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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

Utopía (46 page)

BOOK: Utopía
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Entonces recordó las gafas que llevaba colgadas alrededor del cuello. Apretó el interruptor y se las puso. La visión del pasillo cambió bruscamente. Los hologramas que tenía delante se volvieron casi transparentes, vaporosos como los fantasmas. Ahora distinguía entre la ilusión y el reflejo. Recuperó el ánimo.

El pasillo torcía bruscamente y después se bifurcaba. Sarah miró a uno y otro lado, ambos con espejos en las paredes. Vaciló durante unos segundos y luego se decidió por el izquierdo. En el momento en que entraba, escuchó una voz en la radio.

—Sarah, ¿me recibe? —La voz de Allocco sonó como un cañonazo en el silencio del pasillo.

—Sí. —respondió, después de bajar el volumen apresuradamente.

—¿Qué está pasando?

—Nada. No hay ninguna señal. ¿A qué viene la llamada?

Debíamos mantener el…

—Escuche, Sarah. Se ha producido un accidente en Calisto.

—¿Accidente? ¿Qué clase de accidente?

—No lo sé. Al no disponer de las cámaras, se tarda más en tener un conocimiento exacto de la situación. Pero al parecer el accidente ocurrió en la Estación Omega. He recibido informes de,… —Una descarga de estática interrumpió fugazmente la comunicación-.

Numerosos 904.

Sarah se estremeció. En el código de emergencias de Utopía, un 904 significaba víctimas mortales entre los visitantes.

—Sarah, ¿sigue allí?

—Estoy aquí. ¿Está seguro? ¿No es una falsa alarma?

—He recibido dos informes independientes. Parece grave. Quizá sea necesario el control de masas.

—En ese caso vaya allí y estabilice la situación.

—No puedo hacerlo. Usted…

—Estoy bien. Su primera responsabilidad son los visitantes. Avise al centro médico, ponga en marcha una operación de rescate de víctimas si es necesario. Envíe personal de seguridad e infraestructura. Disponga que Relaciones Públicas comience con la contención periférica.

—Muy bien. Le pasaré la radio a Flores para que vigile esta frecuencia. Recuerde lo que dije, Sarah.

La comunicación acabó con un chasquido de la radio. Sarah subió de nuevo el volumen y la guardó en un bolsillo de la chaqueta.

Ahora que Allocco se había marchado, solo podía contar con el reducido grupo que permanecía en Producción de Imágenes, y ninguno de ellos sabía nada de su misión.

Carmen Flores podía tener la radio, pero ella, como los demás, no tenía ni la menor idea de lo que ocurría.

Estaba absolutamente sola.

A pesar de lo que le había dicho a Allocco, no se sentía bien. Se detuvo. Otro accidente, casi inmediatamente después del producido en Aguas Oscuras, no podía ser una coincidencia.

Entonces ¿qué era lo que ocurría? ¿Todo eso era parte del Plan de John Doe? Si era así, ¿por qué? Habían aceptado todas sus exigencias. Habían copiado un segundo disco, y ella se encontraba allí para entregarlo. ¿Era posible que, al creer que ella no se había presentado, el accidente en la Estación Omega fuese una represalia? No, imposible. Si Allocco acababa de enterarse, eso significaba que se había puesto en marcha antes de las cuatro. Tal vez incluso mucho antes.

En cualquier caso, John Doe lo había planeado desde el primer momento.

Permaneció inmóvil en el resplandeciente pasillo. La furia, la frustración, el miedo competían por dominarla. ¿Qué había salido mal? ¿Cuántas víctimas había? ¿Se vivían ahora en Calisto escenas de pánico?

La furia ganó la partida y avanzó por el pasillo de la izquierda sin importarle el ruido de los tacones contra el suelo.

Al menos tenía las gafas; eso le daba una ventaja. Encontraría a ese hijo de perra, lo encontraría y…

Sarah se detuvo bruscamente. Delante, en otra esquina del laberinto, estaba John Doe.

Al menos, creía que era John Doe. A través de las gafas, la imagen era demasiado débil para saberlo a ciencia cierta. Se quitó las gafas. El holograma cobró vida en el acto.

Contuvo el aliento. Era la primera vez que lo veía de nuevo desde que había estado en su despacho, apoyado en su mesa, y no solo había bebido de su té sino que le había acariciado la mejilla. Apretó con fuerza las mandíbulas. El hombre parecía incluso más relajado en esos momentos que entonces: las delgadas manos a los lados, el traje sin una arruga, la misma sonrisa que dejaba ver sus dientes perfectos.

—Sarah. —Dijo- Ha sido muy amable al venir. —La voz sonaba distante; el verdadero john Doe se encontraba en un lugar más profundo del laberinto. Ella esperó sin moverse, la mirada fija en la imagen-. Me encanta la decoración de este lugar. Complace mi lado narcisista.

La directora de operaciones continuó esperando.

—¿Ha traído el disco; Sarah?

Lenta y cautelosamente, se acercó a la imagen. Sus ojos de diferente color miraban a izquierda y derecha. Quizá una de las cámaras lo había sorprendido en un cruce, cuando se preguntaba qué dirección seguir.

—Le he preguntado si ha traído el disco, Sarah. —Los labios en la imagen de Doe no se movieron.

—Sí— respondió. De pronto, ya no quiso seguir viendo su rostro. Se colocó las gafas, y los hologramas se convirtieron de nuevo en imágenes espectrales.

—Bien. En ese caso podemos continuar.

—¿Qué hizo, señor Doe?

—¿Cómo dice?

—En Calisto, en la Estación Omega. ¿Qué hizo? —La voz de Sarah temblaba de furia.

—¿Por qué? —contestó Doe con un tono burlón-. ¿Ha pasado algo?

—¡Hice todo lo que me pidió! —gritó Sarah-. ¡Confié en usted, hijo de puta!

—Vaya, vaya, con la señora. Y yo que creía que era bien educada.

Sarah apretó los puños con todas sus fuerzas.

—Ya casi hemos terminado, Sarah. Acabemos con esto, así podrá ocuparse personalmente de ese lamentable episodio y… Espere un momento. Veo una nueva imagen suya. ¿Qué es eso que lleva? Ah, ya lo sé. Esas gafas no la favorecen, Sarah. Pesan demasiado para sus delicadas facciones. Tendremos que hacer algo al respecto.

Un breve silencio siguió a sus palabras. Después, desde algún lugar en las tinieblas, llegó un chasquido.

Durante unos segundos, todo permaneció igual. Luego Sarah notó un resplandor verde en la montura de las gafas. En el pasillo, los hologramas que, hasta un momento atrás apenas si se veían, comenzaron a resplandecer con un fulgor verde que se hacía cada vez más brillante. Sarah parpadeó para protegerse los ojos de aquel brillo cegador. Al mover la cabeza, vio unas estelas verdes.

Con una exclamación de rabia se quitó las gafas y acercó la radio a la boca.

—¡Carmen!

Unos segundos de silencio.

—¿Sí, señorita Boatwright?

—Carmen, ¿est pasando algo allí abajo?

—Hace unos segundos, el aumento de potencia de los generadores holográficos se cuadruplicó. Se están recalentando.

—¿Lo puede solucionar?

—Sí, pero llevará tiempo. Todos los controles están informatizados. Tendremos que averiguar de dónde llegan las órdenes. Hasta que no lo sepamos, ni siquiera me atrevo a desconectar los generadores.

—Haga lo que pueda. —Sarah bajó la radio. «Sabía lo de las gafas. Está preparado para todo.

Da lo mismo lo que se nos ocurra, pues él ya lo tiene previsto», pensó.

—¿Ve a lo que me refería, Sarah? —dijo la voz suave y distante de John Doe. Se oyó otro chasquido—. ¿Cómo puede hablar de confianza cuando usted intenta engañarme? Limítese a entregarme el disco y saldré de su vida para siempre.

Sarah no respondió. Ya no había nada más que decir. De pronto, se sintió derrotada.

—¿En qué lugar está ahora, Sarah?

Ella permaneció en silencio.

—Sarah…

—¿Sí?

—¿En qué lugar esta ahora?

—No lo sé.

—Mire en el marco del espejo que tiene más cerca. En el borde superior izquierdo. Verá que tiene un número.

Sarah miró el espejo que tenía a su lado. Tardó un minuto en descubrirlo, pero ahí estaba: un número grabado en la madera.

—Siete nueve dos tres —leyó en voz alta.

—¿Qué ha dicho?

—Siete nueve dos tres.

—Muy bien. Ahora escuche, Sarah. Voy a guiarla hasta donde la estoy esperando.

Mantendremos el contacto oral continuamente. ¿Entendido?

—Sí.

—Bien. Usted tiene que estar… tiene que estar en el pasillo izquierdo después de la bifurcación. Siga el pasillo hasta el final. Avíseme cuando esté allí.

Sarah caminó como una autómata, acompañada por su reflejo a ambos lados. De pronto, la imagen de John Doe apareció a su derecha. Se detuvo: otro holograma, esta vez diferente.

El hombre sostenía lo que parecía ser un juego de planos.

—Estoy en el final del pasillo.

—Mire el espejo a su izquierda. ¿Es el número Siete Ocho Cuatro Siete?

Sarah buscó el número.

—Sí.

—Ahora tome el pasillo de la izquierda. Encontrará otro a la derecha, oculto por un holograma. Esté atenta.

Sarah caminó por el pasillo con paso lento y resignado. John Doe no estaba perdido, conocía muy bien su camino, conocía mejor la galería que sus propios diseñadores. Sabía de las gafas que utilizaban los técnicos. Tenía planos de todo, incluso con los números de los espejos que cubrían las paredes.

Todos sus instintos le avisaban que no siguiera avanzando. Pero no había otra alternativa: tenía que entregarle el disco a John Doe.

Volvió a detenerse, sorprendida. Por todas partes la rodeaba su propia imagen, a veces en un espejo, otras en un holograma registrado unos segundos antes, pero, adelante y a la izquierda, acaba de aparecer otra imagen: la imagen de un hombre que no era John Doe.

Se acercó sin apartar la mirada de la imagen hasta que la distinguió con claridad.

Era Andrew Warne.

Se volvió. «¿Andrew? ¿Aquí?»

No tenía tiempo para pensar, solo para reaccionar. Se suponía que nadie debía acompañarla. Si Warne se encontraba allí, tenía que ser por una razón, algo muy urgente.

Puesto que debía de estar en algún lugar entre ella y la entrada, y que John Doe estaba más adentro, los servidores de imágenes tardarían un poco más en transmitirle la imagen de Warne.

Regresó rápidamente hasta la última intersección, después giró a la derecha, para dirigirse al punto de partida anterior.

Desde algún lugar delante de ella le llegaron unas pisadas.

—Sarah… —Ella oyó el susurro impaciente de Warne—. ¡Sarah!

La voz sonó más débil por un momento y después se oyó de nuevo, esta vez más cerca.

—Sarah, ¿dónde estás?

—¡Aquí! —Susurró ella.

Una figura apareció en la intersección. Esta vez no era un holograma ni la reflexión en un espejo. Era Andrew Warne, con el vendaje flojo en la frente, la ansiedad en la mirada.

Entonces él la vio. Frunció el entrecejo por un instante, como si quisiera adivinar entre la realidad y la ilusión. Sarah se acercó. La expresión de Warne cambió en el acto.

—Sarah —exclamó al tiempo que se acercaba rápidamente y le sujetaba las manos—. Gracias a Dios.

Por un momento, el contacto con otro ser humano la conmovió profundamente. Cerró los ojos. Después, con un respingo, se apartó.

—¿Que estás haciendo aquí? —preguntó con un tono de enfado—. ¿Cómo has entrado?

—Tenía que detenerte —respondió Warne—. Estas en peligro.

—No puedes estar aquí. Tengo que entregarle el disco a John Doe. Dijo que debía…

Warne le cogió los brazos.

—Es una trampa —dijo.

Al oír sus miedos expresados en voz alta, Sarah se quedó paralizada.

—¿Cómo lo sabes?

Sintió cómo aumentaba la presión en sus brazos.

—Esto no será fácil para ti, Sarah. Hemos descubierto al topo. Al compinche de John Doe en el parque.

Sarah esperó, sin atreverse ni a respirar.

—Es Barksdale.

El primer impulso de Sarah fue abofetearlo. Se apartó violentamente.

—¡Mientes!

Warne se acercó de nuevo.

—Sarah, por favor. Tienes que escucharme. Nunca hubo ningún Control de Seguridad exterior. La gente de KIS nunca estuvo en Utopía. Fue cosa de Barksdale. Los técnicos que vinieron a comprobar los cortafuegos de Utopía el mes pasado eran los hombres de John Doe. Así fue como se infiltraron en el sistema y colocaron las trampas.

Sarah sacudió la cabeza violentamente. No podía ser verdad. Era imposible. Tenía que haber alguna otra explicación.

—No. No te creo.

—No te pido que me creas. Solo te pido que salgas de este lugar ahora mismo, que te enteres de la verdad por ti misma. Recuerdas el disco que encontraste aplastado debajo del pie del guardia? Estaba en blanco. Eso significa que John Doe se llevó el disco verdadero y lo substituyó por otro sin grabar.

Todo fue un montaje. ¿Por que crees que John Doe quiere un segundo disco? ¿Por qué crees que exigió que vinieras tú a entregárselo? Tienes que…

—Sarah… —llamó la voz de Doe.

Warne guardó silencio. Sarah lo miró y se llevó un dedo a los labios.

—Sarah, le dije que debía mantener el contacto oral. ¿Por qué se ha detenido? —La voz sonaba más distante.

Entre las imágenes de los espejos del pasillo, apareció una nueva: John Doe, con los planos en una mano, mantenía la cabeza erguida como si estuviese husmeando la presa. Sarah observó cómo la imagen holográfica se repetía.

—Sarah, ¿sabe lo que creo? Creo que ya no estamos solos.

Sarah esperó.

—Mejor dicho, sé que ya no estamos solos. Veo un tercer holograma, Sarah. No corresponde a ninguno de nosotros dos. ¿Quién es ese hombre?

El silencio se mantuvo.

—Creo que lo sé. Es el doctor Warne. El entrometido doctor Warne. ¿Me equivoco?

Sarah miró a Warne. Él le devolvió la mirada.

—Esto no figuraba en lo que habíamos acordado, Sarah. Primero las gafas y ahora esto.

Estoy muy disgustado.

El holograma de John Doe fluctuó por un momento y después cambió cuando el sistema actualizó la imagen. Ahora John Doe empuñaba una pistola.

Desde las profundidades del laberinto les llegó el ruido de las pisadas.

—¡Viene por nosotros! —susurró Warne.

Sarah le hizo un ademán para que la siguiera y echó a correr por el pasillo, entre las reflexiones y los hologramas, alejándose de la voz de John Doe. Apenas si veía las imágenes de sí misma al pasar. El repiqueteo de los tacones contra el suelo, el sonido de los jadeos lo dominaban todo. Dobló por un pasillo, después por otro. Entonces se detuvo de nuevo.

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