Viaje alucinante (20 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Viaje alucinante
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–Y ha utilizado a Shapirov como sujeto.

–Por una increíble buena suerte, pude hacerlo. O quizá no fue buena suerte sino puramente inevitable. Todos tenemos nuestras pequeñas vanidades y a Shapirov le pareció que su cerebro merecía ser conservado detalladamente. Una vez empezado el trabajo en ese campo bajo su dirección, porque teníamos la impresión de que algún día querríamos explorar, por lo menos, el cerebro animal, insistió en que el suyo se analizara cerebrográficamente.

Repentinamente exaltado, Morrison preguntó:

–¿Puede obtener sus teorías merced a la estructura grabada de su cerebro?

–Claro que no. Estos símbolos son la grabación de un
scanning
cerebral que se llevó a cabo hace tres años. Eso fue antes de que desarrollara sus ideas recientes y, en todo caso, lo que he registrado aquí es sólo, desgraciadamente, la estructura física y no los pensamientos. De todos modos, el cerebrógrafo nos resultará de gran valor en el viaje de mañana.

–Debería ser así..., aunque nunca oí hablar de semejante cosa.

–No me sorprende. He publicado artículos sobre ello, pero solamente en la propia Gruta..., y dichas publicaciones son altamente secretas. Nadie fuera de la Gruta, ni siquiera en la Unión Soviética, las conoce.

–Ésta es una mala política. Algún otro puede alcanzarlo en sus investigaciones y tendrá prioridad.

Konev sacudió la cabeza.

–Al primer indicio de que se hacen avances significativos en esta dirección en alguna otra parte, publicaré lo bastante de mis primeros trabajos para establecer la prioridad. Tengo cerebrógrafos de sesos caninos que, por ejemplo, puedo publicar. Pero dejemos esto. La cuestión es que tenemos un mapa del cerebro de Shapirov, lo que es una suerte increíble. Se hizo sin saber que algún día podríamos necesitarlo para guiarnos a través de su jungla cerebral.

Konev se volvió a una computadora y con gran agilidad de muñecas, insertó cinco grandes discos.

–Cada uno de éstos –explicó– puede contener toda la información existente en la Biblioteca Central de Moscú, holgadamente. Todos están dedicados al cerebro de Shapirov.

–¿Está tratando de decirme –exclamó Morrison indignado– que pudo transferir toda esa información, todo el cerebro de Shapirov, a ese libro que tiene aquí?

–No del todo –respondió Konev echando una mirada al libro–. Comparado con el total codificado, el libro es un pequeño folleto. No obstante contiene el esqueleto básico, por decirlo así, de la estructura neurónica de Shapirov y he podido utilizarlo como guía para dirigir un programa de computadora que lo trazó con mayor detalle. Fueron necesarios varios meses de la mejor y más avanzada computadora que tenemos, para llevar a cabo el trabajo... Así y todo, Albert, solamente hemos alcanzado el nivel celular. Si fuéramos a trazar el mapa del cerebro hasta el nivel molecular e intentáramos registrar todas las permutas y combinaciones, todos los pensamientos concebibles que pudieran surgir de un determinado cerebro humano como el de Shapirov; toda la auténtica creatividad y potencial..., supongo que necesitaríamos una computadora del tamaño del Universo. Lo que tengo, sin embargo, será suficiente para nuestra tarea.

–¿Puede mostrarme cómo funciona, Yuri? –suplicó, deslumbrado.

Konev miró la computadora, que estaba funcionando, como podía deducirse por el suave zumbido del mecanismo de refrigeración, y a continuación pulsó las teclas necesarias. En la pantalla apareció una vista lateral de un cerebro humano.

–Esto puede verse desde cualquier sección –explicó Konev. Pulsó un botón y el cerebro empezó a separarse como si lo cortaran a rebanadas en un microvolumen ultrafino, a millares de rebanadas por segundo–. A esta velocidad –añadió– necesitaría una hora y quince minutos para completar la tarea, pero puedo parar en cualquier momento determinado. También podría hacer los cortes más gruesos o uno de un espesor calculado para presentar al instante cualquier sección cuadriculada.–Mientras hablaba iba demostrando–. O podría orientarlo en otra dirección o hacer que girara sobre un eje. O puedo aumentarlo cuanto quiera a nivel celular, o despacio o, como ve, rápidamente.

Al decirlo, la materia cerebral se extendió en todas direcciones desde un punto central, a tal velocidad que Morrison se vio obligado a parpadear y apartar la vista.

–Éste es, ahora, el nivel celular –siguió explicando Konev–. Estos objetos menudos son neuronas individuales y si extendiera más la imagen, vería axones y dendritas. Si se desea, podríamos seguir un solo axón a través de la célula hasta una dendrita, cruzando la sinapsis, hacia otra neurona y así sucesivamente; viajar por computadora, tridimensionalmente, a través del cerebro. Tampoco lo de las tres dimensiones es una forma de hablar. La computadora está adecuada para imágenes holográficas y puede presentarnos, literalmente, un aspecto tridimensional.

–Entonces, ¿para qué necesita la miniaturización? ¿Por qué necesita mandar naves al cerebro?

Konev se permitió una fugaz expresión despectiva:

–Preguntarme esto es una idiotez, Albert, y supongo que solamente la inspira el miedo a la miniaturización. Está buscando una excusa para evitarla. Lo que está viendo aquí, en la pantalla, es un mapa tridimensional del cerebro, pero
solamente
tridimensional. Lo ha captado en lo que es, esencialmente: un instante en el tiempo. En efecto, vemos materia inalterable..., materia muerta. Lo que queremos poder detectar es la actividad viviente de las neuronas, la actividad cambiante del tiempo. Queremos una vista cuatridimensional del potencial eléctrico que sube y baja, las microcorrientes que viajan junto con las células y las fibras celulares, y queremos interpretarlas como pensamientos. Ésa es su tarea, Albert. Arkady Dezhnev llevará la nave por rutas que yo he elegido y usted nos dará los pensamientos.

–¿Sobre qué base ha elegido las rutas?

–Sobre sus propios trabajos, Albert. He elegido las regiones que usted había decidido que representaban la red neurónica para el pensamiento creativo y, utilizando el libro, con su representación codificada del cerebro de Shapirov como guía inicial, he calculado los centros donde podían encontrarse caminos más o menos directos a diferentes partes de la red. Después los localicé con mayor exactitud en la computadora y es a uno, o más, de dichos centros adonde penetraremos mañana.

–Me temo que no puedo garantizarle que podamos determinar auténticos pensamientos –objetó Morrison, meneando la cabeza–, incluso si encontramos centros en los que tiene lugar el pensamiento. Es como si pudiéramos llegar a un lugar donde oímos voces, pero si no conocemos la lengua que hablan seguimos ignorando lo que están diciendo.

–No lo podemos saber de antemano. El variable potencial eléctrico de la mente de Shapirov debe parecerse al nuestro y podemos simplemente darnos cuenta de sus pensamientos sin saber cómo lo sabemos. En todo caso no podremos afirmarlo a menos que entremos y lo intentemos.

–En este caso, prepárese para una posible decepción.

–Jamás –exclamó Konev, gravemente–. Me propongo ser la persona a la que el cerebro humano revele por fin sus secretos. Yo resolveré por completo el definitivo misterio fisiológico de la Humanidad, quizá del Universo, si somos en realidad los elementos pensantes más avanzados que existen en cualquier lugar. De modo que usted y yo trabajaremos juntos mañana. Quiero que se sienta dispuesto a ello para ayudarme como guía estudiando cuidadosamente las ondas cerebrales que vayamos encontrando. Quiero que interprete los pensamientos de Shapirov y, particularmente, sus pensamientos sobre la combinación de la teoría cuántica y la relatividad, de forma que viajes como el nuestro de mañana, pasen a ser rutina y podamos empezar el estudio del cerebro con toda dedicación.

Se calló y se quedó mirando fijamente a Morrison, luego preguntó:

–¿Y bien?

–¿Y bien, qué?

–¿Nada de eso lo impresiona?

–Claro que me impresiona, pero..., tengo una pregunta. Cuando vi miniaturizar al conejo, noté un quejido pronunciado durante el proceso..., y un ruido sordo cuando fue desminiaturizado. No noté nada parecido cuando fui sometido a ello o me hubiera dado cuenta de lo que ocurría.

Konev levantó un dedo.

–Ah, el ruido es aparente cuando uno se encuentra en el espacio real, pero
no
cuando está en un espacio miniaturizado. Yo fui el primero que lo observé cuando me miniaturizaron, e informé de ello. Todavía no sabemos por qué el campo de miniaturización parece detener las ondas sonoras, cuando no hace lo mismo con la luz. Esperamos aprender nuevos aspectos del proceso a medida que sigamos avanzando.

–Siempre que no descubramos aspectos fatales –masculló Morrison–. ¿No tiene miedo a nada, Yuri?

–Tengo miedo a no poder completar mi trabajo. Esto sería cierto si muriera mañana o si me negara a sufrir la mimaturización. Que me lo impida la muerte, es solo una pequeña posibilidad, pero si me niego a ser miniaturizado, será algo más que eso. Por eso prefiero arriesgarme a lo primero que elegir el otro camino.

–¿No le preocupa que Sofía sea miniaturizada junto con usted?

–¿Cómo?

–Si no recuerda su nombre, puedo ayudarlo recordándole que se llama también Kaliinin.

–Forma parte del grupo y estará en la nave. Sí.

–¿Y no le importa?

–¿Por qué iba a importarme?

–Después de todo, ella se siente traicionada por usted.

Konev hizo un gesto de rabia y su rostro enrojeció.

–¿Ha ido tan lejos en su locura que ha llegado a confiar sus incoherencias a un extranjero? Si no fuera necesaria en este proyecto...

–Lo siento. A mí no me ha parecido incoherente.

Morrison no tenía idea de por qué insistía. Quizá se sentía disminuido al temer un trabajo que el otro esperaba tan ardientemente y por tanto deseaba rebajarle a su vez.

–¿Nunca fue su... amigo?

–¿Amigo? –El rostro de Konev reflejó su desprecio–. ¿Qué es la amistad? Cuando me uní al proyecto, me la encontré en él; había llegado unos meses antes. Trabajamos juntos, éramos nuevos e inexpertos. Claro que hubo lo que podríamos llamar una amistad, una necesidad física de intimidad. ¿Y qué? Éramos jóvenes y poco seguros de nosotros. Fue una fase pasajera.

–Pero que dejó algo. Una criatura.

–Eso no lo hice yo. –Y su boca se cerró con un ruido seco.

–Ella dice...

–No me cabe duda de que querría cargarme con la responsabilidad, pero no le valdrá de nada.

–¿Ha pensado en el análisis genético?

–¡No! La criatura está bien atendida, supongo, e incluso si el análisis genético pareciera indicar que yo soy el padre, rechazaría todos los esfuerzos para ligarme emocionalmente a la criatura. ¿Qué ganaría entonces la mujer?

–Es usted muy despiadado.

–¿Despiadado yo? ¿Qué se imagina que hice, corromper a una joven virgen e inocente? Ella tomó en todo la iniciativa. En la triste historia que supongo le contó, ¿se le ocurrió mencionar que había estado embarazada antes, que había tenido un aborto unos años antes de conocernos? No sé quién fue el padre entonces, ni quién lo es ahora. Puede que tampoco lo sepa ella..., en ambas ocasiones.

–Es usted duro con ella.


No
lo soy. Es dura consigo misma. Yo
tengo
una amante.
Tengo
un amor. Es este proyecto. Es el cerebro humano en abstracto, su estudio, su análisis y todo lo que surja de ello. La mujer fue, en el mejor de los casos, una distracción..., en el peor, una destrucción. Esta pequeña charla que tenemos, que yo no pedí, y a la que lo empujó ella sin duda...

–No lo hizo –interrumpió Morrison.

–No siempre se da uno cuenta de que lo empujan. Esta discusión puede causarme una noche sin sueño y hacerme menos perceptivo mañana, cuando voy a necesitar toda mi agudeza. ¿Fue ésa su intención?

–No, por supuesto que no –murmuró Morrison.

–Entonces debe ser la de ella. No tiene idea de cuántos medios ha empleado para crear interferencias y con cuánta frecuencia lo ha conseguido. No la miro, no le hablo, pero no puede dejarme en paz. Sus agravios imaginarios parecen tan recientes en su mente como cuando la dejé. Sí,
me
molesta que esté en esta nave conmigo y así se lo he dicho a Boranova, pero ésta asegura que ambos somos necesarios. ¿Está satisfecho?

–Perdóneme. No pretendía turbarlo tanto.

–¿Pues, qué pretendía? ¿Sostener simplemente una conversación tranquila? «Oiga, ¿que me dice de todas esas traiciones y jugadas sucias en que se ha metido?» ¿Sólo una charla tranquila?

Morrison guardó silencio, inclinando ligeramente la cabeza ante la rabia del otro. Tres de los cinco a bordo, él y los dos ex amantes, estarían abrumados por una sensación de intolerables agravios. Se preguntó si, hábilmente interrogado, Dezhnev y Boranova, se sentirían igualmente descompuestos.

Konev dijo de pronto, secamente:

–Es mejor que se marche. Lo traje aquí para quitarle el miedo al proyecto proporcionándole una llamada de entusiasmo. Es obvio que he fracasado. Está más interesado por las habladurías mal intencionadas. Váyase, los guardias de la puerta lo acompañarán a su alojamiento. Necesitará dormir.

Morrison suspiró. ¿Dormir?

Sin embargo, en esta su tercera noche en la Unión Soviética, Morrison durmió.

Dezhnev había estado esperándolo fuera de la habitación de Konev con los guardias. Su cara estaba iluminada por una sonrisa y sus grandes orejas casi bailaban de alegría. Después de la intensidad de la personalidad de Konev, Morrison agradeció la charla de Dezhnev sobre todo tipo de temas, excepto la miniaturización de la mañana.

Dezhnev le pasó una bebida, diciéndole:

–No es vodka, no es alcohol. Es leche aromatizada y con un poco de azúcar. La robé de las dependencias donde la emplean, creo, para los animales. Todos esos funcionarios creen que el hombre se remplaza más fácilmente que los animales. Es la maldición de la superpoblación. Como solía decir mi padre: «Para conseguir un ser humano, basta un instante de placer; para conseguir un caballo hace falta dinero» Pero, beba. Le asentará el estómago, se lo aseguro.

La bebida estaba en un bote que Morrison abrió. Dezhnev le tendió una taza. Sabía bastante bien. Dio las gracias a Dezhnev casi alegremente.

Cuando llegaron a la habitación de Morrison, Dezhnev le dijo:

–Lo importante para usted es dormir. Dormir bien. Déjeme que le enseñe dónde está todo.

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