La segunda amanecida fue hacia las cuatro de la tarde, en el palacio. Ahí sí hubo ducha y jugo de naranjas. Después aparecieron en los bajos, donde Santiago volvió a preguntarle a Bobby si había pesas. Juan Lucas, que se encontraba por ahí cerca, le dijo que con un par de holgazanes como Julius y Bobby, las pesas nunca habían sido necesarias en casa, hoy además era feriado, pero mañana él mismo se encargaría de que les trajeran un juego completo a él y a Lester.
Con la llegada del equipo de pesas se regularizó la vida de los visitantes navideños. Se levantaban tardísimo todas las mañanas, se ponían sus ropas de baño, bajaban al jardín y durante horas cargaban y cargaban pesas de todo tipo y tamaño: para los antebrazos, para redondear los hombros, para el pecho, los músculos dorsales, el bíceps, el tríceps, los glúteos, los muslos, las pantorrillas, etc. Horas se pasaban en ese plan, y Bobby mirándolos furioso, esperando que terminaran para que decidieran por fin a qué playa iban a ir esa mañana. También a él lo metieron un día en el asunto de las pesas, pero Bobby sabía por el espejo de su cuarto que para nada las necesitaba, a no ser que quisiera convertirse en un Tarzán como éstos. «Ni hablar, pensaba; mucha esclavitud.» No había más que mirarlos dale que te dale con las pesas, bañados en sudor, cubiertos de plásticos para sudar más todavía y eliminar el más mínimo exceso de grasa; grasa que sólo ellos notaban además, producto de los tres o cuatro días que, con lo del viaje y la Navidad, habían dejado de cargar sus diarias y matinales pesas. Maricones parecían con tanta alharaca por un milímetro más o menos de caja torácica que el mes anterior, tan grandazos, ¡había que ver cómo se cuidaban!
¡Y después los duchazos! ¡Y los jugos de toronjas! ¡Y el número exacto de vitaminas! ¡El de calorías! ¡El desayuno norteamericano! ¡Descanso y digestión!, después... «Maricones, parecen maricones», pensaba Bobby. Felizmente que ya se habían tirado a varias de las chicas que Tonelada les puso en bandeja; felizmente porque tanto cuidado, tanto mirarse el cuerpo lo tenían preocupado. Se tocaban, además, pero era por fanatismo, ¿a ver cómo andas?, ¿está duro?, mídeme este bíceps, ¿quieres que te mida? Bobby llegó a tener sus dudas, pero eso de que se tiraran a varias de las chicas que les puso Tonelada lo tranquilizó. Era técnico el asunto, frío, cultura física, ¡exacto!, ¡claro!, cultura física. ¡Felizmente!
Y felizmente también que después del reposo ya no se ocupaban más de sus cuerpos. Por lo menos así lo creía Bobby. Un poco torpón el muchacho porque el asunto del cuerpo continuaba más tarde en la playa. En el Waikiki, en la Herradura, en Ancón. Terminado el reposo decían qué playa iban a invadir esa mañana y salían disparados en el Volvo. Bobby los acompañaba. Ésos eran los mejores momentos para él; Santiago y Lester eran amables y no lo mocoseaban ni nada. Le presentaban a las chicas y las chicas le conversaban a pesar de que eran un poco mayores; además, cuando él se daba cita con Rosemary, la recibían amablemente y eran bien simpáticos con ella. Se encontraban en el malecón y bajaban a la playa juntos, allí esperaban otras chicas y todos se saludaban y se tendían en la arena, muy conscientes de que había otras chicas más allá, en otro grupo, que hubieran querido que se les acercaran y se tendieran a su lado. Pero Lester y Santiago tenían sus preferencias; ya habían escogido a sus chicas, andaban medio emparejados. La de Lester se llamaba Delimita. Sus ojos, al igual que su nombre, hacían juego con el mar. Quedaba linda en la playa.
Esos eran los mejores momentos para Bobby. Ahí sí que su hermano y el gringo se portaron como verdaderos tromes. Había que verlos trabajarse a las chicas, ¡toda la playa se moría por ellos! Y ellos tendidos en la arena, ocultas sus miradas bajo los anteojazos negros, indiferentes, seguros del éxito, y de pronto decididos, ágiles, incorporados de un solo salto y partiendo la carrera hacia el mar, salto mortal y ¡juaj!, tremenda zambullida en la rompiente. Reaparecían entre las olas, ¡a nadar ahora!, pasaban las rompientes, se alejaban, desaparecían preocupando a las chicas.
Otras veces era lo del esquí acuático. Pirueta tras pirueta, y Bobby al timón de la lancha, siguiendo las instrucciones, ¡acércate más!, ¡acércate más!, le gritaban desde allí atrás, y Rosemary muerta de miedo porque la lancha se acercaba peligrosamente a la playa y no tardaba en cogerla una ola. ¡Qué diablos! Lo importante era que todo el mundo en la playa se enterara de que eran ellos los que hacían todas esas locuras. ¡Cojonudos Santiago y Lester!
Después era el almuerzo en ropa de baño. Ahí decaía un poco el asunto porque Santiago y Lester empezaban nuevamente a cuidarse. Pedían aperitivos, vodka-tonics, pero a duras penas si los probaban. En cambio Bobby siempre se tomaba uno más de la cuenta y ello era motivo de discusiones con Rosemary. Un poquito pesada Rosemary. «Siempre las enamoradas son así —pensaba Bobby—: la próxima enamorada no será enamorada sino flirt, como Santiago y Lester, claro, como ellos.» Ellos besaban a sus chicas, se mataban de risa con sus chicas, pero ninguna promesa, nada de que te voy a extrañar cuando regrese a los Estados Unidos, nada de que te voy a escribir. En cambio Rosemary dale y dale con lo del ingreso, con que ya debería empezar a estudiar, con que ya había pasado el Año Nuevo y todos los de su promoción estaban encerrados preparándose para el ingreso. Bobby trataba de tranquilizarla, una y otra vez le explicaba que Juan Lucas arreglaría el asunto, que todo era cuestión de palanca, influencias, Rosemary, influencias, palanca, pero Rosemary dale con que no bebiera otro vodka, con que empezara a estudiar de una vez, definitivamente se estaba poniendo un poco pesadita.
Por suerte no lo molestaba delante de ellos; delante de Santiago y Lester, Rosemary se portaba bastante bien, pero aprovechaba los momentos en que se iban a pegar un duchazo, lo volvía loco mientras ellos iban a enjuagarse para volver al comedor sin esa sensación pegajosa que deja el agua del mar. ¡Ah!, ¡eso era cojonudo! Siempre se les caía la toalla en la ducha, se les empapaba, y de regreso al comedor playero, aparecían exprimiéndola, se paseaban entre las mesas exprimiendo cada uno su toalla, toditos sus músculos resaltaban con el esfuerzo. «Buena táctica —pensaba Bobby, viéndolos acercarse; de todas las mesas los miraban—, los admiran, buena táctica.» Empezaba a comprender que todo era buena táctica en su hermano y en Lester.
Y es que todo se lo tenían calculado los de la universidad con campus. En el fondo, Lester y Santiago eran los mártires de la táctica. Bobby empezó a notarlo durante los últimos días de la visita a Lima. Comprendió entonces que lo del paquete con tanta foto y tanta orgía era una época perteneciente al pasado, y hasta pensó que su hermano se lo había enviado precisamente porque quería despedirse de todo ese desorden, para dedicarse por entero a lo del cuerpo y la táctica. Claro, eso tenía que ser. Seguro que él también sería así algún día, dentro de algunos años, varios años, eso sí. Estos se habían anticipado un poco. Quedaba tiempo aún, mucho tiempo, mucho tiempo para tirarse a Sonia y a mil más. Sí, sí, no bien regresaran a los Estados Unidos él iba a correr donde Sonia. Lo malo es que con ellos se estaba gastando todo el dinero que le habían dado la noche de Navidad. Lo de la táctica y el dinero lo hicieron pensar en Juan Lucas. Ése sí que era el rey de la táctica, pero en Juan Lucas la táctica se había convertido en parte del goce. Además el aguante que se manejaba; entre aguante, táctica y goce había llegado a su edad con veinte años menos, ¡mierda!, ¡qué difícil! El siempre había creído que con dinero todo, mujeres, orgía, mujeres, y resulta que ahora eso te envejece y hay que calcular los placeres... ¡qué mierda! Bobby se metió otro trago de su vodka-tonic, felizmente que Rosemary no dijo nada porque la hubiera mandado al diablo delante de Santiago y Lester, que en ese instante terminaban de exprimir sus toallas y por fin se sentaban a calcular el almuerzo.
Por la noche calculaban menos, afortunadamente. En realidad, con Tonelada Sámame al lado no había cálculo posible, y así fue que en Año Nuevo terminaron completamente borrachos en un cabaret, de regreso de una fiesta en Ancón. Hasta se salieron de la carretera esa noche. Con Tonelada ahí atrás contándoles chistes durante todo el camino a Lima, sentado de cualquier forma y con tres mujeres encima, Santiago, Lester y Bobby, en el asiento delantero del Volvo, se olvidaron de todo cálculo y emprendieron terrible competencia con otro automóvil cargado de amigos que regresaban también de Ancón a Lima. Carcajada tras carcajada, Santiago a duras penas lograba controlar el timón. Las chicas gritaban ¡nos matamos!, ¡nos matamos!, histéricas, pero ahí nadie creía en la muerte, mucho menos Tonelada que se arrancó con una larga serie de chistes sobre la muerte, medio en castellano, medio en inglés para que el gringo también disfrutara. Por fin en una de ésas, Santiago notó que el carro se le iba para un lado, pero justo en ese momento Tonelada encajó el final de otro chiste y él, que ya varias veces había jugado a lo del paso de la muerte en Estados Unidos, sintió un extraño impulso o lo que fuera, en todo caso prefirió la carcajada al peligro y se abandonó al deseo de salir volando de la pista con toda esa gente matándose de risa ahí adentro. El Volvo salió disparado en el preciso instante en que el Chevrolet de sus amigos los pasaba como un rayo, y frenaba luego unos doscientos metros más allá. Los del Chevrolet bajaron y se introdujeron corriendo entre los arenales. «¿Qué ha pasado?, ¿qué ha pasado?», gritaban acercándose en la oscuridad, tenían que estar vivos... El Volvo estaba enterito... ¡qué tal estabilidad! Había volado, había rebotado varias veces en la arena, y por fin se había detenido completamente atollado. Las chicas lloraban y gritaban histéricas. Los del Chevrolet las escuchaban mientras se acercaban, pero cuando por fin llegaron, los hombres habían empezado a reírse nuevamente, y Tonelada estaba preguntando si a nadie le dolía nada y luego si nadie ahí era san Pedro. Hubo un instante de silencio y desconcierto antes de que Tonelada volviera a hablar: «Si a nadie le duele nada, y nadie es san Pedro, ¡pues entonces no ha pasado nada! Saint Peter!»> le tradujo a Lang, y el gringo otra vez a reírse, mientras Santiago miraba de reojo a Bobby, pero un segundo antes de sentir que era su hermano y que lo quería muchísimo, volvió a encontrarse decidiendo volar con todos matándose de risa y se dejó llevar nuevamente por la misma sensación.
—Bueno —dijo, abriendo la puerta—; mañana mandamos una grúa para desenterrar el carro... Todos al Chevrolet, vamos, ¡rápido!
Fue la mejor noche para Bobby. La más cara también. Esa noche en el cabaret se gastó hasta el último centavo, pero qué diablos. Con Santiago al lado no había problema alguno, cosa de mocosos andar pensando en que se te acaba el dinero, no bien ingresara a la universidad pediría chequera como su hermano. Por ahora seguirlo, aceptar sus invitaciones hasta que se marche, después la alcancía de Julius, tres o cuatro sesiones con Sonia y a estudiar, ¡eso! Faltaba poco para el retorno de Santiago y Lester, tenían que estar allá en los primeros días de enero, faltaba poquísimo en realidad. Pero al menos esta noche, en el cabaret, nadie hablaba de viajes a los Estados Unidos; de otros viajes sí, ¡pero a la gloria! ¡Viajes a la gloria con Gloria!
Vente a la gloria con Gloria cha cha cha
Vente a la gloria conmigo cha cha cha
Lo decía el estribillo que la orquesta empezaba a tocar, mientras el maestro de ceremonias anunciaba el segundo show de la noche, entre borracheras de Año Nuevo, interesando a ebrios y copeaditos en la internacionalmente famosa, ¡la bellísima Gloria Symphony! y su con-tinen-talmente-te famosa revista ¡Sinfonía gloo-ooo-riooooo-sá! Hubo aplausos pero no vino nadie al estrado y la orquesta se vio obligada a arrancar nuevamente con los compases de
Vente a la gloria con Gloria cha cha cha
Vente a la gloria conmigo cha cha cha
Y es que Tonelada acababa de encajar el final de uno de sus chistes y la pobre Gloria Symphony entre que el chiste era excelente, diecisiete whiskys y que el juez le había otorgado la tutela de su hijo al padre, entre que el año pasado la noche de Año Nuevo, igual a cualquier noche en Cali o Miami, se había acostado con un gringo como el de enfrente, y entre que era rechula y movía maravilloso el culo bajo el régimen de Batista, nuevamente diecisiete whiskys y el chiste de Tonelada, entre un montón de cosas más Gloria Symphony soltó tal carcajada, que en su emoción lagrimeante puso en peligro todo el maquillaje, y por más que la orquesta volvía a llamarla vente a la gloria con Gloria, no podía incorporarse. Las chicas del show la jalaban pero nada, la carcajada continuaba paseándose por un montón de cabarets en su vida, año nuevo vida igual jajajajajajajajajajajaja... Santiago seguía indiferente la juerga dramática de una bailarina más.
En cambio Tonelada se prestó a ayudarla. «Ya vuelvo, mi vida», le dijo a la corista que lo adoraba, poniéndose de pie y llevándose a Gloria Symphony hasta el estrado, entre aplausos y exclamaciones de algunos envidiosos habitúes que no toleraban la idea de que fuera Tonelada quien traía a la rumbera a trabajar. Más exclamaciones cuando la dejó con la orquesta.
—¡Tan pesado como siempre! —soltó alguien por ahí.
—Sí—respondió Tonelada, deteniéndose un instante, y mirando hacia el rincón desde donde había venido esa voz—; de chiquito yo también tuve soldaditos de plomo, pero no jugaba con ellos: me los comía.
Carcajadas y aplausos de la mesa de Tonelada, donde Bobby le traducía a Lester la respuesta del vividor, y Santiago y sus amigos gastaban y se dejaban querer por las muchachas del show. Tonelada regresó y pidió que le hicieran sitio junto a su ñatita. «Contigo vida nueva, contigo al fin del mundo», le dijo mientras se sentaba a su lado y ella lo recibía con risas y besos. Un mes se iba a quedar en Lima la ñatita, la trompudita, la de la vida nueva. Ya Tonelada le había echado el ojo, «ésta para mí», había pensado. Tenía que trabajársela bonito, sentimental. La arrinconó, le hizo su nochecita ahí, carita a cara, dándole la espalda a los otros, «¿Y tú cómo caíste en lo bajo?», le preguntó, añadiéndole whisky a su vaso, y explicándole que eso a su corazón le importaba mucho saberlo.
—¡Chicas, nos toca! —exclamó la de Lester.
Tenían que cambiarse, les tocaba el próximo sketch, tenían que correr, ¡uy! Se incorporaron apuradas y prometiendo pronto retorno. Giraron para dirigirse a los camarines, giraron y ellos que estaban medio borrachos se encontraron con un montón de culos que rozaban el borde la mesa y los vasos al partir onduleantes. «¡Carajo!», exclamó Lang IV, mirando inmediatamente a Santiago. Santiago le sonrió como diciéndole sí, está bien aplicada la palabra en este caso. «¡Poquita ropa, ah!», les gritó Tonelada, mientras se alejaban. Algunas voltearon a darle su beso volado, pero él ya estaba siguiendo los movimientos de Gloria Symphony, que ahora se paseaba cantando entre las mesas.