—No, no es verdad.
Quaiche suspiró. Siempre había sabido que esta sería la parte más difícil. Más de una vez se le había pasado por la cabeza que quizás lo más compasivo sería salir sin decírselo, y simplemente esperar que el retraso en la comunicación no le delatara. Conociendo a Morwenna, sin embargo, lo descubriría enseguida.
—No tardaré mucho, lo prometo. Saldré y volveré en unas pocas horas.
—Más bien sería un día, pero eso seguían siendo unas pocas horas, ¿no? Morwenna lo entendería.
—¿Por qué no puedes acercarte más con la
Dominatrix
?
—Porque no puedo arriesgarme —dijo Quaiche—. Ya sabes cómo me gusta trabajar. La
Dominatrix
es grande y pesada. Tiene blindaje y autonomía, pero carece de agilidad e inteligencia. Si nosotros, o más bien yo, me encuentro con algo desagradable, la
Hija
me puede sacar del apuro mucho más rápido. Esta pequeña nave es más lista que yo. Y no podemos arriesgarnos a dañar o perder a la
Dominatrix
. La
Hija
no tiene la autonomía para llevarnos a la
Ascensión Gnóstica
. Reconócelo, mi amor, la
Dominatrix
es nuestro bote salvavidas. No podemos ponerla en peligro. —Y seguidamente añadió—: Ni a ti tampoco, por supuesto.
—No me importa si no podemos volver a la
Ascensión
. He quemado mis puentes con esa zorra borracha de poder y su tripulación de aduladores.
—No es que yo tenga mucha prisa por volver, pero la verdad es que necesitamos a Grelier para que te saque de ahí.
—Si nos quedamos aquí, al final llegarán otros ultras.
—Sí —dijo Quaiche—, y son gente tan agradable… ¿a que sí? Lo siento, amor mío, pero en este caso no nos queda más remedio que cooperar con el diablo. Mira, iré rápido y estaré en contacto permanente contigo. Te haré un tour guiado de ese puente tan exacto que lo verás con la imaginación igual que si estuvieras allí. Te cantaré, te contaré chistes… ¿qué te parece?
—Tengo miedo. Sé que tienes que hacerlo, pero eso no cambia el hecho de que tenga miedo.
—Yo también tengo miedo —le confesó—. Estaría loco si no lo tuviera. Y de verdad que no quiero dejarte, pero no tengo elección.
Morwenna guardó silencio durante un momento. Quaiche se apresuró a comprobar los sistemas de la pequeña nave. Mientras cada elemento se conectaba, sintió un estremecimiento de anticipación. Ella habló de nuevo.
—Si de verdad es un puente, ¿qué vas a hacer con él?
—No lo sé.
—¿Cómo es de grande?
—Muy grande. Treinta o cuarenta kilómetros de largo.
—En ese caso no será fácil llevártelo contigo.
—
Mmm
, tienes razón, me has pillado. ¿En qué estaría pensando?
—Lo que quiero decir, Horris, es que tendrás que encontrar la forma de que sea valioso para Jasmina, aunque no se pueda mover del planeta.
—Ya pensaré algo —dijo Quaiche con un ímpetu que no sentía realmente—. En última instancia Jasmina puede acordonar el planeta y vender entradas a los que quieran verlo de cerca. En cualquier caso, si construyeron un puente, probablemente hayan construido algo más, quienes quiera que fueran.
—Cuando estés ahí fuera —dijo Morwenna—, prométeme que tendrás mucho cuidado.
—«Precaución» es mi lema.
La diminuta nave cayó de la
Dominatrix
, orientándose con una rápida sacudida de aceleración. A Quaiche siempre le parecía que la nave disfrutaba su repentina liberación de su atraque de acoplamiento. Estaba tumbado con los brazos estirados hacia el frente. Con cada mano sujetaba un elaborado mando de control cuajado de botones y palancas. Entre los mandos había una pantalla con una vista de los sistemas de la
Hija del Carroñero
y un esquema de su posición en relación a los cuerpos celestes relevantes más cercanos. Los diagramas tenían el aspecto de bocetos entramados de las ilustraciones astronómicas o médicas del Renacimiento: la escritura a pluma en tinta negra sobre el pergamino sepia, lleno de hoscas anotaciones en latín. Su tenue reflejo planeaba sobre el cristal de la pantalla.
A través del casco traslúcido observó cómo se cerraba la bodega por sí sola. La
Dominatrix
se iba haciendo más pequeña rápidamente, menguando hasta ser solo un oscuro arañazo con forma de cruz en la cara de Haldora. Pensó en Morwenna, todavía dentro de la
Dominatrix
y encerrada en el sarcófago ornamentado, con un renovado sentimiento de urgencia. El puente de Hela era sin duda lo más extraño que había visto en sus viajes. Si esto no era el tipo de objeto exótico que Jasmina estaba buscando, entonces no tenía ni idea de qué lo sería. Lo único que tenía que hacer era vendérselo, y convencerla para que perdonara sus anteriores errores. Si un gigantesco artefacto alienígena no lo lograba, ¿qué lo haría entonces?
Cuando le resultó difícil ver a la otra nave sin un filtro, Quaiche se sintió más relajado. A bordo de la
Dominatrix
no había dejado de sentirse bajo la permanente vigilancia de la reina Jasmina. Era perfectamente posible que los agentes de la reina hubieran instalado micrófonos además de los que ya sabía que existían. A bordo de la
Hija del Carroñero
, mucho más pequeña, apenas notaba la mirada de Jasmina. La pequeña nave en realidad era suya. Solo respondía ante él y era la posesión más valiosa que había tenido en su vida. Había sido un importante incentivo cuando ofreció sus servicios por primera vez a la reina.
Los ultras eran sin duda más inteligentes, pero no creía que fueran tan listos como para evitar los numerosos sistemas que albergaba la
Hija
para prevenir el espionaje u otras formas de intrusión no autorizada. No era un gran imperio, pensó Quaiche, pero la pequeña nave era suya y eso era lo que contaba. Dentro de ella podía deleitarse en soledad, con todos sus sentidos abiertos al universo.
Al principio, sentirse tan diminuto, tan frágil, tan inherentemente perdido, fue espiritualmente fulminante. Pero a la vez esa revelación era también extrañamente liberadora. Si la existencia de una vida humana significaba tan poco, si sus acciones eran tan cósmicamente irrelevantes, entonces la noción de un marco moral absoluto tenía tan poco sentido como el éter universal. Comparado con el infinito, las personas no tendrían mayor capacidad para cometer pecados significativos, ni tampoco realizar buenas obras importantes que las hormigas o el polvo.
Los mundos apenas registraban el pecado. Los soles ni se dignaban a percibirlo. En la escala de los sistemas solares y las galaxias no significaba nada en absoluto. Era como una oscura fuerza subatómica que simplemente se iba agotando en esa escala. Durante mucho tiempo, esta revelación había formado parte importante del credo personal de Quaiche y suponía que siempre había vivido en concordancia, en mayor o menor grado. Pero había elegido viajar por el espacio, y la soledad que su nueva profesión conllevaba, para aportar una validación exterior a su filosofía.
Pero ahora había algo en su universo que realmente le importaba, algo que podía resultar dañado por sus propias acciones. ¿Cómo había llegado a este punto?, se preguntaba.
¿Cómo se había permitido a sí mismo cometer el nefasto error de enamorarse? Y especialmente con una criatura tan exótica y complicada como Morwenna… ¿Cuándo había empezado a ir todo mal?
Con las manos enguantadas dentro de la
Hija
, apenas notó la ráfaga de aceleración cuando la nave activó su máximo empuje sostenible. El puntito en la distancia de la
Dominatrix
se había perdido ya definitivamente; bien podría no haber existido nunca.
La nave de Quaiche se dirigió a Hela, la luna más grande de Haldora. Abrió el canal de comunicación con la
Ascensión Gnóstica
para grabar un mensaje: «Aquí Quaiche. Espero que todo vaya bien, señora. Gracias por el bonito incentivo que creyó conveniente meter a bordo. Muy considerado por su parte. ¿O ha sido todo idea de Grelier? Un gesto muy gracioso que, como podrá imaginar, también ha gustado mucho a Morwenna». Hizo una pausa. «Bueno, vamos al grano. Quizás esté interesada en saber que he localizado algo: una gran estructura horizontal en la luna que hemos llamado Hela. Parece ser un puente. Aparte de eso, no puedo decir más. La
Dominatrix
no posee alcance en sus sensores y no quiero arriesgarme a acercarme más con ella. Pero es muy probable que sea una estructura artificial. Por lo tanto, he salido a explorar el objeto con la
Hija del Carroñero
que es más rápida, lista, y tiene mejor blindaje. No creo que mi excursión dure más de veintiséis horas. Por supuesto os mantendré informados de cualquier novedad».
Quaiche escuchó el mensaje y decidió que sería poco inteligente enviarlo. Incluso si de verdad había encontrado algo, incluso si resultaba ser más valioso que cualquier otra cosa que hubiera encontrado en los cinco sistemas anteriores, la reina seguiría acusándolo por hacerle creer que era más prometedor de lo que en realidad era. No le gustaba que la decepcionaran. La forma de tratar con la reina era, ahora lo sabía, con estudiada modestia. Tenía que darle pistas, no promesas. Borró el mensaje y empezó de nuevo: «Aquí Quaiche. Experimentamos una anomalía que requiere una investigación más exhaustiva. He comenzado la actividad extravehicular en la
Hija
. Regreso estimado a la
Dominatrix
en… un día».
Escuchó la grabación y decidió que ahora estaba mejor, pero no del todo bien. Borró el mensaje de nuevo y respiró hondo: «Quaiche. Salgo fuera un ratito. Quizás tarde un poco. Os llamo luego». Eso, así estaba mejor.
Transmitió el mensaje, dirigiendo el láser en la dirección computacional de la
Ascensión Gnóstica
y aplicando los habituales filtros de encriptado y las correcciones relativistas. La reina lo recibiría en siete horas. Esperaba que se quedara convenientemente perpleja, incapaz de proclamar que exageraba el posible valor de lo encontrado. Así dejaría a la muy zorra en suspense.
Hela, 2727
Lo que Culver le había dicho a Rashmika Els no era del todo cierto. El icejammer sí se estaba desplazando lo más rápido que podía en modo ambulatorio, pero una vez se despejaran la nieve derretida y los obstáculos de la aldea y entraran en un camino en buen estado, podría bloquear sus dos patas traseras en una configuración fija y comenzar a moverse solo, como si lo empujara una mano invisible. Rashmika había oído lo suficiente acerca de los icejammers como para saber que el truco estaba en la capa de un material en las suelas de los esquís que estaba programado con una rápida ondulación microscópica. Era el mismo sistema que el de las babosas, multiplicado por mil, en tamaño y velocidad. Entonces la marcha se hizo más suave y silenciosa. Ocasionalmente daban un bandazo o sacudida, pero en general era tolerable.
—Así está mejor —dijo Rashmika, sentándose delante con Crozet y su mujer, Linxe—. Creía que iba a…
—¿A vomitar, querida? —preguntó Linxe—. Que no te dé vergüenza. Todos hemos vomitado alguna vez aquí.
—No sé por qué hace esto en terreno llano —dijo Crozet.
—El problema es que tampoco anda bien. El servo de una de las patas está jodido. Por eso daba tantos tumbos allí atrás. También es la razón por la que hacemos este viaje. Las caravanas llevan toda esa mierda de alta tecnología que no podemos fabricar o reparar en las tierras baldías.
—No digas tacos —dijo Linxe, dándole un rápido manotazo en la muñeca a su marido—. Hay una señorita presente, por si no te habías dado cuenta.
—No te preocupes por mí —dijo Rashmika. Empezaba a relajarse. Habían salido sin problemas de la aldea y no había señales de que alguien hubiera intentado detenerlos o perseguirlos.
—No dice más que tonterías, de todas formas —dijo Linxe—. Las caravanas tendrán lo que necesitamos, pero no nos lo van a dar gratis. —Se volvió hacia Crozet—. ¿Verdad que no, amor mío?
Linxe era una mujer bien alimentada con el pelo rojo, que llevaba peinado hacia un lado para ocultar una marca de nacimiento en la cara. Conocía a Rashmika desde que era niña, cuando Linxe ayudaba en la guardería comunitaria en la aldea más cercana. Siempre había sido amable y atenta con Rashmika, pero hubo un pequeño escándalo unos años después y Linxe había sido despedida de la guardería. Se casó con Crozet al poco tiempo. Las habladurías cuentan que eran tal para cual, que se merecían el uno al otro. Pero Rashmika pensaba que Crozet no estaba tan mal, era un poco raro, se lo guardaba todo para sí, pero eso era todo. Cuando Linxe había sido aislada, había sido uno de los pocos en la aldea en no ignorarla. Además, a Rashmika le seguía cayendo bien Linxe y en consecuencia le costaba mostrar antipatía hacia su marido.
Crozet manejaba el icejammer con dos palancas de mando situadas a cada lado de su asiento. Siempre iba con barba de dos días y tenía el pelo negro y grasiento. A Rashmika siempre le daban ganas de lavarse cuando lo veía.
—No te creas que espero conseguir las puñeteras cosas gratis —dijo Crozet—. Puede que no saquemos los beneficios del año pasado, pero dime quién cono lo hace.
—¿No habéis considerado mudaros más cerca del Camino? —preguntó Rashmika.
Crozet se limpió la nariz con la manga.
—Prefiero arrancarme la pierna a mordiscos.
—Crozet no es precisamente un beato —explicó Linxe.
—Yo tampoco soy precisamente la persona más espiritual de las tierras baldías —dijo Rashmika—, pero si pudiera elegir entre eso o morirme de hambre, no sé cuánto tiempo durarían mis convicciones.
—¿Cuántos años dices que tienes? —preguntó Linxe.
—Diecisiete, casi dieciocho.
—¿Tienes muchos amigos en la aldea?
—No muchos, no.
—No me sorprende. —Linxe le dio una palmadita en la rodilla—. Eres como nosotros, no encajas allí, ni ahora ni nunca.
—Lo he intentado, pero no soporto la idea de pasar el resto de mi vida aquí.
—Muchos de tu generación piensan lo mismo —dijo Linxe—. Están enfadados. Ese sabotaje de la semana pasada…
—Se refería a la explosión del almacén de demolición. —Bueno, no se les puede culpar por querer destrozar algo, ¿no?
—Solo hablan de dejar las tierras baldías —dijo Rashmika—. Todos creen que se pueden hacer ricos en las caravanas, o incluso en las catedrales. Y quizás tengan razón. Hay buenas oportunidades, si conoces a la gente adecuada. Pero eso no me basta.