Las lunas de Júpiter (7 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las lunas de Júpiter
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—No —repuso Norrich con súbita energía—. Hay que entender a Summers. Ha tenido poca suerte en la vida: un hogar roto, unos padres que no se ocuparon de él... Se desvió del camino recto. Es verdad que ha estado en la cárcel, pero sólo por intervenir en algunos robos de poca importancia. Si se hubiera quedado en la Tierra, no habría hecho nada útil en toda su vida. Pero vino a Júpiter Nueve. Aquí se ha hecho una vida nueva. Empezó como peón al mismo tiempo que estudiaba. Ha aprendido la técnica de construcción de baja gravedad, el mecanismo de los campos de fuerza y las técnicas Agrav. Ha sido ascendido a un puesto de responsabilidad y ha realizado un trabajo magnífico. Es respetado, admirado y bien considerado. Ha aprendido lo que es tener honor y posición y lo que más teme es la posibilidad de volver a la Tierra y a su antigua vida. —Claro, la odia tanto —dijo Bigman— que trató de matar a Lucky haciendo trampas en la pelea. —Sí —dijo Norrich frunciendo el ceño—, me he enterado de que tenía un oscilador subfásico para inutilizar los mandos del consejero. Ha sido una estupidez por su parte, pero estaba aterrorizado. Miren, en el fondo, es un hombre de buen corazón. Cuando mi viejo Mutt falleció... —¿Su viejo Mutt? —preguntó Lucky.

—Tuve un perro lazarillo antes que éste al que también llamaba Mutt. Murió en un cortocircuito de un campo de fuerza que también causó la muerte de dos hombres. No tendría que haber estado allí, pero a veces los perros quieren correr sus propias aventuras. Éste también lo hace, cuando no le necesito, pero siempre regresa. —Se agachó para dar una ligera palmada en el costado del perro, y Mutt cerró un ojo y movió la cola de un lado a otro.

»Como iba diciendo —prosiguió—, cuando el viejo Mutt falleció, pareció que no conseguiría otro y tendría que ser enviado a casa. Aquí no soy de ninguna utilidad sin un perro. Los perros lazarillos escasean; hay listas de espera. La administración de Júpiter Nueve no quería usar sus influencias porque no tenía ningún interés en proclamar a los cuatro vientos que uno de sus ingenieros de construcción era ciego. El bloque económico del Consejo no hace más que esperar algo parecido para hacer publicidad en contra nuestra. Y es aquí donde entra Summers en acción. Recurrió a algunos contactos que tenía en la Tierra y trajo a Mutt. No fue exactamente legal, incluso podríamos decir que fue mercado negro, pero Summers arriesgó la posición que aquí ocupa para hacer un favor a un amigo, y yo le debo mucho. Espero que recuerde que Summers puede hacer y ha hecho cosas como ésa y que no le juzgará muy duramente por sus acciones de hoy. Lucky dijo:

—No voy a tomar ninguna medida contra él. Ya lo había decidido antes de esta conversación. Sin embargo, estoy seguro de que el verdadero nombre de Summers y sus antecedentes no son desconocidos por el Consejo, y pienso remitirme a los hechos. Norrich enrojeció.

—No deje de hacerlo. Verá como no es tan mala persona.

—Así lo espero. Pero dígame una cosa. Mientras todo eso tenía lugar, la administración del proyecto no ha intentado siquiera intervenir. ¿No lo encuentra extraño? Norrich se echó a reír suavemente.

—Nada extraño. No creo que al comandante Donahue le hubiera importado mucho que usted muriera, excepto por los problemas que hubiera tenido para ocultarlo. Tiene otras cosas más importantes en qué pensar aparte de usted y sus investigaciones. —¿Cosas más importantes?

—Desde luego. El director de este proyecto se cambia todos los años; política rotativa del Ejército. Donahue es el sexto jefe que hemos tenido y decididamente el mejor. Debo reconocerlo. Ha simplificado el papeleo y no ha intentado convertir el proyecto en un campamento militar. Ha dado libertad de acción a los hombres y les deja armar un poco de escándalo de vez en cuando; todo esto le ha dado buenos resultados. Ahora la primera nave Agrav está lista para despegar en cualquier momento. Algunos dicen que es cuestión de días. —¿Tan pronto?

—Podría ser. Pero el problema estriba en que el comandante Donahue debe ser relevado dentro de menos de un mes. Un retraso en este momento significaría que el despegue de la nave Agrav no tendría lugar hasta que el sucesor de Donahue se hiciera cargo de su puesto. El sucesor de Donahue llegará para montar en él, tener la fama, constar en los libros de historia, y Donahue será olvidado.

—No es extraño que no te quisiera en Júpiter Nueve—dijo apasionadamente Bigman—. No es extraño que no te quisiera, Lucky.

Lucky se encogió de hombros.

—No malgastes energías, Bigman.

Pero Bigman dijo:

—¡La sucia alimaña! Sirio podría conquistar la Tierra sin que a él le importara mientras pudiera dar un paseo en su miserable nave. —Alzó un puño cerrado, y se oyó un gruñido de Mutt. Norrich dijo vivamente: —¿Qué está haciendo, Bigman?

—¿Qué? —Bigman experimentó una verdadera sorpresa—. No estoy haciendo nada. —¿Algún gesto amenazador? Bigman se apresuró a bajar el brazo. —No exactamente.

—Debe tener cuidado cuando esté Mutt delante. Ha sido entrenado para cuidarme... Mire, se lo demostraré. Dé un paso hacia mí y simule que va a pegarme. Lucky dijo:

—No es necesario. Comprendemos...

—Se lo ruego —insistió Norrich—. No hay peligro. Detendré a Mutt a tiempo. En realidad, así hace prácticas. Todos los del proyecto me cuidan tanto que ya no sé si recuerda su entrenamiento. Adelante, Bigman. Bigman dio un paso adelante y alzó un brazo con indiferencia. Inmediatamente las orejas de Mutt bajaron, sus ojos se entrecerraron, sus colmillos se vieron con claridad, los músculos de sus patas se aprestaron a saltar y un ronco gruñido salió de las profundidades de su garganta. Bigman retrocedió apresuradamente, y Norrich dijo:

—¡Abajo, Mutt! —El perro obedeció. Lucky percibió, claramente, el aumento y descenso de tensión en la mente de Bigman y el ingenuo triunfo de Norrich. Norrich dijo:

—¿Cómo sigue con el huevo tridimensional, Bigman?

El pequeño marciano, verdaderamente exasperado, dijo:

—He renunciado. He logrado unir dos piezas y ninguna más.

Norrich se echó a reír.

—Es sólo cuestión de práctica. Mire.

Cogió las dos piezas que Bigman tenía en la mano y dijo:

—No me extraña. Tiene estas dos mal puestas. —Quitó una pieza de un golpecito, volvió a unir las dos, añadió otra pieza y así sucesivamente hasta tener siete piezas formando un ovoide con un agujero en medio. Cogió la octava, la pieza clave la metió, le dio media vuelta en el sentido de las manecillas del reloj, la empujó y dijo—: Terminado.

Lanzó el huevo concluido por los aires y lo cogió al vuelo, mientras Bigman le observaba con disgusto. Lucky se puso en pie.

—Bueno, señor Norrich, ya nos veremos en otra ocasión. Recordaré sus comentarios acerca de Summers y los demás. Gracias por la copa. —Seguía intacta en la mesa.

—Encantado de haberles conocido —dijo Norrich, levantándose y estrechándoles cordialmente la mano. Lucky no podía conciliar el sueño. Permanecía tendido en la oscuridad de su habitación, a cientos de metros bajo la superficie de Júpiter Nueve, escuchando los suaves ronquidos de Bigman en la habitación contigua, y pensaba en los sucesos del día. Los repasó una y otra vez.

¡Estaba preocupado! Había ocurrido algo que no tendría que haber ocurrido; o no había ocurrido algo que tendría que haber ocurrido.

Pero estaba cansado y todo era un poco irreal y confuso en el mundo de la semiinconsciencia. Algo se agarró al borde de su consciencia. Trató de retenerlo, pero no lo consiguió. Y cuando llegó la mañana ya no quedaba nada.

Bigman llamó a Lucky desde su propia habitación mientras éste se estaba secando bajo los suaves chorros de aire caliente después de ducharse. El pequeño marciano gritó:

—Oye, Lucky, he aumentado el suministro de dióxido carbónico de la V-rana y metido más algas. La llevaremos a nuestra entrevista con el maldito comandante, ¿verdad? —Claro que sí, Bigman.

—Pues ya está todo preparado. ¿Qué te parece si le digo al comandante todo lo que pienso de él? —Muy mal, Bigman.

—¡Rayos y centellas! Ahora me toca a mí ducharme.

Como todos los hombres del Sistema Solar que habían crecido en un planeta que no fuera la Tierra, Bigman se deleitaba con el agua cuando podía obtenerla, y para él una ducha era una experiencia maravillosa. Lucky se preparó para una sesión de maullidos que Bigman llamaba canciones.

El interfono sonó cuando Bigman estaba empeñado en un dudoso fragmento de melodía que sonaba estridentemente desafinado y en el mismo momento que Lucky acababa de vestirse. Lucky se acercó al aparato y activó la recepción. —Starr al habla.

—¡Starr! —El rostro arrugado del comandante Donahue apareció en el visipanel. Tenía los labios finos y apretados y toda su expresión demostraba hostilidad al mirar a Lucky—. He oído no sé qué de una pelea entre usted y uno de nuestros trabajadores.

—¿ Sí?

—Veo que no está herido. Lucky sonrió. —No hay novedad. —Recordará que se lo advertí. —No me he quejado.

—En ese caso, y en interés del proyecto, querría preguntarle si piensa redactar un informe al respecto. —A menos que tenga alguna relación directa con el problema que me ha traído aquí, no pienso mencionar el incidente.

—¡Bien! —Donahue pareció súbitamente aliviado—. Me pregunto si podría extender dicha actitud a nuestra entrevista de esta mañana. Nuestra entrevista podría ser grabada para informes particulares y yo preferiría... —De acuerdo, comandante.

—¡Muy bien! —El comandante se relajó hasta adoptar una cierta cordialidad—. Así pues, nos veremos dentro de una hora.

Lucky era ligeramente consciente de que la ducha de Bigman se había detenido y que sus cantos se habían transformado en tarareos. En aquel momento el tarareo también cesó y hubo un momento de silencio. Lucky habló por el transmisor: —sí, comandante, buen...

Entonces Bigman lanzó un estridente y casi incoherente grito: —¡Lucky!

Lucky se puso en pie a toda velocidad y estuvo en la puerta de comunicación entre las dos habitaciones en dos zancadas.

Pero Bigman llegó al umbral antes que él, con los ojos desorbitados por el horror. —¡Lucky! ¡La V-rana! ¡Está muerta! ¡La han matado!

7 EL ROBOT ENTRA EN JUEGO

El recipiente de plástico de la V-rana estaba roto y el suelo se hallaba mojado de su contenido acuoso.

La V-rana, medio oculta por las hojas y las algas de que se alimentaba, estaba completamente muerta.

Ahora que había muerto y era incapaz de controlar las emociones, Lucky pudo mirarla sin el forzado cariño que él, igual que todos los demás que entraban en su radio de influencia, había sentido. Sin embargo, sintió cólera... principalmente contra sí mismo por haber dejado que se burlaran de él.

Bigman, mojado por la ducha, sin otra cosa encima más que los calzoncillos, abría y cerraba los puños.

—Es culpa mía, Lucky. Es sólo culpa mía.

Gritaba tantísimo en la ducha que no podía oír entrar a nadie.

Realmente la palabra «entrar» no era la más apropiada.

El criminal no se había limitado a entrar; había forzado la entrada quemándola. Los mandos de la cerradura estaban fundidos y derretidos con lo que debía haber sido un proyector energético de calibre bastante grande.

Lucky regresó junto al interfono.

—¿Comandante Donahue?

—Sí, ¿qué ha sucedido? ¿Algo malo?

—Nos veremos dentro de una hora. —Cerró la comunicación y volvió al lado del apenado Bigman. Dijo sombríamente—: Es culpa mía, Bigman. Tío Héctor me dijo que los sirianos aún no habían descubierto los poderes emocionales de la V-rana, y acepté su afirmación demasiado a la ligera. Si hubiera sido un poco menos optimista acerca de la ignorancia siriana, ninguno de nosotros habría perdido de vista a esa criatura ni un solo segundo.

El teniente Nevsky les llamó, sin abandonar su posición de firmes, cuando Lucky y Bigman salieron de su habitación.

Dijo en voz baja:

—Me alegro, señor, de que no resultara herido en el encuentro de ayer. Yo no le habría dejado, señor, de no habérmelo usted ordenado terminantemente.

—No se preocupe, teniente —repuso Lucky con aire distraído. Su mente no dejaba de remontarse a aquel momento de la noche anterior en que, por un brevísimo instante, un pensamiento le había asaltado en la semiinconsciencia, desvaneciéndose después. Pero no pudo recordarlo, y finalmente Lucky se concentró en otros asuntos.

Ya habían entrado en el pasillo Agrav, y esta vez estaba lleno de hombres, cayendo limpia y despreocupadamente en ambas direcciones. El ambiente era el característico del comienzo de un día laborable. Aunque los hombres trabajaban bajo tierra y no había día ni noche, se mantenía el horario de veinticuatro horas. La humanidad llevaba la familiar rotación de la Tierra a todos los mundos donde vivía. Y aunque se trabajaba por turnos ininterrumpidos, el mayor número de hombres siempre trabajaba en el «turno de día» de nueve a cinco, según la hora solar.

En aquel momento eran casi las nueve, y en los pasillos Agrav los hombres se apresuraban en dirección a sus puestos de trabajo. Había una sensación de «mañana» casi tan fuerte como si hubiera un sol saliendo por el este y hierba cubierta de rocío.

Había dos hombres sentados a la mesa cuando Lucky y Bigman entraron en la sala de conferencias. Uno de ellos era el comandante Donahue, cuyo rostro mostraba trazas de una tensión cuidadosamente controlada. El comandante se levantó y presentó fríamente al otro: James Panner, ingeniero jefe y director civil del proyecto. Panner era un hombre corpulento de rostro aceitunado, hundidos ojos oscuros y cuello de toro. Llevaba una camisa oscura abierta por el cuello y no lucía insignia de ninguna clase. El teniente Nevsky saludó y se retiró. El comandante Donahue esperó a que se cerrara la puerta y dijo: —Ahora que nos hemos quedado los cuatro solos, podemos empezar a hablar de negocios. —Los cuatro y un gato.—dijo Lucky, acariciando a una pequeña criatura que apoyaba sus patas delanteras en la mesa y le contemplaba solemnemente—. No es el mismo gato que vimos ayer, ¿verdad? El comandante frunció el ceño.

—Quizá sí, quizá no. Tenemos bastantes gatos en el satélite. Sin embargo, me imagino que no estamos aquí para hablar de animales caseros.

Lucky dijo:

—Al contrario, comandante, creo que es un tema muy apropiado para iniciar una conversación, y lo he escogido deliberadamente. ¿Se acuerda de mi animalito, señor?

—¿Su pequeña criatura venusiana? —preguntó el comandante con súbito calor— Claro que me acuerdo. Era... —se interrumpió, confundido, como si se preguntara, en ausencia de la V-rana, cuál podía ser la razón de su entusiasmo.

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