Se había llevado un libro-película de la biblioteca del proyecto, y Bigman dio una ojeada al título: Tratado de robótica. Lucky introdujo metódicamente el inicio de una película en el visor. Bigman se agitó, intranquilo.
—¿Pretendes ver toda esa película, Lucky? —Ésa es mi intención, Bigman. —¿Te importa que vaya a ver a Norrich?
—Adelante. —Lucky tenía el visor encima de los ojos y se hallaba recostado, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Bigman cerró la puerta y permaneció un momento junto a ella, un poco nervioso. Primero tendría que haberlo hablado con Lucky, sabía que tendría que haberlo hecho; pero la tentación...
Se dijo a sí mismo: «No voy a hacer nada. Me limitaré a comprobar una cosa. Si me equivoco, me equivoco, y entonces, ¿por qué molestar a Lucky? Pero si da resultado, tendré realmente algo que decirle. » La puerta se abrió enseguida cuando llamó, y vio a Norrich, con los ojos fijos en dirección a la puerta, sentado ante una mesa sobre la que había un tablero de ajedrez con extrañas figuras. —¿ Sí?
—Soy Bigman —dijo el pequeño marciano. —¡Bigman! Entre y siéntese. ¿Está el consejero Starr con usted?
La puerta volvió a cerrarse, y Bigman paseó la mirada por la habitación profusamente iluminada. Sus labios se fruncieron.
—Está ocupado. Pero yo estoy harto de Agrav por hoy. El doctor Panner me lo ha enseñado todo, pero casi no he entendido nada. Norrich sonrió.
—No puedo decir que esté usted en minoría, pero aunque no sepa matemáticas, hay algunas cosas que no son muy difíciles de entender.
—¿No? ¿Le importaría explicármelas? —Bigman se sentó en un amplio sillón y se agachó para mirar por debajo de la mesa de Norrich. Mutt estaba allí tendido, con la cabeza entre las patas delanteras y un ojo clavado en Bigman.
«Que siga hablando —pensó Bigman—. Que siga hablando hasta que encuentre un agujero o haga uno. » —Mire esto —dijo Norrich. Agitaba una de las fichas que había estado sosteniendo—. La gravedad es una forma de energía. Un objeto como esta pieza que tengo en la mano, que está bajo la, influencia de un, campo gravitacional pero no puede moverse, tiene lo que se llama energía potencial. Si yo soltara la pieza, la energía potencial se convertiría en movimiento... o energía cinética, como se denomina. Como sigue bajo la influencia del campo gravitacional a medida que cae, lo hace cada vez con mayor rapidez. —Soltó la pieza en aquel preciso instante, y ésta cayó.
—Hasta estrellarse —dijo Bigman. La ficha llegó al suelo y rodó.
Norrich se agachó como si quisiera recuperarla y después dijo:
—¿Quiere hacer el favor de cogérmela, Bigman? No sé exactamente dónde ha caído.
Bigman disimuló su decepción. La recogió y la devolvió.
—Hasta hace muy poco —dijo Norrich, esto era lo único que podía hacerse con la energía potencial: convertirla en energía cinética. Claro que la energía cinética podía emplearse para otras cosas. Por ejemplo, el agua de las Cataratas del Niágara podría utilizarse para obtener electricidad, pero esto es diferente. En el espacio, la gravedad da por resultado el movimiento y eso es todo.
»Piense en el sistema de lunas joviano. Nosotros estamos en Júpiter Nueve, muy lejos. A veintitrés millones de kilómetros. Con respecto a Júpiter, tenemos una enorme cantidad de energía potencial. Si tratamos de ir a Júpiter Uno, el satélite Io, que sólo está a 455.000 kilómetros de Júpiter, podemos decir que, en cierto modo, estamos cayendo todos esos millones de kilómetros. Adquirimos una velocidad tremenda que continuamente hemos de contrarrestar empujando en la dirección contraria con un motor hiperatómico. Se necesita una energía enorme. Por otra parte, si equivocamos nuestra trayectoria, estamos en constante peligro de seguir cayendo, en cuyo caso sólo hay un sitio donde ir, y éste es Júpiter..., y Júpiter representa una muerte instantánea. Ahora bien, aunque aterricemos sanos y salvos en Io, hay el problema de regresar a Júpiter Nueve, lo cual significa elevarnos todos esos millones de kilómetros en contra de la gravedad de Júpiter. La cantidad de energía requerida para maniobrar entre las lunas de Júpiter es verdaderamente prohibitiva. —¿Y el sistema Agrav? —preguntó Bigman.
—¡Ah! Esto es muy distinto. Una vez se utiliza un convertidor Agrav, la energía potencial puede ser transformada en otras formas de energía que la energía cinética. En el pasillo Agrav, por ejemplo, la fuerza de la gravedad en una dirección se utiliza para cargar el campo gravitacional en la dirección contraria a medida que se cae. Las personas que caen en una dirección proporcionan energía a las personas que caen en la otra. Descargando la energía de este modo, usted mismo, mientras cae, no necesita aumentar la velocidad. Puede caer a cualquier velocidad menor a la velocidad natural de caída. ¿Lo entiende? Bigman no estaba muy seguro de entenderlo, pero dijo: —Adelante.
—En el espacio es distinto. No hay un segundo campo gravitacional adonde transmitir la energía. En cambio, se convierte en energía de campo hiperatómico y se acumula de esta forma. Al hacer esto, una nave espacial puede caer desde Júpiter Nueve hasta Io a cualquier velocidad inferior a la velocidad natural de caída sin tener que emplear energía para disminuirla. Prácticamente no se gasta energía, excepto en el ajuste final a la velocidad orbital de Io. Y la seguridad es completa, ya que la nave está siempre perfectamente controlada. La gravedad de Júpiter podría ser suprimida por completo, en caso necesario. »El regreso a Júpiter Nueve sigue requiriendo energía. Esto es algo que no se ha podido evitar. Pero ahora podemos usar la energía que previamente hemos almacenado en el condensador de campo hiperatómico para volver. La energía del propio campo gravitacional de Júpiter es utilizada para regresar. —Suena bien —dijo Bigman. Se removió en su asiento. No llegaba a ninguna parte. De repente preguntó—: ¿Qué es ese juego que tiene encima de la mesa? —Ajedrez —repuso Norrich—. ¿Sabe jugar?
—Un poco —confesó Bigman—. Lucky me enseñó, pero no es divertido jugar con él. Siempre gana. — Después preguntó, de improviso—: Y usted, ¿cómo juega al ajedrez? —¿Lo dice porque soy ciego? —Uh...
—No se preocupe. No me importa hablar de mi ceguera... Es bastante fácil de explicar. Este tablero es magnético y las piezas están hechas de una ligera aleación magnética para adherirse al lugar donde se ponen y no caerse si las toco con el brazo inadvertidamente. Mire, compruébelo, Bigman. Bigman cogió una de las piezas. Salió como si estuviera pegada en almíbar, después se despegó. —Como verá —dijo Norrich—, no son piezas de ajedrez ordinarias. —Se parecen más a las fichas de damas —gruñó Bigman.
—También es para que no las tire. Sin embargo, no son completamente planas. Tienen dibujos en relieve que puedo identificar fácilmente por el tacto y que se parecen bastante a las piezas normales para que otra persona las reconozca y pueda jugar conmigo. Véalo usted mismo.
Bigman no tuvo ningún problema. El círculo de puntos en relieve tenía que ser la reina, mientras que la crucecita en el centro de otra pieza era el rey. Las piezas con las ranuras oblicuas eran los alfiles, el círculo de cuadrados en relieve las torres, las puntiagudas orejas de caballo los caballos, y los pomos redondos los peones.
Bigman se encontró en un callejón sin salida. Preguntó:
—¿Qué está haciendo en este momento? ¿Jugar una partida usted solo?
—No, estoy resolviendo un problema. Las piezas están dispuestas tal como usted ve y hay una forma y sólo una en que las blancas ganen la partida en tres movimientos exactos, y yo estoy tratando de averiguar cuál es esa forma.
—¿Cómo puede distinguir las blancas de las negras? —preguntó Bigman. Norrich se echó a reír.
—Si se acerca un poco, verá que las piezas blancas tienen muescas a lo largo del borde y las negras, no. —Oh. Entonces tiene que acordarse de dónde están todas las piezas, ¿no?
—Eso no es difícil —repuso Norrich—. Parece que se necesite una memoria fotográfica, pero en realidad lo único que tengo que hacer es pasar la mano por encima del tablero y comprobar la disposición de las piezas. Se habrá fijado en que los cuadros están marcados también por pequeñas muescas.
Bigman se encontró respirando aceleradamente. Había olvidado los cuadros del tablero, estaban marcados por pequeñas muescas. Se sintió como si estuviera jugando una especie de partida de ajedrez, en la cual fuese batido en toda regla.
—¿Le importa que mire? —inquirió vivamente—. Quizá descubra la solución.
—En absoluto —repuso Norrich—. Ojalá pueda. Hace media hora que lo intento y empiezo a desanimarme. Siguió un minuto o dos de silencio, y entonces Bigman se levantó, con el cuerpo tenso por el esfuerzo de no hacer ningún ruido. Sacó una pequeña linterna de uno de sus bolsillos y se dirigió hacia la entrada cautelosamente. Norrich continuó inclinado sobre el tablero. Bigman lanzó una rápida mirada hacia Mutt, pero el perro tampoco se movió.
Bigman llegó a la pared y, sin atreverse siquiera a respirar, apoyó silenciosamente una mano en el interruptor de la luz. En el mismo instante, la luz de la habitación se apagó y una profunda oscuridad lo invadió todo.
Bigman trató de acordarse de la dirección donde estaba la silla de Norrich. Levantó la linterna. Oyó un ruido sordo, y después la voz de Norrich le interpeló con sorpresa y desagrado: —¿Por qué ha apagado la luz, Bigman?
—Me lo suponía, exclamó Bigman con voz triunfante. Enfocó la luz de la linterna en el rostro de Norrich—. Usted no es ciego y le acuso de espionaje.
—No sé lo que está haciendo —exclamó Norrich—, pero, por el Espacio, ¡no haga ningún movimiento brusco o Mutt se lanzará sobre usted!
—Sabe exactamente lo que estoy haciendo —dijo Bigman—, porque ve a la perfección que he sacado la pistola de aguja, y creo que ya se ha enterado de que soy un magnífico tirador. Si su perro da un paso en dirección a mí, será su fin. —No le haga daño a Mutt, ¡se lo ruego! .
Bigman no estaba preparado para la súbita angustia que expresó la voz del otro. Dijo: —Pues cálmese y venga conmigo y no le pasará nada. Iremos a ver a Lucky. Y si nos cruzamos con alguien en el pasillo, no diga otra cosa que «Buenas noches». No olvide que estaré justo detrás de usted. Norrich dijo: —No puedo ir sin Mutt.
—Claro que puede —replicó Bigman—. Sólo son cinco pasos. Aunque fuera realmente ciego podría arreglárselas..., un tipo que hace rompecabezas y todo eso. Lucky, al oír abrirse la puerta, alzó el visor de su cabeza y dijo: —Buenas noches, Norrich. ¿Dónde está Mutt?
Bigman intervino antes de que el otro tuviera oportunidad de contestar:
—Mutt está en la habitación de Norrich, y éste no lo necesita. Arenas de Marte, Lucky. ¡Norrich no es más ciego que yo!
—¿Qué?
—Su amigo está completamente equivocado, señor Starr —empezó Norrich—. Quiero decirle... Bigman replicó:
—¡Usted cállese! Yo seré el que hable, y cuando le pregunten, podrá decir lo que quiera. Lucky se cruzó de brazos.
—Si no le importa, señor Norrich, me gustaría oír lo que Bigman tiene que explicarme. Y mientras tanto, Bigman, ¿qué te parece si guardas la pistola de aguja? Bigman obedeció con una mueca. Dijo:
—Mira, Lucky, he sospechado de ese tipo desde el principio. Sus rompecabezas tridimensionales me dieron qué pensar. Los hacía con demasiada facilidad. Enseguida empecé a preguntarme si no sería el espía. —Ésta es la segunda vez que me llama espía —exclamó Norrich—. No lo permitiré. —Mira, Lucky —prosiguió Bigman, haciendo caso omiso de la protesta de Nórrich—, sería muy astuto tener a un espía que se hiciera pasar por ciego. De este modo vería muchas cosas que nadie pensaría que había visto. La gente no disimularía; no ocultarían las cosas. Podría estar frente a algún documento vital y pensarían: «No es más que el pobre Norrich. No puede ver. » Lo más probable es que ni siquiera se fijaran en él. ¡Arenas de Marte, sería un plan perfecto! Norrich parecía más estupefacto a cada momento.
—Pero es que yo soy ciego. Si lo dice por los rompecabezas tridimensionales o el ajedrez, le he explicado... —Oh, claro, nos ha explicado —le cortó despectivamente Bigman—. Lleva muchos años inventando explicaciones. Sin embargo, ¿cómo va a explicarnos que estuviese solo en su habitación con las luces encendidas? Cuando he entrado, Lucky, hace una media hora, la luz estaba encendida. No es que la encendiese para mí. El conmutador estaba demasiado lejos de la silla donde él se encontraba sentado. ¿Por qué?
—¿Por qué no? —dijo Norrich—. A mí me es completamente igual que esté encendida o apagada, así que la tengo encendida mientras estoy levantado en atención a los que vengan a visitarme, como usted. —Muy bien —repuso Bigman—. Esto demuestra su gran habilidad para encontrar respuesta a todo... cómo puede jugar al ajedrez, cómo puede identificar las piezas, todo. En una ocasión ha estado a punto de traicionarse. Dejó caer una de las piezas de ajedrez y se inclinó para recogerla, pero se acordó justo a tiempo y me pidió que lo hiciese yo.
—Normalmente —dijo Norrich— sé dónde cae una cosa por el ruido. Esa pieza rodó. —Adelante, siga con sus explicaciones —dijo Bigman—. No le servirán de nada, porque hay una cosa que no puede explicar. Lucky, quería someterle a una prueba. Iba a apagar la luz, y después enfocar mi linterna de bolsillo sobre sus ojos a la máxima intensidad. Si no era ciego, tendría que sobresaltarse o, por lo menos, parpadear. Estaba seguro de atraparle. Pero ni siquiera he podido ir tan lejos. En cuanto he apagado la luz, ese tipo se olvida de todo y dice: «¿Por qué ha apagado la luz...?» ¿Cómo supo que había apagado la luz, Lucky? ¿Cómo lo supo? —Pero... —empezó Norrich. Bigman no le dejó continuar.
—Puede palpar las piezas de ajedrez y los rompecabezas tridimensionales y todo eso, pero no puede palpar que la luz se ha apagado. Ha tenido que verlo.
—Creo que ya es hora de que dejemos hablar al señor Norrich —dijo Lucky.
—Gracias —dijo Norrich—. Yo soy ciego, consejero, pero mi perro no lo es. Cuando apago la luz por la noche, tal como he dicho antes, no noto la diferencia, pero para Mutt eso significa que es hora de dormir y entonces se va a su rincón.
He oído a Bigman yendo de puntillas hacia la pared donde está el interruptor de la luz. Él trataba de no hacer ruido, pero un hombre que lleva cinco años ciego puede oír hasta el más ligero roce. En cuanto ha dejado de andar, he oído que Mutt se iba a su rincón. No se necesitaba mucha materia gris para deducir lo que había sucedido. Bigman se hallaba junto al conmutador de la luz y Mutt se había acostado. Era evidente que acababa de apagar la luz. El ingeniero volvió el rostro hacia Bigman, y después hacia Lucky, como si aguzara los oídos en espera de una respuesta.