El Desfiladero de la Absolucion (25 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Había espacio para estirar las piernas. El interior de esta caravana en concreto estaba organizado generosamente, con amplias pasarelas, cómodas salas y luces brillantes. Todo estaba impoluto y, comparado con la bienvenida, las instalaciones eran más que adecuadas. Les dieron comida y bebida, podían lavar la ropa y por una vez podían alcanzar un nivel razonable de limpieza. Incluso había varios tipos de entretenimientos, aunque eran todos bastante sosos en comparación a lo que ella estaba acostumbrada. Y había gente nueva, caras que no había visto nunca.

Se dio cuenta tras cierta reflexión de que se había equivocado en su juicio inicial sobre la relación entre el cuestor y Crozet. Aunque no parecía existir mucho cariño entre ellos, era obvio que ambas partes habían sido de provecho para el otro en el pasado. La mutua rudeza era una farsa que escondía un núcleo helado de respeto mutuo.

El cuestor seguía preguntando, pensando que Crozet quizás tuviera aún algo que decir de su interés. Mientras tanto, Crozet necesitaba conseguir recambios mecánicos y otras mercancías para intercambiar.

Rashmika solo pretendía estar presente en algunas de las sesiones de negociación, pero se dio cuenta de que podía ayudar a Crozet aunque fuera un poquito. Para ello, se sentaba en un extremo de la mesa con una hoja de papel y un bolígrafo frente a ella. No le estaba permitido entrar con su compad, por si tenía algún programa de análisis de voz o cualquier otro sistema prohibido. Rashmika anotaba sus observaciones sobre los objetos que Crozet estaba vendiendo, escribiendo y haciendo bocetos con la pulcritud de la que siempre había estado orgullosa. Su interés era auténtico, pero su presencia también servía para otro propósito.

Durante la primera sesión de negociación, había dos compradores. En las siguientes había a veces tres o cuatro, además del cuestor o alguno de sus subordinados que siempre acudían como observadores. Cada sesión comenzaba con alguno de los compradores preguntándole a Crozet qué tenía para ofrecerles.

—No buscamos reliquias de scuttlers —dijeron la primera vez—. No estamos interesados. Lo que queremos son artefactos de origen humano indígena. Cosas dejadas en Hela en los últimos cien años, no esa porquería de hace un millón de años. El mercado de esa porquería alienígena inútil está decayendo, con todos esos sistemas solares siendo evacuados.

¿Quién querría añadir más cosas a su colección cuando están locos por vender sus activos para comprar un congelador?

—¿Qué tipo de artefactos humanos?

—Los que sean útiles. Son tiempos difíciles, la gente no quiere arte y cosas efímeras, a no ser que crean que les traerán suerte. Principalmente lo que quieren son armas y sistemas de supervivencia, cosas que puedan darles una oportunidad cuando estén huyendo con ellas. Armas combinadas de contrabando. Armaduras demarquistas. Cualquier cosa que no se vea afectada por la plaga siempre se vende bien.

—Como norma —dijo Crozet—, yo no vendo armas.

—Entonces vas a tener que adaptarte al mercado —le replicó uno con una mueca.

—¿Las iglesias se han pasado al mercado de las armas?

¿No es eso un poco incoherente con las escrituras?

—Si la gente quiere protegerse, ¿quiénes somos nosotros para negárselo? Crozet se encogió de hombros.

—Pues no llevo nada de armas ni munición. Si alguien sigue desenterrando armas humanas en Hela, no seré yo.

—Pero seguro que tienes otra cosa…

—No es que tenga gran cosa —dijo como dejándolo ahí, como siempre haría en las siguientes sesiones—. Creo que será mejor que siga mi camino. No quisiera estar malgastando vuestro tiempo, ¿no?

—¿No tienes absolutamente nada más?

—Nada que os interese. Por supuesto tengo algunas reliquias scuttlers, pero como habéis dicho que… —la voz de Crozet imitaba con exactitud el tono desdeñoso del comprador— no hay mercado para porquería alienígena hoy en día…

Los compradores suspiraban e intercambiaban miradas. El cuestor se acercaba y les susurraba algo.

—Pero nos podrías enseñar algo de lo que llevas, ya que estamos —dijo uno se los compradores a regañadientes—, aunque no te hagas ilusiones. Lo más seguro es que no nos interese. De hecho, casi podríamos garantizarlo.

Pero era todo un juego y Crozet tenía que avenirse a las reglas, por muy inútiles o infantiles que fueran. Crozet sacó algo de debajo del asiento envuelto en un plástico protector, como un animal pequeño momificado. Las caras de los compradores se arrugaban con repugnancia. Colocó el paquete en la mesa y lo desenvolvió con solemnidad, tomándose todo el tiempo del mundo en retirar todas las capas. Durante todo ese tiempo soltaba un rollo sobre la extremada rareza del objeto, cómo había sido encontrado bajo circunstancias excepcionales, entretejiendo una historia de interés humano en la imprecisa cadena de su origen.

—Ve al grano, Crozet.

—Solo estaba poniéndoos en antecedentes —dijo. Inevitablemente llegó a la última capa. La desplegó en la mesa revelando la reliquia scuttler que protegía.

Rashmika ya lo había visto antes: era uno de los objetos que había usado para comprar su billete a bordo del icejammer. No era demasiado atractivo. Rashmika había visto miles de reliquias desenterradas de las excavaciones de Vigrid e incluso le había sido permitido examinarlas antes de que pasaran a las familias de los comerciantes. Pero durante todo ese tiempo no había visto nada que le hiciera contener el aliento de admiración o deleite. Las reliquias, que indudablemente eran artificiales, estaban normalmente hechas de metales sin brillo, sin lustre o de cerámica sin vidriar. Rara vez había algún rastro de ornamentación, ni de pintura, chapado o inscripción. Uno entre mil hallazgos descubría algo con una fila de símbolos, e incluso algunos investigadores creían que entendían lo que significaban. Pero la mayoría de las reliquias scuttlers eran lisas, simples, con aspecto primitivo. Parecían los descartes de una cultura inepta de la edad de bronce en lugar de los relucientes productos de una civilización capaz de viajar por las estrellas y que ciertamente no había evolucionado en el sistema 107 Piscium.

Aun así, en el último siglo había existido un mercado para las reliquias, en parte porque ninguna de las culturas extintas (los amarantinos, por ejemplo) fueron tan concienzudamente exterminadas, que no había sobrevivido casi nada, y los objetos que nos habían llegado eran tan valiosos que permanecían al cuidado de las grandes organizaciones científicas como el Instituto Sylveste. Solo los scuttlers habían dejado suficientes objetos como para permitir que los coleccionistas privados adquirieran artefactos de auténtico origen alienígena. No importaba que fueran pequeñas y poco glamurosas, seguían siendo muy antiguas y muy alienígenas. Y seguían estando marcadas por la tragedia de la extinción.

No había dos reliquias exactamente iguales. Los muebles de los scuttlers, incluso sus moradas, denotaban el mismo horror hacia la igualdad que sus creadores. Lo que había comenzado con sus anatomías se había extendido a su entorno material. Producían en masa, pero era imprescindible un paso final en el proceso para que cada objeto pasara por las manos de un artesano scuttler hasta convertirlo en algo único.

Las iglesias controlaban la venta de estas reliquias al resto del universo. Pero las propias iglesias siempre se habían sentido incómodas con la cuestión más profunda que representaban los scuttlers, o con cómo encajaban en el misterio del milagro de Quaiche. Las iglesias necesitaban mantener el goteo de suministro de reliquias para tener algo que ofrecer a los comerciantes ultra que visitaban el sistema. Pero al mismo tiempo siempre tenían el temor de que la próxima reliquia scuttler fuera la que arrojara un jarro de agua fría en el corazón de la doctrina quaicheista.

Ahora, la visión de casi todas las iglesias era que las desapariciones de Haldora eran un mensaje de Dios, una cuenta atrás hacia un evento apocalíptico. Pero ¿qué pasaba si los scuttlers también habían observado las desapariciones? Ya era bastante difícil descifrar sus símbolos la mayoría de las veces, pero todavía no se había encontrado nada relacionado directamente con el fenómeno de Haldora. Aunque seguía habiendo muchas reliquias bajo el hielo de Hela, e incluso las que ya se habían desenterrado nunca habían sido sometidas a un estudio científico riguroso. Los arqueólogos patrocinados por las iglesias eran los únicos que tenían algún tipo de visión de conjunto de todas las reliquias, y ellos estaban bajo una intensa presión para ignorar las pruebas que chocaran con la escritura quaicheista. Por eso Rashmika les había escrito tantas cartas y por eso sus infrecuentes respuestas eran siempre tan evasivas. Ella quería debatir, quería cuestionar todas las ideas aceptadas sobre los scuttlers. Ellos querían que Rashmika desapareciese.

De esta manera, los compradores de las caravanas adoptaban un aire de desaprobación tolerante mientras Crozet pasaba a las ventas agresivas.

—Es un limpiaplacas —decía Crozet girando un objeto gris con forma de hueso con una hendidura en la punta—. Lo usaban para raspar los restos de materia orgánica muerta de entre los segmentos de sus caparazones. Creemos que lo hacían en grupo, igual que los monos se despiojan mutuamente. Seguro que era muy relajante para ellos.

—Criaturas asquerosas.

—¿Los monos o los scuttlers?

—Ambos.

—Yo no sería tan duro, hombre. Los scuttlers pagan vuestro sueldo.

—Te damos cincuenta unidades de crédito ecuménico por él, Crozet. Ni uno más.

—¿Cincuenta ecus? Estáis de broma.

—Es un objeto asqueroso para una función asquerosa. Cincuenta ecus es… excesivamente generoso.

Crozet miró a Rashmika. Fue solo una mirada, pero ella estaba esperándola. El sistema que habían acordado era muy sencillo: si el hombre decía la verdad, si realmente era la mejor oferta que estaba dispuesto a hacer, entonces ella acercaría la hoja de papel una fracción hacia el centro de la mesa. Si no era así, lo acercaría hacia ella la misma pequeña distancia. Si la reacción del hombre era ambigua, no haría nada, aunque esto no solía pasar muy a menudo. Crozet siempre se tomaba su decisión en serio. Si la oferta sobre la mesa era lo mejor que podría obtener, no malgastaría sus energías intentando convencerlos. Pero si por otro lado había margen de acción, les regatearía hasta el final.

En esa primera sesión de negociación, el comprador mentía. Tras una rápida sesión de ofertas y contraofertas llegaron a un acuerdo.

—Tú tenacidad te honra —dijo el comprador con notable mala gana antes de extenderle un vale por setenta ecus que solo tenía validez en la propia caravana.

Crozet lo dobló cuidadosamente y se lo metió en el bolsillo de la camisa.

—Es un placer hacer negocios contigo, amigo.

Tenía más limpiaplacas scuttlers, así como varias cosas que podían tener una función completamente diferente. De vez en cuando volvía a la sesión de negociación con algo que Linxe o Culver tenían que ayudarle a cargar. Podía ser un mueble o alguna herramienta doméstica de alto rendimiento. Casi no había armas scuttlers y parecían tener solo uso ceremonial, pero se vendían mejor que nada. Una vez, vendió lo que parecía ser una especie de asiento para el váter scuttler. Solo le dieron treinta y cinco ecus, apenas suficiente para un solo servomotor.

Pero Rashmika procuraba no sentir demasiada pena por él. Si Crozet quería los mejores objetos de las excavaciones, las reliquias por las que se pagaban cifras de tres o cuatro ceros, tenía que replantearse su actitud frente al resto de comunidades de Vigrid. La verdad era que le gustaba rondar la periferia.

Así siguieron durante dos días. Al tercero, los compradores de pronto pidieron que Crozet estuviera solo durante las negociaciones. Rashmika no tenía ni idea de si habían adivinado su secreto. Que ella supiera, no había ninguna ley en contra de ser un juez competente para saber si la gente mentía o no. Quizás le habían cogido manía, como solía pasarle cuando la gente notaba su perspicacia. A Rashmika no le importaba. Había ayudado a Crozet, le había pagado un poco más, además de las reliquias scuttlers, por la ayuda que le había prestado. No en vano había corrido un riesgo añadido e imprevisto al descubrir que la policía la perseguía. No, no tenía ningún remordimiento.

Ararat, 2675

Khouri protestó mientras la trasladaban desde la cápsula a la enfermería.

—No necesito un reconocimiento médico —dijo—. Solo necesito una barca, algunas armas, una incubadora y alguien que sepa manejar un cuchillo.

—Bueno, a mí se me da bien el cuchillo —dijo Clavain.

—Por favor, tenéis que tomarme en serio. Tú confiabas en Ilia, ¿verdad que sí?

—Llegamos a un acuerdo. La confianza mutua nunca tuvo mucho que ver en todo aquello.

—Pero al menos respetabas su opinión, ¿no?

—Supongo que sí.

—Pues ella confía en mí. ¿No te vale con eso? No estoy pidiendo mucho, Clavain. No te pido la luna.

—Consideraremos tus peticiones en su momento —dijo—, pero no antes de que te hayamos examinado.

—No hay tiempo para eso —dijo, pero por su tono parecía que ya sabía que había perdido la discusión.

En la enfermería, el Doctor Valensin esperaba con dos antiguos sirvientes médicos del fondo común de máquinas. Los robots de cuello de cisne eran de un monótono verde institucional y rodaban sobre pedestales de almohadillas hinchables. Numerosos brazos especializados emergían de sus esbeltos troncos. El médico no quitaba ojo de encima a los servidores mientras hacían su trabajo, ya que si los dejaba solos, sus chirriantes circuitos tenían la fea costumbre de pasar sin darse cuenta al modo autopsia.

—No me gustan los robots —dijo Khouri, mirando a los sirvientes con evidente nerviosismo.

—En eso estamos de acuerdo —dijo Clavain, volviéndose hacia Escorpio y bajando la voz—. Escorp, tenemos que hablar con el resto de notables para decidir las actuaciones necesarias en cuanto tengamos el informe de Valensin. En mi opinión, Ana necesita descansar antes de ir a ninguna parte, pero por ahora sugiero que mantengamos esto lo más secreto posible.

—¿Crees que dice la verdad? —preguntó Escorpio—. Sobre eso de Skade y su bebé…

Clavain estudió a la mujer mientras Valensin la ayudaba a sentarse en la camilla para el reconocimiento.

—Tengo la horrible sensación de que dice la verdad.

Tras el reconocimiento médico, Khouri cayó en un estado de sueño profundo aparentemente libre de ensoñaciones. Solo se despertó una vez, casi al alba, cuando volvió a rogar a uno de los ayudantes de Valensin que le proporcionara los medios para rescatar a su hija. Después le administraron más relajantes y se volvió a dormir durante otras cuatro o cinco horas. De vez en cuando se revolvía con furia y farfullaba algunas palabras. Lo que quisiera decir sonaba urgente, pero su significado no llegaba a ser del todo coherente. No estuvo totalmente despierta y consciente hasta media mañana.

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