—¿La chica es responsabilidad tuya, Crozet? —preguntó el cuestor.
—No exactamente. —Miró a Rashmika y rectificó—. Lo que quiero decir es que sí, yo cuido de ella hasta que llegue a su destino y me lo tomo como cuestión personal si alguien le pone la mano encima. Pero lo que haga después no es asunto mío.
La atención del cuestor volvió hacia Rashmika.
—¿Y qué edad tienes exactamente?
—La suficiente —dijo ella.
La criatura verde giró la cabeza hacia ella, con sus vacíos ojos facetados como zarzamoras.
Superficie de Hela, 2615
Quaiche perdía y recuperaba la consciencia y con cada transición la diferencia entre los dos estados se volvía cada vez más difusa. Alucinaba, después alucinaba con que las alucinaciones eran reales. Seguía viendo a rescatadores acercándose por el pedregal, apretando el paso al verlo, moviendo sus manos enguantadas a modo de saludo. La segunda o tercera vez le hizo gracia haber imaginado a rescatadores llegando de la misma forma que en la realidad. Nadie le creería…
Pero en algún momento entre la llegada de los rescatadores y el momento en el que lo llevaban a un lugar seguro, siempre terminaba en la nave, con dolor en el pecho y con la visión de un ojo como si mirara a través de una gasa.
La
Dominatrix
seguía llegando, deslizándose entre las paredes de la falla. La alargada y oscura nave se arrodillaría sobre picos de impresionantes ráfagas. La escotilla en mitad del casco se abriría y saldría Morwenna. Saldría en un torbellino de pistones, corriendo para rescatarle, tan magnífica y terrible como un ejército listo para la batalla. Lo sacaría de los restos de la
Hija
y en una lógica onírica no necesitaría respirar mientras ella lo llevaba de vuelta a la otra nave a través de las luces y sombras de un frío paisaje sin aire. O llegaría con el sarcófago ornamentado, logrando de alguna forma que se moviera, aun sabiendo que estaba bien soldado y era incapaz de doblarse.
Gradualmente, las alucinaciones se apoderaron de los pensamientos racionales. En un período de lucidez, Quaiche pensó que lo más piadoso sería que en una de las alucinaciones soñara que se moría, para que así no fuera tan chocante darse cuenta de que no había sido rescatado todavía.
Vio a Jasmina acercándose a él, avanzando a grandes pasos con Grelier quedándose rezagado. La reina se clavaba las uñas en los ojos mientras se acercaba, dejando regueros de sangre a su paso.
Seguía despertándose, pero las alucinaciones se difuminaban unas en otras y las sensaciones inducidas por el virus se hacían más fuertes. Nunca las había experimentado con tal intensidad, incluso cuando el virus lo había infectado por primera vez. La música acompañaba todos sus pensamientos, la luz de las vidrieras inundaba cada átomo del universo. Se sintió intensamente observado, profundamente amado. Las emociones ya no parecían una mera fachada, sino tal y como eran las cosas en realidad. Era como si hasta ahora solo hubiera estado viendo el reflejo de algo, o escuchando el eco ahogado de una música exquisitamente encantadora y desgarradora. ¿Era esto simplemente la acción en su cerebro de un virus creado artificialmente? Siempre lo había creído así, una serie de respuestas inducidas mecánicamente, pero ahora las emociones parecían una parte inherente de sí mismo que no dejaban lugar para nada más. Era como la diferencia entre un efecto teatral y una tormenta de verdad.
Alguna parte racional menguante de su cerebro decía que nada había cambiado en realidad, que los sentimientos eran debidos al virus. Su cerebro estaba recibiendo cada vez menos oxígeno conforme se agotaba el aire de la cabina. Bajo estas circunstancias, no sería raro experimentar algunos cambios emocionales. Y con el virus todavía presente, los efectos se podían magnificar mucho. Pero esa parte racional fue devorada con rapidez. Lo único que sentía era la presencia del Todopoderoso.
—Está bien —dijo Quaiche antes desmayarse—. Ahora creo. Ya me tienes. Pero aún necesito un milagro.
Hela, 2615
Se despertó. Se estaba moviendo. El aire era frío pero limpio y no sentía dolor en el pecho.
Así que ya está
, pensó. La última alucinación, quizás, antes de que su cerebro cayera en una cascada de células muertas.
Al menos haz que sea una buena y que dure hasta que me muera. Es lo único que pido
. Aunque esta vez parecía real. Intentó mirar alrededor, pero seguía atrapado en la
Hija
. Sin embargo su visión de las cosas se movía, el paisaje saltaba y se sacudía. Se dio cuenta de que lo arrastraban por las piedras hacia la parte llana del suelo. Alargó el cuello y con el ojo bueno vio una bandada de pistones, brillando en miembros articulados.
Morwenna. Pero no era Morwenna. Era un sirviente, una de las unidades de reparación de la
Dominatrix
. El robot con forma de araña había colocado placas adhesivas en la
Hija del Carroñero
y la estaba arrastrando por el suelo, con Quaiche aún dentro. Claro, claro, claro: ¿quién si no iba a sacarle de allí? Se sintió estúpido. No tenía traje ni esclusa de aire. A todos los efectos su nave era de hecho su traje de vacío. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Se sintió mejor, casi lúcido y despierto. Se dio cuenta de que el sirviente había enchufado algo en uno de los puntos umbilicales de la
Hija
, probablemente insuflándole aire fresco dentro. La
Hija
le habría comunicado al sirviente lo que debía hacer para mantener a su ocupante con vida. El aire incluso podría tener oxígeno suplementario para calmarle el dolor y la ansiedad.
No podía creerse que esto estuviera pasando. Después de todas las alucinaciones, esto, realmente, verdaderamente, parecía real. Tenía la textura espinosa de la experiencia verdadera. Y no creía que los sirvientes hubieran aparecido en ninguna de sus alucinaciones anteriores. Nunca había pensado las cosas con la suficiente claridad como para calcular que un servidor tendría que arrastrar la nave hasta un lugar seguro con él dentro. Algo obvio viéndolo en retrospectiva, pero en sus sueños siempre eran personas las que venían en su ayuda. Ese detalle que había obviado lo hacía real, ¿o no?
Quaiche miró el panel de mandos. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? ¿Había logrado que el aire durase cinco horas? Lo habría dudado antes, pero, allí estaba, respirando todavía. Quizás el virus doctrinal le había ayudado, poniendo su cerebro en una especie de estado zen de calma que le había hecho consumir el oxígeno más despacio.
Pero no debía quedar nada de aire, y mucho menos oxígeno, al menos no para la tercera o cuarta hora. A menos que la nave hubiera cometido un error. Este era un pensamiento angustiante, teniendo en cuenta por todo lo que había pasado, pero era la única explicación posible. La fuga de aire no era tan grave como la
Hija
había pensado. Quizás había empezado con mala pinta pero se había sellado por sí sola en parte. Quizás el sistema de autoreparación no estaba totalmente destrozado y la
Hija
había reparado la fuga. Sí, seguro que había sido así. Simplemente no había otra explicación.
Pero el panel decía que solo habían pasado tres horas desde que se había estrellado. No era posible. La
Dominatrix
aún debía estar escondida tras Haldora, fuera del alcance de las comunicaciones. Estaría fuera de su alcance durante otros sesenta minutos. Y tardaría muchos más minutos, incluso a plena potencia, en llegar hasta él. Y la máxima potencia tampoco era una opción, ya que había una persona en la nave que debía ser protegida. Como mucho, la
Dominatrix
tendría que limitarse a una velocidad de desaceleración. Pero allí estaba, posada en el hielo, y parecía tan real como todo lo demás.
El tiempo debía estar mal
, pensó.
El tiempo tienen que estar mal y la fuga se ha debido arreglar sola
. No había otra posibilidad. Bueno, la había, y ahora que lo pensaba, no merecía darle muchas vueltas. Si el tiempo estaba bien, entonces es que la
Dominatrix
había recibido de alguna forma su señal de alarma antes de emerger de Haldora. La señal había podido rodear el planeta. ¿Podía suceder eso? Había asumido que era imposible, pero la prueba era que tenía a la nave delante de él. Estaba dispuesto a creer cualquier cosa. Quizás algún capricho de la física atmosférica había ejercido de repetidor, curvándolo alrededor de Haldora. No podía jurar que algo así fuera posible. Si el reloj estaba bien, ¿qué otra alternativa había? ¿Qué el planeta entero había dejado de existir justo el tiempo suficiente para que pasara su mensaje?
No, eso habría sido un milagro. Había solicitado uno, pero no esperaba realmente que sucediera. Otro sirviente estaba esperando junto a la esclusa lateral abierta. Ambas máquinas colaboraron para cargar a la
Hija
en la
Dominatrix
. Una vez dentro de la bodega, las máquinas empujaron a la
Hija
hasta que resonaron una serie de golpes metálicos a través del casco. A pesar del daño sufrido, la pequeña nave mantenía todavía la forma adecuada para encajar en su soporte. Quaiche miró hacia abajo viendo cómo se cerraba la esclusa debajo de él.
Un minuto más tarde, otro sirviente mucho más pequeño abría la
Hija
y se disponía a sacar a Quaiche en volandas.
—Morwenna —dijo, encontrando las fuerzas para hablar, a pesar de que el dolor de su pecho había vuelto con fuerza—. Morwenna, he vuelto. Magullado pero vivo.
Pero no hubo respuesta.
Ararat, 2675
La cápsula se preparaba para abrirse. Clavain se sentó delante de ella, con los dedos entrelazados bajo su barbilla y con la cabeza inclinada como si rezara o como si contemplara con remordimientos un reciente y terrible pecado.
Se había quitado la capucha. Su pelo blanco caía sobre el cuello del abrigo y sus hombros. Se le veía viejo, de gran estatura y respetabilidad, pero no se parecía mucho al Clavain que todo el mundo creía conocer. Escorpio no dudaba que los trabajadores hablarían a sus maridos y esposas, amantes y amigos, a pesar de la prohibición expresa, de la aparición del viejo que se había materializado en la oscuridad. Subrayarían su misterioso parecido con Clavain, pero parecía mucho más viejo y frágil. Escorpio también estaba seguro de que preferirían que el viejo resultase ser otra persona diferente y que su líder siguiera realmente recorriendo el mundo. Si aceptaban que este anciano era Clavain, significaría que les habían mentido y que Clavain no era más que un fantasma gris de sí mismo.
Escorpio se sentó en el asiento vacío junto a él.
—¿Captas algo ya?
Clavain tardó un rato en contestar con un susurro.
—Solo las órdenes de mantenimiento que ya comenté antes. La cápsula bloquea la mayoría de sus transmisiones neuronales. Tan solo me llegan fragmentadas, y a veces desordenadas.
—Entonces, ¿estás seguro de que es Remontoire?
—Estoy seguro de que no es Skade y ¿quién más podría ser?
—Diría que hay una docena de posibilidades —susurró Escorpio.
—No, no las hay. La persona dentro de la cápsula es un combinado.
—Uno de los aliados de Skade, entonces.
—No. Sus amigos estaban todos cortados por el mismo patrón: combinados último modelo, rápidos y eficaces y tan fríos como el hielo. Sus mentes son diferentes.
—No te entiendo, Nevil.
—Para ti somos todos iguales, Escorp. Pero no lo somos. Nunca lo hemos sido. Con cada combinado con el que he enlazado, mi mente era diferente. Siempre que sentía los pensamientos de Remontoire era como si… —Clavain dudó un momento, sonriendo ligeramente cuando se le ocurrió la analogía adecuada— como pulsar el mecanismo de un reloj. Un reloj antiguo, bueno y de fiar. De los que tienen en las iglesias. Uno hecho de hierro, con tuercas y engranajes. Creo que para él yo era aún más lento y más mecánico… como una amoladora, quizás. Mientras que la mente de Galiana… —Se detuvo.
—Tranquilo, Nevil.
—Estoy bien. Su mente era como una habitación llena de pájaros, bellos e inteligentes pájaros cantores. Y su canto no sonaba en una cacofonía absurda, ni al unísono, sino que se cantaban los unos a los otros formando una red de canciones en una conversación brillante, reluciente, y más rápida de lo que mi mente podía seguir. Y Felka… —dudó de nuevo, pero retomó el hilo casi inmediatament—. Felka era como una turbina, con esa desagradable impresión simultánea de estatismo y velocidad de vértigo. Casi nunca me dejaba profundizar en su mente. Estoy seguro de que pensaba que no sería capaz de aceptarlo.
—¿Y Skade?
—Ella era como un matadero plateado, lleno de cuchillas giratorias y batientes diseñadas para cortar en rodajas y picar la realidad y a cualquiera lo suficientemente loco para echar un vistazo más allá de su cráneo. Al menos eso es lo que yo vi cuando me dejó. Puede que no tenga nada que ver con su verdadero estado mental. Su cabeza era como una sala de espejos, lo que se veía dentro era solo lo que ella quería que vieras.
Escorpio asintió. Había conocido a Skade en una ocasión, aunque solo durante unos minutos. Clavain y el cerdo se habían infiltrado en su nave, que estaba dañada y a la deriva después de que hubiera intentado superar la velocidad de la luz con la ayuda de una peligrosa maquinaria alienígena. Estaba debilitada en aquel momento y evidentemente perturbada por lo que había visto tras el accidente, pero incluso a pesar de no haber visto su mente, había salido del encuentro con la certeza de que no era una mujer con la que se pudiera jugar. En realidad no le importó mucho no ser capaz de entrar jamás en su cabeza. Pero ahora seguía temiéndose lo peor. Si Skade estaba en la cápsula, era muy posible que fuese capaz de disimular sus paquetes neuronales, arrullando a Clavain hacia una falsa sensación de seguridad, esperando el momento en el que pudiera abrirse camino en su cráneo.
—En el instante en que sientas algo raro… —comenzó a decir Escorpio.
—Es Rem.
—¿Estás absolutamente seguro de eso?
—Estoy seguro de que no es Skade, ¿te vale con eso?
—Me tendré que conformar, compañero.
—Eso espero —dijo Clavain—, porque… —Se quedó en silencio y parpadeó—. Espera. Algo pasa.
—¿Bueno o malo?
—Estamos a punto de descubrirlo.
Los indicadores luminosos del costado del huevo no se habían detenido desde el momento en el que lo sacaron del mar, pero ahora estaban cambiando bruscamente, cambiando claramente de un modo a otro. Un círculo parpadeante rojo se iluminaba varias veces por segundo en vez de una vez cada diez. Escorpio lo observó hipnotizado y luego observó cómo dejaba de parpadear, deslumbrándolos malévolamente. El círculo rojo se volvió verde. Algo dentro del huevo hizo una serie de sonidos ahogados y metálicos, recordando a Escorpio los antiguos relojes de los que había hablado Clavain. Un momento después, el lateral de la cápsula se abrió. Escorpio, que esperaba algo, saltó por el brusco movimiento. Un vapor frío surgió de la apertura que se hacía cada vez más amplia. Una gran placa de metal chamuscado se replegó hacia atrás mediante una maquinaria suavemente articulada. Una mezcolanza de olores golpeó el olfato del cerdo: agentes esterilizantes, lubricantes mecánicos, hirvientes refrigerantes, efluvios humanos.