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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (38 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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—Algún día todo en mí se parecerá a ti.

Ahora se limitaba a mirar a su alrededor.

—Decidle a Paxtakor que pida nuevos cañones a Nadir para examinarlos. Tres de cada peso diferente, y todo tipo de pólvoras y proyectiles.

—Aquí tenemos pólvora.

—Por supuesto. —Mirada fulminante—: Yo quiero ver qué tienen aparte de lo nuestro.

En los días sucesivos, Khalid volvió a visitar las viejas construcciones de los talleres, los que él y sus viejos herreros habían construido cuando en sus comienzos fabricaban armas de fuego y pólvora para el kan. En aquellos días, antes de que él y sus hombres copiaran el sistema chino y emplearan la energía de la rueda hidráulica en los hornos, creando así los primeros altos hornos que aprovechaban la energía del río y liberando así al equipo de jóvenes que se ocupaban de mover los fuelles para que pudiera realizar otro trabajo, todo aquello había sido de pequeña escala y primitivo, el hierro más quebradizo, todo lo que hacían más precario, más voluminoso. Esto se reflejaba en las mismas construcciones. Ahora, las ruedas hidráulicas zumbaban con toda la energía del río, moviendo los fuelles y bramando como el fuego. Ahora, los antiguos servidores de los fuelles sopladores llenaban cajas y montaban camellos y movían montañas de carbón en los patios. Khalid meneaba la cabeza al ver todo aquello, y hacía un nuevo gesto, una especie de puñetazo con su mano fantasma.

—Necesitamos mejores relojes. No podremos progresar si no conseguimos una medición del tiempo más exacta.

Iwang resoplaba cuando oía algo así:

—Necesitamos más conocimientos.

—Sí, sí, por supuesto. ¿Quién cuestionaría eso en este mundo miserable? Pero la sabiduría de todos los tiempos no sería capaz de decirnos cuánto demora la pólvora para estallar.

Cuando terminaba la jornada, el enorme recinto se sumía en un profundo silencio; sólo se veía el rechinar del molino de agua en el canal. Cuando los trabajadores residentes acababan de lavarse y de comer y de decir las últimas oraciones del día, se retiraban a sus apartamentos en el extremo del recinto junto al río y se iban a dormir. Los trabajadores de la ciudad se iban a su casa.

Cada noche, un agotado Bahram se dejaba caer sobre la cama junto a Esmerine, frente a la habitación de sus dos hijos pequeños, Fazi y Laila. Se quedaba dormido no bien su cabeza tocaba la seda de la almohada. Bendito sueño.

Pero a veces, él y Esmerine se despertaban en algún momento pasada la medianoche y se quedaban acostados, respirando, tocándose, susurrando conversaciones que generalmente eran breves e incoherentes; otras veces, las conversaciones eran las más largas y profundas que jamás habían tenido y si alguna vez hacían el amor, ahora que los niños estaban allí para agotar a Esmerine, lo hacían en la bendita frescura y tranquilidad de aquellas horas nocturnas.

Después, Bahram quizá se levantaba y caminaba por el recinto, para verlo bajo la luz de la luna y verificar que todo estaba en orden, sintiendo el resplandor crepuscular del amor que latía en él; generalmente, en esas ocasiones veía la luz de la lámpara en el estudio de Khalid y se acercaba sigilosamente para encontrarlo dormido sobre un libro o garabateando con la mano izquierda sobre el atril de escritura o recostado en el sofá, manteniendo una conversación de murmullos con Iwang, ambos sosteniendo boquillas de narguile de las que salía el dulce aroma del hachís. Si Iwang estaba allí y los hombres parecían estar despiertos, Bahram a veces se unía a ellos durante un rato, antes de que comenzara a tener sueño otra vez y regresara junto a Esmerine. Khalid e Iwang podían estar hablando de la naturaleza del movimiento o de la visión, a veces levantando una de las lupas de Iwang para observar algo mientras hablaban. Khalid opinaba que el ojo recibía pequeñas impresiones o imágenes de las cosas, que llegaban a él a través del aire. Había encontrado a más de un filósofo antiguo, de China a Frengistán, que tenía la misma opinión y llamaba a las pequeñas imágenes «eidola» o «simulacra» o «especie» o «imagen» o «ídolo» o «fantasma» o «forma» o «intención» o «pasión» o «similitud del agente» o «sombra de los filósofos», nombre, éste, que hacía sonreír a Iwang. Él mismo creía que el ojo enviaba proyecciones de un fluido tan rápido como la propia luz, las cuales regresaban al ojo como un eco, reteniendo intactos los contornos de los objetos y sus colores.

Bahram sostenía siempre que ninguna de aquellas explicaciones era suficiente. La visión no podía ser explicada desde la óptica, solía decir; para él, la visión era una cuestión espiritual. Los dos hombres solían escucharlo, entonces Khalid movería la cabeza mostrando incredulidad.

—Tal vez la óptica no alcance para explicarla, pero es necesaria para comenzar una explicación. Es la parte del fenómeno que puede estudiarse y describirse matemáticamente; bueno, si somos lo suficientemente inteligentes, ¿comprendes?

Llegaron los cañones del kan. Ahora, Khalid pasaba buena parte de cada día afuera en el acantilado de la curva del río haciendo disparos con el viejo Jalil y Paxtakor; pero sin lugar a dudas la mayor parte de este tiempo se lo pasaba pensando en la óptica y proponiendo experimentos a Iwang. Iwang regresaba al taller y soplaba gruesas bolas de cristal con bordes recortados, espejos cóncavos y convexos, y unas grandes y perfectamente brillantes barras triangulares, que para él eran casi objetos de reverencia religiosa. Cada tarde, él y Khalid pasaban horas y horas en el estudio del segundo, con la puerta cerrada; habían hecho un pequeño agujero en la pared que daba al sur; el agujero dejaba entrar un rayo de luz. Un día colocaron el prisma junto al agujero, y su recto arco iris brillaba en la pared o en una pantalla. Iwang decía que había siete colores, Khalid decía que había seis, puesto que consideraba que el púrpura y el lavanda de Iwang eran dos partes del mismo color. Discutían interminablemente acerca de todo lo que veían, al menos al principio. Iwang hacía diagramas de aquella disposición, que daban los ángulos exactos que cada banda de color formaba cuando atravesaba el prisma. Tomaban una bola de cristal y se preguntaban por qué la luz no se fraccionaba en una bola tal como lo hacia en el prisma, cuando cualquiera podía ver que un cielo lleno de minúsculas bolas transparentes, es decir, de gotas de lluvia, iluminadas por la suave luz de la tarde, creaba los arco iris que pendían al este de Samarcanda después de un chaparrón. Más de una vez, después de que pasaran sobre la ciudad negras tormentas, Bahram se quedaba a la intemperie con los dos hombres más viejos observando algunos arco iris verdaderamente hermosos, a menudo arco iris dobles, uno más claro arqueado sobre otro más brillante; incluso a veces un tercero muy tenue sobre el segundo. Finalmente Iwang formuló una ley de refracción, la cual —le aseguró a Khalid— daría cuenta de todos los colores.

—El arco iris principal está producido por una refracción que se da a medida que la luz entra en la gota de lluvia, un reflejo en las superficies interiores, y una refracción hacia afuera de la gota. El arco secundario es creado por la luz reflejada dos o tres veces dentro de las gotas. Ahora mira, cada color tiene su propio índice de refracción, y por lo tanto la reflexión dentro de la gota de lluvia consiste en separar cada color del resto, así éstos aparecen ante los ojos siempre en su secuencia correcta, invertidos en el secundario porque hay un reflejo extra que lo invierte todo, como lo pongo aquí en mi dibujo, ¿lo ves?

—Así que si las gotas de lluvia fueran cristalinas, no habría arco iris.

—Así es, sí. Lo que tú dices es la nieve. Si sólo hubiera reflejo, el cielo podría brillar por todas partes con millones de lucecitas blancas, como si estuviera lleno de espejos. A veces vemos eso en una tormenta de nieve. Pero la redondez de las gotas de lluvia denotan un cambio constante en el ángulo de incidencia entre cero y noventa grados; eso es lo que extiende los diferentes rayos hasta un observador que se encuentre aquí, y que siempre debe estar colocado en un ángulo de entre cuarenta y cuarenta y dos grados respecto de la luz del sol entrante. El secundario aparece cuando el ángulo está entre los cincuenta grados y medio, y los cincuenta y cuatro grados y medio. Verás, la geometría predice los ángulos, y aquí afuera los medimos gracias a este maravilloso visionador de cielo que Bahram encontró para ti en el caravasar chino; ¡también confirma, con toda la precisión posible, la predicción matemática!

—Por supuesto —dijo Khalid—, pero ése es un razonamiento que no lleva a ninguna parte. Tomas tus ángulos de incidencia gracias a la observación que haces a través de un prisma, luego confirmas los ángulos en el cielo haciendo una nueva observación.

—¡Pero una eran colores en la pared y la otra un arco iris en el cielo!

—Tanto arriba como abajo.

Por supuesto, eso era una perogrullada de alquimista, por lo que el comentario de Khalid tenía un punto siniestro.

El arco iris que en aquel momento adornaba el cielo se iba empalideciendo a medida que una nube tapaba el sol poniente. Sin embargo, los dos hombres no lo notaron, absortos como estaban en la discusión. Bahram fue el único que disfrutó con la imagen que ofrecían los vibrantes colores en el cielo. Un regalo de Alá que demostraba que nunca más volvería a ahogar el mundo. Los dos hombres señalaron con el dedo la pizarra de Iwang y el aparato de Khalid para observar el cielo.

—Está desapareciendo —dijo Bahram.

Ambos miraron hacia arriba, ligeramente sorprendidos por haber sido interrumpidos. Mientras el arco iris había brillado, el cielo debajo de él había sido notablemente más claro que el que estaba sobre el arco; ahora, todo el cielo tenía otra vez el mismo matiz azul pizarra.

El arco iris abandonó al mundo, y ellos regresaron chapoteando a la fábrica, Khalid animándose a cada paso y metiéndose en algún charco; su mirada se perdía en la pizarra de Iwang.

—Bueno..., bueno..., bueno... Debo admitirlo; esto es lo más parecido a una prueba de Euclides. Dos refracciones, dos o tres reflejos —la lluvia, el sol y un observador—: ¡Ahí lo tienes! ¡El arco iris!

—Y la luz que se divide en una franja de colores —reflexionó Iwang —. Llegando todos juntos desde el sol. ¡Es genial! Y cuando choca contra cualquier cosa, rebota y entra en el ojo, si es que hay allí el ojo para verlo; cualquier parte de la franja, hmm, ¿cómo funcionará eso...?, ¿acaso son las superficies del mundo todas diversamente redondas?, si se pudiera observarlas lo suficientemente de cerca...

—Es asombroso que las cosas no cambien de color a medida que uno se mueve —dijo Bahram.

Los otros dos se quedaron en silencio, hasta que Khalid se echó a reír.

—¡Otro misterio! ¡Alá, protégenos! La luz continuará llegando, siempre, hasta que seamos uno con Dios.

Este pensamiento pareció complacerlo inmensamente.

Poco después, montó una habitación en el recinto que estaba en permanente oscuridad, toda enmaderada y cubierta hasta que quedó mucho más oscura que su estudio, cerrando las grietas de la pared del este por donde podría entrar algo de luz; allí pasaba más de una mañana con algún ayudante, entrando y saliendo, preparando demostraciones de una u otra manera. Una de ellas lo dejó tan conforme que invitó a los eruditos de la madraza de Sher Dor para que dieran fe de ella, puesto que refutaba tan claramente el argumento de Ibn Rashd de que sólo había luz blanca y que los colores creados por un prisma eran un efecto del cristal. Si eso fuera cierto, argumentaba Khalid, entonces la luz doblemente reflejada cambiaría dos veces de color. Para probarlo, sus auxiliares dejaron entrar un poco de luz solar a través de una de las paredes, y un primer despliegue de colores se extendió en una pantalla colocada en el centro de la habitación. Khalid en persona hizo un orificio en la pantalla, lo suficientemente pequeño como para que sólo la parte roja del pequeño arco iris pasara a través de ella y entrara en un armario cubierto donde inmediatamente se encontraba con otro prisma; la luz obtenida se reflejaba en otra pantalla que había sido colocada dentro del armario.

—Ahora bien, si la curva de refracción provocó ella sola el cambio de color, seguramente la franja roja tendría que haber cambiado en esta segunda refracción. Pero observad: sigue siendo roja. Cada color se mantiene cuando se lo hace pasar por un segundo prisma.

Movió lentamente el agujero de color en color, para demostrarlo. Los invitados se agolparon junto a la puerta del armario para ver de cerca los resultados.

—¿Y esto qué significa? —preguntó uno de ellos.

—Bueno, para encontrar la respuesta a esa pregunta tendríais que ayudarme o preguntarle a Iwang. Yo no soy un filósofo. Pero creo que esta experiencia demuestra que el cambio de los colores no es simplemente una cuestión de desdoblamiento per se. Creo que prueba que en la luz del sol, luz blanca si queréis, o luz plena, o simplemente luz solar, están juntos todos los colores individuales.

Los testigos asintieron con la cabeza. Khalid ordenó que abrieran la habitación, y todos se retiraron parpadeando a la luz del sol para tomar café y comer unos trozos de pastel.

—Esto es maravilloso —dijo Zahhar, uno de los matemáticos más importantes de Sher Dor—, muy esclarecedor, por decirlo de alguna manera. ¿Pero qué nos dice acerca de la naturaleza de la luz? ¿Qué es la luz?

Khalid se encogió de hombros.

—Dios lo sabe, pero los hombres no. Sólo creo que hemos aclarado, por decirlo de alguna manera, una parte del comportamiento de la luz. Y ese comportamiento tiene un aspecto geométrico, parece estar regido por números, sabes. Como tantas otras cosas en este mundo. Parece que a Alá le gustan las matemáticas, como tú mismo has dicho tantas veces, Zahhar. En cuanto a la sustancia de la luz, ¡qué misterio! Se mueve con rapidez, aunque no sabemos con qué rapidez; sería bueno averiguarlo. Y desprende calor, tal como lo sabemos gracias al sol. Y puede atravesar el vacío, si es que realmente existe algo llamado vacío en este mundo, algo que el sonido no puede hacer. Quizá los hindúes tengan razón y sea verdad que existe otro elemento además de la tierra, el fuego, el aire y el agua, un éter tan sutil que resulta totalmente imperceptible, que llena plenamente el universo y que es el medio donde se da el movimiento. Tal vez pequeños glóbulos que rebotan allí donde chocan, como en un espejo, pero por lo general no tan directamente. Dependiendo del sitio donde choque la luz, una franja particular de color se refleja en el ojo. Tal vez. —Se encogió de hombros —. Es un misterio.

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