Read Así habló Zaratustra Online
Authors: Friedrich Nietzsche
como un eterno huir-de-sí-mismos y volver-a-buscarse-así-mismos de muchos dioses, como el bienaventurado contradecirse, oírse de nuevo, relacionarse de nuevo de muchos dioses:
hacia allí donde todo tiempo me pareció una bienaventurada burla de los instantes, donde la necesidad era la libertad misma, que jugaba bienaventuradamente con el aguijón de la libertad:
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donde también yo volví a encontrar a mi antiguo demonio y archienemigo, el espíritu de la pesadez y todo lo que él ha creado: coacción, ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal:
¿pues no tiene que haber cosas sobre las cuales y más allá de las cuales se pueda bailar? ¿No tiene que haber, para que existan los ligeros, los más ligeros de todos topos y pesados enanos?
Allí fue también donde yo recogí del camino la palabra «superhombre»,
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y que el hombre es algo que tiene que ser superado, que el hombre es un puente y no una meta: llamándose bienaventurado a sí mismo a causa de su mediodía y de su atardecer, como camino hacia nuevas auroras:
la palabra de Zaratustra acerca del gran mediodía, y todo lo demás que yo he suspendido sobre los hombres, como segundas auroras purpúreas.
En verdad, también les he hecho ver nuevas estrellas junto con nuevas noches; y por encima de las nubes y el día y la noche extendí yo además la risa como una tienda multicolor.
Les he enseñado todos mis pensamientos y deseos: pensar y reunir en unidad lo que en el hombre es fragmento y enigma y horrendo azar,
como poeta, adivinador de enigmas y redentor del azar les he enseñado a trabajar creadoramente en el porvenir y a redimir creadoramente todo lo que fue.
A redimir lo pasado en el hombre y a transformar mediante su creación todo «Fue», hasta que la voluntad diga: «¡Mas así lo quise yo! Así lo querré»
esto es lo que yo llamé redención para ellos, únicamente a esto les enseñé a llamar redención.
Ahora aguardo mi redención, el ir a ellos por última vez.
Pues todavía una vez quiero ir a los hombres: ¡entre ellos quiero hundirme en mi ocaso, al morir quiero darles el más rico de mis dones!
Del sol he aprendido esto, cuando se hunde él, el inmensamente rico: entonces es cuando derrama oro sobre el mar, sacándolo de riquezas inagotables,
¡de tal manera que hasta el más pobre de los pescadores rema con remos de oro! Esto fue, en efecto, lo que yo vi en otro tiempo, y no me sacié de llorar contemplándolo.
Igual que el sol quiere también Zaratustra hundirse en su ocaso: mas ahora está sentado aquí y aguarda, teniendo a su alrededor viejas tablas rotas, y también tablas nuevas, a medio escribir.
Mira, aquí hay una tabla nueva: pero ¿dónde están mis hermanos, que la lleven conmigo al valle y la graben en corazones de carne?
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Esto es lo que mi gran amor exige a los lejanos: ¡no seas indulgente con tu prójimo! El hombre es algo que tiene que ser superado.
Existen muchos caminos y muchos modos distintos de superación: ¡mira tú ahí! Mas sólo un bufón piensa: «el hombre es algo sobre lo que también se puede saltar».
Supérate a ti mismo incluso en tu prójimo: ¡y un derecho que puedas robar no debes permitir que te lo den!
Lo que tú haces, eso nadie puede hacértelo de nuevo a ti. Mira, no existe retribución.
El que no puede mandarse a sí mismo debe obedecer. ¡Y más de uno pueda mandarse a sí mismo, pero falta todavía mucho para que también se obedezca a sí mismo!
Así lo quiere la especie de las almas nobles: no quieren tener nada de balde, y menos que nada, la vida.
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Quien es de la plebe quiere vivir de balde; pero nosotros, distintos de ellos, a quienes la vida se nos entregó a sí misma, ¡nosotros reflexionamos siempre sobre qué es lo mejor que daremos a cambio!
Y en verdad, es un lenguaje aristocrático el que dice: «lo que la vida nos promete a nosotros, eso queremos nosotros ¡cumplírselo a la vida!»
No debemos querer gozar allí donde no damos a gozar. Y ¡no debemos querer gozar!
Goce e inocencia son, en efecto, las cosas más púdicas que existen: ninguna de las dos quiere ser buscada. Debemos tenerlas, ¡pero debemos buscar más bien culpa y dolores!
Oh hermanos míos, quien es una primicia es siempre sacrificado. Ahora bien, nosotros somos primicias.
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Todos nosotros derramamos nuestra sangre en altares secretos, todos nosotros nos quemamos y nos asamos en honor de viejas imágenes de ídolos.
Lo mejor de nosotros es todavía joven: esto excita los viejos paladares. Nuestra carne es tierna, nuestra piel es piel de cordero: ¡cómo no íbamos nosotros a excitar a viejos sacerdotes de ídolos!
Dentro de nosotros mismos habita todavía él, el viejo sacerdote de ídolos, que asa, para prepararse un banquete, lo mejor de nosotros. ¡Ay, hermanos míos, cómo no iban las primicias a ser víctimas!
Pero así lo quiere nuestra especie; y yo amo a los que no quieren preservarse a sí mismos. A quienes se hunden en su ocaso los amo con todo mi amor: pues pasan al otro lado.
Ser verdaderos ¡pocos son capaces de esto! Y quien es capaz ¡no quiere todavía! Y los menos capaces de todos son los buenos.
¡Oh esos buenos! Los hombres buenos no dicen nunca la verdad; para el espíritu el ser bueno de ese modo es una enfermedad.
Ceden, estos buenos, se resignan, su corazón repite lo dicho por otros, el fondo de ellos obedece: ¡mas quien obedece no se oye a sí mismo!
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Todo lo que los buenos llaman malvado tiene que reunirse para que nazca una verdad: oh hermanos míos, ¿sois también vosotros bastante malvados para esa verdad?
La osadía temeraria, la larga desconfianza, el cruel no, el fastidio, el sajar en vivo ¡qué raras veces se reúne esto! Pero de tal semilla es de la que ¡se engendra verdad!
¡Junto a la conciencia malvada ha crecido hasta ahora todo saber! ¡Romped, rompedme, hombres del conocimiento, las viejas tablas!
Cuando el agua tiene maderos para atravesarla, cuando puentecillos y pretiles saltan sobre la corriente: en verdad, allí no se cree a nadie que diga: «Todo fluye».
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Hasta los mismos imbéciles le contradicen. «¿Cómo?, dicen los imbéciles, ¿que todo fluye? ¡Pero si hay puentecillos y pretiles sobre la corriente!
Sobre la corriente todo es sólido, todos los valores de las cosas, los puentes, conceptos, todo el ‘bien’ y el ‘mal’: ¡todo eso es sólido!»
Mas cuando llega el duro invierno, el domeñador de ríos: entonces incluso los más chistosos aprenden desconfianza; y, en verdad, no sólo los imbéciles dicen entonces: «¿No será que todo permanece inmóvil?»
«En el fondo todo permanece inmóvil», ésta es una auténtica doctrina de invierno, una buena cosa para una época estéril, un buen consuelo para los que se aletargan durante el invierno y para los trashogueros.
«En el fondo todo permanece inmóvil»: ¡mas contra esto predica el viento del deshielo!
El viento del deshielo, un toro que no es un toro de arar, ¡un toro furioso, un destructor, que con astas coléricas rompe el hielo! Y el hielo ¡rompe los puentecillos!
Oh hermanos míos, ¿no fluye todo ahora? ¿No han caído al agua todos los pretiles y puentecillos? ¿Quién se aferraría aún al «bien» y al «mal»?
«¡Ay de nosotros! ¡Afortunados de nosotros! ¡El viento del deshielo sopla!» ¡Predicadme esto, hermanos míos, por todas las callejas!.
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Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal. En torno a adivinos y astrólogos ha girado hasta ahora la rueda de esa ilusión.
En otro tiempo la gente creía en adivinos y astrólogos: y por eso creía «Todo es destino: ¡debes puesto que te ves forzado!»
Pero luego la gente desconfió de todos los adivinos y astrólogos: y por eso creyó «Todo es libertad: ¡puedes puesto que quieres!»
Oh hermanos míos, acerca de lo que son las estrellas y el futuro ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, pero no saber: y por eso acerca de lo que son el bien y el mal ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, ¡pero no saber!
«¡No robarás! ¡No matarás!» estas palabras fueron llamadas santas en todo tiempo; ante ellas la gente doblaba la rodilla y las cabezas y se descalzaba.
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Pero yo os pregunto: ¿dónde ha habido nunca en el mundo peores ladrones y peores asesinos que esas santas palabras?
¿No hay en toda vida misma robo y asesinato? Y por el hecho de llamar santas a tales palabras, ¿no se asesinó a la verdad misma?
¿O fue una predicación de la muerte la que llamó santo a lo que hablaba en contra de toda vida y la desaconsejaba? ¡Oh hermanos míos, romped, rompedme las viejas tablas!
Ésta es mi compasión por todo lo pasado, el ver: que ha sido abandonado,
¡abandonado a la gracia, al espíritu, a la demencia de cada generación que llega y reinterpreta como puente hacia ella todo lo que fue!
Un gran déspota podría venir, un diablo listo que con su benevolencia y su malevolencia forzase y violentase todo lo pasado: hasta que esto se convirtiese en puente para él y en presagio y heraldo y canto del gallo.
Y éste es el otro peligro y mi otra compasión: la memoria de quien es de la plebe no se remonta más que hasta el abuelo, y con el abuelo acaba el tiempo.
Así está abandonado todo lo pasado: pues alguna vez podría ocurrir que la plebe se convirtiese en el señor y ahogase todo tiempo en aguas sin profundidad.
Por eso, oh hermanos míos, necesítase una nueva nobleza que sea el antagonista de toda plebe y de todo despotismo y escriba de nuevo en tablas nuevas la palabra «noble».
¡Pues se necesitan, en efecto, muchos nobles y muchas clases de nobles para que exista la nobleza! O como dije yo en otro tiempo, en parábola: «¡Ésta es precisamente la divinidad, que existan dioses, pero no Dios!»
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Oh hermanos míos, yo os consagro a una nueva nobleza y os la señalo: vosotros debéis ser para mí engendradores y criadores y sembradores del futuro,
en verdad, no una nobleza que vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio.
¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, ¡eso constituya vuestro nuevo honor!
En verdad, no el que hayáis servido a un príncipe ¡qué importan ya los príncipes!
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o el que os hayáis convertido en baluarte de lo que existe ¡para que esté aún más sólido!
No el que vuestra estirpe se haya hecho cortesana en las cortes, y vosotros hayáis aprendido a estar de pie, vestidos con ropajes multicolores, como un flamenco,
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durante largas horas, dentro de estanques poco profundos.
Pues poder estar de pie es un mérito entre los cortesanos: y todos los cortesanos creen que de la bienaventuranza después de la muerte forma parte ¡el que se permita estar sentado!
Ni tampoco el que un espíritu, que ellos llaman santo, condujese a vuestros antepasados a tierras prometidas,
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que yo no alabo: pues nada hay que alabar en la tierra donde creció el más funesto de todos los árboles, ¡la cruz!
y en verdad, a todos los sitios a que ese «espíritu santo» condujo sus caballeros, siempre esas expediciones iban precedidas ¡de cabras y gansos y de cruzados mentecatos!
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¡Oh hermanos míos, no hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza, sino hacia adelante! ¡Expulsados debéis estar vosotros de todos los países de los padres y de los antepasados!
El país de vuestros hijos es el que debéis amar: sea ese amor vuestra nueva nobleza, ¡el país no descubierto, situado en el mar más remoto! ¡A vuestras velas ordeno que partan una y otra vez en su busca!
En vuestros hijos debéis reparar el ser vosotros hijos de vuestros padres: ¡así debéis redimir todo lo pasado!
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¡Esta nueva tabla coloco yo sobre vosotros!
«¿Para qué vivir? ¡Todo es vanidad!
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Vivir es trillar paja;
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vivir es quemarse a sí mismo y, sin embargo, no calentarse.»
Tales anticuados parloteos continúan siendo considerados como «sabiduría»; y por ser viejos y oler a rancio, por eso se los respeta más. También el moho otorga nobleza.
Así les era lícito hablar a los niños: ¡ellos rehúyen el fuego porque éste los ha quemado! Hay mucho infantilismo en los viejos libros sapienciales.
Y a todo el que siempre «trilla paja», ¡cómo iba a serle lícito blasfemar del trillar! ¡A tales necios habría que ponerles el bozal !
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Éstos se sientan a la mesa y no traen nada consigo, ni siquiera el buen hambre: y ahora blasfeman diciendo «¡todo es vanidad!»
¡Pero comer y beber bien, oh hermanos míos, no es en verdad un arte vano! ¡Romped, rompedme las tablas de los eternos descontentos!
«Para el puro todo es puro»
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así habla el pueblo. Pero yo os digo: ¡para los cerdos todo se convierte en cerdo!
Por ello los fanáticos y los beatos de cabeza colgante, que también llevan colgando hacia abajo el corazón, predican: «el mundo mismo es un monstruo merdoso».
Pues todos ellos son de espíritu sucio; y en especial aquellos que no tienen descanso ni reposo si no ven el mundo por detrás, ¡los trasmundanos!
A éstos les digo a la cara, aunque ello no suene de modo agradable: el mundo se asemeja al hombre en que tiene un trasero, ¡eso es verdad!
Hay en el mundo mucha mierda: ¡eso es verdad! ¡Mas no por ello es ya el mundo un monstruo merdoso!
Hay sabiduría en el hecho de que muchas cosas en el mundo huelan mal: ¡la náusea misma hace brotar alas y fuerzas que presienten manantiales!
Incluso en el mejor hay algo que produce náusea; ¡y el mejor es todavía algo que tiene que ser superado!
¡Oh hermanos míos, hay mucha sabiduría en el hecho de que exista mucha mierda en el mundo!
A los piadosos trasmundanos les he oído decir a su propia conciencia estas sentencias y, en verdad, sin malicia ni falsía, aunque nada hay en el mundo más falso ni más maligno.