—Buena idea...
—Además me dio algo de dinero; no mucho, pero para esta noche basta.
—Bien —dijo Santiago—; entonces chau... —Chau...
Yen el instante en que Santiago le sonreía con la mirada ausente, Bobby le sonrió igualito; ampliaron sus sonrisas al voltear para dirigirse cada uno a su auto, se miraron aún un instante, así, ausentes, mientras volteaban, un segundo bastó para que firmaran un eterno pacto de ausencia: los dos eran el heredero de una inmensa fortuna.
Ymientras Bobby corría como un loco para tirarse de una vez por todas a la tal Sonia y asegurarse de que era ella, Santiago y Lester estacionaban tranquilamente frente al Freddy Solo's Bar, donde habían quedado en encontrarse con un grupo de amigos. Ya no Tonelada. De ninguna manera Tonelada. Por lo menos mientras Lester estuviera en Lima.
—P'ero si de todos modos soy un encanto —reclamaba el vividor, recostado en la barra del Freddy Solo's, rodeado de mujeres que se mataban de risa con las cosas que iba inventado.
—¿Por qué me corren?, ¿acaso no soy un encanto?
—Simpático siempre —le decía una.
—Pero ni te me acerques —le decía otra.
—¡Pobre Tone! —exclamaba la Piba—; ¡nadie le hace caso!
—¡Hasta que los ojos te vuelvan a sus órbitas!
—Ahí está Santiago con Lester —anunció, de pronto, la Piba, mirándolos entrar y acercarse a la barra.
—¡Me voy! El gringo pega como Virrey... los tienen muy bien entrenados allá en Texas. Esta no es conmigo, señoritas... aquí el caballero se marcha.
—¡No seas tonto! —exclamó la Piba—; ya están bien sentaditos y al otro lado, están tranquilitos con sus amigos; además ya te vio y nada...
Nada porque Santiago lo contuvo en cuanto abrió la puerta y se dio con el otro sentado allá al frente; nada porque Lester llevaba tres de los calmantes de la tarde en el sistema; y nada porque era su última noche en Lima y no se la iba a pasar peleando. Santiago saludó a Tonelada con una sonrisa, mientras con el rabillo del ojo estudiaba a Lester: parecía tranquilo, acababa de ordenar varios whiskys y conversaba sonriente con los amigos que habían llegado antes.
Los amigos siguieron llegando, y los pedidos de whisky a la orden del día. Santiago bebía poco, como de costumbre; en cambio Lester uno tras otro, como nunca; era capaz de armar otra bronca igual a la de esta tarde, sobre todo si Tonelada continuaba ahí, al otro lado de la barra en U, frente a ellos y carcajada tras carcajada. Y el problema del idioma, además; Lester no entendía ni papa de lo que se hablaba allá, a lo mejor pensaba que el vividor se estaba riendo de él, quién sabe, con todas las que le había dicho... Sin embargo el licor no lograba exaltar al viajero norteamericano, lo entristecía más bien, cada vez conversaba menos con los amigos, prácticamente se limitaba a pedir y a invitar más whisky, entristecía lastimosamente...
—¡Incredible! —exclamó, de repente, dejando caer la cabeza hacia adelante.
—¿Qué? —le preguntó Santiago.
—Incredible —repitió, enterrando aún más la cabeza.
Sólo la levantaba para buscar su vaso y pedir más. Inore dib le, volvió a decir como media hora más tarde. Santiago interrumpió su conversación con el de al lado, pero, cuando lo miró, Lester había hundido más todavía la cabeza en el ambiente ese oscuro que se había ido creando, copa tras copa, entre la barra y su propio cuerpo. Aún no caía del todo ahí abajo. Iba descolgándose a pocos, un recuerdo, otro whisky, buscando crear más del ambiente oscuro, pero los colores de la barra, su camisa, su corbata, seguían filtrándose en su ceguera y no lo dejaban terminar de oscurecerlo; quería cerrar su ambiente triste, entrar, encerrarse, irse a pasar un rato ahí adentro solo, pero también la música del bar y algunas carcajadas estúpidas continuaban metidas en su ambiente, aún no vaciaba el lugar para su mirada ausente, se topaba con ellas mientras resbalaba por los escalones de su borrachera, seguían filtrándosele entre los whiskys para su sordera, impidiéndole ahora silenciar su oscuridad y desaparecer de una vez por todas en la negra explicación de sus recuerdos. Lo hubiera logrado, ya caía Lester, cuando un súbito empellón lo tumbó indefenso en un terrible, amargo malestar... que giró además vino girando de allá para llevárselo hacia arriba de costado con náuseas, se le hizo mierda la ley de la gravedad, en un segundo perdió todito lo creado de su ambiente, hasta la oscuridad se le quebró llenándosele de mil colorcitos giratorio-intermitentes, sólo quedaban trozos de negro para apoyarse a descansar entre dos mareos. Pero, poco a poco, enfrentándose, engañando uno por uno a los mil colorcitos, Lester logró encontrar el momento para el enorme esfuerzo que le permitió incorporarse de golpe y evitar así otra vuelta más del furibundo carrusel, sintió vertical el taburete y aprovechó para prenderse con ambas manos del vaso, presionándolo hasta que el barman se quedó quieto en su sitio y sólo se movió cuando se movía para servir a los clientes...
—Whisky —pidió.
Creyó que ya podía soltar su eje y casi lo rebalsa el vómito, rápidamente se volvió a prender del vaso y apretó hasta divisar a Tonelada detrás del barman; contrajo íntegro el cuerpo para clavarle la mirada y sintió que lograba un segundo de control, reflexionó, miró brutalmente a Tonelada, con los ojos lo insultó hasta sentir libre su garganta de la saliva amarga, entonces empezó a soltar de nuevo el vaso, poco a poco, mientras sus náuseas seguían diluyéndose, a medida que el vividor, allá al frente, le iba bajando la mirada.
Y la voz. Tonelada bajó también un poquito la voz al notar que Lester lo miraba con odio; terminó su historia despacito y como pudo, un poco nervioso, calculando: pide otro whisky, Santiago interviene, insiste, le sirven... Tonelada se arrancó con otra historia, despacito eso sí, porque aún no sabía cómo iba a reaccionar Lester con el nuevo whisky, las chicas tuvieron que pegársele para poder escuchar los detalles. Era una historia cojonuda, ¿cómo? ¿cómo?, le preguntaban ellas, ¡más fuerte!, ¡no se oye!... ¡Y le metieron un palitroque en el pompis!, concluyó Tonelada, elevando la voz y soltando a gritos una carcajada total mientras Lester, al frente, depositaba con las justas su vaso sobre un cenicero, inclinando a pocos la cabeza, descolgándola hacia adelante como si quisiera tocarse el ombligo con la nariz; lo detuvo el cuero elegante y fresco que acolchaba el borde de la barra. Esta vez no dejó que se le filtrara nada. Se encerró en su ambiente oscuro...
—¡Ah no! ¡Eso sí que no! —exclamó la Piba—; ¡ guárdala inmediatamente!
—¿Ya ven?... ¿Qué les dije? Tiene su corazoncito mi amiga...
—Tonelada: guárdala o me voy... ¡Cómo puedes ser tan cobarde!
Pero Tonelada insistía en mover el meñique alegremente, les hacía adiós en los ojos a las chicas, en la punta de la naricita les agitaba el meñique adornado con la sortija de platino que acababa de extraer de un bolsillo. La Piba lo había visto esconderla cuando apareció Lester. Se puso furiosa.
—¡Cómo puedes ser tan cínico!
—¿Ya ven?... ¿No les dije?... cuanto más bebe más se llena de nobles sentimientos.
Pero a él le dolía íntegra la cara y no tenía ni pizca de ganas de respetarlos esta noche, ¡a la mierda con los sentimientos! Él quería bromear, burlarse de todo, de lo que fuera. Ya ellas conocían a la Piba, llenecita de rezagos, aquí mi amiga... ¿Qué más quieren que lo de la noche de Navidad?... ¿Quieren que les diga un secretito?... Esta Navidad tampoco... con nadie...
—¡Asqueroso!
Las otras ni sospechaban el lío de la sortija, pero la Piba, con muchos whiskys adentro, seguía prendida al buen sentimiento que acababa de surgirle cuando menos se lo esperaba, se le llenaron los ojos de lágrimas. Tonelada trató de abrazarla pero se le escapó por debajo del brazo.
—¡Asqueroso! ¡Asqueroso! —La Piba se sabía todita la historia de la sortija.
—Un poco bullangueros los señores... Por favor, señorita...
¡Uf! ¡Para qué se metió! La Piba secó su vaso en un dos por tres y a gritos se arrancó con su denuncia: ¡hasta esta noche la habían visto con Tonelada!... ¡Nunca más la verían!... ¡Todo tenía su límite!... ¡Delfinita acababa de terminar en Santa Úrsula!... ¡Más linda, más buena no podía ser!... ¡Era su prima además!... ¡Y este asqueroso!... ¡Este asqueroso se entera de que su padre va a distribuir unas películas argentinas!... ¡que va a estrenar un cine para sus películas!... ¡que va a traer dos artistas famosas para el estreno!... ¡que les va a dar fiestas!... ¡cócteles! ¡claro! ¡asqueroso!
—Señorita Piba...
¡Este asqueroso todavía no tiene una artista de cine en su lista!... ¡Y cuánto dinero le puede dar eso!... ¡Con razón desapareciste asqueroso!... ¡No querías que te vieran con mi prima!... ¡Y mucho menos yo!... ¡Le sacó invitaciones para todo! ¡Quítame el brazo de encima! ¡No me toques asqueroso!... ¡Usted sabe de quién es esa sortija! ¿no sabe? ¿no sabe? ¿no se le ocurre? ¡Zafa sinvergüenza! ¡Ladrón!
—Yo sólo le robé el corazón —intervino Tonelada, tratando de salvarse con la risa de las otras, pero las otras andaban medio preocupadas, a pesar de la música se estaba oyendo por todo el bar.
—¡Ladrón! ¿Cuándo vas a plantar a Delfinita?, ¡dime cuando! ¡dime ladrón!...
—Señorita...
—¡A él! ¡A él que es un ladrón! ¡Un sinvergüenza!
—No bien se emborracha le da por ofenderme.
Soltó a llorar la Piba porque lo quería un montón a Tonelada. «Está más loca que una cabra», pensaba Santiago, que había seguido la escena sonriente, al ver que de pronto la Piba se escondía llorando en el brazo de Tonelada, y hasta saltaba por momentos para llenarlo de besos en los ojos hinchados, en las cejas partidas, en los labios deshechos, «¡asqueroso!, ¡asqueroso!», le gritaba, aplastándose contra su pecho.
—Una rueda de whisky —ordenó Tonelada, produciendo un montón de billetes y entregándolos enrollados en el dedo de la sortija, antes de que el barman lo tuteara al decirle ¿quién paga?
Lester sintió un brazo en la espalda y encogió los hombros para que lo soltaran y lo dejaran en paz. Pensó que podría ser Santiago y trató de incorporarse, pero lo venció el peso de su cabeza y quedó nuevamente recostado sobre el cómodo borde de la barra.
—Un alka-seltzer —ordenó Santiago.
—No alka-seltzer —murmuró Lester, tratando de explicar algo de que habían sido los calmantes y pidiendo que lo dejaran solo un rato más.
—¿Qué hacemos? —les preguntó Santiago a los amigos—; prefiero no llevarlo a la casa así.
—¡Hola! —exclamó de pronto, Bobby. Nadie lo había visto llegar; traía una cara única de satisfacción—. ¿Qué pasa con Lester? —preguntó.
—Tienes que ayudarme a sacarlo; está como muerto. Sería mejor que durmiera en algún sitio antes de llevarlo a casa.
—En la camioneta. El asiento se transforma en cama.
—Buena idea... Vamos a esperar un rato y si no se despierta me ayudas.
No fue necesario. Sólito se fue incorporando, poco a poco, lentamente. Además no había estado dormido. Allá abajo, en su ambiente oscuro, Lester no había cesado de luchar contra el vértigo nauseabundo que acompañaba la giratoria e incesante repetición de su llegada a casa de Delfina. Un montón de veces llegó y le regaló la sortija; un montón de veces llegó y pasó la tarde con ella, cogiéndole la mano y sintiendo fría la sortija entre sus dedos, mientras su padre, algunas tardes, le hablaba de futuros contratos para distribuir películas norteamericanas y él, por dentro, pensaba en las posibilidades de ponerlo en contacto con su propio padre. Después se le venía la tarde con la pelea de gallos en la hacienda de Delfina y su burlona sonrisa ante la facilidad con que las chicas peruanas decían / love you, a él sobre todo que nunca había pasado de / like you; con qué facilidad durante la pelea de gallos ella le decía te quiero, / love you, le traducía, por si no había entendido, a él que nunca había pasado de me gustas y que hasta esa tarde, otra tarde después de la pelea de gallos, nunca había sentido más allá de / like you, y de pronto se encontró diciendo / love you, cuando Delfinita se apareció con el regalo, dos gallitos de pelea de plata, y él sintió que la quería y se lo dijo y empezó a quererla como un imbécil...
«Imbécil, stupid imbécil», lo escuchó murmurar Santiago, y volteó a mirar cómo se incorporaba lentamente, y cómo volvía a caer sobre el borde acolchado de la barra... Entonces sí veía clarito las otras tardes en la playa, en Ancón, en una fiesta una noche, todo acababa de suceder, la fiesta anoche... «Imbécil!», soltó, tratando de incorporarse al notar recién, al darse cuenta recién ahora de que sólo él dijo / love you anoche: en un segundo bailó toda la noche con Delfinita, una tras otra bailó cada una de sus piezas mientras se incorporaba impulsado por la realidad de toda una noche sin que ella le dijera... La invitó nuevamente a bailar, se volvió a despedir de ella al fin de la fiesta, «¡imbécil!», soltó otra vez, incorporándose algo más al descubrir recién que la había notado rara y nerviosa igual que esta tarde cuando tocó el timbre y ella misma le abrió la puerta del jardín, rara y nerviosa, recién notó por qué la ausencia del mayordomo, tampoco tenía la sortija, «¡imbécil!, ¡imbécil!...» Recién ahora comprendía lo de esta tarde... «¡Imbécil!» Sintió la rabia de la tarde en el cuerpo, con ella se le filtró íntegra la tarde en su ambiente negro, incorporándolo a medias, pero volvió a descolgarse para entrar de nuevo en el jardín donde Delfina lo recibía diciéndole no / love yon, diciéndole sólo me gustas, y añadiendo pero... «Stupid imbécil!», le había dicho / love you, al notarla rara, nerviosa, y en ese momento Tonelada había aparecido por un costado del jardín, sonriente, confiado, cobarde en inglés retrocedía explicándole, corriéndosele, agachándosele, se me ha perdido mi medallita entre el pasto, pero era coger un palo y Lester le cayó encima, logrando finalmente apoyar ambas manos sobre el borde acolchado de la barra... Le rechinaban los dientes, golpe tras golpe con los dientes rechinándole de furia terminó de incorporarse, igual que en el jardín cuando sintió que la fatiga le pedía irse y se incorporó tenso, y continuó mirando a Tonelada un rato más, tirado en el suelo, ahí al frente con la cara hecha mierda.
Momentos después, Lester dormía plácidamente en el asiento-cama de la Mercury, estacionada frente al Freddy Solo's Bar. Un poco más allá, en el Volvo, Santiago y Bobby dejaban pasar el tiempo, cabeceando a ratos, pero tratando siempre de encontrar algún tema de conversación que les impidiera dormirse. A eso de las cinco de la madrugada, vieron salir a Tonelada tambaleante y haciendo toda clase de maniobras para evitar que la Piba Portal se le fuera de bruces al suelo. Subieron por fin a un taxi y desaparecieron. Santiago aprovechó para explicarle a su hermano todo el lío entre su amigo y el vividor. Bobby no hizo ningún comentario. Hubo un momento en que se sintió tentado de contarle a Santiago su feliz aventura donde Nanette, pero temió que lo despreciara por andarse metiendo todavía con putas y continuó mudo.