Authors: Laura Gallego García
—¿Qué pasará si no elijo? —quiso saber.
—Que morirán los dos.
Victoria tembló un momento. A pesar de que parecía estar serena, todos podían intuir el dolor y la angustia que la devoraban por dentro.
—¿Cómo sé que no vas a engañarme?
—Porque la Puerta está abierta ante ti, Victoria. Sabes que es real, sabes lo que hay al otro lado. No es una trampa.
»Y porque tienes el báculo en las manos. Porque podría obligarte a deponer las armas. Una sola palabra mía, y Zeshak torturará a Kirtash hasta que exhale su último aliento. Un solo gesto mío, y lo mismo ocurrirá con Yandrak. Podría haber hecho eso, y me entregarías el báculo sin dudarlo, ¿verdad? Pero no, sigues ahí, armada ante mí. ¿No es ésa una prueba de mi buena fe?
Victoria frunció el ceño. También ella sospechaba que Ashran tramaba algo. —Elige, Victoria. Y date prisa, porque mi paciencia también tiene un límite. Hubo un largo silencio, cargado de tensión.
—No puedes pedirme que condene a muerte a uno de los dos —susurró ella por fin.
—Intentaré ayudarte. Comprendo que debe de ser difícil para ti.
Victoria no respondió, ni se movió. Aguardó a que Ashran siguiera hablando.
—Puedes elegir a Yandrak —dijo, y la muchacha miró a Jack, con los ojos cargados de tanto amor y ternura que al chico se le escapó un pequeño suspiro—. Compartís un mismo destino, habéis pasado por cosas semejantes, cruzasteis juntos la Puerta a la Tierra. Estabais destinados el uno al otro desde que nacisteis. Él es la persona en quien más confías, el compañero de tu vida, (noble, leal y valiente, y su corazón te pertenece por completo. Regresó de la muerte sólo para estar contigo, para salvarte la vida. Es el último de los dragones, una criatura extraordinaria. Sabes que serás feliz a su lado, sabes que puede ser el padre de tus hijos, sabes que no te abandonará.
»Eso significa condenar a Kirtash, pero ya estuviste a punto de matarlo una vez, ya sabes lo que es odiarlo, y, al fin y al cabo no es más que una serpiente que te ha hecho mucho daño que no puede garantizarte felicidad ni estabilidad, que te ha traicionado en varias ocasiones y que podría volver a hacerlo. Hay muchos otros sheks en el mundo, y éste no es el mejor de todos ellos. Nadie lamentará su muerte. Con el tiempo, acabarás por olvidarlo.
Jack escuchaba todo esto sin poder creer lo que estaba oyendo. Pero el rostro de Victoria permanecía impasible, y tampoco Christian daba muestras de que le importaran aquellas palabras. Daba la sensación de que se había rendido a lo inevitable, perdida ya toda esperanza. Victoria se volvió para mirarlo, aquella mirada fue como un grito silencioso que tratara de atravesar el miedo, el odio y la ansiedad que nublaban los sentidos de los tres jóvenes, para llegar hasta el corazón del shek y de volverle con su cálido aliento el brillo que sus ojos de hielo habían perdido.
—Pero también —añadió Ashran, como si le hubiera leído el pensamiento— podría ser Kirtash el elegido de tu corazón. Kirtash, que lo ha dado todo por ti, que ha luchado contra los suyos, contra su instinto, contra su padre... por ti. Kirtash, cuya mirada te persigue en sueños, cuya presencia te hace sentir cosas que jamás antes habías experimentado... cuya sombra cubre tu espalda, vayas a donde vayas. Podríais iniciar una vida juntos en la Tierra, los dos solos. O podríais quedaros aquí y heredar mi imperio, los dos, como ya te propuse hace tiempo. Sabes que su corazón y su lealtad te pertenecen. Sabes lo mucho que vale y que, a pesar de ser un híbrido, es también una criatura extraordinaria. Sabes que luchará y morirá por ti, hasta el último aliento. Después de todo lo que ha sufrido por tu causa, ¿serías capaz de darle la espalda?
»Eso supondría matar al dragón, pero, de todas formas, ya conoces la experiencia de perderlo, y de hecho debería estar muerto. Creíste una vez que lo habías perdido, sobreviviste a esa pérdida: puedes hacerlo otra vez. Por otra parte, esta criatura no puede comprenderte. Por mucho que se esfuerce, no puede, ni podrá, aceptar tu relación con Kirtash. Te ha hecho sentir culpable desde el mismo instante en que descubriste tus sentimientos hacia los dos, te ha hecho sentir mezquina y egoísta, precisamente él, que pretendía tenerte sólo para sí mismo, que pretendía que fueras suya, y solamente suya, obligándote a renunciar a una parte de tu alma. ¿Acaso es eso amor? ¿Acaso no ha sido más generoso contigo el shek, el asesino, que el dragón, el héroe de la profecía, tu mejor amigo? Y tú, ¿le amas de verdad? ¿O es sólo cariño lo que sientes por él? ¿No será que, tal vez, os han hecho creer que el destino os obliga a estar juntos, sin que vosotros tengáis nada que decir al respecto?
Victoria sacudió la cabeza, confusa, y por un instante vieron en su rostro un rastro del sufrimiento que la corroía por dentro. Alzó la cabeza para mirar a Jack. Lo contempló un momento, respirando con dificultad a los pies de Ashran, el pelo rubio revuelto y húmedo de sudor, la frente despejada y, sobre todo, aquellos ojos verdes cuya mirada iluminaba su corazón desde el primer instante en que se habían cruzado con los suyos. Victoria vio que el joven estaba herido y agotado, y reprimió el impulso de correr hacia él, abrazarlo, mecerlo en sus brazos y calmar su dolor. Apretó los dientes y se giró hacia Christian. Tragó saliva al verlo tan frágil, atrapado entre los anillos del cuerpo de serpiente de Zeshak. Él sintió su mirada y alzó la cabeza, apenas un poco. Pero Victoria pudo ver sus ojos, que, como de costumbre, le tapaba parcialmente el cabello castaño claro, aquella mirada que una tarde, en una estación de metro, se le había clavado en el alma como un puñal de hielo, y que ya jamás podría olvidar. Christian entornó los ojos un momento, y Victoria tuvo que cerrar los suyos porque no soportaba verlo en aquella situación. Los volvió a abrir inmediatamente, porque tampoco quería perderlo de vista ni un solo instante, no fuera que Zeshak lo aplastara sin que ella pudiera hacer nada. De nuevo sus miradas se encontraron. «Dime algo, por favor», le rogó ella. Pero la voz telepática de Christian permaneció muda.
Victoria suspiró y se volvió otra vez hacia Jack, luego de nuevo hacia Christian... y Jack casi pudo escuchar el suave chasquido que hizo su corazón al romperse en mil pedazos. Tembló un momento, pero no de miedo, ni de dolor, sino de ira.
—Eres... diabólico —dijo, furioso—. ¿No puedes dejar de hacerla sufrir? ¿Por qué le haces esto?
Ashran le dirigió una mirada inescrutable.
—Porque es necesario, dragón. Pero ¿qué es lo que te molesta tanto? ¿Acaso no es esto lo que querías? ¿No estabas deseando que ella eligiera a uno de los dos?
—¡No de esta manera! —casi gritó Jack.
—¿Y qué diferencia hay?
Jack no supo qué responder. Seguía temblando de rabia y de impotencia, sintiéndose cobaya en un extraño experimento, que no terminaba de comprender, pero que era tan cruel e inhumano que le producía un horror indescriptible. Volvió a mirar a Ashran, y le sorprendió ver que él no estaba disfrutando con aquella situación, con la angustia de Victoria y la incertidumbre de los dos chicos. Sólo observaba a la chica con curiosidad, esperando su reacción, como un niño que le arranca la, alas a una mosca sólo para ver qué pasa.
La muchacha se había dejado caer al suelo, demasiado débil como para sostenerse en pie, y había enterrado la cabeza entre las manos, presa de violentos escalofríos. Entonces Jack fue consciente, por primera vez, de que su propia vida estaba en manos de Victoria. La suya y la de Christian.
Se quedó sin aliento. Incluso aunque Ashran mantuviera su promesa de dejar marchar a Victoria y a su elegido, lo que le había propuesto era demasiado atroz. Por un momento le atenazó el miedo de que ella eligiese a Christian, de verlos marchar en dirección a Limbhad, de quedar a merced de Ashran y de Zeshak, que estaba deseando matarlo desde que había puesto los pies en aquella habitación. Pero inmediatamente se reprendió a sí mismo por aquellos pensamientos. Tampoco el shek merecía morir, aunque fuera un asesino; al menos, no de aquella manera, condenado a muerte por la mujer a la que amaba, y por la que lo había dado todo. Lo miró de reojo. Christian seguía quieto, con el semblante inexpresivo, como si aquello no fuera con él. «¿Y si ya supiera que Victoria no lo va a elegir a él ~ —se preguntó Jack, de pronto—. ¿La conoce hasta ese punto? ¿Supone entonces que ella... me va a elegir a mí?» Se preguntó si Ashran estaba al tanto también. Alzó la cabeza para mirarlo, comprendió, de pronto, que sí. El Nigromante había demostrado conocerlos muy bien... demasiado bien. Sabía cuál era la relación entre los tres, conocía a la perfección las dudas que al criaba el corazón de Victoria, las había expresado con mucha más claridad de la que ella habría sido capaz. Debía de saber, por tanto...
—Piensa que no se trata de condenar a uno a muerte —trató de ayudarla Ashran, con suavidad—. Ya están condenados los dos. Lo estaban desde el mismo momento en que pisaron el umbral de esta habitación. Se trata de salvar la vida de uno de ellos. Piensa, Victoria, si pudieras elegir... ¿a quién salvarías?
¿A quién amaba Victoria de verdad?, se preguntó Jack. ¿Lo sabía Ashran? ¿Lo sabía Christian? ¿Y la propia Victoria? «Yo no lo sé», pensó el muchacho, abatido y confuso.
La joven seguía encogida sobre sí misma, temblando. Y Jack se sintió culpable por todas aquellas veces que le había exigido que tomase una decisión. Bien, ahora tenía que hacerlo, pero, por alguna razón, Jack lo habría dado todo para que ella no tuviese que elegir. Y no se trataba de que su propia vida estuviese en peligro. Desde el mismo momento en que habían atravesado el Portal de la Torre de Kazlunn había estado dispuesto a morir. Era simplemente... que, fuera cual fuese el resultado, sería tremendamente injusto para uno de los dos.
—¡Harel ha caído! ¡Harel ha caído! ¡Las dríades han sido derrotadas y se repliegan al interior del bosque!
La noticia llegó de labios de un silfo que había logrado, a duras penas, atravesar la explanada hasta las puertas de la Fortaleza. Covan recibió la noticia de la muerte de Harel con resignado pesar, pero no perdió tiempo. Sabía que los szish no tardarían en llegar a Nurgon y atacar sus murallas. El área de bosque que separaba la Fortaleza del campo abierto era muy pequeña, y relativamente fácil de atravesar, comparada con el denso bosque de Awa. Así que mientras, arriba en las murallas, Alexander dirigía a los arqueros, el maestro de armas volvió a recorrer el patio una vez más, asegurándose de que todas las catapultas estaban donde debían estar, de que había ballesteros situados en todas las poternas y de que el portón principal estaba bien asegurado. Tanawe le ayudó en esta tarea, fortaleciendo los sellos mágicos que los hechiceros habían aplicado a la puerta. Mientras, en el cielo, la batalla arreciaba. Ya habían caído tres dragones.
Dos de ellos se habían estrellado en algún lugar del bosque, y al otro lo había hecho pedazos, literalmente, el brutal abrazo de una serpiente alada. Un cuarto estaba a punto de seguir sus pasos. Se trataba de un dragón negro de diseño especialmente elegante, que aleteaba desesperado entre los anillos de un shek, justo sobre el patio de la Fortaleza. Los rebeldes hicieron funcionar las Lanzadoras a toda prisa, disparando proyectiles incendiarios a la serpiente. Ésta siseó, furiosa, y, en respuesta, arrojó el dragón contra los humanos del patio y sus molestas máquinas.
Alguien lanzó la voz de alarma, y todos se apresuraron a ponerse a cubierto. Yber cargó con Shail y llegó junto a la muralla en dos zancadas, justo antes de que el dragón se estrellase pesadamente contra el suelo, destrozando de paso un par de Lanzadoras y una catapulta. Tanawe gimió, y Denyal soltó una sonora maldición. Corrieron a socorrer al piloto caído... pero era demasiado tarde.
Justo en aquel momento se oyó una voz desde lo alto de la muralla:
—¡Llegan los szish!
Los momentos siguientes fueron confusos. Los arqueros dispararon contra los atacantes, a una voz de Alexander. Las catapultas, preparadas desde hacía horas, arrojaron sus proyectiles por encima de las murallas. La magia de los hechiceros situados sobre las murallas los guió directamente a los carros raheldanos. Después de un par de descargas, uno de ellos estalló en llamas.
En las almenas, Alexander clavó la mirada en una figura familiar. Reconoció al instante a su hermano Amrin, porque llevaba puesta la armadura que había sido de su padre, el rey Brun. El joven dejó escapar un suave gruñido. Tenía sentimientos encontrados con respecto a su hermano. Por un lado, se sentía traicionado, lo odiaba por haberle dado la espalda. Por otro, sabía que, posiblemente, él habría hecho lo mismo en su lugar.
—Alsan —dijo entonces una voz tras él.
Se volvió, y vio a Qaydar, que se erguía junto a las almenas muy serio.
—Tenemos que marcharnos de aquí —le dijo—, o moriremos todos.
Alexander enseñó los dientes.
—Aún podemos resistir un poco más —dijo, y sus ojos relucieron salvajemente bajo las lunas.
—¿Hasta cuándo? Sé realista: sin la cúpula feérica sobre nosotros no tenemos nada que hacer.
En aquel momento, los muros de la Fortaleza se estremecieron violentamente: los hechiceros szish estaban tratando de echar abajo la puerta principal.
Alexander hizo rechinar los dientes.
—Me niego a dejar Nurgon en manos de las serpientes.
—Pero no tenemos otra opción. ¡Escúchame, maldita sea! No tenemos escudo, y estamos nosotros solos peleando contra todas estas serpientes. ¡Solos! ¿Entiendes? Todo Idhún ha caído ya en manos de Ashran. Con el dragón y el unicornio teníamos alguna oportunidad, pero ahora Yandrak está muerto, y Lunnaris vaga por quién sabe dónde. Hemos perdido, ¿entiendes? ¡Hemos perdido!
Alexander le respondió con un escalofriante gruñido y, con los nervios desatados, se arrojó sobre él. Pero algo lo hizo detenerse y retroceder, con un aullido de dolor.
—Recuerda que soy un Archimago —dijo Qaydar con frialdad—. No creas que te será fácil tocarme, bestia.
Alexander sacudió la cabeza y trató de controlarse. El Archimago le dirigió una última mirada severa.
—¿Qué es más importante para ti? ¿Tu orgullo, o la vida de toda esta gente? ¿Prefieres perder a tus amigos antes que perder un castillo? Piénsalo, príncipe. Pero piénsalo pronto, porque las serpientes están a punto de hacernos pedazos.
Alexander le dio la espalda, temblando. En aquel momento, los arqueros disparaban otra vez. Muchos soldados enemigos cayeron abatidos por las flechas, pero la mayoría siguió avanzando. Ya habían lanzado ganchos contra las almenas y escalaban por las cuerdas. En el muro oeste, cuyas almenas se habían desmoronado como consecuencia del coletazo de una serpiente, habían apoyado una escala por la que ya trepaban las fuerzas enemigas. Alexander se volvió con violencia y gritó a su gente que corrieran a defender aquel flanco... pero tenían muchas bajas, eran pocos y los sheks volaban cada vez más bajo.