Un mundo para Julius (59 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

BOOK: Un mundo para Julius
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—Acérquese, señora, por favor; ¿no nos hace usted el honor de una copa?

—Yo no bebo, jovencito... Pipo...

—Sólo su compañía, entonces, señora. Hemos estado conversando y discutiendo con su marido sobre los planos de la casa nueva; me imagino que estará usted también interesada en saber cómo va a ser su casa.

—Ya lo creo, arquitecto; ¿pero qué puede hacer una si no es encomendarse a Dios? ¿De dónde voy a sacar yo fuerzas para limpiar una casa más grande que ésta todavía?... Con lo difícil que está la servidumbre. Usted tal vez podría convencer a mi esposo para que sea una casa más pequeña. ¡Cuánto he luchado yo! Pero él escomo un niño y sueña con tener una casa más grande que la de mi primo político Juan Lucas.

—Precisamente de eso hemos estado hablando, señora; imposible que la casa sea más grande; puede tener más habitaciones, si usted quiere, pero la perspectiva la hará aparecer siempre más pequeña. ¿No ve usted que la casa de Juan Lucas ha sido construida aprovechando toda la extensión del campo de polo? Es eso lo que la hace parecer inmensa, mucho más grande de lo que en realidad es. No se preocupe, señora; su casa será más pequeña. Creo que esta tarde he logrado ya convencer a su esposo de ese detalle.

—No sabe cuánto se lo agradezco, arquitecto... Juan, Pipo tiene que ir al colegio mañana, ¿no has pensado en eso?

—Bueno, Juan, quedo a sus órdenes; usted dirá cuándo empezamos la obra. Tengo que volar.

—Sí. Sí, arquitecto. Lo acompaño hasta la puerta. Yo también tengo que salir esta noche.

—¡Juan! ¿Con lo resfriado que estás?

—Vamos, arquitecto...

—Adiós, señora. Buenas noches.

—Parece mentira cómo pasa la vida; cualquiera diría que fue ayer que Juan Lucas lo acompañó a usted un poco copeadito...

Un estornudo interrumpió la frasecita incisiva con que Lastarria quería terminar con el arquitecto. Mejor no seguir, mejor apresurarse en llevarlo hasta la puerta, no vaya a ser que Susana se arranque con una horrible perorata sobre la gripe y lo peligroso que será salir esta noche. Lastarria le dio su empujoncito al arquitecto de moda, cuando escuchó por allá atrás algo de ya no eres un joven...

—Buenas noches, Juan —dijo el arquitecto, tal vez burlón.

Se dieron sonriente apretón de manos. En el fondo, los dos estaban satisfechos: Juan Lastarria iba a hacerse una casa con el arquitecto de moda y el arquitecto de moda iba a cobrar una fuerte suma por una casa mitad castillo, mitad funcional.

Lastarria se dirigió nuevamente al bar para decirle a Susana que no tenía gripe y que sí iba a salir, pero al llegar se encontró con que había desaparecido por algún oscuro corredor del castillo y decidió tomarse una copa como quien festeja el asunto. «Felizmente que no está», pensó, al sentir que una racha de estornudos se le venía incontenible, con las justas logró ahogarla en el pañuelo. Pero entonces se dio cuenta de que ése no era el pañuelo para la gripe sino para el Club, cambió en un segundo al pañuelo ordinario, se sonó con ése, pero de golpe vio a Juan Lucas sonándose con el de las iniciales bordadas, el de hilo de seda más suave para los bordecitos sensibles de la nariz. Cambió nuevamente Lastarria, sacó el de hilo de seda pero ahora ya no lo necesitaba. «Para la próxima, estaba pensando; nadie me ha visto», cuando en eso se le vino otra racha y la iba a ahogar en el fino, pero hizo trampa Lastarria: justito antes de estallar cambió al de la gripe y se sonó escondiéndose de sus pensamientos, ocultándose sólito en un rincón del bar. Sólito también se estaba descubriendo la mar de imbécil, cuando un estornudo inesperado trajo consigo una voz detestablemente inesperada: venía de la salita de al lado, donde Susana, probablemente horrible y a oscuras, lo había estado escuchando todo el tiempo y soltaba ahora su frasecita cargada de piedad y de doble sentido: «Dios te bendiga.» Juan Lastarria arrojó el pañuelo de la gripe y decidió hacer pública a su querida esa misma noche.

Las notas de Bobby mejoraron notablemente a principios de noviembre, y Juan Lucas aceptó la sugerencia de Susan de llevarlo a las últimas corridas de la feria, que hubiera podido ser mucho más animada si el gilipollas del empresario hubiese traído al Briceño. Una tarde, hacia fines de mes, el gordo Luis Martín Romero llamó a Juan Lucas por teléfono, para anunciarle que el Briceño iba a debutar en ruedos hispanoamericanos y que iba a torear dos domingos seguidos en la plaza de Quito. Juan Lucas le dijo que no colgara y, por otro teléfono, llamó a Susan para preguntarle si le provocaba pasarse un par de semanas en el Ecuador. «La corrida del siglo», añadió, porque la había despertado en plena siesta, y Susan nunca tomaba una decisión antes de la Coca-Cola helada que bebía en cuanto despertaba de su siesta. Susan pegó un bostezo enorme mientras decía que bueno, y colgó para comunicarse inmediatamente por el teléfono interno con la repostería, y pedir su Coca-Cola helada. También Juan Lucas colgó al escuchar la respuesta afirmativa y porque estaba en pleno directorio, y cogió rápido el otro fono para decirle al gordo Romero que lo invitaba a ver torear al Briceño en Quito, esta noche arreglamos los detalles, Luis, sí adiós... Perdón, señores, sigamos...

El viaje fue un desastre. Resulta que el Briceño no logró recuperarse de la cogida que había sufrido tres semanas antes, mientras lidiaba al tercero de la tarde en la plaza de Logroño. Pero lo peor fue que al gordo Romero le sentó pésimo la altura de Quito y en vez de cuidarse, comió y bebió como nunca. Al final se les puso a la muerte el gordo, y tuvieron que apurar el regreso, cuando aún quedaban esperanzas de que el Briceño se repusiera y llegara para la segunda corrida que tenía programada.

Fue allá en Quito, y precisamente una noche en que el gordo se revolcaba de dolor en la recepción del hotel, que un botones les trajo una nota urgente que les enviaba Bobby. Susan la abrió espantada, pero al cabo de un instante empezó a sonreír, y ya hacia el final de la lectura le estaba dando tanta risa que tuvo que pedirle disculpas al gordo Romero que seguía quejándose lastimosamente. Le pasó el papel a Juan Lucas, y también él empezó a reírse mientras leía, terminando con tres ja-ja-ja sonoros que ocultaron por completo el dolor del gordo.

—¿Qué pasa? —les preguntó Romero, un poco amargo con tanta risa.

—Bobby nos pide permiso para hacer su fiesta de promoción en casa.

—No le veo la gracia, francamente.

—Léete el papelito...

—No, gracias... ¡Ay!...

—Toma, lee, gordo quejoso...

El gordo Romero se sintió insultado con lo de quejoso y pidió el papel para leerlo y no encontrarle ninguna gracia. En efecto, no tenía ninguna gracia. ¿Qué le ven éstos de original a que su hijo les pida permiso para hacer una fiesta en su casa? ¿Y plata para una orquídea para su pareja? ¿Y esto? Ha copiado las notas de su libreta para que vean que en noviembre ha mejorado... ¿Dónde está la gracia?... Ya les iba devolver el papelito, pero Susan insistió en que leyera lo último, lo de abajo, darling. El gordo leyó de mala gana y sonrió mientras les decía tal vez conociendo a la mujer tenga alguna gracia, ¡ay!, se quejó, pero a Juan Lucas no le gustaba la gente que sufría, ni aun tratándose de Luis Martín, y cogió el papel para leer en voz alta las palabras de la Decidida, dando testimonio de la verdad de esas notas: «Es copia fiel del original que queda a la disposición de los señores en su colegio del niño Bobby, Markham se llama el colegio», y luego dos garabatos, bajo los cuales había escrito «firma y rúbrica». Juan Lucas soltó tres ja-ja-ja sonoros y le dijo al gordo que parara ya de quejarse y que regresaban a Lima, «hay que preparar esa fiesta», agregó burlón.

En Lima, ya mejorcito, Luis Martín Romero se enteró de que el Briceño se había quedado sin debutar en ruedos hispanoamericanos. En el fondo, lo alegraba el asunto; así Juan Lucas tendría tiempo de meter mano en la Empresa y ser él quien traía por primera vez al torerazo ese a plazas del Nuevo Mundo, le reservarían su lugar a Juan Lucas en la historia del toreo y todo.

Bobby había estado esperando ansiosamente una carta de respuesta. Grande fue su sorpresa cuando, al llegar una tarde del colegio, se encontró con Susan y Juan Lucas de regreso, antes de lo que esperaba. «¿Sí o no?», les preguntó sonriente, al ver que lo recibían sonrientes. Susan le dio un beso y le dijo que si no les iba a preguntar qué tal les había ido. Les preguntó qué tal les había ido, y ella le contó que había comprado un cuadro maravilloso de la escuela quiteña. Bobby confesó entonces que el electricista ya había venido a estudiar lo de la iluminación para la fiesta. Vio que Susan y Juan Lucas sonreían y aprovechó para hablarles de la orquídea, no le quedaba ni un cobre para comprar la orquídea, había que encargarla rápido, él ya estaba atrasado, en esta época todos los colegios tienen su prom... Pero Juan Lucas lo interrumpió diciéndole que en Lima a cualquier geranio le llaman orquídea y que ¡ni hablar de encargar nada! Bobby sintió que Peggy lo había corneado, que Maruja se le había quitado y que Sonia todavía no había regresado, felizmente que Juan Lucas notó su reacción a tiempo: «déjame terminar», le dijo, y empezó a contarles. Resulta que también entendía de orquídeas o que, en todo caso, tenía orquídeas y ellos no lo sabían. Tenía millones de orquídeas y andaban botadas, además, crecían silvestres, verdaderas, como Dios manda, no esas orquídeas raquíticas que te venden en Lima. Siempre había que escoger de lo bueno lo mejor, y para eso las orquídeas de su plantación en Tingo María. Susan le rogó que fuera más lento, por favor, no entendía ni papa, pero ya Bobby había comprendido que Juan Lucas tenía una plantación en plena selva. Planta de experimentación, más bien, con sus lingüistas estudiando el dialecto de los chunchos y todo, hasta unos Testigos de Jehová parece que habían llegado por ahí últimamente...

—¿Y quién se encarga de eso, darling? ¿Por qué no me habías contado?

—Ya iremos a verla algún día; estamos habilitando un pequeño aeropuerto para la avioneta. Ahí tengo un par de yugoeslavos... inmigrantes... Ellos le van a escoger a Bobby una orquídea como en tu vida has visto.

A las seis de la tarde, el jefe de los electricistas anunció que todo estaba listo para la prueba final y la Decidida, alborotada, corrió a encender las luces que iluminarían el gran baile de promoción. Apretó el botón, pero inmediatamente sonó chuc y salieron chispas de todos los enchufes del palacio, todo se volvió a apagar y quedó olor a humo en el ambiente. El jefe de los electricistas sonrió anunciando que se trataba tan sólo de una ligera falla técnica, pero en ese momento apareció Bobby gritándole que era una bestia y que por su culpa se iba a quedar sin fiesta. El hijo del jefe de los electricistas salió en defensa de su padre y ya lo estaba guapeando a Bobby, cuando felizmente intervino la Decidida disculpando al niño de la casa y explicando que estaba muy nervioso porque había tomado muchos calmantes. Bobby se largó gritando que quería luz en cinco minutos y que con el hijo del electricista donde quiera y cuando quiera. A las seis y media, más o menos, apareció el camión de la orquesta trayendo el piano y el órgano. Desde una ventana, en los altos, Julius vio que cargaban el piano hacia el interior del palacio y bajó corriendo a comprobar que era exacto al de madre Mary Agnes. No bien lo dejaron en el rincón que iba a ocupar la orquesta, en una terraza, se trajo un banquito y se sentó a tocar uno de los ejercicios que nunca había logrado tocar bien donde Frau Proserpina. Le estaba saliendo perfecto y hasta se atrevió a agregarle su poquito de sentimiento hacia el final, pero se quedó sin terminarlo porque de pronto apareció nuevamente Bobby gritándole que cerrara el piano en el acto si no quería que le parta la cara de una bofetada. Julius se apartó rápidamente, pero volteó no bien se sintió fuera del alcance de su hermano.

—Es un piano regularon, no más —dijo.

—¡Tú que sabes, mierda!

—Los buenos pianos no huelen a orines de gato, je

Con las mismas salió disparado, Bobby casi parte tras de él, pero en el camino estaba plantado el hijo del jefe de los electricistas mascando chicle con sonidito y todo, y haciendo bailar una pierna al compás de su musiquita guerrera. Bobby decidió una vez más tirarse a Sonia con el dinero de la alcancía de Julius, dio media vuelta y entró por donde había salido, pensando con el hijo del electricista cuando quiera y donde quiera. «Con éstos también», se dijo, al cruzarse con tres que avanzaban cargando el órgano de la orquesta. En ese momento sonó el teléfono. Bobby corrió a contestar, podría ser uno de la clase que quiere algo.

—¿Quién habla, Julius?

—No. Bobby.

—Hijito, llamaba a felicitarte por tu fiesta de promoción...

—Gracias.

—¿Ya tienen chaperones, me imagino?...

—De sobra.

—¿Tu mamá está?

—No hay nadie...

—Quisiera felicitarla porque todo debe estar muy lindo...

—No hay nadie.

—Ojalá todo salga tan lindo como en la promoción de...

—Sí.

—¿Y quiénes son los chaperones, hijito? —No sé.

—¿Tu mami no está, no? —¡No hay nadie!

Susan volteó al escuchar que Bobby tiraba el fono y soltaba un ¡vieja de mierda!, furioso. Sentada, leyendo una revista, había escuchado distraídamente la conversación de Bobby.

—¿Tía Susana, darling?

—¡Como aparezca por aquí la largo a patadas!

—Ya no creo que aparezca, darling...

En la cocina, perfectamente uniformados, Celso y Daniel tomaban su té mientras los mozos de «Murillo atiende matrimonios, banquetes y recepciones» iban dejando las últimas mesas listas allá afuera, y empezaban a preparar los cocteles para dentro de un rato. Abraham sonreía escéptico frente a los azafates con los bocaditos que acompañarían a los aperitivos, y Carlos se burlaba diciéndole ¿no trabajan mal los de la competencia, eh? —¿ Los habrá probado usted, don Carlos ? —Sólo me falta uno de éstos —le respondió el chofer, cogiendo con toda concha uno del azafate más grande. —A ver si después no alcanzan y hay líos. Pero Carlos cogió otro, y Abraham no tuvo más remedio que bajar la mirada ante tanta superioridad, «terrible es usted, don Carlos», le dijo.

Mientras tanto, en uno de los baños, Bobby acababa de cortarse afeitándose. Al ver sangre recordó que la orquídea aún no había llegado. Arrojó la navaja, y corrió hacia los bajos para decirle a Juan Lucas que por su culpa se iba a quedar sin fiesta de promoción. En el camino se encontró con Susan que subía a cambiarse y le preguntó por Juan Lucas, por su culpa se iba a quedar sin fiesta de promoción. Susan le dijo que daddy estaba jugando billar en el salón verde, con Luis Martín Romero y el nuevo director de la Empresa Taurina.

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