Tríada (36 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
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—¡Jack, delante de ti! —le gritó entonces Victoria—. ¡Jack, un esfuerzo más!

Jack alzó la mirada y vio una mancha azul y brillante ante él. «Agua», pensó con sus últimas fuerzas. Batió las alas un poco más. Aquello era un lago inmenso, tal vez un mar interior, y si lograba llegar hasta allí y caer al agua, tal vez tuvieran alguna posibilidad de salvarse.

Los sheks se percataron de sus intenciones y trataron de alejarlo de aquella dirección. Pero Victoria consiguió mantenerlos a distancia.

Aquel trayecto fue para Jack el más largo y difícil de su vida. Cuando su cuerpo de dragón se precipitó sobre la superficie del agua, produciendo un violento chapoteo, sus últimos pensamientos, antes de perder el sentido, fueron para Victoria.

Shail y Zaisei llegaron a los límites de Awinor aquella misma mañana. Habían rodeado el bosque de los trasgos, atravesando para ello una incómoda región pantanosa, pero ahora las rojizas montañas que rodeaban la tierra de los dragones se alzaban ante ellos, en el horizonte.

Los pájaros le contaron a Zaisei que las serpientes habían acordonado Awinor, pero que la noche anterior habían partido en persecución de un shek que había salido volando por encima de las montañas, que había atrapado a algo igualmente grande y con alas, pero que no era un shek. Los pájaros no eran muy fiables como informadores porque, si bien recordaban con bastante detalle todo lo que veían, no entendían la mitad de su significado. Además, vivían demasiado poco tiempo como para haber conocido a los dragones, por tanto no podían asegurar que aquella inmensa criatura a la que habían visto fuera uno de ellos. Pero, por la descripción, ambos supieron enseguida que los pájaros estaban hablando de un dragón.

El corazón de Shail dio un vuelco. ¿Significaba eso que los sheks habían capturado a Jack? No, no podía ser cierto. No quería creerlo.

Siguieron avanzando de todas formas, bordeando la tierra de los dragones, eludiendo a los grupos de hombres—serpiente que todavía patrullaban por los márgenes, conforme se iban acercando al desierto resultaba cada vez más difícil obtener información, porque ni siquiera los pájaros sobrevolaban Kash—Tar.

Un par de días después se encontraron con un explorador limyati. Este les contó que, por lo visto, el dragón que había sobrevolado aquellas tierras seguía vivo. Una tribu de yan lo había visto volar días atrás en dirección a Kosh, acosado por un grupo de sheks. Decían que lo habían visto precipitarse en las agua, del mar de Raden; pero debía de habérselas arreglado para salir de allí, puesto que los szish estaban registrando todas las caravanas que salían de la ciudad.

—Como si un dragón pudiera ocultarse en una caravana —concluyó el limyati, sonriendo ampliamente—. Además, todo el inundo sabe que ya no quedan dragones. En mi opinión, todos esos rumores son falsos, y lo que sobrevoló el sur de Kash—Tar hace tres días no fue sino otra de esas espantosas serpientes.

Shail y Zaisei no dijeron nada, pero intercambiaron una mirada llena de entendimiento.

—Tenemos que llegar a Kosh cuanto antes —dijo el mago cuando se alejaron del explorador—. Cada día estoy más convencido de que no debimos dejarlos marchar solos.

La sacerdotisa trató de calmarlo colocando la mano sobre su brazo, con suavidad.

—Ten fe —dijo solamente.

Jack se despertó en un sótano oscuro, tendido sobre una especie de lona de un material muy grueso y basto al tacto. Tardó un poco en recordar qué había sucedido, pero eso no hizo más que sumirlo en un mar de confusión. Se acordaba de la persecución de los sheks, recordaba haber caído al agua, ¿y después, qué? Alzó una mano y la contempló un momento. Volvía a ser humano, y Victoria...

Victoria.

Se levantó de un salto. Se mareó, pero no le importó. Miró a su alrededor y no vio a la muchacha en ninguna parte. Sí que descubrió en un rincón, doblado de cualquier manera, el manto color arena de Minara.

La propia semiyan entró en aquel momento en la estancia.

Traía un cuenco con algo que olía a hierbas, y algo en el subconsciente de Jack encontró aquel olor ligeramente familiar. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?», se preguntó.

Kimara le dedicó una radiante sonrisa.

—Ya has despertado —dijo—. Temía que no sobrevivieras al veneno del shek, pero no en vano eres un dragón. Tu cuerpo se cura muy rápido.

—¿Donde está Victoria? —preguntó Jack enseguida.

—Ten, tómate el caldo —le dijo Kimara—. Te sentará bien.

—¿Donde está Victoria? —repitió Jack, utilizando esta vez una voz más alta.

Kimara lo miró un momento y depositó el cuenco en una repisa.

—Caímos en el mar de Raden —dijo—, hace tres días. Cuando escapábamos de los sheks. ¿Te acuerdas de eso? Bien, pues... recuperaste tu forma humana nada más caer al agua, lo cual fue una suerte, porque así los sheks no consiguieron localizarnos. Gracias, también, a dos varu que nos vieron caer y nos remolcaron hasta la orilla. A nosotros dos nada más. De Victoria no sabían nada. —Jack fue a decir algo, pero Kimara alzó una mano para indicarle que no había terminado de hablar—. Ahora estamos en la ciudad de Kosh, en casa de un amigo mío. Por el momento estamos a salvo, pero los szish están peinando toda la ciudad en vuestra busca. Bueno..., en realidad te buscan a ti nada más. Todos piensan que Victoria está muerta. »Pero hoy he averiguado que no es así. He hablado con un pescador que dice que hace tres días vio cómo subían a una joven inconsciente a la barcaza de Brajdu.

—¿Brajdu? —repitió Jack.

—Es el dueño de más de media ciudad —explicó Minara a media voz—. Era un estafador de tres al cuarto hace poco más de una década, pero en este tiempo se ha hecho rico traficando con restos de dragones.

Jack se quedó de una pieza. —¿Qué?

Kimara temblaba de rabia.

—Es un ser sucio y rastrero. Jamás ha respetado la tierra de Awinor, y fue el primero en adentrarse allí para saquearla tras la tragedia de la conjunción astral. Colmillos, cuernos, escamas, huesos, cáscaras de huevo... siempre se han pagado muy caros, pero después de la extinción de los dragones, todavía más. El no tuvo ningún reparo en profanar la tumba de los dragones para enriquecerse a su costa. Así fue amasando su fortuna, y ahora gran parte de Kosh le pertenece. Tiene a sus órdenes a los mejores guerreros y mercenarios de este lado del continente, y todo el mundo sabe que no conviene desafiarle.

—¿Está aliado con las serpientes?

—A veces sí, y a veces no. Si Brajdu cayera, la economía de Kosh caería también, porque controla todo el negocio caravanero. A los sheks les conviene que siga en el poder. Así que Sussh, el shek que gobierna Awinor en nombre de Ashran, lo tolera mientras le sea útil.

»Pero ni siquiera Brajdu podrá ocultar por mucho tiempo que tiene prisionera a Victoria. Las serpientes no tardarán en averiguarlo.

Jack se levantó de un salto.

—Llévame a hablar con él.

—Jack, no sabes lo que dices. Brajdu no es un tipo con el que se pueda bromear.

—Me da igual. No voy a permitir que nadie le ponga las manos encima a Victoria, ¿me oyes? Ni las serpientes ni esa rata de Brajdu.

Kosh era una populosa ciudad fronteriza, de donde partían todas las caravanas que cruzaban el desierto, pero también aquellas que se adentraban en Drackwen, la gran región que ocupaba toda la parte oeste del continente.

Con todo, a Jack le pareció sucia, polvorienta y muy poco recomendable. Las casas eran todas del color de aquella arena rosácea de Kash—Tar, o quizás un poco más oscuro, y tenían forma cilíndrica, con tejados en cúpula que las hacía asemejarse a ex ti—años hongos gigantes. Las calles no estaban empedradas, o tal vez lo estuvieron tiempo atrás, pensó Jack, pero ahora habían quedado sepultadas bajo una capa de arena.

De todas formas, no pasaron mucho tiempo en la calle. Kimara guió a Jack a una tienda de comestibles cuya dueña, una mujer van, era también amiga suya. En la trastienda había un sótano muy parecido al que acababan de abandonar, y Jack comprobó, con sorpresa, que comunicaba con el sótano de la casa de al lado por una puerta oculta... y lo mismo sucedía con la mayoría de los sótanos de las casas de Kosh. Así, las viviendas de la ciudad estaban unidas por una red subterránea que, según le contó Kimara, nadie conocía en profundidad. Porque aquel acceso que la mujer yan les acababa de mostrar era, seguramente, uno de los dos o tres con que contaba su sótano. Y al menos la mitad de aquellas puertas eran secretas.

—Es la naturaleza de los yan —dijo Kimara—. Son desconfiados y les gusta tener siempre una puerta trasera por donde escapar y un agujero donde ocultar las cosas de valor, o bien a ellos mismos, en momentos de peligro.

A través de los sótanos llegaron a las afueras de la ciudad, y no tardaron en divisar a lo lejos el palacio de Brajdu.

Jack sintió un ramalazo de nostalgia cuando lo vio. La arquitectura de suaves cúpulas, como un conglomerado de medias burbujas blancas, le recordó a la casa de Limbhad. Sólo que aquel palacio había sido reforzado con murallas y torretas de vigilancia que eran, a todas luces, mi añadido posterior.

—¿Quién levantó el palacio de Brajdu? —le preguntó a Kimara.

—Es una antigua construcción celeste —respondió ella—. Antiguamente, en Kosh había varias comunidades celestes, pero fueron poco a poco abandonando la ciudad. Al fin y al cabo, esto se está convirtiendo en un nido de ladrones, asesinos y estafadores —suspiró— No es un lugar apropiado para los celestes.

Para sorpresa de, Jack, los dejaron pasar enseguida. Incluso le permitieron conservar su espada. Estaba empezando a pensar que Kimara había exagerado con respecto a Brajdu, cuando los guardias les abrieron la puerta de la sala donde los esperaba el cacique local.

No había allí nada parecido a una corte, que era, tal vez, lo que Jack había esperado encontrar. El ambiente era tenso, y el camino que llevaba hasta Brajdu, sentado al fondo de la sala, estaba bordeado de guardias armados.

Jack avanzó, sin dudarlo. Hasta el momento había conseguido mantener la cabeza fría, pero ahora estaba furioso. Aquél era el individuo que tenía prisionera a Victoria. Si le había hecho daño, lo pagaría muy, muy caro.

Nadie le impidió llegar hasta el fondo de la sala. Se detuvo a pocos pasos del lugar donde lo esperaba Brajdu y lo miró, ceñudo.

Brajdu era un humano de piel morena, surcada de cicatrices, y constitución fuerte. Vestía ropas caras, cubiertas de joyas y ocupaba una especie de trono alzado sobre tres escalones. Había varios guardias en torno a él, y a su lado se erguía también un hombre de cabello cano que vestía la túnica de los magos.

Brajdu estudió a Jack con atención, esbozando una taimada sonrisa.

—Me preguntaba cuánto tardarías en aparecer por aquí —comentó.

—¿Dónde está Victoria? —demandó Jack.

Los ojos de Brajdu brillaron de manera extraña.

—Ah, la chica. Entonces no me he equivocado con respecto, a ti. Eres el dragón del que todos hablan.

Jack llevó la mano a la empuñadura de Domivat, dispuesto, a desenvainarla, pero Brajdu añadió con calma:

—Ella no está aquí. Está prisionera en una cámara subterranea en el desierto, un lugar al que ni yo mismo sé llegar sin mi guía yan... que, por cierto, no se encuentra tampoco en el palacio en estos momentos. Si a mí me sucede algo, jamás volverás a verla.

—¿Una cámara subterránea? —repitió Jack, aterrado—. ¿En pleno desierto? ¡Pero eso la matará!

—Sí, ya he notado que no le está sentando muy bien. Jack apretó los dientes, furioso.

—¿Qué es lo que quieres de ella? ¿Vas a entregarla a lo, sheks?

—Tal vez lo haga —sonrió Brajdu—. Sussh se ha vuelto muy insistente. Hasta el momento he conseguido eludirlo, pero tarde o temprano averiguará lo que tú has descubierto tan pronto, y entonces, lo quiera o no, tendré que entregarle a la muchacha. Y no es algo que me apetezca, créeme. Es una prisionera muy valiosa. Sé quién es en realidad: la única criatura en el mundo capaz de otorgar el don de la magia. Un don que ahora se ha vuelto muy escaso... y muy codiciado.

Jack se quedó sin respiración.

—¡Bastardo! ¡Como te hayas atrevido a ponerle la mano encima...!

—Sé que eres poderoso... si es cierto lo que he oído decir de ti —sonrió Brajdu—. Pero eso no te servirá de nada aquí, no, mientras quieras mantener con vida a la chica.

Jack cerró los ojos un momento, agotado y loco de rabia e impotencia.

—¿Qué es lo que pretendes? —preguntó—. Sabes quién soy, me has dejado llegar hasta aquí. ¿Por qué? ¿Vas a delatarme a los sheks?

Brajdu se rascó la barbilla, pensativo.

—Sabes, muchacho, podría hacerlo, y estoy seguro de que me reportaría grandes beneficios. Pero, verás, la chica no está muy dispuesta a colaborar, y he pensado que quizá podamos llegar a un acuerdo. Si me traes algo que me interese más que lo que ella puede ofrecerme, podemos hacer un intercambio.

Jack lo miró con desconfianza.

—Yo en tu lugar no me lo pensaría mucho —sonrió Brajdu—. La chica agoniza en algún lugar del desierto, y los sheks la están buscando. No tienes mucho tiempo.

Jack respiró hondo. Sospechaba que se estaba metiendo en una trampa, pero no veía el modo de solucionar aquello sin abandonar a Victoria a su suerte.

—¿De qué estamos hablando exactamente?

—De un caparazón de swanit.

El semblante de Jack permaneció inexpresivo, pero Kimara lanzó una pequeña exclamación de horror.

—Oh, no sabes lo que es un swanit —comprendió Brajdu—. Tu amiga mestiza te lo explicará con detalle; de momento te adelantaré que son los señores del desierto, venerados por los yan desde el principio de los tiempos. Pero a mí lo que más me interesa de ellos son sus caparazones. Nada puede atravesarlos; puedes imaginar, por tanto, lo eficaces que son las armaduras y las corazas fabricadas con las placas del caparazón de un swanit. Además, corren rumores de que se prepara una guerra en el norte; es buena época para comerciar con armas. La mala noticia es que los caparazones de los swanit se reblandecen con la edad, por lo que no sirve de nada esperar a que mueran de viejos; hay que matarlos cuando aún son jóvenes. Y, como supongo que ya habrás adivinado, son muy difíciles de matar. Por eso Un caparazón de swanit es algo tan valioso... tanto, que yo lo intercambiaría por la vida de tu amiga.

Jack lo miró un momento, temblando de rabia. Después, sin una palabra, dio media vuelta y echó a andar en dirección a la salida. Se detuvo un momento en la puerta.

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