El Desfiladero de la Absolucion (17 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
4.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

Recordando las instrucciones de Clavain, Vasko volvió a sellar la ventana y esperó al aterrizaje. Apenas lo notó, pero de pronto sus dos acompañantes avanzaban por la cabina hasta la rampa de embarque. Ahora se daba cuenta de que la lanzadera nunca había llevado piloto.

Bajaron hasta una pista de roca fundida. Los focos se habían encendido en el último minuto, tiñéndolo todo de un azul hielo. Clavain aún llevaba su abrigo y además una informe capucha negra anudada al cuello. La caída de la capucha dejaba su cara en la sombra. Apenas podía reconocérsele como el hombre que habían encontrado en la isla. Durante el vuelo, Escorpio había aprovechado la oportunidad para asearlo un poco, recortando su barba y pelo lo mejor que le permitían las circunstancias.

—Hijo —dijo Clavain—, ¿te importaría no mirarme con ese grado de fervor mesiánico?

—No era mi intención, señor.

Escorpio le dio una palmadita en la espalda a Vasko.

—Actúa con normalidad. En lo que a ti respecta, no es más que un viejo ermitaño maloliente que hemos encontrado por ahí.

El recinto estaba lleno de máquinas de oscura proveniencia repartidas alrededor de la lanzadera o que se insinuaban vagamente en los oscuros resquicios entre los focos. Había vehículos de ruedas, uno o dos aerodeslizadores, una especie de esqueleto de helicóptero. Vasko adivinó la pulida superficie de otras dos naves aéreas aparcadas al borde de la pista. No sabría decir si eran de las que podían alcanzar órbita así como volar en la atmósfera.

—¿Cuántas lanzaderas operativas? —preguntó Clavain. Escorpio contestó tras un momento de duda, quizás preguntándose cuánto podía decir en presencia de Vasko.

—Cuatro —respondió.

Clavain caminó media docena de pasos antes de decir: —Había cinco o seis cuando me fui. No podemos permitirnos perder ninguna lanzadera, Escorp.

—Hacemos lo que podemos con unos recursos muy limitados. Algunas pueden volver a volar, pero no puedo prometer nada.

Escorpio les llevaba a la estructura metálica más cercana alrededor de perímetro de la cúpula. Mientras se alejaban de la lanzadera, muchas de las máquinas en las sombras comenzaron a rodar lentamente hacia ella, extendiendo manipuladores o arrastrando cables umbilicales por el suelo. Su forma de moverse hizo imaginar a Vasko unos monstruos marinos heridos, arrastrando sus tentáculos dañados por tierra firme.

—Si tenemos que salir rápido —dijo Clavain—, ¿podemos hacerlo?, ¿se pueden usar las otras naves? Una vez llegue la
Luz del Zodiaco
, tan solo necesitan llegar a la órbita. No estoy pidiendo una navegabilidad completa en el espacio, me conformo con que hagan unos pocos viajes.

—La
Luz del Zodiaco
tendrá sus propias lanzaderas —dijo Escorpio—. Y si no las tiene, tenemos la única nave que necesitamos para alcanzar la órbita.

—Mejor que desees y reces para que no la tengamos que usar nunca —dijo Clavain.

—Para cuando necesitemos las lanzaderas —dijo Escorpio—, ya tendremos contingencias en marcha.

—El momento de necesitarlas puede ser esta misma noche, ¿no se te había ocurrido pensarlo?

Llegaron a la entrada del cordón de estructuras que rodeaban la cúpula. Mientras se aproximaban, otro cerdo surgió de la oscuridad, moviéndose con el exagerado bamboleo típico de su especie. Era, si cabe, más bajo y achaparrado que Escorpio. Sus hombros eran tan enormes como yugos, por lo que sus brazos colgaban a cierta distancia de sus costados, oscilando como péndulos al caminar. Parecía como si pudiera desmembrar a un hombre sin dificultad.

El cerdo miró enfurecido a Vasko, con profundas líneas como muescas en su entrecejo.

—¿Qué miras, chaval?

Vasko contestó apresuradamente.

—Nada, señor.

—Relájate, Blood —dijo Escorpio—. Vasko ha tenido un día ajetreado. Solo está un poco abrumado por todo esto, ¿no es así, hijo?

—Sí, señor.

El cerdo llamado Blood saludó con la cabeza a Clavain.

—Me alegro de que hayas vuelto, viejo.

Aproximación a Hela, 2615

Quaiche estaba lo suficientemente cerca de Morwenna como para mantener una comunicación en tiempo real.

—No te va a gustar lo que voy a hacer —dijo—, pero es por el bien de los dos.

Su respuesta llegó tras un crujido en la línea.

—Me prometiste que no tardarías mucho.

—Aún pretendo mantener esa promesa. No voy a estar fuera ni un minuto más de lo que te dije. En realidad se trata de nosotros.

—¿A qué te refieres? —preguntó Morwenna.

—Me preocupa que haya en Hela algo más aparte del puente. He captado un eco metálico y no se ha movido. Podría no ser nada y probablemente no lo sea; pero no puedo arriesgarme a que sea una bomba trampa. Ya me he tropezado con estas cosas antes, y me ponen nervioso.

—Entonces da media vuelta —dijo Morwenna.

—Lo siento, pero no puedo. Necesito ver de cerca ese puente. Si no regreso con algo bueno, Jasmina me va a comer crudo. —Dejó que Morwenna imaginara qué le pasaría a ella, todavía encerrada en el sarcófago ornamentado y con Grelier como única esperanza para liberarla.

—Pero no puedes dirigirte sin más hacia una trampa —dijo Morwenna.

—Estoy más preocupado por ti, la verdad. La
Hija
se encarga de protegerme, pero si hago saltar algo, puede empezar a disparar indiscriminadamente a todo lo que vea, incluyendo la
Dominatrix
.

—¿Qué vas a hacer entonces?

—Pensé en alejarte del sistema Haldora/Hela, pero malgastaría demasiado tiempo y combustible, así que tengo una idea mejor: usaremos lo que tenemos a mano. Haldora será un bonito y grueso escudo. De todas formas está ahí sin hacer nada, así que lo colocaré entre tú y lo que sea que haya en Hela, para aprovechar el puñetero planeta.

Morwenna meditó las implicaciones durante unos segundos. Hubo un repentino desasosiego en su voz.

—Pero eso significaría que…

—Sí, estaremos sin visibilidad directa y no podremos hablar entre nosotros. Pero solo será durante unas horas, seis como mucho. —Añadió algo más antes de que pudiera protestar de nuevo—. Programaré a la
Dominatrix
para esperar tras Haldora durante seis horas y luego regresar a su posición actual con respecto a Hela. ¿A que no es mala idea? Duérmete un poco y ni te darás cuenta de que no estoy.

—No me hagas esto, Horris. No quiero estar en un lugar en el que no pueda hablar contigo.

—Serán solo seis horas.

Cuando Morwenna respondió, no parecía más tranquila, pero podía percibir el cambio en el tono de su voz que significaba que al menos había aceptado la inutilidad de seguir discutiendo.

—Pero si pasa algo en ese tiempo, si me necesitas, o si yo te necesito, no podremos hablar.

—Solo durante seis horas —repitió—. Trescientos minutos, más o menos. Nada, se te pasarán volando.

—¿No puedes establecer ninguna retransmisión para que podamos seguir en contacto?

—No creo. Podría colocar algunos reflectores pasivos alrededor de Haldora, pero serían el tipo de cosa que conducirían a un misil inteligente hacia ti. De todas formas, tardaría un par de horas en posicionarlos, y en ese tiempo ya podría estar allí abajo junto al puente.

—Tengo miedo, Horris. De verdad, no quiero que lo hagas.

—Tengo que hacerlo —dijo—. No hay más remedio.

—No, por favor.

—Me temo que el plan ya está en marcha —respondió Quaiche suavemente—. He enviado las órdenes necesarias a la
Dominatrix
. Ya se está moviendo, cariño. Estará tras la sombra de Haldora en treinta minutos.

Hubo un silencio. Por un momento, pensó que la conexión se había cortado ya, que sus cálculos habían sido erróneos. Pero entonces, Morwenna dijo:

—Entonces, ¿por qué te molestas en preguntarme, si ya habías tomado una decisión?

8

Hela, 2727

Durante el primer día viajaron sin descanso, alejándose lo más posible de las comunidades de las tierras baldías. Durante cuatro horas seguidas avanzaron rápidamente por rugosos caminos blancos, atravesando un terreno que cambiaba lentamente bajo el cielo negro visón. Ocasionalmente, pasaban por una torre trasponedora, un puesto avanzado o incluso otra máquina en dirección opuesta.

Rashmika se acostumbró gradualmente al hipnótico movimiento oscilante de los esquís, y ya era capaz de andar por el icejammer sin perder el equilibrio. A veces se sentaba en su compartimento personal con las rodillas flexionadas hasta la barbilla, mirando por la ventana al fugaz paisaje, imaginando que cada roca deforme o cada fragmento de hielo contenía un pedazo del imperio alienígena. Pensaba mucho en los scuttlers, imaginándose las páginas en blanco de su libro, rellenándolas con pulcra escritura y minuciosos dibujos.

Solía beber té o café, consumía sus víveres y ocasionalmente hablaba con Culver, aunque no tanto como a él le gustaría. Cuando planeó su huida (aunque «huida» no era la palabra exacta porque no estaba huyendo de nada), apenas pensó más allá del momento en el que abandonaría la aldea. Las pocas veces que había reflexionado sobre ello, siempre había imaginado que se sentiría mucho más relajada al haber dejado atrás la parte más difícil: el hecho de abandonar su casa y su aldea estaba superado.

Pero no había sido así en absoluto. No estaba tan tensa como cuando salió de su casa, pero solo porque hubiera sido imposible permanecer en ese estado durante mucho tiempo. En vez de eso, había llegado a un nivel estable de tensión, un nudo en el estómago que no se deshacía. En parte era porque ahora estaba adelantándose a los acontecimientos, adentrándose en un territorio que había evitado hasta este momento. De pronto, enfrentarse a las iglesias era una realidad concreta e inminente. Pero también estaba preocupada por lo que había dejado atrás. Tres días, incluso seis, no le habían parecido demasiado tiempo cuando había planeado el viaje hasta las caravanas, pero ahora contaba cada hora. Se imaginaba a la aldea movilizándose tras ella, conociendo lo que había pasado y uniéndose para traerla de vuelta. Se imaginó a los policías siguiendo al icejammer en sus propios vehículos rápidos. A ninguno de ellos les gustaba Crozet ni Linxe, para empezar. Asumirían que la pareja la había convencido y que, de alguna forma, eran los culpables de su desgracia. Si los alcanzaban, la castigarían, pero Crozet y Linxe serían linchados por la muchedumbre.

Pero no había rastro de una persecución. La verdad es que la máquina de Crozet era rápida, pero en las pocas ocasiones en las que habían subido una colina, dándoles la oportunidad de echar la vista atrás unos quince o veinte kilómetros, no había nadie tras ellos.

Sin embargo, Rashmika seguía ansiosa, a pesar de que Crozet le asegurara que no había otra ruta más rápida mediante la cual les cortaran el paso más adelante. De vez en cuando, para tranquilizarla, Crozet sintonizaba la radio de la aldea, aunque la mayoría del tiempo solo oían ruido. Algo muy normal, ya que la recepción de radio en Hela estaba al capricho de las tormentas magnéticas de Haldora. Había otros métodos de comunicación: comunicaciones por láser entre satélites y estaciones terrestres, cables de fibra óptica… pero la mayoría de esos canales estaban bajo el control de las iglesias, y de todas formas Crozet no estaba suscrito a ninguno de ellos. Sabía como pinchar algunos cuando lo necesitaba, pero ahora, había dicho, no era el momento de arriesgarse a llamar la atención. Cuando por fin Crozet pudo sintonizar una transmisión clara de Vigrid y Rashmika pudo oír las noticias del día para las aldeas más importantes, no era lo que esperaba oír. Hablaron de informes sobre derrumbes, cortes de energía, y los altibajos de la vida de la aldea, pero no hubo ninguna mención de ninguna persona desaparecida. A sus diecisiete, Rashmika estaba aún bajo la tutela legal de sus padres, así que tenían todo el derecho a denunciar su ausencia. De hecho, estarían incumpliendo la ley si no lo hacían.

Rashmika se sintió más molesta de lo que le gustaría admitir. Por un lado, quería desaparecer sin levantar revuelo, como había planeado. Pero al mismo tiempo, su parte más infantil deseaba ver alguna prueba de que reparaban en su ausencia. Quería sentirse añorada.

Cuando meditó un poco el asunto, decidió que sus padres estarían esperando a ver qué pasaba en las próximas horas. Después de todo, no llevaba fuera más de medio día. Si hubiera seguido con su rutina diaria, a estas horas estaría todavía en la biblioteca. Quizás suponían que había salido de casa inusualmente temprano esa mañana. Quizás no habían visto la nota que les había dejado, o no habían notado que faltaba su traje de superficie del armario. Pero después de dieciséis horas seguía sin haber noticias.

Sus hábitos eran lo bastante erráticos como para que sus padres no se preocuparan de su ausencia durante diez o doce horas, pero después de dieciséis, incluso si milagrosamente no habían reparado en las demás pistas, no tendría que haber dudas de lo que pasaba. Tenían que saber que se había ido. Debían haberlo notificado ya a las autoridades, ¿no? Las autoridades de las tierras baldías no eran exactamente famosas por su eficacia, pensaba Rashmika. Era posible que la denuncia de su ausencia no hubiera llegado al despacho adecuado. Teniendo en cuenta la inercia burocrática en todos los niveles, quizás no llegara hasta el día siguiente. O quizás las autoridades estaban informadas, pero habían decidido no notificarlo a los canales de noticias por alguna razón. Era tentador pensar eso, pero al mismo tiempo no podía imaginar ninguna razón por la que quisieran retrasarlo.

Con todo, quizás hubieran cortado la carretera a la vuelta de la esquina. Crozet no pensaba lo mismo, y conducía tan rápido y tan despreocupado como siempre. Su icejammer se conocía estas viejas pistas de hielo tan bien que parecía no necesitar apenas indicaciones de por dónde seguir.

Hacia el final del primer día de viaje, cuando Crozet estaba listo para detenerse para pasar la noche, volvieron a sintonizar el canal de noticias. Rashmika ya llevaba fuera casi todo el día, pero no hubo señales de que nadie se hubiera dado cuenta. Se sintió abatida, como si durante toda su vida hubiera sobrestimado su importancia incluso en el ámbito más reducido de la vida de las tierras baldías de Vigrid. Entonces se le ocurrió otra posibilidad. Era tan obvio, que tenía que haber pensado en ello inmediatamente. Tenía más sentido que cualquiera de las improbables contingencias que había considerado hasta ahora. Por supuesto que sus padres se habían dado cuenta de su huida. Sabían exactamente cuándo y por qué. Había sido discreta acerca de sus planes en la carta que les había dejado, pero no dudaba de que sus padres hubieran adivinado el resto de detalles con bastante exactitud. Probablemente sabían incluso que había mantenido el contacto con Linxe tras el escándalo.

Other books

The Wedding Affair by Leigh Michaels
The Panda Puzzle by Ron Roy
El gaucho Martín Fierro by José Hernández
Breakdown by Sara Paretsky
Getting him Back by Anna Pescardot
14 Christmas Spirit by K.J. Emrick