Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (46 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Las dieciocho naves que formaban la Fuerza de Ataque Áster estaban esperando en su zona de estacionamiento a dos horas luz por encima del plano del sistema de Doornik-319. La autorización les fue transmitida por el comandante de la fuerza, el comodoro Brand, desde el crucero estelar
Indomable
.

—Que todas las naves entren en situación de alerta —dijo el comodoro—. Los yevethanos han opuesto resistencia al bloqueo. Vamos a entrar. En estos momentos deberían estar recibiendo datos puestos al día sobre el objetivo y el vector de salto del Grupo Táctico. La cuenta atrás del salto empezará cuando yo dé la señal. Que todas las baterías se aseguren de haber obtenido una adquisición de blanco positiva; recuerden que dentro de poco habrá mucho movimiento por ahí abajo.

A dos horas luz por debajo del plano planetario, unas instrucciones similares eran transmitidas a los veinte navíos de la Fuerza de Ataque Liana Negra por el comodoro Tolsk. La noticia se fue filtrando rápidamente por todos los niveles de la dotación hasta salir del puente, y llegó incluso a las tripulaciones de combate que esperaban en las carlingas de sus cazas y vehículos de asalto, que ya estaban preparados para el lanzamiento en las cubiertas de los hangares.

—¿Estás vigilando ese motor número tres? —preguntó Skids, usando el canal de comunicación con la carlinga del piloto del ala-K—. Desde aquí atrás parece como si estuviera un poquito excesivamente caliente.

—No le quito los ojos de encima —respondió Esege Tuketu—. Pero todos los sistemas estarán un poquito calientes hasta que abran las puertas y empiecen a echarnos a empujones. No te preocupes, Skids, el motor aguantará.

—Verás, es sólo que no quiero oír un «Oooops» justo al final de un picado a plena potencia sobre uno de esos Destructores Estelares —dijo Skids.

—Te prometo que no lo oirás... —dijo Tuke.

—Estupendo.

—... porque mantendré la boca cerrada y me conformaré con pensar «Oooops».

—¿Tengo tiempo de buscarme otro piloto o ya es demasiado tarde?

Las gigantescas puertas blindadas del Hangar de Atraque Número 5 empezaron a abrirse delante de ellos.

—Es demasiado tarde —dijo Tuke—. Asegúrate de que todos nuestros huevos están a buen recaudo, ¿de acuerdo? No quiero que alguno de ellos se rompa antes de tiempo.

—Dirige el morro de este trasto hacia el objetivo y no tendrás que preocuparte por los huevos.

Moviéndose como un solo aparato bajo el control del jefe de hangar, los bombarderos de asalto del Escuadrón de Bombardeo 24 fueron acelerando a lo largo de las líneas de tensión: primero el Grupo Negro, con sus seis alas-K distribuidos en dos hileras de tres bombarderos cada una, y después el Verde y luego el Rojo. La fase más peligrosa de los lanzamientos en grupo siempre era el desprendimiento de la línea, que debía ser ejecutado con gran precisión: había tan poco espacio disponible que un poco de impaciencia en las filas de atrás podía suponer la pérdida de la mitad del escuadrón.

—Líder Rojo fuera del hangar y en vuelo libre —notificó Tuke al centro de operaciones de combate mientras su sistema de seguimiento se iluminaba—. Adquisición de objetivo en curso.

—Vaya, vaya, vaya... No cabe duda de que han encendido todas las luces para darnos la bienvenida —dijo Skids por el canal de comunicaciones local mientras estiraba el cuello y volvía la cabeza en todas direcciones—. Nunca había visto un cielo tan lleno de estrellas.

El Grupo Rojo se alejó del hangar y empezó a descender hacia el último de los cuatro navíos yevethanos desplegados en una formación lineal que parecía señalar Doornik-319. Los aparatos sólo necesitaron unos momentos para reunirse con los alas-E del Grupo Azul, el Escuadrón de Cazas Número 16, que iban a ser sus cazas de cobertura.

—Ese remolque es nuestro, Líder Azul —dijo Tuke—. Grupo Rojo, armad vuestros huevos y confirmad la adquisición del objetivo mediante vuestros ordenadores de puntería.

Cada uno de los seis bombarderos transportaba dos rechonchos torpedos de plasma T-33, conocidos entre las tripulaciones como rompe-escudos o huevos podridos. Diseñados para estallar en el perímetro del escudo en vez de para atravesarlo, las cabezas de guerra plasmáticas de los T-33 creaban un estallido de radiación más intenso que el de cualquier otra arma iónica de la Nueva República, y su emisión de energía equivalía a la generada por cinco o seis baterías iónicas de un navío primario.

El cono de radiación concentrada y meticulosamente enfocada había sido concebido para sobrecargar los generadores de los escudos de rayos, ya fuese quemándolos mediante la retroalimentación o haciendo que rebasaran su límite de tolerancia mediante el rebote de la oleada de energía. Una vez que aunque sólo fuese un generador hubiera dejado de funcionar, las torres que proyectaban los escudos de partículas serían vulnerables a las tórrelas turboláser de las fragatas. Si todo iba según el plan, los transportes, que ya estaban empezando a ocupar sus posiciones detrás de la pantalla de cruceros, nunca tendrían que mantener una confrontación directa con el enemigo.

Su entrada en el sistema los había dejado a la distancia asombrosamente corta de 16.000 kilómetros de sus objetivos, y el navío yevethano fue creciendo rápidamente en sus pantallas y sistemas escópicos a medida que los bombarderos aceleraban para alcanzar la velocidad de ataque. Ya sólo les quedaban por recorrer tres mil kilómetros cuando Tuketu ordenó al Grupo Rojo que adoptara la formación de hexágono abierto, la cual permitiría que todos dispusieran del espacio suficiente para llevar a cabo maniobras evasivas durante la aproximación y les proporcionaría un incremento de energía motriz libre de obstrucciones cuando se alejaran.

No había ni rastro de los cazas enemigos, pero enseguida empezaron a verse acosados por las andanadas del navío yevethano estacionado a mil quinientos kilómetros de ellos. Tuketu hizo oscilar violentamente su ala-K de un lado a otro en una brusca serie de cambios de curso, y avisó a su técnico de armamento de la oportunidad que les estaba ofreciendo aquel ataque.

—Están disparando a través de sus escudos, Skids... La dispersión del haz nos indicará con toda exactitud la distancia hasta el límite del campo.

—Estoy trabajando en ello —respondió Skids, con la cabeza inclinada sobre sus pantallas de control.

—Pues date prisa —dijo Tuketu—. El punto de lanzamiento se está aproximando a toda velocidad.

Hubo un chisporroteo de inducción cuando un haz iónico pasó a veinte metros del bombardero.

—Líder Rojo, aquí Rojo Cinco... ¿Estáis recibiendo la misma transmisión que yo por el canal de mando?

Tuketu se dio cuenta de que había otras voces en la carlinga en el mismo instante en que Rojo Cinco le formulaba aquella pregunta.

—Nada de charla, Rojo Cinco —respondió automáticamente—. El C Uno tiene que permanecer despejado.

—No somos nosotros, Líder Rojo..., y está por todo el espectro: C Uno, C Dos, la frecuencia de la fuerza expedicionaria, la banda de hipercomunicaciones de la Flota... ¿La estás recibiendo, Líder Rojo? ¿Oyes lo que están diciendo?

El punto de lanzamiento ya casi estaba debajo de ellos. Esege Tuketu se obligó a concentrar su atención en los sonidos que había estado desdeñando como una mera molestia de fondo carente de importancia.

—... soy el kubaziano llamado Totolaya. Resido en la colonia Campana de la Mañana. Soy rehén de los yevethanos. Si atacan, moriré...

El mensaje emitido por el C2 era distinto.

—Soy Brakka Barakas, uno de los ancianos de Nueva Brigia. Soy rehén de los yevethanos. Si nos atacan, moriré...

—Líder Rojo, aquí Rojo Cuatro. ¿Abortamos el ataque?

—Aquí Rojo Dos... ¿Qué hacemos, Tuke?

La decisión tenía que ser tomada en un instante.

—Seguid avanzando hacia el objetivo. Haced vuestros lanzamientos tal como estaba previsto —ordenó secamente Tuketu.

Y justo entonces una andanada iónica surgida de una de las baterías del navío yevethano acertó de lleno a Rojo Cuatro en el blindaje motriz de babor. La carga iónica bailoteó furiosamente sobre la superficie del bombardero. El técnico de armamento de Rojo Cuatro lanzó los huevos antes de que la descarga pudiera llegar hasta ellos.

—¡Huevos fuera! —gritó Skids.

—Soy Liekas Tendo, un ingeniero de minas morathiano. Estoy encerrado en una celda de seguridad a bordo de alguna clase de nave estelar. Las criaturas que nos han tomado como rehenes se llaman a sí mismas yevethanos. Han dicho que si nos atacan me matarán. No nos ataquen, por favor...

Tuketu hizo retroceder bruscamente la palanca de control, conectando el gran cilindro del tercer motor instalado sobre el fuselaje. La potencia motriz añadida alteró rápidamente la trayectoria y el ángulo vectorial del bombardero, impulsándolo hacia arriba y alejándolo de la nave, los escudos y las explosiones que no tardarían en producirse. Como siempre, el repentino tirón gravitatorio llevó a Tuketu hasta el borde de la inconsciencia.

—Soy Grandor Ijjix, de la Soberanía de Norat. Los invasores me han tomado como rehén y me tienen prisionero a bordo de su nave. A todos los navíos de la Nueva República: no ataquen, o seremos erradicados...

Rojo Cuatro nunca llegó a salir del picado. Con sus sistemas inutilizados por el haz iónico, el ala-K continuó cayendo hacia el navío yevethano, siguiendo a sus torpedos con sólo una fracción de segundo de retraso sobre ellos. Cuando los huevos de plasma llegaron al perímetro del escudo, Rojo Cuatro quedó envuelto por la doble bola de fuego. El tamaño medio de los fragmentos que salieron despedidos de la nube estaba mucho más cerca de las dimensiones de una mota de polvo que de las de una nave espacial.

—Jojo... —Tuke cerró los ojos durante un momento, pero enseguida volvió a abrirlos—. Informa sobre los resultados del bombardeo, Skids.

—Negativo... Negativo, el escudo sigue en pie —dijo Skids sin intentar ocultar su disgusto—. Rojo Dos, Tres y Cinco no dejaron caer sus huevos, repito, no dejaron caer sus huevos.

—Aquí Rojo Tres, Líder Rojo. Tuke, lo siento... No fui capaz de hacerlo.

No con rehenes suplicándome que no lo hiciera.

—Hijo de... Te espera un consejo de guerra, Cóndor.

—Aceptaré las consecuencias, pero no estaba dispuesto a ayudar a asesinar a las personas que hemos venido a ayudar.

—Líder Azul a Grupo Rojo: será mejor que volváis al establo, muchachos. El objetivo está lanzando a sus pajaritos. Tenemos diez contactos, y hay más aproximándose.

Tuketu echó un rápido vistazo a la pantalla de seguimiento y empujó la palanca de control hacia adelante, haciendo que su bombardero trazase un veloz giro que dejó su morro nuevamente dirigido hacia el
Indomable
.

—Rojo Dos, Rojo Tres y Rojo Cinco: encontrad un sitio seguro donde lanzar vuestro cargamento de bombas. Que todo el mundo vuelva a casa, y lo más deprisa posible. Líder Rojo a jefe de vuelo: prepárese para recibir cinco aparatos, tiempo de llegada estimado cuatro minutos.

Fueron cuatro minutos de infierno. Los cazas yevethanos eran veloces y mortíferos y los alas-E, seriamente superados en número, no podían mantenerlos a raya. Rojo Tres quedó desintegrado cuando volvía del sitio en el que había dejado caer sus bombas. Rojo Cinco recibió un impacto en el ala de babor y otro justo debajo de la carlinga, y estalló en una bola de llamas un instante antes de que pudiera llegar a la sombrilla protectora del crucero
Galante
. El Grupo Azul tuvo todavía peor suerte, sólo uno de los bombarderos consiguió regresar a la comparativa seguridad de los hangares de atraque del
Indomable
.

Con el casco debajo del brazo, los ojos vacíos de toda expresión y el rostro tenso, Esege Tuketu permaneció inmóvil junto al jefe de hangar mientras las bajas iban apareciendo en el tablero de anuncios. Jojo. Keek. Bobo y el Oso. Pacci. Nooch.

Cuando el nombre de Miranda apareció en el tablero, Tuketu no pudo seguir soportando por más tiempo aquella letanía ensangrentada y giró sobre sus talones y se fue.

Con la piel pálida y helada, el general Ábaht contemplaba desde el puente del
Intrépido
cómo las variaciones sobre el mismo tema se iban desarrollando por todo el campo de batalla.

Cada bombardero de ataque, cada caza de cobertura y cada navío primario de la Fuerza de Ataque Áster y la Fuerza de Ataque Liana Negra estaba recibiendo un bombardeo continuo de súplicas de rehenes a través de todos los canales de comunicaciones usados por la Flota. El número de artilleros que titubeó y de pilotos que se desviaron antes de alcanzar el objetivo fue lo suficientemente elevado para que ningún navío primario yevethano resultase alcanzado.

Y durante la retirada —tanto la llena de confusión que se inició espontáneamente como la oficial que Ábaht ordenó unos minutos después— diecinueve de los pequeños pájaros de guerra de la Flota fueron destruidos. Un incendio en el hangar del transporte
Audaz
consumió a catorce más y dejó inutilizables los tres compartimentos de babor. El crucero
Falange
recibió un impacto en la popa mientras estaba remolcando a un ala-E incapacitado hacia el interior del perímetro protector de sus escudos mediante un rayo tractor, y los daños se extendieron hasta el mamparo número 14.

El precio en vidas, contando la pérdida del
Trinchera
, superó el millar.

Pero Ábaht sabía que el precio total de la derrota iba mucho más allá de esos pilotos..., y el precio final en sangre se encontraba más allá de toda medida posible.

«No nos tienen ningún miedo. No temen morir. No hay nada que podamos usar para controlar su comportamiento salvo la fuerza..., y esa guerra que no queremos librar.»

El
Intrépido
permaneció inmóvil, oculto entre el potente resplandor de la estrella de Doornik-319, mientras las fuerzas de la Quinta Flota iban saliendo del sistema en saltos individuales o por parejas. Ábaht no dio la espalda a las pantallas hasta que el transporte fue la última nave de la Quinta Flota que quedaba en el sistema y sólo entonces bajó a la sección principal del puente, moviéndose lenta y rígidamente sobre sus piernas temblorosas.

—Sáquennos de aquí, capitán Morano —dijo.

Behn-kihl-nahm avanzaba por el desierto Pasillo Conmemorativo con largas e impacientes zancadas. Dos ingenieros de mantenimiento, ninguno de los cuales estaba acostumbrado a moverse tan deprisa, intentaban no quedarse rezagados.

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