El Desfiladero de la Absolucion (24 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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El vapor se disipó para revelar a una mujer desnuda empaquetada dentro del huevo, flexionada en posición fetal. Estaba cubierta por una capa de gelatina verde protectora y una maquinaria negra la cubría como un encaje o como una parra alrededor de una estatua.

—¿Skade? —preguntó Escorpio. No se parecía al recuerdo que guardaba de ella, aunque al menos la cabeza era del mismo tamaño. Pero nunca venía mal una segunda opinión.

—No es Skade —dijo Clavain—. Ni tampoco Remontoire. —Se alejó de la cápsula.

Se activaron algunos sistemas automáticos. La maquinaria comenzó a desenvolverla, mientas unos chorros a presión limpiaban su cuerpo de la gelatina verde protectora. Su piel era de un tono caramelo pálido. El pelo de su cabeza había sido rapado casi al cero. Sus pechos pequeños se encajaban en el espacio cóncavo entre las piernas y el tronco.

—Dejadme verla —dijo Valensin. Escorpio lo detuvo.

—Espera. Ha llegado hasta aquí sola. Estoy seguro de que se las puede arreglar unos minutos más.

—Escorp tiene razón —dijo Clavain.

La mujer se estremeció como un objeto inanimado sacudido por una parodia de la vida. Con movimientos rígidos y entrecortados, comenzó a retirarse la gelatina con los dedos, arrojándola en parches. Sus movimientos se volvieron más desesperados, como si intentara apagar un fuego.

—Hola —dijo Clavain elevando la voz—. Tranquila. Estás a salvo y entre amigos.

El asiento o estructura en la que la mujer había estado encogida se elevó del huevo mediante pistones. A pesar de que la mayoría de la maquinaria que la envolvía se había replegado sola, aún quedaban muchos cables insertados en el cuerpo de la mujer. Un complejo aparato respiratorio tapaba la parte baja de su rostro, otorgándole un aspecto simiesco.

—¿Alguien la reconoce? —preguntó Vasko.

La estructura liberaba poco a poco a la mujer, incorporándola desde la posición fetal hasta una postura humana normal. Los ligamentos y articulaciones crujieron de forma desagradable. Bajo la máscara, la mujer gemía y comenzaba a arrancarse los cables que se insertaban en su piel o estaban pegados mediante parches.

—La reconozco —dijo Clavain con tranquilidad—. Se llama Ana Khouri. Era la acompañante de Ilia Volyova en la vieja
Infinito
antes de que cayera en nuestras manos.

—La ex soldado —dijo Escorpio, recordando las pocas veces que había visto a la mujer y lo poco que sabía de su pasado—. Tienes razón, es ella. Pero parece diferente.

—Normal, tiene unos veinte años más. Además, la convirtieron en una combinada.

—¿Quieres decir que no lo era antes? —preguntó Vasko.

—Durante el tiempo en el que yo la conocí, no —contestó Clavain.

Escorpio miró al anciano.

—¿Estás seguro de que ahora lo es?

—He captado sus pensamientos, ¿no? Sabía que no era Skade ni ninguno de sus compinches. Pero, estúpido de mí, asumí que eso significaba que era Remontoire.

Valensin intentó abrirse camino una vez más.

—Quisiera ayudarla ahora, si no es mucho pedir.

—Se sabe cuidar sola —dijo Escorpio.

Khouri se sentó casi en posición normal, de la misma forma en la que se sentaría alguien que espera una cita. Pero la compostura solo le duró un momento. Se arrancó la máscara, tirando de quince centímetros de tubo de plástico cubierto de flemas de su garganta. En ese momento dejó escapar un grito sofocado, como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago por sorpresa. Le siguió una tos seca antes de que su respiración se estabilizase.

—Escorpio… —dijo Valensin.

—Doctor, no he pegado a un hombre en veintitrés años. No me dé motivos para hacer una excepción. Siéntese, ¿vale?

—Será mejor que le hagas caso —le dijo Clavain.

Khouri giró la cabeza para mirarlos. Levantó la palma para protegerse los ojos enrojecidos, mirándolos a través de los dedos. Entonces se levantó de cara a ellos. Escorpio la miró con educada indiferencia. Algunos cerdos se estimularían en presencia de una mujer humana desnuda, del mismo modo que algunos humanos se sentían atraídos por los cerdos. Pero aunque las diferencias fisiológicas entre una cerda y una humana no eran demasiado distintas, eran precisamente esas diferencias las que importaban para Escorpio.

Khouri se sujetó apoyándose en la cápsula con una mano. Se quedó de pie con las rodillas ligeramente juntas, como si en cualquier momento pudiera desplomarse. Ya era capaz de tolerar la luz, aunque solo entornando los ojos.

Habló con una voz ronca pero firme.

—¿Dónde estoy?

—Estás en Ararat —dijo Escorpio.

—Dónde. —No estaba formulado como una pregunta.

—Con Ararat te basta de momento.

—Cerca de vuestro asentamiento principal, supongo.

—Ya te he dicho…

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Eso depende —dijo Escorpio—. Un par de días desde que captamos la radiobaliza de la cápsula. ¿Cuánto tiempo llevabas en el mar? No lo sabemos. Ni tampoco cuánto tiempo tardaste en llegar al planeta.

—¿Un par de días? —Lo miró como si hubiera dicho semanas o meses—. ¿Y por qué tardasteis tanto?

—Tienes suerte de que llegásemos tan rápido —dijo Blood—. Y el momento de tu despertar no estaba en nuestra mano.

—Dos días… ¿Dónde está Clavain? Quiero verle. Por favor, no me digáis que le habéis dejado morir antes de que yo llegara.

—No te preocupes por eso —dijo Clavain suavemente—. Como puedes ver, sigo bastante vivo.

Lo miró fijamente durante unos segundos con la mirada de desprecio de alguien que se sentía víctima de una broma pesada mal preparada.

—¿Tú?

—Sí —dijo levantando las manos—. Siento decepcionarte tanto. Ella lo miró durante un momento más y después dijo.

—Lo siento. No es… exactamente lo que esperaba.

—Creo que aún puedo ser útil. —Se volvió hacia Blood—.

¿Puedes acercarle una manta? No queremos que se muera de un resfriado. Y creo que será mejor que dejemos que el Doctor Valensin le haga un chequeo médico exhaustivo.

—No hay tiempo para eso —dijo Khouri, arrancándose algunos parches adhesivos que se había dejado antes—. Necesito algo para navegar. Y armas —hizo una pausa y añadió—: Y algo de comida y bebida, y también ropa.

—Parece que tienes prisa —dijo Clavain—. ¿No puedes esperar hasta mañana? Han pasado veintitrés años, después de todo. Seguro que tenemos mucho de que hablar.

—No tienes ni puta idea —dijo.

Blood le dio la manta a Clavain, quien se acercó y se la ofreció a Khouri. Ella se envolvió en la manta sin mucho entusiasmo.

—Tenemos barcas —dijo Clavain—, y armas. Pero creo que nos ayudaría si nos dieras alguna idea de por qué las necesitas en este momento.

—Por mi bebé —dijo Khouri.

Clavain asintió educadamente.

—Tú bebé.

—Mi hija. Se llama Aura. Está aquí, en… ¿cómo has dicho que se llama este lugar?

—Ararat —dijo Clavain.

—Vale, está aquí, en Ararat, y he venido a rescatarla. Clavain miró a sus compañeros.

—¿Y dónde está tu hija exactamente?

—A unos ochocientos kilómetros —dijo Khouri—. Ahora dadme esas armas y una incubadora y a alguien especializado en cirugía de guerra.

—¿Por qué cirugía de guerra? —preguntó Clavain.

—Porque —replicó Khouri— vais a tener que sacarla de Skade primero.

11

Hela, 2727

Rashmika miró hacia arriba a los fósiles de scuttlers, que, como símbolos de riqueza, colgaban del techo en un amplio atrio de la caravana. Incluso si eran falsos, o medio falsos, mezclando chapuceramente partes incompatibles, era aparentemente el primer scuttler completo que había visto. Quería encontrar la forma de trepar hasta allí para examinarlo adecuadamente, anotando las marcas de abrasión en las que las duras secciones del caparazón se superponían. Rashmika solo había escuchado hablar de esas cosas, pero estaba segura de que en una hora de detallado estudio podría decir si era auténtico o al menos descartar la posibilidad de una imitación barata. Aunque por algún motivo no pensaba que fuera ni una imitación ni barata.

Mentalmente clasificó la morfología del cuerpo del scuttler. DK4V8M, pensó; quizás un DK4V8L, si se equivocaba por el polvo y sombras alrededor del caparazón de la cola. Al menos era posible aplicar la clasificación morfológica habitual. A veces las imitaciones baratas juntaban partes del cuerpo en formaciones anatómicas imposibles, pero este era sin duda un ensamblaje de componentes convincente, incluso si no procedían de la misma tumba.

Los scuttlers eran la pesadilla de cualquier taxonomista. La primera vez que se desenterró uno, parecía que se trataría sencillamente de volver a montar las desperdigadas partes del cuerpo para hacer algo que se pareciese a un gran insecto o langosta. Los scuttlers poseían una gran complejidad de segmentos corporales, con numerosos y especializados miembros y órganos sensoriales, pero todos encajaban de forma más o menos lógica, dejando únicamente los órganos internos por especular.

Sin embargo el segundo scuttler no coincidía con el primero. Tenía un número distinto de segmentos corporales y de miembros. La cabeza y la parte de la boca eran muy diferentes. Pero, de nuevo, todas las piezas encajaban para formar un espécimen completo, sin que sobrara bochornosamente ninguna pieza.

El tercero no coincidía ni con el primero ni con el segundo. Ni con el cuarto ni el quinto. Cuando hubieron desenterrado y ensamblado los restos de cien scuttlers, había cien versiones diferentes del esqueleto de los scuttlers. Los estudiosos buscaban a tientas una explicación. La idea era que todos los scuttlers nacían diferentes. Pero dos hallazgos simultáneos desecharon esa teoría de la noche a la mañana. El primero fue el hallazgo de una nidada completa de scuttlers. Aunque había algunas diferencias en el plan corporal, las crías eran idénticas. Basándose en la frecuencia de las repeticiones, la estadística argumentaba que se tenían que haber encontrado al menos tres adultos idénticos. El segundo hallazgo, que parecía explicar el primero, fue el desenterramiento de un par de adultos en la misma zona. Habían sido encontrados en cámaras separadas aunque conectadas entre sí mediante un sistema de túneles. Sus segmentos corporales se ensamblaron dando como resultado otras dos morfologías únicas. Pero tras un examen más exhaustivo se descubrió algo inesperado. Una joven investigadora llamada Kimura se había interesado especialmente en las marcas provocadas por los segmentos corporales al rozar entre ellos y algo que no parecía correcto llamó su atención en los dos nuevos especímenes. Las marcas no coincidían: los arañazos en un lado del caparazón no tenían correspondencia en el contiguo.

Al principio, Kimura asumió que eran falsificaciones, ya que entonces ya había un pequeño mercado de ese tipo de cosas. Pero algo le hizo seguir investigando. Le dio vueltas al problema durante semanas, convencida de que se estaba pasando por alto algo obvio. Entonces, una noche, después de un día especialmente ocupado examinando las marcas con un aumento cada vez mayor, decidió consultarlo con la almohada. Tuvo sueños febriles y cuando se despertó voló a su laboratorio para confirmar sus insistentes sospechas.

Cada marca tenía su correspondiente pareja, pero siempre se encontraba en el otro scuttler. Los scuttlers intercambiaban sus segmentos corporales entre ellos. Por eso no había dos iguales. Se hacían diferentes intercambiando componentes en ceremonias rituales, y después reptaban a sus agujeros para recuperarse. Conforme se encontraban más parejas, más evidentes se hicieron las casi infinitas posibilidades de sus composiciones. El intercambio de segmentos corporales tenía un valor pragmático, permitía a los scuttlers adaptarse a una tarea y a un medio en particular. Pero también había un motivo estético para el intercambio ritual: el deseo de ser tan atípico como fuera posible. Los scuttlers que se había desviado significativamente del plan corporal medio eran criaturas con éxito social, al haber participado en muchos intercambios. El máximo estigma (hasta dónde Kimura y sus colegas podían saber) era ser idéntico a otro scuttler. Eso quería decir que al menos uno de ellos era un marginado, incapaz de encontrar una pareja para hacer un intercambio.

Surgieron agrias críticas entre los investigadores humanos. La mayoría pensaba que este comportamiento no podía haber evolucionado de forma natural, que tenía su origen en una fase temprana de bioingeniería, cuando los scuttlers comenzaron a juguetear con sus propias anatomías para permitir que segmentos completos pudieran intercambiarse entre dos criaturas sin la ayuda de la microcirugía o los medicamentos antirrechazo.

Pero una minoría sostenía que el intercambio estaba profundamente arraigado en la cultura scuttler para haber surgido en la reciente historia evolutiva. Sugerían que hace billones de años, los scuttlers habían tenido que evolucionar en un entorno muy hostil hacia el equivalente evolutivo de una trampa para pescar langostas. Tan hostil, de hecho, que no solo ser capaz de hacer crecer de nuevo un miembro amputado, sino incluso ser capaz de volver a pegar ese miembro en el mismo instante antes de que se lo comieran, había alcanzado un gran valor para la supervivencia. Los miembros, y más tarde segmentos mayores, habían evolucionado a su vez, desarrollando la capacidad de sobrevivir tras ser arrancados del cuerpo. Conforme aumentaba la presión por sobrevivir, los scuttlers desarrollaron compatibilidad para ser capaces de usar no solo sus propios miembros amputados, sino los de los demás. Quizás ni los propios scuttlers tenían recuerdos de cuando comenzaron los intercambios. Desde luego no había alusiones evidentes en los pocos restos simbólicos que habían sido encontrados en Hela. Era una parte tan intrínseca, tan fundamental, de su forma de vida, que ellos ni siquiera reparaban en ello.

Todavía mirando la fantástica criatura, Rashmika se preguntaba qué habrían pensado los scuttlers de la humanidad. Muy probablemente habrían encontrado a la raza humana muy extraña. Consideraría su inmutabilidad algo horrible, como una forma de muerte.

Rashmika se arrodilló y colocó el compad familiar sobre sus piernas. Lo abrió y sacó el punzón de su ranura en el costado. No era una postura cómoda, pero solo estaría unos minutos así. Comenzó a dibujar. El punzón arañaba el compad con cada movimiento fluido de su mano. Un animal alienígena tomó forma en la pantalla.

Linxe tenía razón acerca de la caravana: por muy fría que hubiera sido la bienvenida, al menos les proporcionó la oportunidad de salir del icejammer por primera vez en tres días. Rashmika se sorprendió por la diferencia que eso produjo en su estado de ánimo. No era solo que ya había dejado de preocuparse por la policía de Vigrid, aunque la pregunta de por qué la perseguían seguía preocupándola. El aire era más fresco en la caravana, con brisas interesantes y diferentes olores y ninguno de ellos era tan desagradable como los de a bordo del icejammer.

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