Tratado de ateología (2 page)

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Authors: Michel Onfray

BOOK: Tratado de ateología
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También he visto dioses muertos, dioses fósiles, dioses atemporales: en Lascaux, asombrado ante las pinturas de la gruta, ese ombligo del mundo donde el alma tiembla bajo las capas inmensas del tiempo; en Luxor, dentro de las cámaras reales, situadas a decenas de metros bajo tierra, hombres con cabeza de perro, escarabajos y gatos enigmáticos en perpetua vigilia; en Roma, en el templo de Mitra tauróctono, una secta que habría transformado el mundo si hubiese contado con su propio Constantino; en Atenas, al subir las gradas de la Acrópolis y al dirigirme hacia el Partenón, con el espíritu rebosante del lugar donde, más abajo, Sócrates encontró a Platón.

En ninguna parte he despreciado a quienes creían en los espíritus, el alma inmortal, el soplo de los dioses, la presencia de los ángeles, los efectos de la oración, la eficacia del ritual, la legitimidad de los hechizos, los contactos con los
loa,
los milagros de la hemoglobina, las lágrimas de la Virgen, la resurrección de un hombre crucificado, las virtudes de los cauríes, los poderes chamanísticos, el valor de los sacrificios de animales, el efecto trascendente del nitro egipcio, las ruedas de oración. En el chacal ontológico. En ninguna parte. Pero en todos lados he podido comprobar cómo fantasean los hombres para no enfrentarse con lo real. La creación de mundos subyacentes no sería tan grave si no se pagara un precio tan alto: el olvido de lo real, y, por lo tanto, la negligencia dolosa del único mundo que existe. Cuando la creencia se desprende de la inmanencia, de sí misma, el ateísmo se reconcilia con la tierra, el otro nombre de la vida.

INTRODUCCIÓN
I. EN COMPAÑÍA DE MADAME BOVARY

Para muchos, la vida sin el bovarismo sería horrible. Al tomarse por lo que no son, al imaginarse en una configuración diferente de la real, los hombres evitan lo trágico, es cierto, pero pasan inadvertidos ante sí mismos. No desprecio a los creyentes, no me parecen ni ridículos ni dignos de lástima, pero me parece desolador que prefieran las ficciones tranquilizadoras de los niños a las crueles certidumbres de los adultos. Prefieren la fe que calma a la razón que intranquiliza, aun al precio de un perpetuo infantilismo mental. Son malabares metafísicos a un costo monstruoso.

Así pues, cuando me enfrento con la prueba de una alienación, experimento lo que surge de lo más profundo de mí mismo: compasión hacia los engañados, además de cólera violenta contra los que les mienten siempre. No siento odio por los que se arrodillan sino la certeza de nunca transigir con los que invitan a esa posición humillante y los mantienen en ella. ¿Quién podría despreciar a las víctimas? ¿Y cómo no combatir a sus verdugos?

La miseria espiritual produce la renuncia de sí mismo: crea las miserias sexuales, mentales, políticas, intelectuales, entre otras. Es extraño cómo el espectáculo de la alienación del vecino hace sonreír a quien no toma en cuenta la suya. El cristiano que no come carne el viernes se ríe del musulmán que rechaza la carne de cerdo, que se burla del judío que rechaza los crustáceos... El
lubavich
que se mece ante el Muro de los Lamentos mira con asombro al cristiano arrodillado en un reclinatorio, mientras que el musulmán orienta su alfombra de rezos hacia La Meca. Sin embargo, ninguno piensa que la paja en el ojo ajeno equivale a la viga en el propio. Ni que el espíritu crítico, tan pertinente y siempre bienvenido cuando se trata del prójimo, merecería aplicarse a su propio gobierno.

La credulidad de los hombres sobrepasa lo imaginable. Su deseo de no ver la realidad, sus ansias de un espectáculo alegre, aun cuando provenga de la ficción más absoluta, y su voluntad de ceguera no tienen límites. Son preferibles las fábulas, las ficciones, los mitos, los cuentos para niños, a enfrentar el develamiento de la crueldad de lo real que obliga a soportar la evidencia de la tragedia del mundo. Para conjurar la muerte, el
homo sapiens
la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime. Tener que morir sólo concierne a los mortales: el creyente, ingenuo y necio,
sabe
que es inmortal, que sobrevivirá a la hecatombe universal...

II. LOS APROVECHADORES EMBOSCADOS

No tengo nada contra los hombres que apelan a recursos metafísicos para sobrevivir; en cambio, los que organizan su tráfico —y que además lo hacen con esmero— se sitúan, según mi parecer, en forma radical y definitiva del otro lado de la barricada existencial, lo opuesto al ideal ascético. El comercio de los mundos subyacentes da seguridad a quien lo promociona, pues encuentra, por sí mismo, elementos para reforzar su necesidad de socorro mental. Así como a menudo el psicoanalista cura al prójimo para no tener que interrogarse demasiado acerca de sus propias fragilidades, el vicario de los dioses monoteístas impone su propio mundo para reforzar su conversión día a día. Procedimiento de autosugestión...

Ocultar la propia miseria espiritual exacerbando la del prójimo, evitar el espectáculo de la propia, dramatizando la del mundo —Bossuet, predicador emblemático—, son otros tantos subterfugios que hay que denunciar. El creyente, vaya y pase; el que se erige en su pastor, ya es demasiado. Mientras la religión sea un asunto privado, se trata, después de todo, sólo de neurosis, psicosis u otros asuntos personales. Se tienen las perversiones que se tienen, en tanto no pongan en peligro la vida de los demás...

Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo. Porque de la angustia personal al manejo del cuerpo y alma del otro, hay un mundo en el que bullen, emboscados, los aprovechadores de esa miseria espiritual y mental. El hecho de desviar la pulsión de muerte que los martiriza hacia la totalidad del mundo no salva al atormentado ni modifica su miseria, sino que contamina el universo. Al querer evitar la negatividad, éste la esparce a su alrededor, y además produce una epidemia mental.

Moisés, Pablo de Tarso, Constantino, Mahoma, en nombre de Yahvé, Dios, Jesús y Alá, sus ficciones útiles, se apresuran a manejar las fuerzas tenebrosas que los invaden, inquietan y atormentan. Al proyectar sus perfidias sobre el mundo, lo oscurecen aun más y no se libran de ningún dolor. El imperio patológico de la pulsión de muerte no se cura con un esparcimiento caótico y mágico, sino con el trabajo filosófico sobre sí mismo. La introspección bien llevada logra alejar los sueños y delirios que nutren a los dioses. El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada.

III. AUMENTAR LAS LUCES

El trabajo sobre sí mismo presupone la filosofía; no la fe, la creencia ni las fábulas, sino la razón y la reflexión llevada a cabo de modo correcto. El oscurantismo, ese humus de las religiones, se combate con la tradición racionalista occidental. El buen uso del entendimiento, la conducción del espíritu según el orden racional, el empleo de una verdadera voluntad crítica, la movilización general de la inteligencia y el deseo de evolucionar con fundamento son otras tantas maneras de alejar a los fantasmas. De ahí, pues, surge el retorno al espíritu de las Luces que dio su nombre al siglo XVIII.

Sin duda alguna, habría mucho que decir sobre la historiografía de aquel Gran Siglo. Con la Revolución Francesa en la mira, los historiadores del siglo posterior escribieron luego una historia singular. En retrospectiva, se privilegia lo que pareciera causar de modo directo el suceso histórico reciente o lo que contribuye en forma enérgica a ello: los desmontajes irónicos de Voltaire, Montesquieu y sus tres poderes, el Rousseau del
Contrato social,
Kant y su culto a la razón, D'Alembert, artífice de la
Enciclopedia,
etc. De hecho, preferimos Luces no más deslumbrantes que eso, las Luces presentables y políticamente correctas.

Por mi parte, soy partidario de Luces más intensas, francas y, abiertamente, más audaces. Porque, bajo la aparente diversidad, todo ese bello mundo comulga con el deísmo. Y todos luchan con ferocidad contra el ateísmo, a lo cual se suma el más soberano desprecio de esos selectos pensadores hacia el materialismo y la sensualidad, opciones filosóficas constitutivas del ala izquierda de las Luces y de un polo del radicalismo olvidado, pero que puede recuperarse en la actualidad. Con este polo estoy de acuerdo.

Kant se destaca por sus audaces deducciones. En cientos de páginas,
La crítica de la razón pura
propone modos para hacer estallar la metafísica occidental, pero el filósofo renuncia a ello. La distinción entre la fe y la razón, noúmenos y fenómenos, establece dos mundos separados; ya es un progreso... Un esfuerzo adicional hubiese permitido que uno de esos dos mundos, la razón, reivindicara sus derechos sobre el otro, la fe. Y que el análisis no fuese tan condescendiente con la cuestión de la creencia. Porque, al establecer la separación de los dos mundos, la razón renuncia a sus poderes y protege la fe: la religión está a salvo. Entonces Kant puede
postular
(!) (¿qué necesidad de tantas páginas para verse reducido a postular...?) a Dios, la inmortalidad del alma, la existencia del libre albedrío: los tres pilares de las religiones.

IV. DE NUEVO, ¿QUÉ SON LAS LUCES?

Mencionemos el opúsculo de Kant,
¿Qué es la Ilustración?
¿Podemos leerlo después de dos siglos? Sí. Podemos y vale la pena retomar el proyecto, vigente hasta hoy: liberar a los hombres de la minoridad; por lo tanto, desear los medios para alcanzar la mayoría de edad; remitir a cada uno a su responsabilidad con respecto al estado de minoridad: tener el coraje de valerse del entendimiento; otorgarse a sí mismo y a los otros los medios para acceder al dominio de sí; hacer uso público y comunitario de la razón en todos los campos sin excepciones; no aceptar como verdad revelada lo que proviene del poder público. Un magnífico proyecto...

¿Por qué es necesario que Kant sea tan poco kantiano? ¿Cómo permitir, pues, el acceso a la edad adulta prohibiendo el uso de la razón en la esfera religiosa, que se complace tanto en relacionarse con disminuidos mentales? Es dable pensar, por cierto, que hay que tener la osadía de cuestionar, incluso al perceptor o al sacerdote, escribe Kant. Por lo tanto, ¿por qué detenerse en tan buen camino? Sigamos por allí: postulemos, más bien, la inexistencia de Dios, la mortalidad del alma y la inexistencia del libre albedrío.

Un esfuerzo más, pues, para aumentar la claridad de las Luces. Un poco más de Luz, más y mejores Luces. Contra Kant, seamos kantianos, aceptemos el desafío de la audacia al que nos reta sin atreverse a hacerlo él mismo. Madame Kant, la madre, devota, austera y rigurosa, probablemente guió un poco la mano del hijo cuando éste concluyó su
Crítica de la razón pura
y desactivó el potencial de ese extraordinario explosivo.

V. LA INMENSA CLARIDAD ATEOLÓGICA

Sabemos cuáles son las Luces que siguieron a Kant: Feuerbach, Nietzsche, Marx y Freud, entre otros.
La era de la sospecha
permite al siglo XX una separación real de la razón y la fe, luego, un retorno de las armas racionales contra las ficciones de la creencia. Por último, el desprendimiento del terreno y la liberación de un campo nuevo. En esa zona metafísica virgen, puede aparecer una disciplina inédita. Nombrémosla: la
ateología.

El término no es un neologismo que yo haya inventado: se encuentra en Georges Bataille, que expresa, en 1950, en una carta a Raymond Queneau, con fecha 29 de marzo, el deseo de reunir sus libros publicados en Gallimard en tres volúmenes bajo el título de
La suma ateológica.
En 1954, Bataille propuso otro plan: algunos textos anunciados cuatro años antes aún no habían sido escritos, otros no estaban terminados, la economía interior de la obra bullía sin cesar. Se anunció la aparición de un cuarto tomo:
La pura felicidad,
luego, de un quinto:
El sistema inacabado del no saber.
Ninguno saldría a la luz. La obra existe en la actualidad, pero como un conjunto de
parerga y paralipomena.

El estado incompleto de ese corpus importante, la cantidad de planes y proyectos, las dudas evidentes en la correspondencia sobre la estructura de la obra, la confesión de Bataille de su loco deseo de no ser un filósofo, la renuncia al proyecto de juventud que orientaba entonces sus lecturas, sus pensamientos y escritos —fundar una religión—, todo ello da muestras de una obra dejada en buen estado, en forma definitiva. Queda la ateología, concepto olvidado y sublime.

Deleuze y Foucault entienden los conceptos como instrumentos de una caja de herramientas a disposición de cualquiera que desee llevar a cabo un trabajo filosófico. No estoy a favor de la acepción que Bataille da al término —ya que la palabra exigiría una arqueología minuciosa que probablemente sólo llevaría a resultados insatisfactorios—, sino a favor de lo que podemos hacer con éste hoy en día: las vías paralelas a la teología, el camino que se remonta a los orígenes de Dios para analizar los mecanismos más de cerca con el fin de descubrir el otro lado de la escenografía de un teatro universal saturado de monoteísmo. La posibilidad de un desmontaje filosófico.

Más allá de ese
Tratado de ateología
preliminar, la disciplina implica la utilización de múltiples campos:
psicología
y
psicoanálisis
(examinar los mecanismos de la función fabuladora),
metafísica
(trazar las genealogías de la trascendencia),
arqueología
(hacer hablar a los suelos y subsuelos de las geografías de las así llamadas religiones),
paleografía
(establecer el texto de los documentos), por supuesto,
historia
(conocer las
epistemes,
sus estratos y sus movimientos en las zonas de nacimiento de las religiones),
comparatismo
(comprobar la permanencia de esquemas mentales activos en diferentes tiempos y lugares);
mitología
(investigar los detalles de la racionalidad poética),
hermenéutica,
lingüística,
lenguas
(analizar el idioma local),
estética
(seguir la propagación icónica de las creencias). Luego, la
filosofía,
por cierto, puesto que ésta parece ser la más indicada para presidir el orden de todas esas disciplinas. ¿El desafío? Una física de la metafísica: por lo tanto, una verdadera teoría de la inmanencia, una ontología materialista.

Primera parte

Ateología

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