Para cuando el Doctor Valensin decidió que estaba lista para recibir visitas, se había desatado una tormenta. El cielo sobre el recinto era de color azul pálido, jaspeado aquí y allá por cirros como hebras de plumas. Allá en el mar, la
Nostalgia por el Infinito
relucía con sombras grises, como un objeto recién tallado en roca oscura.
Se sentaron en extremos opuestos de la cama, Clavain en una silla y Escorpio en otra, pero al revés, de modo que sus brazos cruzados se apoyaban sobre el respaldo.
—He leído el informe de Valensin —comenzó Escorpio—. Todos esperábamos que nos confirmase que estabas loca.
Pero desgraciadamente no ha sido así. —Se pellizcó el puente de la nariz—. Y eso me produce un fuerte dolor de cabeza.
Khouri se incorporó en la cama.
—Siento que te duela la cabeza, pero ¿podríamos saltarnos las formalidades y pasar al rescate de mi hija?
—Lo discutiremos cuando estés recuperada —dijo Clavain.
—¿Y por qué no ahora?
—Porque todavía necesitamos saber exactamente qué ha pasado. También necesitamos una detallada evaluación táctica de cualquier situación que implique a Skade y a tu hija. ¿Lo definirías como un secuestro? —preguntó Clavain.
—Sí —contestó Khouri a regañadientes.
—Entonces hasta que no tengamos demandas concretas de Skade, Aura no corre peligro inmediato. Skade no se arriesgaría a dañar su única baza. Puede que sea despiadada, pero no es irracional.
Escorpio observaba al anciano con cautela. Parecía tan alerta y agudo como siempre, a pesar de que, por lo que Escorpio sabía, Clavain no había dormido más de dos horas desde que regresaron a tierra firme. Escorpio había observado lo mismo en otros humanos ancianos: necesitaban dormir poco y no les gustaba que los más jóvenes les impusieran dormir más. No es que tuvieran más energía, sino más bien que la división entre el sueño y la vigilia se había convertido en algo cada vez más arbitrario y confuso. Se preguntaba cómo sería ir a la deriva a través de una interminable sucesión de momentos grisáceos, en lugar de ordenados períodos de día y noche.
—¿De cuánto tiempo estamos hablando? —preguntó Khouri—. ¿Horas, o días antes de que actuéis?
—He organizado una reunión de notables de la colonia para el final de la mañana —dijo Clavain—. Si la situación lo merece, se pondrá en marcha una operación de rescate antes del anochecer.
—¿No puedes simplemente confiar en mi palabra de que debemos actuar ya?
Clavain se rascó la barba.
—Si tu historia tuviera más sentido, quizás.
—No miento. —Hizo un gesto en dirección a uno de los sirvientes—. El Doctor me ha dado su visto bueno, ¿verdad que sí?
Escorpio sonrió, dando golpecitos con el informe médico en el respaldo de la silla.
—Ha dicho que no estás alucinando, pero su reconocimiento ha originado tantas preguntas como respuestas.
—Hablas de un bebé —dijo Clavain antes de que Khouri tuviera la oportunidad de interrumpir—, pero según este informe nunca has dado a luz, ni hay signos evidentes de una cesárea.
—Es que no es evidente. La hicieron médicos combinados que saben coserte con tal pulcritud que parece que nunca hubiera existido. —Miró primero a uno y después al otro con rabia y miedo igualmente patentes—. ¿Me estáis diciendo que no me creéis?
Clavain negó con la cabeza.
—Digo que no podemos comprobar tu historia, eso es todo. Según Valensin, sí hay distensión del útero que concuerda con un embarazo reciente y hay cambios hormonales en tu sangre que apoyan la misma conclusión. Pero Valensin admite que puede haber otras explicaciones.
—Que tampoco contradicen mi historia.
—Pero necesitamos estar convencidos antes de organizar una acción militar —dijo Clavain.
—Repito: ¿por qué no confías en mí?
—Porque no es solo la historia sobre tu bebé lo que no tiene sentido —respondió Clavain—. ¿Cómo llegaste hasta aquí, Ana? ¿Dónde está la nave que te ha traído? No has venido todo el trayecto desde el sistema Resurgam es esa cápsula, pero no hay signos de que otra nave haya entrado en nuestro sistema.
—¿Y eso me convierte en una mentirosa?
—Nos hace sospechar —dijo Escorpio—. No hace preguntarnos si eres lo que aparentas ser.
—Las naves están aquí —dijo con un suspiro, como si arruinase un plan sorpresa cuidadosamente planeado—. Todas. Están concentradas en el volumen de espacio inmediatamente alrededor de este planeta. Remontoire, la
Luz del Zodiaco
, las otras dos astronaves que nos quedan del destacamento de Skade. Están todas ahí arriba, a un UA de este planeta. Llevan en vuestro sistema nueve semanas. Así es como llegué hasta aquí, Clavain.
—No puedes ocultar las naves con tanta facilidad —dijo él—. No de forma consistente durante tanto tiempo. Y menos cuando estamos buscándolas activamente.
—Ahora sí podemos hacerlo —contestó Ana—. Tenemos técnicas que desconoces por completo. Hemos aprendido mucho… cosas que nos hemos visto obligados a aprender desde la última vez que nos vimos. Cosas que ni creerías.
Clavain miró a Escorpio. El cerdo intentó adivinar qué estaba pasando por la cabeza del anciano, pero no lo logró.
—¿Tales como? —preguntó Clavain.
—Nuevos motores —dijo ella—. Propulsiones oscuras que no pueden verse. Nada puede verlas. El escape… se esfuma. Pantallas de camuflaje. Burbujas de fuerza nula. Motores crioaritméticos miniaturizados. Controles de inercia fiables a gran escala. Armas hipométricas. —Se estremeció—. No me gustan nada las armas hipométricas, me dan miedo. He visto lo que sucede cuando algo sale mal. No están bien.
—¿Todo eso en veintitantos años? —preguntó incrédulo Clavain.
—Hemos tenido ayuda.
—Suena como si Dios os hubiera echado un cable cumpliendo todos vuestros deseos.
—No es cosa de Dios, créeme. Yo lo sé bien porque fui yo quien preguntó.
—¿Y a quién se lo pediste?
—A mi hija —dijo Khouri—. Ella sabe cosas, Clavain. Por eso es tan valiosa. Por eso la quiere Skade.
Escorpio sintió mareos. Parecía que cada vez que escarbaban un poco en la historia de Khouri, surgía algo aún más incomprensible.
—Todavía no entiendo por qué no indicaste tu llegada desde la órbita —dijo Clavain.
—En parte porque no quería atraer la atención sobre Ararat —dijo Khouri—. No hasta que no fuera necesario. Hay una guerra ahí fuera, ¿no lo entiendes? Un gran conflicto espacial, con combatientes muy sigilosos. Cualquier señal es un riesgo. También hay gran cantidad de interferencias e interrupciones.
—¿Entre las fuerzas de Skade y las tuyas?
—Es más complicado. Hasta hace poco Skade estaba luchando junto a nuestras filas en lugar de contra nosotros. Incluso ahora, aparte del asunto personal entre Skade y yo, diría que estamos en lo que podría llamarse un estado de tregua incómoda.
—Entonces, ¿contra quién demonios estáis luchando? —preguntó Clavain.
—Los inhibidores —dijo Khouri—. Los lobos, o como quieras llamarlos.
—¿Están aquí? —preguntó Escorpio—. ¿En este sistema?
—Siento aguarte la fiesta —contestó Khouri.
—Bueno —dijo Clavain mirando alrededor—, no sé vosotros, pero desde luego a mí me preocupa.
—Esa era la idea —dijo Khouri.
Clavain se pasó un dedo por su rectilínea nariz.
—Otra cosa más. Varias veces desde que has llegado has mencionado una palabra que sonaba como «hella». Incluso dijiste que tenías que llegar hasta allí. Ese nombre no me dice nada, ¿qué es?
—No lo sé —dijo ella—. Ni siquiera recuerdo haberlo pronunciado.
Hela, 2727
El cuestor Jones había sido advertido de la llegada de un nuevo huésped en la caravana. La advertencia provenía directamente del Camino Permanente, con los sellos oficiales de la Torre del Reloj. Poco después una pequeña nave (una monoplaza de manufactura ultra con forma de berberecho) se deslizó por encima de los vehículos de la caravana. La nave de color rojo rubí se equilibraba con pericia sobre un pico de propulsión, planeando tranquilamente mientras la caravana continuaba su camino. Luego descendió posándose en la plataforma de aterrizaje principal. El casco se abrió y de él surgió una figura enfundada en un traje de vacío, que dudó y se volvió hacia la cabina para coger un bastón y un pequeño maletín blanco. Las cámaras lo siguieron desde varios ángulos en su recorrido hasta el interior de la caravana, abriendo puertas normalmente infranqueables gracias a las llaves de la Torre del Reloj, cerrándolas cuidadosamente tras de sí. Caminaba muy despacio, tomándose su tiempo, dándole al cuestor la oportunidad de ejercitar su imaginación. De vez en cuando, golpeaba algún componente de la caravana con su bastón, o se detenía para pasar su mano enguantada por encima de una pared, inspeccionando después sus dedos como si buscara polvo.
—Esto no me gusta nada, Peppermint —dijo el cuestor a la criatura encaramada a su escritorio—. Nunca es bueno cuando envían a alguien, especialmente cuando te avisan con tan solo una hora de adelanto. Eso significa que quieren sorprenderte. Significa que piensan que tramas algo.
La criatura estaba muy ocupada con el montoncito de semillas que el cuestor había colocado sobre la mesa. Había algo fascinante en la mera observación de su forma de comer y de limpiarse después. Sus facetados ojos negros que con la luz precisa se veían muy oscuros, de un morado lustroso, brillaban como piedras preciosas.
—¿Quién será, quién será…? —se preguntaba el cuestor, tamborileando en la mesa con los dedos—. Toma, come más semillas. Un bastón, ¿a quién conocemos que ande con un bastón? —La criatura lo miró, como a punto de emitir una opinión. Luego volvió a mordisquear con la cola enrollada en un pisapapeles—. Esto no es buena señal, Peppermint, lo presiento.
El cuestor se enorgullecía de dirigir con rigor la nave, para ser una caravana. Hacía lo que la Iglesia le pedía, pero en el resto de asuntos se mantenía al margen de los negocios de la catedral. Su caravana siempre volvía al Camino puntualmente para las reuniones y casi nunca regresaba sin un respetable número de peregrinos, trabajadores itinerantes y artefactos scuttlers. Cuidaba de sus pasajeros y clientes sin buscar en ningún momento su amistad o gratitud. No necesitaba ninguna de las dos. Tenía sus responsabilidades y tenía a Peppermint, y eso era lo único que le importaba.
Últimamente las cosas no iban tan bien como antes, pero era lo mismo para el resto de caravanas y si iban a escoger a un chivo expiatorio, había otros con peores informes que el cuestor. Además, la Iglesia debería estar muy satisfecha con su trabajo para ellos en los últimos años, o no habría permitido que su caravana creciera tanto y que hiciera las rutas de comercio importantes. Tenía una buena relación con los oficiales de la catedral con los que trataba y, aunque ninguno de ellos lo admitiera, tenía fama de ser justo en los tratos con comerciantes como Crozet. Así que, ¿cuál sería el propósito de esta visita sorpresa?
Esperaba que no tuviera nada que ver con la sangre. Era bien sabido que mientras más te acercases al negocio de la catedral, más probable era que entraras en contacto con los agentes de la Oficina de Transfusiones, el organismo clerical que promulgaba literalmente la sangre de Quaiche. La Oficina de Transfusiones era una rama de la Torre del Reloj, eso sí lo tenía claro. Pero tan lejos del Camino, la sangre de Quaiche corría clara y diluida. Era duro vivir en el campo, más allá del santuario de hierro de las catedrales. Había que preocuparse por los desprendimientos de hielo y los geiseres. Se necesitaba objetividad y lucidez y no la piedad química de un virus doctrinal. Pero ¿qué pasaba si había un cambio de política, una ampliación de la influencia de la Oficina de Transfusiones?
—Es ese Crozet —dijo—, siempre trae mala suerte. No tenía que haberlo dejado subir tan tarde. Tenía que haber mandado a casa con el rabo entre las piernas a ese vago inútil.
Peppermint lo miró. Su pequeña boca dijo:
—Aquel libre de pecado que tire la primera piedra.
—Sí, gracias, Peppermint. —El cuestor abrió el cajón de su escritorio—. Ahora, ¿por qué no te metes aquí hasta que hayamos visto a nuestro visitante? Y mantén el pico cerrado.
Cogió a la criatura para doblarla con delicadeza en una posición que cupiera en el cajón, pero la puerta de su despacho ya se estaba abriendo. La llave maestra del extraño funcionaba incluso aquí. La figura, enfundada en su traje, entró en la habitación, se detuvo y cerró la puerta tras de sí. Apoyó el bastón contra la mesa y colocó el maletín blanco en el suelo. Luego se desabrochó el casco, que era toda una fantasía rococó, con gárgolas en bajo relieve alrededor de la visera. Se lo quitó de la cabeza y lo depositó en un extremo de la mesa.
Para su sorpresa, el cuestor no reconoció al hombre. Había esperado a alguno de los habituales oficiales de la Iglesia con los que trataba, pero este era un completo desconocido.
—¿Podemos tener una palabritas, cuestor? —preguntó el hombre señalando el asiento en su lado de la mesa.
—Sí, sí —dijo apresuradamente el cuestor Jones—. Por favor, tome asiento. ¿Cómo ha ido su,
umm
…?
—¿Mi viaje desde el Camino? —El hombre parpadeó como si estuviera momentáneamente narcotizado por la aburrida pregunta del cuestor—. Sin incidentes. —Entonces miró a la criatura que el cuestor no había tenido tiempo de esconder—.
¿Es suyo?
—Es mi Pep… mi mascota. Mi Peppermint, una mascota.
—Un juguete genético, ¿no? Déjeme adivinar: una parte de insecto palo, una parte de camaleón y una parte de algún mamífero…
—De gato —dijo el cuestor—. Sin duda tiene algo de gato, ¿verdad Peppermint? —Acercó un puñadito de semillas al visitante—. ¿Quiere,
umm
…?
De nuevo para sorpresa del cuestor, que además no estaba muy seguro de por qué le había preguntado, el extraño cogió un pellizco de semillas y se las ofreció en su mano a Peppermint. Lo hizo muy despacio. Las mandíbulas de la criatura comenzaron a comerse las semillas, una a una.
—Encantador —dijo el hombre, dejando la mano quieta—. Cogería uno para mí, pero he oído que son muy difíciles de mantener.
—Cuesta horrores mantenerlos sanos —dijo el cuestor.
—Estoy seguro de ello. Bueno, pasemos a los negocios.
—Negocios —dijo el cuestor, asintiendo.
El hombre tenía la cara delgada y alargada con la nariz chata y la mandíbula prominente. Tenía un mechón de pelo blanco levantado en el frente, tieso como un cepillo y matemáticamente plano por arriba, como si lo hubieran cortado con un láser. Bajo las luces de la habitación brillaba con una tenue aura azul. Vestía una túnica de cuello alto abotonada a un lado y marcada con la insignia de la Torre del Reloj: ese raro traje espacial parecido a una momia irradiando luz a través de las grietas. Pero había algo en él que hacía pensar al cuestor que no era un clérigo. No olía a alguien con sangre de Quaiche. Entonces quizás sería un oficial técnico de alto grado.