Viaje alucinante (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Viaje alucinante
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Morrison seguía estudiando el interior de la nave. Parecía desnuda. Los detalles eran sorprendentemente difíciles de descubrir, en el estado de transparencia-sobre-transparencia y miniaturización delos componentes anticuados, ordinarios pero microscópicos. Observó:

–En la nave seremos cinco: usted y yo, Boranova, Konev y Dezhnev.

–En efecto.

–¿Y qué va a hacer cada uno de nosotros?

–Arkady llevará el control de la nave. Por lo visto es el que sabe. La nave es hija de sus manos y de su mente. Se sentará en la primera butaca a la izquierda. A su derecha estará el otro varón, que tiene un mapa completo del sistema neurocirculatorio del cerebro de Shapirov. Él será el piloto. Yo me sentaré detrás de Arkady y controlaré el sistema electromagnético de la superficie de la nave.

–¿Un sistema electromagnético? ¿Para qué?

–Mi querido Albert, usted reconoce los objetos por la reflexión de la luz, un perro los reconoce por el olor que emiten, una molécula reconoce los objetos por el sistema electromagnético de superficie. Si vamos a circular como un objeto miniaturizado entre moléculas, debemos tener el tipo apropiado a fin de ser tratados como amigos más que como enemigos.

–Esto suena complicado.

–Lo es..., pero resulta ser el estudio a que he dedicado mi vida. Natalya se sentará detrás de mí. Será la jefa de la expedición. Tomará las decisiones.

–¿Qué clase de decisiones?

–Todas las que sean necesarias. Es obvio que no pueden decirse de antemano. En cuanto usted, se sentará a mi derecha.

Morrison se levantó y logró cambiar de postura a lo largo del estrecho pasillo entre la puerta y los asientos, pasó atrás. Había estado sentado en el lugar de Konev y ahora se encontraba en el que sería el suyo. Sentía que el corazón le latía alocado al imaginarse en el mismo asiento al día siguiente, con el proceso de miniaturización en marcha. Con voz apagada murmuró:

–Entonces, hay solamente un hombre, Yuri Konev, que ha sido miniaturizado y desminiaturizado sin sufrir daños durante el proceso.

–Sí.

–¿Y no mencionó incomodidad, mareos, ni trastornos mentales durante el proceso?

–No se mencionó nada de eso.

–¿No sería que es un estoico? ¿No pensaría, acaso, que al quejarse se pondría por debajo de su dignidad de héroe soviético de la Ciencia?

–No diga tonterías. No somos héroes científicos soviéticos, y el que usted acaba de nombrar, menos que nadie. Somos seres humanos, y además científicos, y si sintiéramos alguna perturbación, nos veríamos obligados a describirla detalladamente, dado que modificando el proceso podríamos eliminar la incomodidad y hacer más fáciles las miniaturizaciones futuras. Ocultar parte de la verdad no sería científico, ni ético, sino peligroso. ¿No lo comprende..., puesto que usted mismo es un científico?

–Pero puede haber diferencias individuales. Yuri Konev sobrevivió intacto. Pyotr Shapirov no lo consiguió..., del todo.

–No tuvo nada que ver con las diferencias individuales –dijo Kaliinin impaciente.

–No lo sabemos bien, ¿no es eso?

–Juzgue por usted mismo, Albert. ¿Piensa que llevaríamos la nave a una miniaturización sin una última prueba, con o sin seres humanos en su interior? Esta nave fue miniaturizada, vacía, en el transcurso de la noche pasada..., no hasta grandes extremos, pero lo suficiente para saber que todo está bien.

Al instante, Morrison se debatió por levantarse de su asiento.

–En tal caso, si no le importa, Sofía, quiero salir antes de que lo prueben con seres humanos a bordo.

–Lo siento, Albert, es demasiado tarde.

–¿Qué?

–Mire hacia fuera de la nave, a la habitación. Desde que entramos no ha mirado hacia fuera ni una sola vez, lo que en mi opinión estuvo muy bien. Pero hágalo ahora. Venga. Las paredes son transparentes y el proceso ha terminado ya. Por favor, ¡mire!

Morrison, asombrado, lo hizo así y poco a poco se le fueron doblando las rodillas hasta quedar nuevamente sentado. Preguntó pensando lo tonto que debía parecer:

–¿Es que las paredes de la nave tienen un efecto de aumento?

–No, claro que no. Todo lo que está fuera, es como siempre. La nave y yo..., y
usted
hemos sido miniaturizados hasta, aproximadamente, la mitad de nuestro tamaño.

Morrison sintió que se mareaba y rápidamente inclinó la cabeza entre las rodillas y respiró honda y pausadamente. Cuando volvió a alzar la cabeza, vio que Kaliinin lo contemplaba pensativa. Estaba de pie en el pasillo, ligeramente apoyada en el brazo de un asiento para evitar que su cabeza topara con el techo.

–Esta vez podía desmayarse, no me habría molestado. Ahora nos están desminiaturizando y esto lleva mucho más tiempo que la miniaturización, que no ha tardado más de tres o cuatro minutos. Demoraremos una hora o más, así que dispondrá de tiempo para recuperarse.

–No ha sido decente hacer esto sin decírmelo, Sofía.

–Al contrario. Ha sido un acto de bondad. ¿Habría entrado tan tranquilamente a la nave de haber sospechado que iban a miniaturizarnos? ¿Habría inspeccionado tan fríamente la nave de haberlo sabido? Y si hubiera anticipado la miniaturización, ¿no habría presentado y desarrollado síntomas psicogénicos de todo tipo?

Morrison no abrió la boca.

–¿Sintió algo? ¿Se dio incluso cuenta de que estaba siendo miniaturizado?

Morrison sacudió la cabeza:

–No.

Y de pronto, llevado de cierta vergüenza, añadió:

–Usted, lo mismo que yo, ¿no había sido anteriormente miniaturizada?

–No. Hasta hoy, Konev y Shapirov han sido los únicos seres sometidos a miniaturización.

–¿Y no sintió la menor aprensión?

–No lo diría así. Estaba inquieta. Sabemos por nuestras experiencias en viajes espaciales que, como dijo usted antes, hay diferencias individuales en la reacción ante entornos insólitos. Algunos astronautas sufren ataques de náusea bajo gravedad cero, por ejemplo, y otros no. No tenía la seguridad de cómo reaccionaría usted ¿Sintió náuseas?

–No sentí nada hasta que supe que habíamos sido miniaturizados, pero supongo que sentirse raro no cuenta. ¿Quién lo planeó?

–Natalya.

–Por supuesto. Debí suponerlo.

–Había razones. Pensó que no podía dejar que se derrumbara una vez iniciado el viaje. No estábamos preparados para luchar contra su histeria cuando empezara la miniaturización.

–Supongo que merezco esta falta de confianza. –Apartó, avergonzado, la mirada de los ojos de Kaliinin–. Y me imagino que la designó a usted para que viniera conmigo con el propósito deliberado de que distrajera mi atención mientras todo eso iba ocurriendo.

–No, fue idea mía. Quería ser ella la que viniera con usted, pero de esa manera pensé que no tardaría en sospechar una trampa.

–Mientras que con usted, estaría tranquilo.

–Por lo menos, como se dice, estaría distraído. Soy lo bastante joven aún para distraer a los hombres. –Y con cierta amargura, añadió–: A la mayoría.

Morrison levantó la cabeza y entrecerró los ojos.

–Me ha dicho que podía sospechar una trampa.

–Quise decir con Natalya.

–¿Por qué no con usted? Lo único que veo ahora es que el exterior parece haber aumentado. ¿Cómo puedo tener la seguridad de que no es una ilusión óptica, algo preparado para hacerme pensar que he sido miniaturizado y que no ocurre nada..., sólo para que mañana entre tranquilamente en la nave?

–No sea ridículo, Albert. Pensemos en una cosa: usted y yo hemos perdido la mitad de nuestra dimensión lineal en todas direcciones. La fuerza de nuestros músculos varía a la inversa de las cuadrículas. Ahora están a la mitad de la mitad o el cuarto de la cuadrícula y por lo tanto, la fuerza que tendrían normalmente. ¿Ve lo que quiero decir? ¿Lo comprende?

–Sí, por supuesto –contestó Morrison, molesto–, es elemental.

–Pero nuestros cuerpos son en conjunto la mitad de altos, la mitad de anchos y la mitad de gruesos; de forma que el volumen total, así como la masa y el peso, es la mitad de la mitad de la mitad o un octavo de lo que era originalmente... Es decir,
si
estamos miniaturizados.

–Sí, es la ley de la cuadratura del cubo. Se ha comprendido desde los tiempos de Galileo.

–Lo sé, pero usted no ha pensado en ello. Si yo ahora intentara levantarlo, levantaría un octavo de su peso normal y lo haría con mis músculos a un cuarto de su fuerza normal. Mis músculos comparados con su peso serían el doble de fuertes de lo que serían si no estuviéramos miniaturizados.

Y así diciendo, Kaliinin colocó sus manos debajo de los brazos de él y, con un pequeño gruñido lo levantó de su asiento.

Lo mantuvo así levantado, jadeando un poco, y después lo bajó.

–No es fácil –dijo, algo cansada–, pero podía hacerlo. Y como se estará diciendo: «Ah, sí, ésta es Sofía, probablemente una forzuda soviética», hágalo usted conmigo.

Morrison se levantó y fue al pasillo. Dio un paso adelante, se volvió y quedó frente a ella. La ligera inclinación, forzada por causa del techo bajo, le obligaba a una postura incómoda. Por un momento vaciló. Pero Kaliinin lo animó:

–Venga, cójame por debajo de los brazos. Uso desodorante. Y no se preocupe por si acaso me toca el pecho. Lo han tocado antes de esto. Vamos..., soy más ligera que usted y usted es más fuerte que yo. Puesto que he podido levantarlo, no debería costarle hacerlo conmigo.

Ni le costó. No podía alzarla con toda su fuerza debido a su incómoda y ligera inclinación, pero maquinalmente empleó la fuerza que, a través de años de experiencia, juzgó apropiada para un objeto del tamaño de ella. No obstante, flotó hacia arriba como si no pesara nada. Pese al hecho de que estaba algo preparado para aquella posibilidad, por poco la deja caer.

–¿Qué, sigue pensando que es una ilusión? ¿O que estamos miniaturizados?

–Estamos miniaturizados –confesó Morrison–. ¿Pero cómo lo ha hecho? En ningún momento la he visto hacer algo que pareciera como si manejara los controles de la miniaturización.

–No he hecho nada. Lo han hecho desde fuera. La nave está equipada con dispositivos de miniaturización, pero no me hubiera atrevido a utilizarlos. Esto es parte del trabajo de Natalya.

–Y ahora la desminiaturización está también controlada desde fuera, ¿no es así?

–Así es.

–Y si la desminiaturización se descontrola algo, nuestros cerebros quedarán dañados como el de Shapirov..., o peor.

–No es probable –contestó Kaliinin estirando las piernas hacia el pasillo–, y no sirve de nada pensarlo. ¿Por qué no se relaja y cierra los ojos?

–Pero la lesión
es
posible –insistió Morrison.

–Por supuesto que es posible. Casi todo es posible. Un meteorito de tres metros de anchura puede chocar dentro de dos minutos contra nosotros, penetrar la corteza de la montaña sobre nuestras cabezas, irrumpir en esta habitación y destruir la nave y a nosotros y quizás el proyecto entero en unos segundos ardientes..., pero no es probable.

Morrison apoyó la cabeza sobre sus brazos y se preguntó si, en el caso de que la nave empezara a calentarse, sentiría el calor antes de que las proteínas de su cerebro se desnaturalizaran.

Había transcurrido más de media hora cuando Morrison tuvo el convencimiento de que los objetos que podía ver fuera de la nave se estaban empequeñeciendo y volvían perceptiblemente a su tamaño normal.

–Estoy pensando en una parodia –observó.

–¿Qué ha dicho? –dijo Kaliinin bostezando. Era obvio que había seguido su propio consejo sobre la conveniencia de relajarse.

–Los objetos fuera de la nave parecieron crecer cuando nosotros disminuíamos. ¿No debería la longitud de onda de la luz exterior crecer también, tener mayor longitud, al encoger nosotros? ¿No deberíamos ver todo lo exterior volverse rojizo, ya que no puede haber suficientes ultravioleta para expandirse y remplazar las ondas más cortas de luz visible?

–Si en efecto pudiera ver las ondas de luz que hay fuera, es así como las vería. Pero no las ve. Ve las ondas de luz después de que han entrado en la nave y chocado contra su retina. Y a medida que penetran en la nave, sufren la influencia del campo de miniaturización y automáticamente encogen en longitud, así que dentro de la nave se perciben las longitudes de onda igual que se las percibiría fuera de ella.

–Si encogen en longitud de onda, deben ganar en energía.

–Sí, si la constante de Planck fuera del mismo tipo dentro del campo de miniaturización que fuera de él. Pero la constante de Planck disminuye dentro del campo de miniaturización..., ésta es la esencia de la miniaturización. Las longitudes de onda, al encogerse, mantienen su relación con la encogida constante de Planck y no ganan energía. Un caso análogo es el de los átomos. También se encogen y no obstante, las interrelaciones entre átomos y entre partículas subatómicas que los forman, siguen siendo las mismas en relación a nosotros dentro de la nave, como lo serían del mismo modo dentro de ella.

–Pero la gravedad cambia. Aquí es más débil.

–La fuerte interacción y la electrodébil interacción se encuentran, ambas, bajo la teoría cuántica. Dependen de la constante de Planck.

–¿Y en cuanto a gravitación? –Kaliinin se encogió de hombros–. Pese a dos siglos de esfuerzos, la gravitación no ha sido nunca cuantificada. Francamente, creo que el cambio gravitativo con la miniaturización es suficiente prueba de que la gravitación no puede ser cuantificada, que es fundamentalmente no cuántica, en su naturaleza.

–No puedo creerlo –exclamó Morrison–. Dos signos de fracasos sólo pueden significar que no hemos logrado profundizar lo bastante en el problema. La teoría del supercordón casi nos dio por fin nuestro campo unificado. –Le aliviaba discutir el asunto. Seguro que no podría hacerlo si su cerebro se calentaba lo más mínimo.

–Casi no cuenta –objetó Kaliinin–. Pero Shapirov estaba de acuerdo con usted, creo. Su opinión era que, una vez sujetáramos la constante de Planck a la velocidad de la luz, no sólo conseguiríamos el efecto práctico de miniaturizar y desminiaturizar de un modo esencialmente libre de energía, sino que lograríamos el efecto teórico de poder descubrir la conexión entre la teoría cuántica y la relatividad y finalmente una perfecta teoría de campo unificado. Y probablemente, una más sencilla de lo que hubiéramos podido imaginar, como diría él.

–Quizá –dijo Morrison. No conocía lo bastante para seguir comentando.

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