Kaliinin debía estar pensando más o menos lo mismo porque expresó, en tono introspectivo:
–Qué vergüenza ser las primeras personas dentro de la más compleja de todas las células vivientes y no hacer nada para investigarla como es debido.
–Esto es exactamente lo que... –empezó Morrison, luego lo pensó mejor y se calló.
Konev agitó el brazo como si apartara miríadas de insectos:
–No lo entiendo. Estamos en la célula y hemos venido aquí para un trabajo específico. Albert, concéntrese en las ondas sképticas.
–Lo estoy haciendo –contestó jadeante–. En realidad ya lo he hecho. ¡Mire!
Konev volvió la cabeza, después se soltó el cinturón, para poder observar mejor por encima del asiento. Contempló la pequeña pantalla de Morrison y dijo:
–Las ondas parecen más acusadas.
–Son más intensas y muestran oscilaciones más precisas que las que he visto hasta ahora. Pensándolo bien, me pregunto qué grado de precisión pueden alcanzar. Antes o después, una oscilación, si es suficientemente fina, representará el bamboleo de un solo electrón..., y entonces, tendremos que tomar en consideración el principio de incertidumbre.
–Se olvida. Hemos sido miniaturizados y la constante de Planck es de nueve órdenes en magnitud, menor para nosotros que si estuvieran en condiciones estándar.
–Es
usted
el que olvida –protestó Morrison, deseoso de cazar al otro en un tropiezo– que las ondas se reducen en la misma medida antes de llegar a nosotros. Esas ondas están exactamente donde deberían estar dado el principio de incertidumbre..., en efecto.
Konev titubeó un instante:
–No importa. Ahora estamos mirando y viendo algo, y no hay incertidumbre perceptible, no hay nada borroso. ¿Qué significa?
–Apoya mi teoría –contestó Morrison–. Esto es exactamente lo que debería ver dentro de una célula si mi interpretación de la actividad de las ondas sképticas es correcta...
–No es esto lo que quiero decir. Empezamos asumiendo que su teoría era correcta. Ahora ya no lo asumimos, es un hecho demostrado, y lo felicito. Pero, ¿qué significa? ¿Qué demuestran que esté pensando Shapirov?
Morrison movió la cabeza.
–No tengo datos, nada de datos, sobre la correlación entre esas ondas y pensamientos específicos. Llevaría años abarcar tal correlación si pudiera hacerse.
–Pero quizá las ondas sképticas, cuando son tan claras y tan intensas, producen un efecto inductor en
su
cerebro. ¿Capta alguna de sus famosas imágenes?
Morrison reflexionó un instante, luego movió la cabeza:
–¡Ninguna!
De atrás le llegó una voz serena:
–Yo capto algo, Albert.
–¿Usted, Natalya? –exclamó volviéndose.
–Sí, es extraño..., pero así es.
–¿Qué capta, Natalya? –preguntó Konev.
Boranova vaciló, concentrándose, luego dijo:
–Curiosidad. Bien, no es exactamente una imagen de algo. Sólo una impresión. Siento curiosidad.
–Es posible –dijo Morrison–. No es preciso una impresión externa para producir tal sensación, dadas las circunstancias.
–No, no. Sé perfectamente cómo son mis pensamientos y sensaciones. Ésta es una imposición exterior.
–¿La percibe en este momento? –preguntó Morrison.
–Sí. Va y viene un poco, pero la siento ahora mismo.
–Muy bien. ¿Y ahora?
Boranova pareció sorprendida:
–Se ha parado de repente... ¿Acaso desconectó su máquina?
–La apagué. Ahora dígame cuándo experimenta la impresión y cuándo no.
Se volvió a mirar a Kaliinin, dispuesto a advertirle que no dijera o hiciera nada que indicara cuándo encendía o apagaba la computadora; la encontró sumida en la contemplación de la célula, obviamente maravillada de poder admirar el interior de una neurona. Se preguntó si, en aquel momento, oía o le importaba lo que estaba sucediendo.
Se volvió y dijo:
–Natalya, cierre los ojos y concéntrese. Sólo diga «dentro» cuando capte la sensación, y «fuera», cuando no.
Durante unos minutos aceptó su sugerencia. Morrison dijo
a.
Konev:
–¿Hace ruido la computadora cuando la enciendo o la apago? ¿Puede ver o sentir algo?
–No noto nada –respondió Konev.
–Entonces no hay error. Experimenta la sensación solamente cuando la computadora funciona.
Dezhnev, que al contrario que Kaliinin, lo había seguido todo, preguntó entrecerrando los ojos:
–Pero, ¿por qué? Las ondas cerebrales están presentes, tanto si su máquina las detecta como si no... Debería tener esta sensación de curiosidad todo el tiempo.
–No, no –dijo Morrison–. Mi dispositivo filtra, o aparta, todos los componentes, excepto las ondas sképticas. Sin mi computadora, capta una masa confusa de sensaciones, reacciones, correlaciones y una miscelánea de todo tipo. Con la computadora, sólo capta ondas sképtica; lo que sirve para demostrar mejor la utilidad de mi teoría.
–Yo no capto nada –confesó Dezhnev, ceñudo–. ¿No destruye eso su teoría?
Morrison se encogió de hombros:
–Los cerebros son mecanismos complicados. Natalya lo capta. Usted no. Y yo tampoco. Puede que los componentes de esta determinada onda sképtica encaje con algo en el cerebro de Natalya, y no en los nuestros. No voy a poder explicarlo todo a la vez... ¿Recibe algo, Konev?
–No –contestó tan disgustado como lo había estado Dezhnev–. No obstante, obtuve alguna impresión cuando aún estábamos fuera de la neurona.
Morrison se limitó a mover la cabeza y callar.
–¿No puede captar nada más que una vaga sensación de curiosidad, Natalya? –saltó Konev.
–No, Yuri, no puedo. No en este momento. Pero recuerde a Pyotr Shapirov, sentía curiosidad por todo.
–Lo recuerdo, pero no nos sirve de nada. Albert, ¿en qué dirección nos movemos?
–Río abajo. Es la única dirección en que podemos movernos.
–No, no. –Y, furioso, exclamó–: ¿Es una broma? ¿Está haciéndose el gracioso?
–En absoluto –respondió Morrison–. Me preguntó en que dirección íbamos. ¿Qué otra cosa podía haberle contestado? Está claro que aquí la brújula no nos serviría de nada.
–Tiene razón. Lo siento. La corriente va por aquí. Del otro lado de la célula va en sentido contrario. Es una circulación. Pero el impulso nervioso va sólo en una dirección, desde las dendritas al axón. ¿Estamos del lado de la célula que nos lleva en la misma dirección que el impulso nervioso, o en la dirección contraria?
–¿Importa eso? –preguntó Morrison.
–Creo que sí. ¿Puede su dispositivo decirnos en qué dirección se mueve el impulso?
–Sí. Debería aparecer un ligero desplazamiento en la formación de las ondas, según tropiecen con el dispositivo de frente o por detrás.
–¿Y?
–Y nos movemos en la dirección del impulso.
–¡Magnífico! ¡Qué suerte! Entonces nos dirigimos hacia el axón.
–Así parece.
–¿Y si nos dirigimos hacia el axón? –preguntó Boranova.
–¡Piense, Natalya! –insistió Konev–. Las ondas sképticas viajan sobre la superficie de la célula. La célula, aquí, es ancha y relativamente grande. Las ondas sképticas se extienden sobre una enorme superficie y su intensidad queda debilitada. Al acercarse al axón, la célula se estrecha. El propio axón es largo, es como un tubo muy largo comparado con la célula..., y muy estrecho. Las ondas deben concentrarse enormemente al correr a lo largo del tubo y también deben hacerse más intensas. Y lo que es más, el axón está aislado por una gruesa envoltura de mielina, para que la onda de energía no se pierda en el exterior, sino que quede fuertemente retenido en el interior del axón.
–Entonces, ¿cree que recibiremos con más efectividad dentro del axón?
–Sí, mucho más. Si ahora podemos detectar curiosidad, debería aumentar considerablemente en el axón. A lo mejor podría detectar cuál es la curiosidad que siente Shapirov.
–También podría resultar totalmente carente de importancia –intervino Morrison, pensativo–. ¿Y si siente curiosidad por estar tendido allí sin poder moverse?
–No –interrumpió bruscamente Konev–, esto no le interesaría. Yo conocía bien a Shapirov. Usted no.
–Puede estar en lo cierto.
–Todo su tiempo estaba consumido por el proceso de miniaturización. Y creo que sus sueños también. Y hacia el fin, en las últimas semanas antes de..., antes de que ocurriera el accidente, trabajaba, pensaba, soñaba con la conexión entre quantum y relatividad, pensando en cómo hacer la miniaturización y la desminiaturización estables y libres de energía.
–Seguro que si ése era el caso –observó Morrison– debió haber mencionado algo sobre detalles de sus pensamientos.
–No, en cierto modo era como un niño. Sabíamos en lo que estaba pensando, pero no si hacía progresos en aquella dirección o en otra. Lo que deseaba hacer era presentárnoslo acabado, completo... ¿Recuerda Natalya, cómo le gustaba hacerlo? También lo hizo con la propia miniaturización. Cuando finalmente escribió su trabajo..., era un libro joven...
–¿Dónde se publicó? –preguntó Morrison con aparente indiferencia.
–Sabe de sobra que no se publicó –se burló Konev–. Tuvo una circulación limitada para aquellos que tenían que saber. Pero no está en ninguna parte donde
usted
tenga jamás la posibilidad de verlo.
–Yuri, no sea innecesariamente insultante. Albert es un compañero de tripulación y un invitado. No debe ser tratado como un espía –lo reconvino Boranova.
–Si usted lo dice, Natalya... Sin embargo, si Shapirov siente curiosidad, si su curiosidad es tan intensa que Natalya capta su mensaje, sólo puede ser respecto de la conexión quantum-relatividad. Si conseguimos averiguar algunos detalles, de cualquier tipo que sea, tendremos un punto de partida para poder continuar.
–¿Y cree que encontraremos dichos detalles en el axón?
–Sí, estoy seguro. –Y Konev apretó los puños como si se dispusiera a sujetar los hechos con todas sus fuerzas.
Morrison apartó la mirada.
Él
no
estaba seguro.
Cada vez más empezaba a parecerle como si las cosas se movieran en otra dirección y que era preferible que...
Trató de disimular, pero estaba tan excitado como Konev.
Delante de ellos aparecían objetos vagos, se apartaban a un lado, a derecha o izquierda, y quedaban atrás. ¿Ribosomas? ¿Corpúsculos de Golgi? ¿Fibrillas de un tipo u otro? Morrison no sabía decirlo. Desde su tamaño de pequeña molécula, nada, ni el más claro, más habitual objeto intracelular, parecía familiar, y menos aún reconocible.
Corrían a través de un extraño país de imprecisiones, y Morrison se sentía incapaz, por más que lo intentara, de situar aquel entorno como el que conocía por micrografía electrónica.
Se preguntó si en alguna parte, más allá de donde la luz del faro de la nave llegaba, estaría el infinito volumen del núcleo de la célula. ¡Pensar que estaban a una distancia submicroscópica del mismo y no podían verlo!
Se concentró en su entorno inmediato. De nuevo, le parecía que debería poder descubrir las moléculas de agua que formaban el noventa y ocho por ciento de todas las moléculas de la célula; que el inmenso porcentaje era la consecuencia directa del hecho de que se trataba de las moléculas más pequeñas que allí había.
No podía estar seguro. Por más que forzara la vista, lo que veía era sólo un débil brillo..., quizás un fotón, rebotando de una molécula, cuyo destello era captado por su ojo. Como mucho, vería solamente uno o dos, procedentes de cualquier molécula de agua.
De pronto notó que la cabeza de Kaliinin se inclinaba hacia él. Su cabello le acarició el rostro y aspiró, como en alguna otra ocasión anterior, el fresco perfume de su champú.
–Es terrible, Albert –le dijo.
Le olía terriblemente el aliento y Morrison se echó hacia atrás sin proponérselo. Ella se dio cuenta, porque levantó rápidamente la mano y se cubrió la boca, murmurando:
–Lo siento.
Morrison movió la cabeza ligeramente y confesó:
–Mi propio aliento no es ningún ramo de rosas..., la tensión..., poco que comer. Quizás un sorbo de agua nos vendría bien, Natalya.
Un sorbo de agua disparó a todo el mundo, naturalmente, en una reacción en cadena. Kaliinin tenía una pastilla blanca entre los dedos y ofreció:
–¿Una gota de licor de menta?
Morrison tendió la mano, sonriente.
–¿Está autorizado?
Los ojos de Kaliinin parpadearon en dirección a Boranova y se encogió de hombros en un gesto de
qué importa.
Después de pasar la pastilla a Morrison, Sofía se metió una en la boca.
Repitió:
–Es terrible, Albert.
–¿Qué cosa, Sofía?
–¿Cómo podemos pasar por esta célula y no estudiarla en detalle?
–Tenemos una misión específica.
–Sí, pero nadie, en muchos años quizá, volverá a entrar en una célula cerebral. Puede que nunca. Cuando en el futuro alguien lea que esta nave y esta tripulación, se limitaron a cruzar de prisa sin mirar ni a derecha ni a izquierda, pensarán en lo bárbaros que debíamos ser.
Hablaban casi en un murmullo, con las cabezas inclinadas, muy juntas, y Morrison se encontró encantado. ¿Se había endurecido tanto como para que la amenaza de la situación, el continuo bordear el abismo de la desminiaturización espontánea; la posibilidad de una muerte repentina, en cualquier momento..., le hubieran hecho olvidar el gozo del hecho trivial de que sus labios estuvieran tan cerca del bello rostro de una mujer?
¿Por qué luchar contra ello? ¡Que su proximidad lo anestesiara a fin de que pudiera olvidar por un instante!
Recordó la nítida imagen, que tan fugazmente había vislumbrado poco antes, de una muchacha hermosa, sonriente, feliz.
No había sabido reconocer como suyo aquel pensamiento, por haber aparecido tan inesperadamente de la nada.
Y no se repitió, ni siquiera ahora, pero lo recordaba claramente y el recuerdo le envolvía el corazón con una sensación cálida.
Sintió el impulso momentáneo de besarla, sólo un beso suave en la mejilla..., pero desistió. Si decidía molestarse, se sentiría como un increíble imbécil.
Pero le dijo con dulzura:
–La gente del futuro sabrá que teníamos una misión. Lo comprenderán.
–Quién sabe –murmuró Sofía, luego calló y dirigió una mirada casi de pánico a Konev, que seguía sentado como siempre, rígido e indiferente a cualquier palabra o movimiento por parte de Kaliinin.