Tratado de ateología (10 page)

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Authors: Michel Onfray

BOOK: Tratado de ateología
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La impureza contamina: el lugar, el sitio, bajo la tienda, los objetos, a la gente, desde luego, pero también en la cercanía, las letrinas en las viviendas. La persona afectada corrompe, a su vez, todo lo que toca o con lo que entra en contacto, puesto que la purificación y las abluciones no ponen fin al estado de peligro colectivo. El médico encuentra medidas adecuadas para evitar la propagación del mal. Pero para otras impurezas el argumento profiláctico no se sostiene. ¿Qué arriesgamos al tocar a una mujer que tiene el período? ¿O a otra que acaba de dar a luz? Las dos son impuras. Cuanto más comprendemos el miedo a las secreciones anormales que pueden causar, en forma peligrosa, blenorragia, gonorrea o sífilis, tanto más nos preguntamos sobre el estigma de la sangre menstrual o el de la parturienta. A no ser que planteemos la hipótesis de que en ambos casos la mujer no es fértil y, por lo tanto, puede disponer libremente de su cuerpo y de su sexualidad sin exponerse al embarazo, un estado ontológicamente inaceptable para los rabinos, defensores del ideal ascético y de la expansión demográfica....

Los musulmanes comparten muchos de los conceptos judíos. Sobre todo, la fijación con respecto a la pureza. En el mundo entero, el cuerpo es impuro por el simple hecho de ser. De ahí surge la obsesión por purificarlo de modo permanente por medio de cuidados especiales: circuncisión, limpieza, rasurado de la barba y del bigote, corte del cabello y de las uñas, prohibición de ingerir alimentos no preparados en forma ritual, proscripción de todo contacto con los perros, prohibición absoluta de cerdo y de alcohol, por cierto, luego el rechazo enérgico de la materia corporal: orina, sangre, sudor, saliva, esperma y heces.

Una vez más podemos justificar, sin duda, todo eso de manera razonable —profilaxis, higiene, limpieza—, sin que sepamos por qué se prohíbe el cerdo y no la carne de camello: algunos plantean la hipótesis de que el cerdo fue el animal emblemático de algunas legiones romanas, un mal recuerdo
in situ;
otros se apoyan en el carácter omnívoro del animal que ingiere basura en lugares públicos. El odio al perro puede remitir a los riesgos de las mordeduras y la rabia; la condena del alcohol, al hecho de que las regiones calurosas parecen propicias a la pereza, al reposo y a la absorción inmoderada de líquidos, y por eso, más vale el agua o el té en grandes cantidades que las bebidas espirituosas, a causa de sus efectos. Para todo ello hay justificaciones racionales.

¿Pero por qué no contentarse con la práctica laica? ¿Cuál es la necesidad de transformar esas prevenciones de sentido común legítimo en reglas estrictas o leyes inflexibles, después de someter la salvación o la condena eterna al acatamiento de esas imposiciones? Que faltaba higiene en la limpieza personal, nadie lo discute, sobre todo en las épocas y regiones donde las cañerías, el agua corriente, los servicios sanitarios, las cámaras sépticas y los productos de desinfección no existían.

Pero varios
hadit
prescriben en detalle las modalidades de limpieza anal; no menos de tres piedras, ningún contacto con los desechos (!) ni con los huesos (!); no dirigir el chorro de orina en dirección a La Meca. Asimismo, prescriben los estados de pureza antes de la oración: no haber expulsado líquido prostático, gases, orina, heces, menstruación, por supuesto, y también, como causa de ruptura del vínculo con el islam, no haber tenido relaciones sexuales durante la regla de la compañera, ni relación anal, una vez más, debido al sexo separado de la procreación... Está mal visto el vínculo racional y razonable.

5. MANTENER ALEJADO EL CUERPO

Las series de prohibiciones judías y musulmanas —tan similares— son sólo comprensibles a través de la asociación sistemática del cuerpo con la impureza. Cuerpo sucio, desaseado, cuerpo infecto, cuerpo de materias abyectas, cuerpo libidinal, cuerpo maloliente, cuerpo de fluidos y líquidos, cuerpo infectado, cuerpo enfermo, cadáveres, cuerpos de perros y de mujeres, cuerpo de desechos, cuerpo de inmundicias, cuerpo sanguinolento, cuerpo hediondo, cuerpo sodomita, cuerpo estéril, cuerpo infecundo, cuerpo detestable...

Un
hadit
enseña la necesidad de purificarse practicando abluciones. Afirma que cuanto más numerosas sean esas prácticas, mayor será la posibilidad de contar en el cielo con un cuerpo glorioso, en el sentido cristiano del término. El día de la resurrección, el cuerpo renacerá con marcas luminosas en los puntos de contacto con el tapiz de la oración. Cuerpos de carne negra y sombría contra cuerpos de espíritu blanco e incandescente. ¿Quién, entre las almas simples, puede querer amar la carne terrestre pecaminosa, cuando la esperanza de un anticuerpo paradisíaco se presenta como una maravillosa certidumbre ante el creyente que se somete a las lógicas de lo lícito/ilícito, según el principio de lo puro/impuro? ¿Quién, pues?

El ritual de purificación proporciona, igualmente, oportunidades de mantener alejado el cuerpo, como en el límite de sí mismo. Cada órgano ocupa su lugar en el proceso de oraciones organizadas y ordenadas con meticulosidad. Nada escapa al ojo de Alá. Habilitación de los materiales y del material utilizado —agua, piedras, arena, tierra—, numeración de los elementos, codificación ritual, inscripción de la anatomía en orden de disposición, escenografía de la reiteración de gestos: dedos, muñecas derechas, antebrazos, codos, tres veces, etc. No olvidar el talón, porque ese descuido conduce al Infierno...

Evitemos la simple lectura racional referida al mero deseo de limpieza. Si se trata de resguardarse contra las manchas de orina en la vestimenta y de utilizar para el aseo personal la mano con la que no se come, el argumento se sostiene. Pero éste se derrumba en cuanto examinamos el
hadit
que autoriza la purificación de los pies por encima de las pantuflas, según la expresión consagrada —y la traducción que utilizo...—, y vemos que también es posible la operación con las medias puestas. ¡Dios tiene, con seguridad, otras razones que las puramente higiénicas!

El entrenamiento del cuerpo en la purificación se repite en la práctica de la oración: cinco oraciones diarias, anunciadas por el muecín desde lo alto de su minarete. Ni pensar en disponer del tiempo para sí, tampoco del propio cuerpo; la hora de levantarse y la hora de acostarse dependen del llamado, también la manera en que transcurre el día, pues todo se suspende para la oración. Alineación para imponer el orden, la organización y la armonía en la comunidad. No hay mujeres. Los más viejos adelante. Prosternación del cuerpo según un código muy preciso: siete huesos deben quedar en contacto con el suelo: la frente, las dos manos, las dos rodillas, el extremo de los dos pies. No vamos a crearle dificultades al imán por naderías, pero un solo pie son cinco dedos; dos pies, diez y, podología mediante, sobrepasamos la teoría de los siete...

Algunas posturas están prohibidas, pues no son las adecuadas. Lo mismo vale para las inclinaciones y las prosternaciones: deben llevarse a cabo según las reglas. Ni pensar en que el cuerpo se entregue de lleno, pues debe dar fe de su sumisión y obediencia. No se es musulmán sin mostrar con celo el júbilo por someterse a los detalles. Porque Alá está en los detalles. Una palabra más: a los ángeles no les gustan el ajo ni las cebollas. Así pues, el musulmán evitará pasar cerca de las mezquitas con dichos bulbos en la chilaba. ¡Y más aún entrar con el albornoz lleno!

II. AUTOS DE FE DE LA INTELIGENCIA
1. EL TALLER CLANDESTINO DE LOS LIBROS SAGRADOS

El odio a la inteligencia y al saber, la exhortación a obedecer en vez de reflexionar, el funcionamiento del par doble lícito-ilícito/puro-impuro para inducir a la obediencia y a la sumisión en lugar del libre disfrute de sí, todo ello está en los libros. El monoteísmo se considera la religión del Libro, pero más bien parece la de tres libros que apenas se toleran. Los paulinos no tienen mucha simpatía por la Tora, los musulmanes no aprecian en verdad el Talmud ni los Evangelios, los aficionados al Pentateuco toman el Nuevo Testamento y el Corán como imposturas... Por cierto, todos predican el amor al prójimo. Resulta difícil, desde ya, portarse de modo irreprochable con los hermanos de las religiones abrahámicas.

La confección de los libros llamados sagrados se origina en las leyes más elementales de la historia. Deberíamos abordar esos libros con ojo filológico, histórico, filosófico, simbólico, alegórico y todos los otros calificativos que nos eximan de creer que dichos textos fueron inspirados y elaborados bajo el dictado de Dios. Ninguno de esos libros fue revelado. ¿Por quién, además? Esas páginas no descienden del cielo, como tampoco las fábulas persas o las sagas islandesas.

La Tora no es tan antigua como lo afirma la tradición; la existencia de Moisés es poco probable. Yahvé no dictó nada a nadie, y menos en una escritura desconocida en esos tiempos. Ninguno de los evangelistas conoció al famoso Jesús en persona. El canon testamentario proviene de decisiones políticas tardías, principalmente, de la primera mitad del siglo IV, cuando Eusebio de Cesárea, comisionado por el emperador Constantino, configuró un texto a partir de veintisiete versiones. Los escritos apócrifos son más numerosos que los del Nuevo Testamento. Mahoma no escribió el Corán; por otra parte, ese libro apareció como tal sólo veinticinco años después de su muerte. La segunda fuente de autoridad musulmana, los
hadit,
vio la luz en el siglo IX, o sea, dos siglos después de la desaparición del Profeta. Tras la sombra de los tres Dioses podemos detectar la presencia muy activa de los hombres...

2. EL LIBRO CONTRA LOS LIBROS

Para asentar la autoridad del Corán definitivo, las autoridades políticas —Marwan, gobernador de Medina— recuperaron primero y luego destruyeron y quemaron las versiones existentes con el fin de conservar una sola para evitar la confrontación histórica y el descubrimiento de rastros de elaboración humana, demasiado humana. (No obstante, una versión se salvó del auto de fe impuesto a las siete primitivas, y aún predomina en algunos países de África.) Presentación anticipada de numerosas hogueras de libros encendidas en nombre del Libro único. Cada uno de los tres libros se erige como único y afirma contener la totalidad de lo que hay que saber y conocer. Reúne lo esencial, de modo enciclopédico, y desaconseja enérgicamente buscar en otros libros, paganos o laicos, lo que ya se encuentra en él.

Los cristianos marcan la tónica con Pablo de Tarso, que, en los Hechos de los Apóstoles (19:9), incita a quemar los manuscritos peligrosos. La exhortación no cae en oídos sordos: Constantino y otros emperadores cristianos expulsan y prohíben a los filósofos, persiguen a los sacerdotes politeístas, a los que privan de vida social, encarcelan y luego asesinan. El odio a los libros no cristianos genera un empobrecimiento general de la civilización. La creación del
Index de libros prohibidos
en el siglo XVI, a lo que se suma la Inquisición, corona la tentativa de erradicar todo lo que sobrepasa la línea de la Iglesia católica, apostólica y romana.

El deseo de acabar con los libros no cristianos, la prohibición del libre pensamiento (todos los filósofos importantes desde Montaigne hasta Sartre, pasando por Pascal, Descartes, Kant, Malebranche, Spinoza, Locke, Hume, Berkeley, Rousseau, Bergson y tantos otros —sin mencionar a los materialistas, socialistas y freudianos— figuran en el Index...) empobrece el pensamiento forzado a renunciar, a callarse o a adoptar extrema prudencia. La Biblia, con el pretexto de contenerlo todo, impide el acceso a lo que no contiene. Durante siglos, el daño fue considerable.

Numerosas son las
fatwas
lanzadas contra los autores musulmanes, aun cuando no defiendan posiciones ateas ni desprestigien las enseñanzas del Corán, no recurran a blasfemias ni a injurias. Para merecer la condena, basta simplemente con pensar y expresarse con libertad. Toda veleidad de pensamiento independiente se paga muy caro: exilio, acoso, persecución, calumnia, e incluso asesinato. Alí Abderrasiq, Muhammad Khalafallah, Taha Hussein, Nasr Hamid, Abu Zayd, Muhammad Iqbal, Fazlur Rahman y Mahmoud Mohammed Taha sufrieron estas calamidades...

Los sacerdotes de las tres religiones se niegan a que pensemos o reflexionemos por nuestra cuenta. Prefieren dar autorización —el imprimátur...— a los prestidigitadores que embriagan al oyente con sus habilidades para manipular el lenguaje, desplegar el vocabulario y tergiversar las formulaciones. ¿Qué hizo la escolástica durante siglos? Envolvió verbalmente, con el léxico impenetrable de la corporación filosófica, las viejas fábulas cristianas y los dogmas de la Iglesia.

Judíos, cristianos y musulmanes disfrutan los ejercicios de memoria, les gusta en particular el juego de los fieles que salmodian. Los musulmanes aprenden desde muy niños a memorizar los suras del Corán, a leerlo en forma correcta con buena dicción —
tajwid
— y a salmodiarlo con arreglo a los usos —
tartil
—. La
tajwid
requiere una declamación lenta y melodiosa con variaciones de melismas ricos y ornamentados, y todo con importantes pausas; el
tartil
es una recitación lenta. Tradicionalmente, las escuelas de teología recomiendan siete tipos de lectura conforme a las connotaciones lingüísticas y fonéticas: consonantes reducidas y reforzadas, sin connotaciones; vocales ocultas, pronunciación muy poco marcada; ornamentación con la ayuda de anáforas; el conjunto contribuye a disimular el espíritu, el sentido y la inteligencia del texto detrás del puro trabajo fónico de la letra...

Las letanías que se oyen en las escuelas talmúdicas o en las coránicas —las
madrasas,
utilizadas a menudo para combatir la
falsafa,
la filosofía— manifiestan lo siguiente: se aprende en voz alta, en grupo, en cadencia, con ritmo colectivo y comunitario. Las melopeyas ayudan a memorizar las enseñanzas de Yahvé o de Alá. La mnemotécnica judía presupone incluso un método de aprendizaje de la lectura y del alfabeto por asociación de letras con contenidos que provienen de la doctrina talmúdica.

El libro apunta, pues, paradójicamente, a su casi supresión material con la memorización integral. Argucias de la razón, pues los creyentes aprenden la Tora o el Corán de memoria, de modo que, en caso de persecución o de exilio, o en condiciones que impidan tener el volumen a mano, o si se diera cualquier situación imprevista, puedan disponer mentalmente del Libro y de sus enseñanzas.

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