Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (45 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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De pronto, dos de los acompañantes noruegos de Knut, llamados Geir Erlendsen y Elling el Fuerte, no sin razón rompieron a reír en bramantes carcajadas puesto que lo habían comprendido todo. Al momento, todos los presentes de la sala estaban riendo hasta caerles las lágrimas. Todos excepto Arn, que en absoluto había comprendido dónde estaba la gracia.

Bebieron a la salud de Eskil por sus brillantes ideas y como buenos amigos en seguida le prometieron arreglar este asunto de la mejor manera.

—Pocas veces, amigo Eskil, has fijado un objetivo tan sencillo —resopló Geir Erlendsen en su cerveza—. Creo que a Emund Manco le será difícil rechazar tu oferta, aun siendo baja. Después dejas el asunto en nuestras manos y ¡tal vez encima te devuelva una buena parte de tu plata!

—¡Pongo a Dios por testigo, como capitán y futuro rey vuestro, que juramos honrar a los viejos amigos! —exclamó Knut Eriksson y de nuevo todos se rieron con mucha alegría, excepto Arn, que seguía sin comprender nada de los negocios que habían dispuesto.

Antes de que hubiese avanzado demasiado la noche y mañana les costase demasiado cabalgar por la nieve, el amigo noruego Eyvind Jonson opinó que ya era hora de escuchar lo que el bardo tenía que contar sobre padres y amigos y otras cosas reconfortantes para la razón.

El bardo, cuyo nombre era Orm Rögnvaldsen, salió y esperó a que todos tuviesen su cerveza y estuviesen cómodos antes de empezar. Los amigos de Götaland Occidental seguramente se esperaban las historias sobre los viajes por mar hacia el oeste, pues esos cuentos eran los más apreciados por todos los hombres. Pero lo que el bardo empezó a contar era una leyenda totalmente nueva e iba de este modo:

Sería por el tiempo de la Ascensión de Cristo y se habían visto muchos presagios en el cielo. Aquel día, cuando san Erik participaba en la santa misa en la iglesia de la Santa Trinidad, en lo que se llama la montaña del Señor en Aros Oriental, recibió un mensaje a través de uno de sus hombres. El enemigo estaba cerca de la ciudad, rezaba el aviso, querían tomar la decisión de ir con las tropas armadas a su encuentro, sin demora. Se dice que contestó: «Dejadme oír en paz esta gran misa hasta el final. Por Dios que espero poder oír lo que resta de Su ceremonia en otro lugar.» Después de estas palabras se encomendó al Señor, se santiguó, salió de la iglesia y se armó a sí mismo y a sus hombres. Pese a ser tan pocos, valientemente fue con ellos al encuentro del enemigo.

El enemigo fue a su encuentro en la lucha, atacando sobre todo al rey. Cuando el enemigo hubo derribado al rey ungido por el Señor, le infligieron herida tras herida. Pronto estuvo medio muerto, pero entonces fueron aún más crueles, mofándose de él. Con palabras necias se acercó Emund Ulvbane, quien era el lacayo de Karl Sverkersson, e irrespetuosamente le cortó su venerable cabeza desde delante. Así fue como el santo Erik salió victorioso de la guerra hacia la paz cambiando gloriosamente su reino terrenal por el reino del cielo. Pero donde su cabeza cayó, de inmediato una fuente brotó y fluye aún hoy día y llámase la fuente de San Erik. Muchos milagros ha obrado su agua. Así vive todavía hoy y para siempre el santo Erik entre nosotros.

Cuando el bardo Orm Rögnvaldsen hubo acabado su narración, se produjo un gran silencio y nada de golpes de jarras en las mesas pidiendo más de lo mismo. Por el contrario, Knut pidió que Arn leyese una oración por la gloria de su padre y que, para que tuviese más fuerza, lo hiciese en el idioma de la Iglesia. Arn así lo hizo, pero todavía estaba emocionado por la pena y por algo semejante a la ira por lo que había oído.

Sin embargo, esto era lo que Knut había encomendado al elocuente Orm que narrara en todas y cada una de las casas que visitasen. Finalmente, todo hombre de este país conocería la leyenda; ésa era la idea de Knut.

Al día siguiente tuvieron mucha suerte con la caza de lobos en Arnäs y mataron a ocho. La piel de lobo era la mejor para el invierno.

Una gran misa del Gallo se celebraría en la iglesia de Husaby, la iglesia del rey. Sin embargo, no acudiría ningún rey, puesto que la gente de Götaland Occidental se había librado de reyes. Pero a Husaby sí iría el procurador Karle, el hombre más importante de Götaland Occidental. Por esa razón, los Folkung también celebrarían la misa del Gallo en Husaby y no en su propia iglesia en Forshem. Pero unos días antes llegó un mensaje a Arnäs con un estudiante enviado por el sacerdote de Forshem. Él, a su vez, había recibido una demanda del sacerdote del rey de Husaby de la que él mismo era responsable por vanagloriarse del buen cantor que tenía en sus misas, y ahora la cuestión era si Arn podría ir unos días antes a Husaby para ensayar con el coro en beneficio de la misa de Navidad. Arn encontró que ésta era una propuesta cristiana a la que no se podía negar, dejó la llana y se preparó inmediatamente para ir a Husaby. Magnus quiso que lo acompañasen unos guardias, ya que ahora Arn era un hombre que daría gran reputación al que lograse matarlo y también un hombre cuya muerte alegraría a los secuaces de Sverker. Pero Arn lo rechazó explicando que a la luz del día y encima del caballo nadie llegaría a tocarlo, por lo menos si lo dejaban montar su miserable caballo monacal, añadió con una risa.

Actualmente también Magnus sonreía ante este comentario, puesto que comprendía que se había equivocado tanto en referencia al caballo de Arn como a su espada, de la misma manera que se había equivocado tanto en referencia a la habilidad de Arn para usar la espada como a su caballo. Magnus se había disculpado por ello y ya no habría que mencionarlo más.

Arn marchó a la madrugada siguiente bien equipado y envuelto en piel de lobo y con la ropa para la iglesia en las alforjas. Hacía un frío mordaz, pero mantenía un paso ligero para que tanto él como
Chimal
pudiesen entrar en calor sin sudar y llegó a la iglesia de Husaby y la casa rectoral ya al mediodía. Después de acomodar en seguida a
Chimal
en el establo y beber un poco de cerveza de bienvenida y compartir el pan con la señora de la casa como exigía la costumbre, se acercó a la iglesia que, después de la catedral de Skara, era la más grande de Götaland Occidental y que tenía una enorme torre al oeste construida antes de que ningún hombre lo pudiese recordar.

Estaba de muy buen humor, puesto que le gustaba cantar y porque pensaba que los himnos de Navidad eran algo que todo el mundo se sabía de memoria y además la Navidad era una fiesta de alegría que hacía las notas fáciles de entonar incluso para quienes no hubiesen ensayado mucho.

Él no era el único de los cantores del coro que había recibido su enseñanza con los cistercienses. Allí también se encontraba Cecilia Algotsdotter, que se había turnado con su hermana Katarina en recibir educación en el convento de Gudhem al lado del lago Hornborgasjön.

Lo primero que oyó al entrar en la fría iglesia fue su voz. Se escuchaba pura y nítida por encima de todas las demás voces y Arn se paró maravillado a escuchar. Nunca había oído algo tan hermoso y pensó que brillaba como el soprano de un niño en un coro, tal como su voz había sonado de niño en Vitae Schola. Aunque probablemente esto fuese aún mejor. Había más plenitud y más vida en esta soprano femenina.

Se había parado lejos de los cantores que ensayaban y no veía a quién pertenecía esa voz celestial y por el momento no se preocupó más de ello, pues fijó la mirada en el suelo de piedra para que nada distrajese los ojos cuando los oídos querían captar hasta el último detalle de la música.

Cuando el coro de allí al fondo hubo cantado cuatro de los dieciséis versos del himno, el sacerdote que dirigía el coro hizo una pausa para corregir algo y reñir a un cantor de entre las segundas voces. Entonces Arn se acercó y saludó al sacerdote y tímidamente se inclinó un poco ante el grupo de cantores.

Fue entonces cuando la vio por primera vez. Era como si de nuevo viese a Birgite al lado del fiordo Limfjorden, pero ahora como mujer adulta. Birgite, por quien había hecho tanta penitencia y por la que casi había discutido con el padre Henri acerca del significado del amor. Tenía el mismo pelo rojo recogido en una gruesa trenza en la espalda, los mismos ojos marrones y alegres y la misma cara hermosamente pálida. Debía de mirarla con los ojos abiertos de par en par, porque le sonrió provocativamente, seguramente acostumbrada a que los hombres jóvenes la contemplasen. No obstante, ella no sabía quién era porque el sacerdote no había dicho nada sobre el cantor adicional, y además nada de quién era, puesto que no estaba seguro de que un hijo de Arnäs se molestase en ir hasta allí sólo para ensayar unas canciones.

Naturalmente, el sacerdote de Husaby se alegró, ya que si ese tal Arn solamente era la mitad de bueno de lo que había hecho alarde el sacerdote bobo de Forshem, entonces sería una misa del Gallo inusualmente hermosa, pues ya tenía una voz excepcionalmente bonita para la primera voz. Y puesto que era un sacerdote más jovial que severo y no perdía la ocasión de permitirse unas bromas y sorpresas, se inventó una pequeña jugarreta.

Dijo escuetamente que había llegado un cantor más desde la iglesia de Forshem, cosa que Arn encontró algo extraño, y que tal vez debían probar lo mismo que acababan de cantar pero únicamente a dos voces.

Hizo unas señas a Cecilia, quien con clara confianza salió delante de los demás, de nuevo disfrutando de las miradas del niño campesino de Forshem.

Arn comprendió que era precisamente ella quien tenía aquella voz celestial y este descubrimiento hizo que la mirase aún más embelesado.

Cecilia hizo lo que le había indicado el sacerdote y empezó a cantar la primera voz a solas, aunque en un tono alto para burlarse del cantor de Forshem.

Pero cuando al momento oyó, o mejor dicho, sintió en todo su cuerpo, cómo el nuevo cantor colocaba la segunda voz muy cerca de la suya y la seguía como en un baile donde sus voces se enlazaban entrando la una en la otra, salían y volvían con la misma facilidad como si desde siempre hubiesen cantado juntas, no pudo más que levantar la mirada hacia la suya. Él ya la estaba mirando y cuando sus miradas se unieron, los dos sintieron como si la voz del Señor hablase a través de la otra voz. Entonces ella empezó a variar su canto y hacerlo más difícil. Y él la siguió en la segunda voz con la misma facilidad de antes y ya no veían a los demás cantores ni al sacerdote, ni cómo todos ellos habían enmudecido por la belleza que fluía como una luz bajo las bóvedas de la iglesia, pues solamente tenían ojos el uno para el otro y no pararon hasta acabar los dieciséis versos.

Fue un día de trabajo duro y consiguieron mucho. El sacerdote de Husaby era amable con todos y estaba de mejor humor del que nadie lo había visto jamás. Si quería reprender a alguien, lo hacía con suavidad y pronto empezaban a sentirse seguros puesto que ahora tenían la posibilidad de dos cantores solos, cada uno en su voz, pero además el coro con dos voces principales que cantaban primero y el coro con la voz blanca, una segunda voz e incluso una tercera voz a solas, ya que Arn sabía añadir una tercera voz donde quisiese en estas sencillas y alegres canciones de Navidad.

Por eso todo el mundo estaba de muy buen humor cuando pararon para la cena, y Arn y Cecilia, que por fin tuvieron la posibilidad de empezar a hablar en seguida, se sumergieron en una animada charla sobre dónde el otro había aprendido todo y hablaron los dos a la vez sobre el convento de Gudhem o Vitae Schola o Varnhem. De esa manera y con sólo ojos el uno para el otro salieron a la escalera de la iglesia donde, sin embargo, los dos guardias de Cecilia la esperaban con su manto y su caballo para llevarla a la casa real de Husaby para la noche, sin cenar, tal y como su severo padre había ordenado.

Uno de los guardias dio con ira unos pasos hacia el niño cantor, que caminaba demasiado cerca de la doncella cuya virtud debía proteger. Pero el otro guardia, que había estado presente en el concilio de Axevalla, lo tomó por el brazo en advertencia, dio un paso adelante y saludó cortésmente al señor Arn de Arnäs.

Entonces fue como si a Cecilia Algotsdotter de pronto se le acabaran los alegres comentarios de cantos en el convento, pues pensó que había oído mal. Este amable joven de dulces ojos no podía ser aquel hombre del que todos hablaban con cada jarra de cerveza en toda Götaland Occidental.

—¿Cuál es tu nombre, cantor de monasterio? —preguntó con voz insegura.

—Soy Arn Magnusson de Arnäs —contestó Arn rápidamente, percatándose en ese mismo momento de que por primera vez en su vida había dicho su nombre exacto—. Y tú, ¿quién eres? —añadió, vacilante, mirándola profundamente a los ojos.

—Soy Cecilia Algotsdotter de Husaby —contestó tímidamente y con eso impresionó también a Arn, al igual que él la había impresionado a ella al pronunciar su nombre, puesto que los dos comprendieron que realmente era el Señor quien los había unido, tal como los dos habían sentido con tanta fuerza en su interior durante el apasionado encuentro de sus voces enlazándose dentro de la iglesia.

La misa del Gallo en el año del Señor de 1166 viviría para siempre en la memoria de los hombres. Jamás antes se habían escuchado cantos más hermosos al Señor, en eso estaban todos de acuerdo. Y era como si el cansancio, que tarde o temprano te viene encima al estar de pie tanto tiempo sobre un suelo de piedra, no atacase ni a una sola persona en esta misa.

También para los ojos era como si Dios hablase, ya que cuando el joven Folkung, con su manto azul y su cabello rubio, y la hija de Pal, vestida de seda en los colores verdes de su linaje y con su cabello rojo, cantaron juntos con tanta alegría y fuerza, todo el mundo pudo ver la intención del Señor para con esos dos. Y por si sus respectivos padres no lo viesen, mucha gente les informaría gustosamente de ello durante el banquete que luego seguiría en Husaby. Porque todo el mundo sabía que no había impedimentos de plata o de negocios, al igual que sabían que Algot Pålsson estaba en un aprieto. Era como si el Señor Cristo hablara a la congregación unida al dejar que las voces celestiales de los dos jóvenes divulgasen el buen mensaje de alegría de Navidad, que el amor es lo que concilia, el amor es la fuerza que resiste el mal y el amor, como ahora podían ver y escuchar en esta misa navideña.

Naturalmente, Algot Pålsson había observado con la misma claridad lo que quienes estaban peor colocados en la iglesia habían visto. Como era el arrendador del rey, en la finca real estaba colocado entre los primeros, al lado del procurador Karle Eskilsson y el señor Magnus. Y lo que vio y lo que vieron todos ciertamente encendió una esperanza en su interior. Pero por experiencia sabía que el señor Magnus y el hijo Eskil no eran negociadores fáciles y dada la actual situación, en que el hijo segundo, Arn, era tan nombrado por todos y muy amigo de Knut Eriksson, del que se rumoreaba que sería el próximo rey del país, lo que ahora pudiese infundir una ardiente esperanza, podía convertirse en cenizas en cuanto se hablase de negocios. Tal vez los de Arnäs albergasen planes de una boda más elegante, tal vez querrían unir aún más los linajes de los Folkung y de Erik, tal vez se hubiesen fijado en alguna hija monárquica noruega. Aunque Cecilia y Arn tuviesen elevados sueños y cantasen como ruiseñores a la vista y los oídos de todo el mundo, eso podía no significar nada cuando se llegase a negociar de verdad.

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