—Dime, consejero Entrometido, ¿sabes moverte bajo la Agrav? —Acabo de hacerlo, señor Summers.
—Bueno, te someteremos a una prueba para asegurarnos. Aquí no puede haber nadie que no conozca todos los trucos de la Agrav. Es demasiado peligroso, ¿De acuerdo, muchachos? —¡De acuerdo! —volvieron a corear.
—Armand, aquí presente —dijo Summers, posando una mano en la ancha espalda de Armand—, es nuestro mejor profesor. Sabrás todo lo que hay que saber sobre la Agrav cuando haya terminado contigo. Es decir, si te mantienes fuera de su alcance. Sugiero que salgas al pasillo Agrav. Armand irá enseguida. Lucky preguntó: —¿Y si me niego?
—Te sacaremos nosotros mismos y Armand irá detrás de ti. Lucky asintió.
—Parecen decididos. ¿Hay alguna regla en esta lección que voy a recibir? Se oyeron fuertes risotadas, pero Summers levantó los brazos.
—Lo único que tienes que hacer es mantenerte fuera del alcance de Armand. Es la única regla que debes recordar. Nosotros estaremos en la entrada del pasillo, mirando. Si intentas escaparte de la Agrav antes de haber terminado la lección, te devolveremos a ella, y los hombres apostados en los demás niveles están dispuestos a hacer lo mismo. Bigman exclamó:
—¡Arenas de Marte, su hombre pesa veinte kilos más que Lucky y es un experto en Agrav! Summers se encaró con él mostrando una burlona sorpresa.
—¡No! No se me había ocurrido pensarlo. ¡Qué lástima! —Se oyeron unas cuantas carcajadas—. En marcha, Starr. Entra en el pasillo, Armand. Arrástrale si tienes que hacerlo.
—No será necesario —dijo Lucky. Dio media vuelta y penetró en el espacio abierto del ancho pasillo Agrav. Cuando sus pies perdieron el contacto con el suelo, rozó suavemente la pared con los dedos, girando en un lento movimiento rotativo que detuvo con otro roce en la pared. Después permaneció inmóvil y se encaró con los hombres.
La maniobra de Lucky levantó algunas murmuraciones, y Armand movió aprobadoramente la cabeza, hablando por vez primera: —Bueno, caballero, no está mal.
Summers, con los labios súbitamente fruncidos y una nueva arruga surcando su frente, descargó un fuerte golpe en la espalda de Armand.
—¡Tú no hables, idiota! Ve tras él y dale su merecido. Armand avanzó lentamente. Dijo: —Oye, Red, no vayas a exagerar la nota esta vez. El rostro de Summers se contrajo de ira.
—¡Decídete de una vez! Tú harás lo que yo te diga. Ya sabes lo que es. Si no nos libramos de él, nos enviarán más. —Sus palabras no fueron más que un ronco susurro apenas audible. Armand entró en el pasillo y se enfrentó con Lucky.
Lucky Starr aguardó en un estado de ánimo que podría describirse como distraído. Se estaba concentrando en las débiles oleadas de emoción transmitidas por la V-rana. Algunas las reconoció sin dificultad, tanto en cuanto a su naturaleza como a su emisor. Red Summers era el más fácil de detectar: el miedo y el odio se mezclaban con un apagado matiz de ansioso triunfo. Armand desprendía una pequeña dosis de tensión. Ocasionalmente se recibían agudas oleadas de excitación de uno u otro, y a veces Lucky podía identificar a su emisor porque ello coincidía con un grito de alegría o de amenaza. Todo ello tenía que separarse de la tenaz cólera de Bigman, naturalmente.
Pero ahora tenía la vista fija en los ojillos de Armand y era consciente de que el otro estaba dando saltitos, a pocos metros de distancia. La mano de Armand tocó los mandos que llevaba sobre el pecho. Lucky se puso instantáneamente alerta. El otro estaba variando la dirección gravitacional y movía los mandos de un lado a otro. ¿Acaso esperaba confundir a Lucky?
Lucky se daba perfecta cuenta de que, a pesar de toda su experiencia en el espacio, era muy inexperto en el tipo de ingravidez causada por la Agrav, pues esta ingravidez no era absoluta, como en el espacio, sino que podía cambiarse a voluntad.
Y de repente Armand cayó como si hubiera pisado una trampilla en el suelo..., ¡excepto que cayó hacia arriba! Mientras las piernas de Armand subían por encima de la cabeza de Lucky, se separaban y juntaban como para coger a éste por el cuello.
Automáticamente, Lucky tiró la cabeza hacia atrás, pero al hacerlo impulsó las piernas hacia delante, su cuerpo giró alrededor de su centro de gravedad y, por un momento, perdió el equilibrio, agitando desesperadamente los brazos y las piernas.
Estrepitosas carcajadas sacudieron a los espectadores.
Lucky se dio cuenta de cuál había sido su error. Tendría que haber esquivado el golpe por medio de la gravedad. Si Armand se elevaba, Lucky tendría que haber ajustado los mandos para elevarse con él o descender a toda velocidad. Y ahora sólo podría enderezarse con un tirón de la gravedad. A una gravedad de cero, daría tumbos indefinidamente.
Pero antes de que sus dedos pudieran rozar los mandos, Armand había llegado al punto más alto de su ascensión y bajaba con creciente rapidez. Al pasar una vez más junto a Lucky, le dio un fuerte codazo en la cadera. Siguió descendiendo y sus gruesos dedos asieron los tobillos de Lucky, arrastrándole en su caída. Armand tiró fuertemente hacia abajo y se elevó para agarrar a Lucky por los hombros. Su acelerada respiración agitó el cabello de Lucky. Dijo: —Tiene mucho que aprender, caballero.
Lucky alzó a su vez los brazos hasta la altura de la cabeza y se libró de las manos que le tenían apresado. Lucky aumentó la gravedad y contribuyó a elevarse dándose un fuerte impulso con el pie en el hombro de su oponente, acelerando su velocidad y aminorando la del otro. Le pareció que caía cabeza abajo, y la tirantez producida por esta sensación pareció retardar sus reacciones. ¿O quizás era debido a que sus mandos Agrav no funcionaban bien? Los probó y vio que carecía de la experiencia necesaria para estar seguro, aunque le dio la impresión de que así era.
Armand ya estaba sobre él, gritando, lanzándose contra él, tratando de utilizar la voluminosa masa de su cuerpo para aplastar a Lucky contra la pared.
Lucky acercó la mano a los controles para invertir la dirección de la gravedad. Aprestó sus rodillas para una elevación repentina, con el fin de desplazar a Armand.
Pero Armand fue el primero en cambiar el campo, y Lucky el que quedó desplazado. Armand lanzó los pies hacia atrás, golpeando la pared del pasillo mientras éste pasaba a toda velocidad y después, con el mismo impulso, golpeó la pared opuesta. Lucky chocó fuertemente y se deslizó algunos metros a lo largo de ella antes de que su tobillo tropezara con una de las barandillas de metal y su cuerpo saliera al pasillo abierto.
Armand murmuró acaloradamente al oído de Lucky:
—¿Le parece suficiente, caballero? Sólo tiene que decirle a Red que se va. No quiero hacerle mucho daño.
Lucky meneó la cabeza. Era raro, pensó, que el campo gravitacional de Armand hubiera cambiado antes que el suyo. Había visto la mano de Armand moviendo los controles y estaba seguro de que él los había accionado primero.
Retorciéndose súbitamente, Lucky descargó el codo en la boca del estómago de Armand. Este lanzó un gruñido, y en esa décima de segundo, Lucky puso las piernas entre él mismo y las del otro y las estiró de repente. Los dos hombres se separaron y Lucky se puso a salvo. Se escapó unos instantes antes de que Armand regresara, y durante los segundos siguientes Lucky se concentró únicamente en mantenerse alejado. Estaba aprendiendo a utilizar los mandos y realmente no funcionaban bien. Sólo gracias a su habilidad en emplear los apoyos para el pie a lo largo de las paredes y las velocísimas inversiones de cabeza a pies logró evitar a Armand. Y después, mientras flotaba como una pluma, dejando que Armand pasara a toda velocidad junto a él, giró los controles Agrav y vio que no respondían. No se produjo ningún cambio en la dirección del campo gravitacional; ninguna sensación repentina de aceleración en uno u otro sentido.
En cambio, Armand se abalanzó de nuevo sobre él, gruñendo, y Lucky se encontró aplastado con enorme fuerza contra la pared del corredor.
Bigman confiaba plenamente en la capacidad de Lucky para vencer a cualquier masa de buey, por desarrollado que éste fuera, y aunque sentía una viva cólera ante la multitud hostil, no tenía miedo. Summers se había acercado a la entrada del pasillo y otro le había imitado, un tipo larguirucho y de tez morena que relataba los sucesos a medida que ocurrían con una voz ronca y agitada, como si se tratara de un partido de polo aéreo en los subetéreos.
Hubo aplausos cuando Armand aplastó por primera vez a Lucky contra la pared del pasillo. Bigman hizo caso omiso de ellos. Era natural que aquel parlanchín tratara de hacer ganar a su propio bando. Sólo había que esperar a que Lucky cogiera el truco de la técnica Agrav; haría picadillo a aquel Armand. Bigman estaba seguro de ello.
Pero cuando el tipo moreno gritó: «Armand le ha hecho una llave de cabeza. Se prepara para una segunda caída; los pies contra la pared; los contrae y extiende y ¡aquí está el choque! ¡Una maravilla!», Bigman empezó a inquietarse.
Se acercó más a la entrada del pasillo. Nadie le prestó atención. Era una de las ventajas de su reducida estatura. La gente que no le conocía tendía a descartarle como posible peligro, a ignorarle. Bigman miró hacia abajo y vio a Lucky separándose de la pared, y a Armand flotando cerca de él, aguardando.
—¡Lucky! —chilló con voz penetrante—. ¡No te acerques!
Su grito se perdió en el vocerío, pero no fue así con la voz del hombre moreno al hacer un aparte con Red Summers. Bigman la oyó. El hombre moreno dijo:
—Da un poco de energía al muchacho, Red. Así no habrá diversión. Y Summers gruñó por toda respuesta:
—No quiero diversión. Quiero que Armand remate el trabajo.
Bigman no captó el significado del corto diálogo durante unos momentos, pero sólo por unos momentos. Y después sus ojos se dirigieron vivamente hacia Red Summers, cuyas manos, que no apartaba del pecho, estaban manipulando un objeto de pequeño tamaño que Bigman no pudo identificar. —¡Arenas de Marte! exclamó Bigman sin aliento. Saltó hacia atrás—. ¡Usted! ¡Summers! ¡Tramposo cobarde!
Ésta fue otra de las ocasiones en que Bigman se alegró de llevar una pistola de aguja aun en contra de la opinión de Lucky. Éste la consideraba como un arma en la que no se podía confiar, ya que era muy difícil de enfocar debidamente, pero Bigman antes habría dudado del hecho de que era tan alto como cualquier hombre de un metro ochenta que de su propia habilidad.
Como Summers no hiciera caso del grito de Bigman, éste cerró la mano sobre el arma (de la cual sólo se veía un milímetro de embocadura, fina como una aguja, entre el segundo y tercer dedo de su mano derecha) y apretó lo bastante para activarla. Simultáneamente se produjo un destello luminoso a quince centímetros de la nariz de Summers, y una ligera detonación. No fue muy impresionante. Sólo unas moléculas de aire ionizadas. Sin embargo, Summers dio un salto y el pánico, transmitido por la V-rana, se propagó rápidamente. —Atención todo el mundo —gritó Bigman—. ¡Quietos! ¡Quietos! ¡Cabezas de chorlito, desechos humanos! —Otra descarga de la pistola de aguja estalló en el aire, esta vez encima de la cabeza de Summers, donde todos pudieron verla claramente.
Poca gente podía permitirse el lujo de tener una pistola de aguja, que era cara y difícil de conseguir, pero todo el mundo sabía cómo era una descarga de pistola de aguja, aunque sólo fuera por los programas subetéreos, y todo el mundo sabía el daño que podía hacer. Fue como si cincuenta hombres hubieran dejado de respirar.
Bigman estaba bañado en la fría llovizna de miedo humano producido por cincuenta hombres asustados.
Retrocedió hasta quedar con la espalda pegada a la pared.
Dijo:
—Ahora escúchenme todos. ¿ Cuántos de ustedes saben que esta alimaña de Summers está saboteando los mandos Agrav de mi amigo? ¡Esta pelea está arreglada!
Summers repuso desesperadamente, a través de los dientes apretados:
—Se equivoca., Se equivoca.
—¿De verdad? Es usted muy valiente, Summers, cuando tiene a cincuenta contra dos. Veamos si es tan valiente contra una pistola de aguja. Claro que resulta difícil apuntar con ellas y puedo fallar.
Volvió a cerrar la mano, y esta vez la detonación de la descarga fue atronadora y el destello deslumbró a todos los espectadores excepto a Bigman, que era el único en saber exactamente cuándo cerrar los ojos.
Summers emitió un alarido estrangulado. Estaba ileso, pero el primer botón de su camisa había desaparecido.
Bigman dijo:
—Buena puntería, aunque lo diga yo mismo, pero supongo que hacer otro tiro igual sería pedir demasiado. Le aconsejo que no se mueva, Summers. Estese tan quieto como una piedra, amigo, porque si se mueve fallaré, y perder una tira de piel le dolerá mucho más que perder un botón.
Summers cerró los ojos. Tenía la frente perlada de sudor. Bigman calculó la distancia y apretó dos veces. ¡Paf! ¡Un chasquido! Otros dos botones evaporados.
—¡Arenas de Marte, hoy es mi día de suerte! ¿No es magnífico que usted mismo lo haya arreglado todo para que no venga nadie a molestarnos? Bueno, uno más... de despedida.
Y esta vez Summers lanzó un grito de angustia. Tenía un desgarrón en la camisa y se veía su piel enrojecida. —Bueno —dijo Bigman—, no exactamente. Ahora estoy cansado y es muy probable que falle el próximo por unos milímetros... A menos que esté dispuesto a hablar, Summers. —De acuerdo —gritó el otro—. He arreglado la pelea, Bigman dijo suavemente:
—Su hombre pesaba más. Su hombre tenía experiencia y, no obstante, no ha dejado que fuera una lucha justa. No quiere correr ningún riesgo, ¿verdad? Suelte lo que tiene entre las manos... Sin embargo, que los demás no se muevan. Desde este momento, será una pelea justa. Nadie hará un solo movimiento hasta que alguien salga del pasillo.
Hizo una pausa y clavó la mirada en los hombres mientras la mano que sostenía la pistola de aguja se movía de un lado a otro.
—Pero si lo que vuelve es su bola de grasa, estaré un poco decepcionado. Y cuando estoy decepcionado, no sé lo que hago. Es posible que mi decepción y locura llegue hasta el punto de disparar la pistola de aguja contra la gente, y no existe nada en el mundo que ustedes puedan hacer para evitar que apriete la mano diez veces seguidas. Así que si hay diez de ustedes que están cansados de vivir, sólo tienen que esperar que su muchacho venza a Lucky Starr.
Bigman aguardó desesperadamente, sosteniendo la pistola de aguja con la mano derecha y aguantando el recipiente de la V-rana con el brazo izquierdo.