–A ver si lo he entendido bien, Morrison –dijo Friar–. ¿Me está diciendo que como resultado de su viaje fantástico al cuerpo de Shapirov, tiene la absoluta seguridad de que puede modificar su programa, al extremo de hacer que la telepatía sea práctica?
–Práctica hasta cierto punto. Sí.
–Esto podría ser muy grande... si pudiera demostrarlo.
El escepticismo en la voz de Friar no había desaparecido.
–Mucho más grande de lo que piensa –cortó Morrison con aspereza–. Sabe, naturalmente, que los telescopios, ya sean de radio u ópticos, pueden construirse por partes sobre un área amplia, y si se coordinan por computadora logran la función de un solo y gran telescopio, uno mucho mayor de lo que prácticamente se conseguiría de una sola pieza.
–Sí. ¿Y qué?
–Lo menciono como analogía. Estoy convencido de que puedo demostrar algo del mismo tipo en relación con el cerebro. Si tuviéramos a seis hombres unidos telepáticamente, los seis cerebros funcionarían en un momento dado, como un solo gran cerebro y, de hecho, estaría más allá de la inteligencia humana y la capacidad de discernimiento. Piense en lo mucho que podría avanzar la ciencia y la tecnología, y también otros campos del esfuerzo humano. Podríamos crear, sin tener que pasar por la tediosa evolución física o por el peligro de la ingeniería genética, un superhombre mental.
–Muy interesante, es cierto –musitó Friar obviamente intrigado pero sin ningún convencimiento.
–Pero, hay un fallo –admitió Morrison–. Hice todos mis experimentos con animales, conectando sondas de mi computadora al cerebro. Ahora me doy cuenta de que esto no podía ser nada preciso. Por más que lo perfeccionáramos, solamente obtendríamos un burdo sistema telepático como mucho. Lo que necesitamos es invadir un cerebro, y colocar una computadora miniaturizada y debidamente programada en una neurona donde pueda actuar como relé. El proceso telepático quedará enormemente agudizado.
–Y la pobre persona a la que se infligiera el daño –dijo Friar– explotaría eventualmente cuando el dispositivo se desminiaturizara.
–El cerebro animal es muy inferior al humano... –insistió Morrison– por el hecho de que el cerebro animal tiene menos neuronas, y son menos complicadas en su ordenación. La neurona individual en el cerebro de un conejo puede, no obstante, no ser significativamente inferior a la neurona humana. Podría utilizarse un robot como relé.
Ródano habló entonces:
–Unos cerebros americanos trabajando en equipo, podrían pues descubrir el secreto de la miniaturización y quizás incluso adelantarnos a los rusos, en la tarea de acoplar la constante de Planck a la velocidad de la luz.
–¡Sí! –exclamó Morrison entusiasmado– y un científico soviético, Yuri Konev, que era el compañero que compartía sus pensamientos conmigo, lo vio lo mismo que yo. Fue por esta razón por lo que trató de retenerme, así como a mi programa, en contra de su propio Gobierno. Sin mí, y sin mi programa, dudo de que pueda reproducir mi trabajo en mucho tiempo, quizás en muchos años. Ésta no es realmente su especialidad.
–Continúe –dijo Ródano–. Empieza a gustarme esto.
–Ésta es pues la situación. Ahora mismo tenemos una telepatía burda. Incluso sin miniaturización, puede ayudarnos a dejar atrás a los soviéticos, o tal vez no. Sin miniaturización, y sin el establecimiento de una computadora debidamente programada en una neurona animal como relé, no podemos estar seguros de conseguir nada.
»Los soviéticos, por el contrario, tienen una forma burda de miniaturización. Pueden, en el curso ordinario de la investigación, encontrar el modo de acoplar la teoría cuántica y la de la relatividad para conseguir un dispositivo de miniaturización realmente eficiente, pero podría requerir mucho tiempo.
»Así que si tenemos telepatía pero no miniaturización, y ellos tienen la miniaturización pero no la telepatía, podría ocurrir que ganáramos nosotros pasado un largo período... o que ganaran ellos. La nación ganadora dispone, en cierto modo, de una ilimitada velocidad de viaje y el Universo será suyo. La nación perdedora se marchitará... o por lo menos se marchitarán sus instituciones. Sería magnífico que nosotros ganáramos la carrera, pero son ellos los que pueden ganar, y este proceso acarreará el colapso de dos generaciones de paz incierta, y conducirá a una guerra totalmente destructiva.
»Por el contrario, si nosotros y los soviéticos estamos dispuestos a trabajar juntos, y a utilizar la telepatía refinada y reforzada por una situación de relé miniaturizada, insertada en una neurona viva, podríamos lograr, conjuntamente y en muy poco tiempo, lo equivalente a antigravedad y velocidad infinita. El Universo pertenecerá por igual a los Estados Unidos y a la Unión Soviética; al globo entero, a la Tierra, a la Humanidad.
»¿Y por qué no caballeros? Nadie perdería. Todos ganaríamos.
Friar y Ródano le miraron asombrados. Al fin Friar tragó saliva y dijo:
–Suena bien,
si
en verdad tiene usted la telepatía.
–¿Dispone de tiempo para escuchar mi explicación?
–Dispongo de todo el tiempo que quiera.
Morrison tardó varias horas en explicar su teoría detalladamente. Luego se recostó y observó:
–Ya casi es la hora de cenar. Ahora sé que usted, y otros también, querrán entrevistarme y que todos querrán que monte un sistema con el cual se demostrará lo práctico de la telepatía, y que esto me tendrá ocupado horas... digamos, durante el resto de mi vida a juzgar por lo que sé ahora; pero ahora deben concederme una cosa.
–¿Qué cosa? –preguntó Ródano.
–Para empezar, un poco de tranquilidad. Se lo ruego. Concédame veinticuatro horas... desde ahora hasta mañana a la hora de cenar. Déjenme que lea, coma, piense, descanse y duerma. Sólo un día, si no les importa, y después estaré a su servicio.
–Es justo –concedió Ródano poniéndose en pie–. Lo arreglaré si puedo y sospecho que podré. Las veinticuatro horas son suyas. Sáqueles el máximo partido. Estoy de acuerdo con usted en que a partir de ahora dispondrá de poco tiempo para sí. Y de ahora en adelante, y por cierto tiempo, resígnese a ser la persona más estrictamente guardada de América, sin excluir al Presidente.
Ródano y Friar habían terminado su cena. Había sido una comida inusitadamente silenciosa en una estancia aislada y guardada. Una vez hubieron terminado, dijo Ródano:
–Dígame, doctor Friar, ¿cree que Morrison está en lo cierto en este asunto de la telepatía?
Friar suspiró y contestó cautamente:
–Tendré que consultar con algunos de mis colegas que saben más que yo sobre el cerebro, pero creo que tiene razón. Es muy convincente. Y ahora, quiero hacerle una pregunta.
–¿Sí?
–¿Cree que Morrison tenía razón en cuanto a la necesidad de cooperación, en este asunto, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética?
La pausa fue muy larga hasta que Ródano se decidió a hablar:
–Sí, creo que también en esto tiene razón. Naturalmente habrá rugidos en todas direcciones, pero no podemos arriesgarnos a que los soviéticos lleguen antes. Todo el mundo lo verá. Tendrán que verlo.
–¿Y los soviéticos? ¿Lo verán también?
–Tendrán que verlo. No se pueden arriesgar a que lleguemos primero. Además, el resto del mundo se enterará, indudablemente, de lo que está ocurriendo y clamarán por participar en la acción, y para que no se inicie una nueva guerra fría. Puede que se tarde unos años, pero al final cooperaremos.
Después, Ródano movió la cabeza y dijo:
–¿Sabe lo que realmente me parece peculiar, doctor Friar?
–¿Qué es lo que en esta serie de extraños acontecimientos puede
no
parecerle peculiar?
–Supongo que nada, pero lo que me parece
más
peculiar es esto. Me encontré con Morrison el pasado domingo por la tarde para animarle a que fuera a la Unión Soviética. En aquel momento se me cayó el alma a los pies. Me pareció un hombre sin empuje, un cero a la izquierda, un tonto; alguien que ni siquiera valía gran cosa en sentido académico. No pensé que pudiéramos confiar en que hiciese algo. Lo mandaba, sencillamente, a la muerte. Así lo creí, y se lo comenté a un colega al día siguiente, y que Dios me valga, todavía lo creo. No es nada y es sencillamente un milagro que sobreviva, y eso gracias a los demás. Sin embargo...
–¿Sin embargo, qué?
–Sin embargo, regresó, después de haber hecho un increíble descubrimiento científico y haber puesto en marcha un proceso por el que los Estados Unidos y la Unión Soviética se verán obligados, en contra de sus voluntades, a cooperar. Y por encima de todo, se ha vuelto el más importante y, una vez publiquemos estos acontecimientos, el más famoso científico del mundo, posiblemente de todos los tiempos. En cierto modo, ha destruido el sistema político del mundo y creado uno nuevo, o por lo menos iniciado el proceso de creación de uno nuevo, y lo ha hecho todo entre el domingo pasado por la tarde y la tarde de hoy, sábado. Lo ha hecho en seis días. Y eso es una idea que me asusta.
Friar se recostó y se echó a reír.
–¡Asusta más de lo que usted piensa! Se propone descansar el séptimo día.
FIN
ISAAC ASIMOV, fue un escritor y bioquímico ruso, nacionalizado estadounidense, conocido por ser un exitoso y excepcionalmente prolífico autor de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica.
La obra más famosa de Asimov es la Saga de la Fundación, también conocida como Trilogía o Ciclo de Trántor, que forma parte de la serie del Imperio Galáctico y que más tarde combinó con su otra gran serie sobre los robots. También escribió obras de misterio y fantasía, así como una gran cantidad de textos de no ficción. En total, firmó más de 500 volúmenes y unas 9.000 cartas o postales.
Asimov, junto con Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, fue considerado en vida como uno de los "tres grandes" escritores de ciencia ficción.
La mayoría de sus libros de divulgación explican los conceptos científicos siguiendo una línea histórica, retrotrayéndose lo más posible a tiempos en que la ciencia en cuestión se encontraba en una etapa elemental. A menudo brinda la nacionalidad, las fechas de nacimiento y muerte de los científicos que menciona, así como las etimologías de las palabras técnicas.