Authors: Laura Gallego García
—Victoria —susurró, pero ella no despertó.
—Está en trance —dijo de pronto una voz junto a la ventana.
Christian se volvió hacia allí, alerta. La luz de la tarde recortaba una silueta que conocía bien.
_Jack —murmuró—. Estás vivo. Entonces, no ha sido un sueño.
El sonrió. Christian apreció que había cambiado. Parecía mayor y más curtido, y el pelo, que se sujetaba con una cinta atada a la frente, le crecía en mechones desordenados, dándole un cierto aspecto indómito y rebelde. Pero su porte transmitía serenidad y seguridad en sí mismo, a la par que una reflexiva cautela que, por alguna razón, a Christian le recordó a la actitud de algunos sheks, incluyéndose a sí mismo.
—Pensé que te había matado.
Jack ladeó la cabeza.
—Hace falta algo más que un híbrido de shek para acabar conmigo —hizo notar; pero no había desafío en sus palabras, sino más bien una especie de burla amistosa.
—¿Dónde has estado todo este tiempo?
—En el infierno —dijo Jack tras un momento de silencio.
Christian lo miró. Los ojos azules del shek se encontraron con los ojos verdes del dragón. Y ambos entendieron muchas cosas.
En aquel momento, Victoria se removió en brazos de Christian, todavía en sueños.
—Va a despertar —dijo Jack con suavidad.
—¿Qué le pasa?
—Nada, sólo que ha tenido que sumirse en un sueño profundo para que la magia fluyera mejor.
—Entonces, al recuperarte a ti ha recuperado su magia.
—Al recuperarnos a los dos —puntualizó Jack—. Por unos momentos pensamos que te perderíamos, pero también tú eres duro de matar.
—¿Cuánto tiempo...?
—Lleváis tres días inconscientes; tú, malherido, y ella en su trance curativo, ahí, tendida a tu lado. No se ha separado de ti ¡ti un solo momento.
—Pero...
—... pero no creas que durará siempre —cortó Jack, sonriendo—. En cuanto estés mejor, espero que me cedas su compañía durante un largo rato. La he echado mucho de menos, ¿sabes?
Christian sacudió la cabeza y esbozó una cansada sonrisa. —Has aprendido mucho en el infierno —comentó—. Ya era hora.
—Los tres hemos aprendido, cada uno en nuestro infierno particular. Espero que eso nos sirva para salir adelante. —La expresión de su rostro se tornó seria de pronto—. Ashran sabe que estamos aquí.
Christian se puso tenso, pero Jack lo detuvo con un gesto.
—De momento estamos a salvo. Ya te explicaré con detalle cuál es la situación cuando estés un poco mejor, pero ahora tienes que recuperarte del todo o no nos serás de mucha ayuda. Además —añadió, sonriendo—, calculo que Victoria no tardará en despertar. Así que mejor os dejo solos para que hagáis las paces.
Christian sonrió de nuevo.
—Jack —lo llamó, cuando él estaba ya en la puerta—. Gracias.
Jack hizo un gesto de despedida y salió de la habitación.
Victoria despertó apenas unos momentos después. Alzó la mirada, un poco aturdida, y se topó con los ojos de Christian. Sonrió.
—Hola —susurró.
El shek sonrió a su vez. Los ojos de Victoria volvían a ser luminosos, como antaño, y rebosaban amor. Christian le apartó el pelo de la cara con la punta de los dedos, para poder verla mejor.
—Hola —dijo solamente.
Victoria emitió un sonido parecido a un suspiro. Parpadeó varias veces para despejarse un poco.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó entonces.
—Bien —respondió él—, teniendo en cuenta cómo estaba la última vez que te vi.
Ella sonrió. Se incorporó un poco y retiró las sábanas, y luego la camisa de Christian, para poder examinar su herida. El joven se estremeció cuando los dedos de Victoria rozaron su piel, con infinita ternura.
—La espada te quemó por dentro —dijo ella con suavidad—. He tardado mucho en poder regenerar todo lo que el fuego destruyó. Si no fueras tan frío por naturaleza, habrías ardido al instante.
Los ojos de ambos se encontraron.
—No quería matarte —dijo Victoria—. No quería hacerte daño. Pero sentía como si no tuviera opción, ¿entiendes?
Christian sacudió la cabeza.
—Me clavaste una espada en el vientre —dijo—. Yo te clavé una espada en el corazón. Teniendo eso en cuenta, creo que no he salido muy mal parado.
—Habría muerto antes que matarte —susurró ella—. Pero ya estaba muerta. De alguna manera.
—Lo sé —dijo Christian en voz baja—. Ven aquí.
Ella se acercó más, y Christian vio que lo hacía sin vacilar, sin dudas, sin temor. La miró a los ojos y la vio más madura, más sabia. Los dos sonrieron, casi a la vez. Ambos se sentían profundamente aliviados de que la pesadilla hubiese terminado por fin; tanto, que no se reprocharon el uno al otro el dolor que se habían causado mutuamente. Y deseaban recuperar el tiempo perdido, reconstruir el sentimiento que los había unido, superar la profunda brecha que se había abierto entre ellos en los últimos tiempos... en definitiva, hacer las paces, como había dicho Jack.
Cuando comprendió esto, Christian entendió también que no quería perder el tiempo con palabras.
Y no pudo evitarlo. La besó.
En uno de los pisos superiores de la torre había un mirador. Todos los edificios más emblemáticos de Idhún tenían uno, una amplia terraza con balconada que en realidad servía para que los dragones pudieran posarse en alguna parte cuando llegaban de visita. También la casa de Limbhad contaba con uno de ellos, muy similar al de la Torre de Kazlunn. Jack reprimió un suspiro de nostalgia y se esforzó por centrarse en el presente.
Avanzó con paso resuelto hacia Sheziss, que se había enroscado sobre sí misma junto a la balaustrada. Aquel mirador era uno de los pocos espacios del edificio en los que no se sentía estrecha.
—Saldrá de ésta —informó Jack, sentándose a su lado, sobre el antepecho.
Sheziss no hizo ningún comentario. Ni siquiera se movió. Seguía con los ojos cerrados, como si todo aquello no le interesara lo más mínimo. Pero Jack la conocía lo bastante bien como para saber que estaba escuchando con atención.
—En cuanto se sienta un poco mejor —prosiguió Jack— percibirá tu presencia. ¿Vas a mostrarte ante él?
Tras un momento de silencio, Sheziss respondió: «¿Para qué?»
—Entonces, ¿vas a tomarte la molestia de ocultarte a su vista?
Sheziss alzó la cabeza y lo miró, entornando los ojos. Jack sonrió. La había pillado. Si respondía que sí, demostraría que sí le importaba Christian, aunque sólo fuera un poco. Si respondía que no, tarde o temprano tendría que enfrentarse a él. Y Christian haría preguntas.
La serpiente esbozó una breve sonrisa.
«¿Por qué no? —respondió—. Llevo mucho tiempo ocultándome.»
Jack abrió la boca, pero no le salieron las palabras.
«¿De veras quieres que me vea? O, peor aún... ¿quieres que yo lo vea a él? Podría sentir tentaciones de hacer con él lo que debí hacer hace quince años, y no hice.»
—¿El qué?
«Matarlo, para acabar por fin con su penosa existencia.» Jack sintió que se le secaba la boca.
—No puedes estar hablando en serio.
Sheziss volvió a tumbarse y cerró los ojos otra vez.
—Mírame, Sheziss —protestó Jack—. Mírame bien. Maldita sea, después de todo lo que hemos pasado juntos... ¿todavía me consideras un monstruo? Si la respuesta es no, entonces no tienes por qué seguir viendo un monstruo en él también.
Sheziss no se movió. Jack apoyó la espalda contra la balaustrada, con un resoplido exasperado.
«Tanto te importa?», dijo ella entonces. Jack meditó la respuesta.
—Supongo que sí —dijo por fin—. Todo el mundo quiere matarle, humanos, sheks... simplemente por ser lo que es, y al fin y al cabo él no es más que lo que otros hicieron de él. Y en muchos sentidos es como yo. Somos muy diferentes, sí, pero tan parecidos... que hasta compartimos los mismos sentimientos por la misma chica. Y después de todo lo que me has enseñado ya no puedo verlo como un enemigo. Porque las cosas podrían haber sido al revés. Los dragones podríamos haber exterminado a los sheks. Él podría haber sido el último shek. Y tal vez a mí me habrían creado y entrenado para matarlo, a él y a cualquiera que lo ocultara o lo protegiera. ¿Cuál es la diferencia? —Se incorporó, resuelto—. Maldita sea, todavía lo odio. Pero no puedo evitar pensar que podría haber sido yo. Que nuestros destinos no son tan diferentes.
Sheziss lo observó, pero no dijo nada.
Jack se asomó al mirador. Ante él se abría un mar infinito, y a sus pies, un precipicio de una altura estremecedora. La marea estaba baja, y el agua que batía las rocas parecía encontrarse muy lejos.
Pero Jack no sintió vértigo. Al fin y al cabo, era un dragón.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —le preguntó a Sheziss, cambiando de tema.
Ella se alzó con parsimonia y se deslizó junto a él.
«No mucho —respondió—. Esta torre es nuestra, sí, y tanto los magos como los szish que hay en ella son nuestros también. No es mucha gente, los he contado. Cuatro magos y dos docenas de soldados szish. Los magos lucharán a favor de Kirtash porque va a proteger al último unicornio. Los szish me obedecerán a mí, y también a Kirtash, porque somos los sheks más cercanos a ellos, y les enseñaron que así deben comportarse. Pero no son suficientes. Ah, Jack, si Ashran está tardando tanto en atacar es porque tu regreso lo ha cogido por sorpresa. Entregó la Torre de Kazlunn a su hijo, perdonó la vida al último unicornio. Estaba seguro de su victoria. Tiene a toda su gente concentrada en la guerra de Nandelt. Mientras los repliega hacia Kazlunn, nosotros podemos ir a Drackwen a atacarlo para que se cumpla la profecía. Por eso no ha venido a buscarnos aún.»
—¿Porque preferirá llamar a los sheks a que defiendan Drackwen, en lugar de atacarnos?
Sheziss asintió.
«En esta torre somos fuertes, Jack. Él es fuerte en su torre. De modo que prefiere quedarse allí y redistribuir a su gente, y examinar cuál es la situación, ahora que has regresado, antes que lanzarse a un ataque a ciegas. Por otro lado, no le conviene que se corra la voz de que has vuelto. Eso les daría alas a los rebeldes de Nandelt, y si las tropas se replegaran hacia Kazlunn, ellos sospecharían algo. Podrían perseguirlos, incluso, y atacarlos por la retaguardia. Así que Ziessel, Eissesh y los suyos se encontrarían en una situación delicada, entre los rebeldes de Nurgon y los renegados de la Torre de Kazlunn», añadió con una larga sonrisa.
—Entiendo.
«Pero ya han pasado tres días. Aunque Ashran no quiera precipitarse, a estas alturas ya habrá actuado, en algún sentido. O, por lo menos, tendrá un plan.»
Jack reflexionó.
—Tengo que ponerme en contacto con Alexander —dijo—, Tengo que decirle que estoy bien. Que los tres estamos bien. Si la Resistencia...
Se interrumpió, porque Sheziss se irguió, alerta, y entornó los ojos. Jack comprendió lo que sucedía y no hizo ningún comentario cuando ella se deslizó por encima de la balaustrada, desplegó las alas y echó a volar.
Justo acababa de desaparecer hacia el otro extremo de la torre cuando Christian y Victoria salieron al mirador. Ambos tenían bastante buen aspecto, aunque el shek seguía pálido, y se apoyaba en Victoria para caminar.
—¿Con quién hablabas? —preguntó la muchacha, sonriente.
—Conmigo mismo —respondió Jack, devolviéndole la sonrisa.
Sintió la mirada inquisitiva de Christian. La sostuvo, sereno. Percibió el ligero desconcierto del shek cuando topó con su barrera mental. Sheziss le había enseñado a dejar la mente en blanco para resistir los sondeos telepáticos de los sheks; por su? puesto, cualquier shek podría desbaratar aquellas defensas, podría obligarlo a revelarlo todo, si se lo proponía, pero Jack dudaba de que Christian llegara a tanto. Lo sintió retirarse de su mente.
Ninguno de los dos hizo el menor comentario. Jack seguía sonriendo cortésmente, Christian lo miró con un nuevo respeto, y le dirigió su habitual media sonrisa.
Victoria alargó la mano que le quedaba libre, y Jack la cogió, de buena gana. Se acercó más a ella y le pasó un brazo por la cintura. Los tres contemplaron juntos la puesta del primero de los soles, que se hundía lentamente en el mar.
—Jack —dijo entonces Victoria—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Dónde has estado todo este tiempo?
Daba la sensación de que no terminaba de creérselo. También Christian alzó la cabeza, intrigado.
Jack tardó un poco en contestar.
—La espada no me mató —dijo por fin—. No rozó mi corazón.
Cruzó una mirada con Christian; pero los ojos de hielo del shek seguían siendo impenetrables.
—Pero caíste en... —Victoria se estremeció y desvió la mirada; el simple recuerdo de Jack cayendo en la sima de lava le ponía la piel de gallina y llenaba de angustia su corazón.
Jack se volvió hacia Christian.
—¿No sabes lo que es ese lugar?
El shek negó con la cabeza.
—Nunca imaginé que fuera algo más que una brecha de fuego líquido —respondió con calma—. Es evidente que lo era, porque, de lo contrario, no habrías regresado para contarlo. Y además, entero. Estoy impresionado.
Victoria le dirigió una mirada de reproche. Pero no había burla en las palabras del joven. Jack sonrió.
—Esa brecha de fuego líquido oculta una Puerta interdimensional, Christian. He estado... —dudó un momento antes de añadir— he estado en otro mundo.
Victoria ahogó una exclamación de sorpresa.
—¡Por eso... por eso sentí que tu vida se apagaba! Por eso tuve la sensación de que ya no existías en nuestro mundo. Te fuiste muy lejos... tan lejos que yo no podía sentirte.
—¿A la Tierra? —quiso saber Christian.
Jack negó con la cabeza. Los ojos del shek lo estudiaron con atención. Se fijó en su indumentaria, en su postura, incluso pareció detectar en él algo invisible que el resto de la gente no percibía. Frunció levemente el ceño.
—Ya veo —dijo con suavidad—. Entonces es todavía más sorprendente que hayas regresado vivo de allí, Jack.
—No estuve solo —respondió él en voz baja, pero no añadió nada más.
Tanto Christian como Victoria entendieron que no daría más detalles. Victoria se puso de puntillas para besarlo en la mejilla, con cariño.
—Lo importante es que estás de vuelta —dijo en voz baja.
—¿Has regresado desde allí transformado en dragón? —preguntó entonces Christian—. ¿Te ha visto mucha gente? Mi padre no tardará en venir a buscarnos.