! Al azotaros se os debe espabilar de nuevo las piernas.

Pues: si no sois enfermos y pillos decrépitos, de los que la tierra está cansada, sois astutos perezosos, o golosos y agaza­pados gatos de placer. Y si no queréis volver a correr alegre­mente, entonces debéis ¡iros al otro mundo!

No se debe querer ser médico de incurables: así lo enseña Zaratustra: ¡por eso debéis iros al otro mundo!

Pero se necesita más valor para poner fin que para escribir un nuevo verso: esto lo saben todos los médicos y todos los poetas.

18

Oh hermanos míos, hay tablas que las creó la fatiga, y tablas que las creó la pereza, tablas perezosas: aunque hablan del mismo modo, quieren que se las oiga de modo distinto.

¡Mirad ahí ese hombre que desfallece! Se halla tan sólo a un palmo de su meta, mas a causa de la fatiga se ha tendido ahí, obstinado, en el polvo: ¡ese valiente!

A causa de la fatiga bosteza del camino y de la tierra y de la meta y de sí mismo: no quiere dar un solo paso más,¡ese va­liente!

Ahora el sol arde sobre él, y los perros lamen su sudor:
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pero él yace ahí en su obstinación y prefiere desfallecer:

¡desfallecer a un palmo de su meta! En verdad, tendréis que llevarlo agarrado por los cabellos incluso a su cielo,
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¡a ese héroe!

Es mejor que lo dejéis tirado ahí donde él se ha echado, para que le llegue el sueño, el consolador, con un chaparrón refrescante:

Dejadle yacer hasta que se despierte por sí mismo, ¡hasta que se retracte por sí mismo de toda fatiga y de lo que en él en­señaba fatiga!

Sólo, hermanos míos, ahuyentad de él a los perros, a los hi­pócritas perezosos y a todo el enjambre de sabandijas:

a todo el enjambre de sabandijas de los «cultos», que con el sudor de todo héroe ¡se regala!

19

Yo trazo en torno a mí círculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el número de quienes conmigo suben hacia monta­ñas cada vez más altas, yo construyo una cordillera con montañas más santas cada vez.

Pero adondequiera que conmigo subáis, oh hermanos míos: ¡cuidad de que no suba con vosotros un parásito!
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Parásito: es un gusano, un gusano que se arrastra, que se doblega, que quiere engordar a costa de vuestros rincones en­fermos y heridos.

Y su arte consiste en esto, en adivinar cuál es en las almas ascendentes el lugar en que están cansadas: en vuestro dis­gusto y en vuestro mal humor, en vuestro delicado pudor construye el parásito su nauseabundo nido.

En el lugar en que el fuerte es débil, y el noble, demasia­do benigno, allí dentro construyó él su nauseabundo nido: el parásito habita allí donde el grande tiene pequeños rincones heridos.

¿Cuál es la especie más alta de todo ser, y cuál la más baja? El parásito es la especie más baja; pero quien forma parte de la especie más alta, ése alimenta a la mayor parte de los pará­sitos.

El alma, en efecto, que posee la escala más larga y que más profundo puede descender: ¿cómo no iban a asentarse en ella la mayor parte de los parásitos?

el alma más vasta, la que más lejos puede correr y errar y vagar dentro de sí; la más necesaria, que por placer se precipi­ta en el azar:

el alma que es, y se sumerge en el devenir; la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear:

la que huye de sí misma, que a sí misma se da alcance en los círculos más amplios; el alma más sabia, a quien más dul­cemente habla la necedad:

la que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tie­nen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo:
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oh, ¿cómo no iba el alma más elevada a tener los peores pará­sitos?

20

Oh hermanos míos, ¿acaso soy cruel? Pero yo digo: ¡a lo que está cayendo se le debe incluso dar un empujón!

Todas estas cosas de hoy están cayendo, decayendo: ¡quién querría sostenerlas! Pero yo ¡yo quiero darles además un empujón!

¿Conocéis vosotros la voluptuosidad que hace rodar las piedras en profundidades cortadas a pico? Estos hombres de hoy: ¡mirad cómo ruedan a mis profundidades!

¡Un preludio de jugadores mejores soy yo, oh hermanos míos! ¡Un ejemplo! ¡Obrad según mi ejemplo !
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Y a quien no le enseñéis a volar, enseñadle ¡a caer más de­prisa!

21

Yo amo a los valientes: mas no basta ser un mandoble, ¡hay que saber también a quién se le dan los mandobles!

Y a menudo hay más valentía en contenerse y pasar de lar­go: ¡a fin de reservarse para un enemigo más digno!

Debéis tener sólo enemigos que haya que odiar, pero no enemigos que haya que despreciar: es necesario que estéis or­gullosos de vuestro enemigo: así lo he enseñado ya una vez.
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Para un enemigo más digno, oh amigos míos, debéis re­servaros: por ello tenéis que pasar de largo junto a muchas cosas,

especialmente junto a mucha chusma, que os mete en los oídos ruido de pueblo y de pueblos.

¡Mantened puros vuestros ojos de su pro y de su contra! En ellos hay mucha justicia, mucha injusticia: quien se detiene a mirar se pone colérico.

Ver, golpear
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esto es aquí una sola cosa: ¡por ello, mar­chad a los bosques y dejad dormir vuestra espada!

¡Seguid vuestros caminos! ¡Y dejad que el pueblo y los pue­blos sigan los suyos! ¡caminos oscuros, en verdad, en los cuales no relampaguea ya ni una esperanza!

¡Que domine el tendero allí donde todo lo que brilla es oro de tenderos! Ya no es tiempo de reyes:
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lo que hoy se lla­ma a sí mismo pueblo no merece reyes.

Ved cómo estos pueblos actúan ahora, también ellos, igual que los tenderos: ¡rebuscan las más mínimas ventajas incluso en todos los desperdicios!

Se acechan mutuamente, se espían unos a otros, a esto lo llaman «buena vecindad». Oh bienaventurado tiempo remo­to en que un pueblo se decía a sí mismo: «¡yo quiero ser se­ñor de otros pueblos!»

Pues, hermanos míos: ¡lo mejor debe dominar, lo mejor quiere también dominar! Y donde se enseña otra cosa, allí falta lo mejor.

22

Si ésos tuviesen de balde el pan, ¡ay! ¿Tras de qué andarían ésos gritando? Su sustento es su verdadero entretenimiento; ¡y las cosas deben resultarles difíciles!

Animales de presa son: ¡en su «trabajar» hay también robo, en su «merecer» hay también engaño! ¡Por eso las co­sas deben resultarles difíciles!

Deben hacerse mejores animales de presa, más sutiles, más inteligentes, más semejantes al hombre: el hombre es, en efec­to, el mejor animal de presa.

A todos los animales les ha robado ya el hombre sus virtu­des: por eso, de todos los animales es el hombre el que ha te­nido más difíciles las cosas.

Ya sólo los pájaros están por encima de él. Y cuando el hombre aprenda a volar, ¡ay!, ¡hasta qué altura volará su ra­pacidad!

23

Así quiero yo que sean el hombre y la mujer: el uno, apto para la guerra, la otra, apta para el parto, mas ambos aptos para bailar con la cabeza y con las piernas.

¡Y demos por perdido el día en que no hayamos bailado al menos una vez! ¡Y sea falsa para nosotros toda verdad en la que no haya habido una carcajada!

24

Vuestro enlace matrimonial: ¡Tened cuidado de que no sea una mala conclusión! Habéis soldado con demasiada rapi­dez: ¡por eso de ahí se sigue el quebrantamiento del ma­trimonio!

¡Y es mejor quebrantar el matrimonio que torcer el matri­monio, que mentir el matrimonio! Así me dijo una mujer: «Es verdad que yo he quebrantado el matrimonio, ¡pero antes el matrimonio me había quebrantado a mí!».
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Siempre he encontrado que los mal apareados eran los peores vengativos: hacen pagar a todo el mundo el que ellos no puedan ya correr por separado.

Por ello quiero yo que los honestos se digan uno a otro: «No­sotros nos amamos: ¡veamos si podemos continuar amándo­nos! ¿O debe ser una equivocación nuestra promesa?».
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«¡Dadnos un plazo y un pequeño matrimonio, para que veamos si somos capaces del gran matrimonio! ¡Es una gran cosa estar dos siempre juntos!»

Así aconsejo yo a todos los honestos; ¡y qué sería mi amor al superhombre y a todo lo que debe venir si yo aconsejase y hablase de otro modo!

No sólo a propagaros al mismo nivel, sino a propagaros ha­cia arriba ¡a eso, oh hermanos míos, ayúdeos el jardín del matrimonio!

25

El que ha llegado a conocer los viejos orígenes acabará por buscar manantiales del futuro y nuevos orígenes.

Oh hermanos míos, de aquí a poco,
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nuevos pueblos sur­girán y nuevos manantiales se precipitarán ruidosamente en nuevas profundidades.

El terremoto, en efecto, ciega muchos pozos y provoca mucho desfallecimiento: y también saca a luz energías y secre­tos ocultos.

El terremoto pone de manifiesto nuevos manantiales. En el terremoto de viejos pueblos emergen manantiales nuevos.

Y en torno a quien entonces grita: «He ahí un pozo para muchos sedientos, un corazón para muchos anhelosos, una voluntad para muchos instrumentos»: en torno a ése se reú­ne un pueblo, es decir: muchos experimentadores.

Quién puede mandar, quién tiene que obedecer ¡eso es lo que aquí se experimenta! ¡Ay, con qué búsquedas y adivinaciones y fallos y aprendizajes y reexperimentos tan prolongados!

La sociedad de los hombres: es un experimento, así lo en­seño yo, una prolongada búsqueda: ¡y busca al hombre de mando!

un experimento, ¡oh hermanos míos! ¡Y no un «contra­to».
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¡Romped, rompedme tales palabras de los corazones débiles y de los amigos de componendas!

26

¡Oh hermanos míos! ¿En quiénes reside el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos?

que dicen y sienten en su corazón: «nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos; ¡ay de aquellos que continúan buscando aquí!»

Y sean cuales sean los daños que los malvados ocasionen: ¡el daño de los buenos es el daño más dañino de todos!

Y sean cuales sean los daños que los calumniadores del mundo ocasionen: el daño de los buenos es el daño más dañi­no de todos.

Oh hermanos míos, en cierta ocasión uno miró dentro del corazón de los buenos y justos, y dijo: «Son fariseos». Pero no le entendieron.
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A los buenos y justos mismos no les fue lícito entenderle: su espíritu está prisionero de su buena conciencia. La estupidez de los buenos es insondablemente inteligente.

Pero ésta es la verdad: los buenos tienen que ser fariseos, ¡no tienen opción!
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¡Los buenos tienen que crucificar a aquel que se inventa su propia virtud! ¡Ésta es la verdad!

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