El Desfiladero de la Absolucion (14 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Quieres salir de Hela —dijo Crozet.

Rashmika recordó los cálculos mentales que había hecho anteriormente y los amplió.

—He vivido un quinto de mi vida. A menos que algo inesperado me ocurra, solo me quedan unos sesenta años. Quiero hacer algo con ese tiempo. No quiero morirme sin haber visto algo más interesante que este lugar.

Crozet enseñó sus dientes amarillos.

—Rash, la gente viaja años luz para visitar Hela.

—Por los motivos equivocados —dijo ella. Hizo una pausa, rumiando sus pensamientos cuidadosamente. Tenía opiniones bien formadas y siempre había creído que debía exponerlas, pero al mismo tiempo no quería ofender a sus anfitriones—. Mira, no estoy diciendo que sean tontos, pero lo importante de este planeta son las excavaciones, no las catedrales, ni el Camino Permanente, ni los milagros.

—Sí, ya —dijo Crozet—, pero a nadie le importan un comino las excavaciones.

—A nosotros nos importan —dijo Linxe—. A cualquiera que viva de las tierras baldías deben importarle.

—Pero las iglesias preferirían que no excavásemos tan hondo —rebatió Rashmika—. Las excavaciones son una distracción. Les preocupa que tarde o temprano encontremos algo que haga parecer el milagro bastante menos milagroso.

—Hablas como si las iglesias tuviesen una sola voz —dijo Linxe.

—No digo que sea así —replicó Rashmika—, pero todo el mundo sabe que tienen ciertos intereses en común, y da la casualidad de que nosotros no estamos entre esos intereses.

—Las excavaciones scuttlers juegan un papel vital en la economía de Hela —dijo Linxe, como recitando una frase de un aburrido folleto eclesiástico.

—Y no digo que no —interpuso Crozet—. Pero ¿quién controla ya la venta de reliquias de las excavaciones? Las iglesias. Están a medio camino de tener el monopolio. Desde su punto de vista, el siguiente paso lógico sería tomar también el control de las excavaciones, así los cabrones podrían ocultar cualquier cosa inconveniente.

—Eres un viejo tonto cínico —dijo Linxe.

—Por eso te casaste conmigo, querida.

—¿Y tú qué piensas, Rashmika? —preguntó Linxe—.

¿Crees que las iglesias quieren borrarnos del mapa?

Tenía la impresión de que solo le preguntaban por educación.

—No lo sé, pero estoy segura de que las iglesias no se quejarían si nos arruinásemos todos y pudieran encargarse ellas de las excavaciones.

—Sí —coincidió Crozet—, no creo que lo primero que piensen sea en quejarse en ese caso.

—Entonces, teniendo en cuenta todo lo que has dicho… —comenzó a decir Linxe.

—Ya sé lo que me vas a preguntar —la interrumpió Rashmika—, y no te culpo por ello. Pero entenderás que no tenga interés en las iglesias en un sentido religioso. Solo necesito saber qué pasó.

—No tuvo por qué ser nada siniestro —dijo Linxe.

—Lo único que sé es que le mintieron.

Crozet se frotó el ojo con la punta del meñique.

—¿Alguna de vosotras podría decirme de qué cono estáis hablando? Porque no me entero de nada.

—De su hermano —dijo Linxe—. ¿Es que no escuchas nada de lo que te cuento?

—No sabía que tenías un hermano —dijo Crozet.

—Era mucho mayor que yo —dijo Rashmika—, y pasó hace ya ocho años, de todas formas.

—¿Qué pasó hace ocho años?

—Que se fue al Camino Permanente.

—¿A las catedrales?

—Esa era su idea. No lo habría pensado siquiera si no hubiera sido tan fácil ese año. Pero era igual que ahora, las caravanas viajaban más al norte de lo habitual, de modo que estaban más cerca de las tierras baldías. Dos o tres días de viaje en jammer, en lugar de los veinte o treinta para llegar al Camino.

—¿Era religioso, tu hermano?

—No, Crozet, no más que yo, en cualquier caso. Yo solo tenía nueve años entonces, lo que pasó no lo tengo grabado en la memoria. Pero entiendo que los tiempos eran difíciles. Las excavaciones existentes estaban recién descubiertas y había explosiones y derrumbes. Los aldeanos pasaban estrecheces.

—Tiene razón —dijo Linxe a Crozet—. Recuerdo cómo eran las cosas, aunque tú no.

Crozet manejaba los mandos con habilidad, dirigiendo el jammer alrededor de un afloramiento con forma de codo.

—Pues sí que me acuerdo.

—Mi hermano se llamaba Harbin Els —dijo Rashmika—. Harbin trabajaba en las excavaciones. Cuando vinieron las caravanas tenía diecinueve, pero había estado trabajando bajo tierra casi media vida. Era bueno en un montón de cosas, y los explosivos eran una de ellas: poner cargas, calcular rendimientos y ese tipo de cosas. Sabía cómo colocarlas para conseguir casi cualquier efecto que deseara. Tenía fama de hacer su trabajo como es debido sin tomar atajos.

—Imaginaba que ese tipo de especialidad estaría muy demandada en las excavaciones —dijo Crozet.

—Y lo estaba, hasta que las excavaciones empezaron a temblar. Entonces se hizo más duro. Las aldeas no podían permitirse abrir nuevas cavernas, y no solo porque los explosivos fuesen muy caros. Apuntalar las cavernas, las instalaciones de electricidad y aire, los túneles auxiliares… todo era demasiado costoso. Así que los aldeanos concentraron sus esfuerzos en las cámaras ya existentes, esperando un golpe de suerte.

—¿Y tu hermano?

—Él no iba a esperar hasta que lo necesitaran de nuevo. Había oído que un par de expertos en explosivos habían cruzado por tierra. Les había llevado meses, pero llegaron al Camino y entraron al servicio de una de las iglesias más importantes. Las iglesias necesitan personal con conocimientos sobre explosivos, o al menos eso le habían dicho. Tienen que seguir con las voladuras por delante de las catedrales, para mantener el Camino despejado.

—No lo llaman el Camino Permanente por casualidad —dijo Crozet.

—Bueno, Harbin pensó que era un trabajo que le gustaría hacer. No quiere decir que comulgara con la particular visión del mundo de la Iglesia. Simplemente llegarían a un acuerdo: ellos le pagarían por sus conocimientos sobre demoliciones. Incluso había rumores acerca de trabajos en la oficina técnica de mantenimiento del Camino. A él se le daban bien los números y pensó que tenía la oportunidad de obtener ese trabajo, planificando dónde debían ponerse las cargas, en lugar de hacerlo él mismo. Sonaba muy bien. Se quedaría con algo de dinero, lo suficiente para vivir y enviaría el resto a las tierras baldías.

—¿Estaban tus padres conformes con eso? —preguntó Crozet.

—No hablan mucho de aquello. Leyendo entre líneas, no querían que Harbin tuviera nada que ver con las iglesias, pero al mismo tiempo entendían sus motivos. Eran tiempos muy malos. Y Harbin lo decía como si fuera un mercenario, casi como si se aprovechara de la Iglesia, y no al contrario. Nuestros padres no lo animaron precisamente, pero por otro lado tampoco le dijeron que no. Aunque no les hubiera hecho mucho caso de todas formas.

—Entonces Harbin se fue…

Rashmika negó con la cabeza hacia Crozet.

—No, fuimos toda la familia, para despedirlo. Era como ahora, casi toda la aldea salía para ver a las caravanas. Fuimos en el jammer de alguien durante dos o tres días. Antes parecía mucho más largo, pero yo era pequeña. Y entonces vimos la caravana, cerca de las planicies. En la caravana había un hombre, una especie de… —Rashmika vaciló. No es que olvidara los detalles, pero era emocionalmente desgarrador volver a pasar por aquello, incluso desde la distancia de ocho años—. Un agente de contratación, supongo que lo llaman, que trabajaba para una de las iglesias. De hecho, para la más importante: los primeros adventistas. A Harbin le habían dicho que ese era el hombre con el que tenía que hablar sobre el trabajo. Así que todos nos reunimos con él, toda la familia. Harbin habló la mayoría del tiempo y el resto permanecimos sentados en la misma habitación, escuchando. Había otro hombre allí que tampoco dijo nada, solo nos miraba todo el tiempo, a mí en particular, y tenía un bastón que presionaba contra sus labios, como si lo besara. No me gustó, pero no era el hombre con el que trataba Harbin, así que no le presté tanta atención como al agente de contratación. De vez en cuando, mi madre o mi padre preguntaban algo, y el agente les contestaba educadamente. Pero principalmente solo hablaban él y Harbin. Le preguntó cuáles eran sus capacidades y Harbin le habló de su trabajo con los explosivos. El hombre parecía conocer un poco el tema y le hizo preguntas difíciles. Yo no entendía nada, aunque sabía por la forma en la que contestaba Harbin, despacio, no muy locuaz, que no eran ni estúpidas ni triviales. Pero lo que decía Harbin parecía satisfacer al agente. Le dijo que sí, que la Iglesia necesitaba especialistas en demoliciones, especialmente en la oficina técnica. Dijo que mantener el Camino despejado era una tarea interminable y que era una de las pocas áreas en las que las iglesias cooperaban. Admitió también que la oficina necesitaba un nuevo ingeniero con la experiencia de Harbin.

—Todos contentos, entonces —dijo Crozet. Linxe le dio otro manotazo.

—Deja que termine.

—Bueno, estábamos contentos —dijo Rashmika—. Al principio. Al fin y al cabo esto era exactamente lo que Harbin deseaba. Las condiciones eran buenas y el trabajo era interesante. Del modo en el que Harbin lo veía, solo tenía que aguantar hasta que volvieran a abrir nuevas cavernas en las tierras baldías. Por supuesto, no le dijo al agente que no pensaba quedarse más de una revolución o dos. Pero sí hizo una pregunta crítica.

—¿El qué? —preguntó Linxe.

—Había oído que algunas iglesias usaban métodos con sus trabajadores para convertirlos a la manera de pensar de la Iglesia. Les hacía creer que lo que hacían tenía un significado más allá de lo material, que su trabajo era sagrado.

—¿Quieres decir que les hacían tragarse su credo? —preguntó Crozet.

—Más que eso, les obligaban a aceptarlo. Tienen sus métodos, y desde el punto de vista de las iglesias, no puedes culparlos realmente. Desean conservar sus destrezas conseguidas con tanto esfuerzo. Por supuesto, a mi hermano no le gustaba nada la idea.

—¿Y cuál fue la reacción del agente a la pregunta? —preguntó Crozet.

—Dijo que Harbin no tenía nada que temer. Algunas iglesias, admitió, practicaban métodos de… bueno, no me acuerdo exactamente de lo que dijo. Algo sobre transfusiones y Torres de Reloj. Pero dejó claro que la Iglesia quaicheista no era de esas. Y señaló que había trabajadores de diversas creencias entre las cuadrillas del Camino Permanente, y nunca se había hecho ningún esfuerzo por convertirlos a la fe quaicheista.

Crozet entornó los ojos.

—Sabía que mentía.

—Creías que mentía —dijo Crozet, corrigiéndola como hacen los profesores.

—No, lo sabía. Lo sabía con tal seguridad como si lo viera pasearse con un cartel que dijera «mentiroso» colgado del cuello. Estaba tan segura de que mentía como de que respiraba. No era discutible. Era escandalosamente obvio.

—Pero no para los demás —dijo Linxe.

—No, ni para mis padres ni para Harbin. Pero yo no me di cuenta en aquel momento. Cuando Harbin asintió y le dio las gracias a aquel hombre, yo creía que estaban representando algún tipo de ritual adulto. Harbin le había hecho una pregunta vital y él había respondido lo único que su cargo le permitía: una respuesta diplomática, una que todos los presentes entendían que era mentira. Así que en ese sentido no era verdaderamente una mentira… creía que estaba claro. Y si no lo estaba, ¿por qué había resultado tan obvio que no decía la verdad?

—¿Tan claro era? —preguntó Crozet.

—Era como si quisiera que yo supiera que mentía, como si estuviera sonriéndome o guiñándome todo el rato… sin hacerlo realmente, claro, pero siempre parecía estar a punto de hacerlo. Pero solo yo lo veía. Creía que Harbin… que seguramente lo había visto… pero no. Siguió actuando como si sinceramente pensara que el hombre decía la verdad. Ya estaba haciendo gestiones para quedarse en la caravana y completar con ellos el resto del viaje hasta el Camino Permanente. Si era un juego, no me gustaba la forma en la que insistían en seguir jugando, sin dejarme participar de la broma.

—Pensabas que Harbin estaba en peligro —dijo Linxe.

—Tampoco entendía todo lo que estaba en juego. Como os he dicho, solo tenía nueve años. No comprendía realmente qué eran fe, credo y contrato. Pero comprendía lo único que importaba: que Harbin le había hecho al hombre la pregunta más importante para él, la que decidiría si se unía a la Iglesia o no, y ese hombre le había mentido. ¿Podía imaginarme que eso lo ponía en peligro de muerte? No, no tenía mucha idea de lo que «peligro de muerte» significaba, para ser sincera. Pero sabía que algo iba mal, y sabía que era la única que lo veía.

—La niña que nunca miente —dijo Crozet.

—Se equivocan conmigo —dijo Rashmika—. Sí miento, miento tan bien como cualquiera ahora. Pero durante mucho tiempo no le veía el sentido. Supongo que al conocer a aquel hombre fue cuando empecé a entenderlo. Comprendí entonces que lo que para mí había sido tan obvio durante toda mi vida no lo era para los demás.

—¿Y qué es? —dijo Linxe.

—Siempre sé cuando la gente miente. Siempre, sin falta. Y nunca me equivoco.

—Crees que lo sabes —sonrió Crozet, condescendiente.

—Lo sé —dijo Rashmika—. Nunca me ha fallado. Linxe entrelazó los dedos sobre el regazo.

—¿Fue esa la última vez que supiste algo de tu hermano?

—No, no lo vimos de nuevo, pero cumplió su palabra. Nos enviaba cartas a cara y de vez en cuando algo de dinero. Pero las cartas eran vagas, emocionalmente despegadas, podían haber sido escritas por cualquiera, en realidad. Nunca regresó a las tierras baldías, y por supuesto nunca tuvimos la oportunidad de visitarlo. Era demasiado difícil. Siempre había dicho que volvería, incluso en sus cartas… pero estas cada vez se espaciaban más, pasaban meses y después años… luego quizás una carta cada revolución más o menos. La última fue hace dos años. No decía mucho, ni siquiera parecía su letra.

—¿Y el dinero? —preguntó con delicadeza Linxe.

—Seguía llegando. No mucho, pero lo suficiente para mantener a los lobos a raya.

—¿Crees que lo captaron? —preguntó Crozet.

—Sé que lo han captado. Lo sabía desde el momento en el que conocimos al agente de contratación, aunque nadie más lo supiera. Transfusiones, o como lo llamen.

—¿Y ahora? —dijo Linxe.

—Voy a averiguar qué le pasó a mi hermano —dijo Rashmika—. ¿O qué esperabas?

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