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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (42 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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El silencio se alargó. Khalid estaba triste, eso estaba claro.

—Podrías tomártelo como una serie de pruebas —dijo Bahram.

—Como siempre —dijo Khalid, irritado—. Pero en este caso, sólo puedes hacer las cosas si ignoras completamente sus causas. Hay demasiados materiales, demasiadas sustancias y acciones, todo mezclado. Supongo que todo sucede en un nivel demasiado pequeño para que pueda ser observado. Los cortes que se ven después de la fundición parecen estructuras cristalinas cuando se rompen. Lo que sucede es interesante, pero no hay manera de decir por qué sucede ni de predecirlo. Esto es lo que sucede con una demostración provechosa, ¿ves? Te dice algo distinto.

Responde a una pregunta.

—Podemos intentar hacer preguntas que el acero pueda responder — sugirió Bahram.

Khalid asintió con la cabeza aún insatisfecho. Pero lanzó una mirada a Iwang para ver qué pensaba él acerca de eso.

Iwang pensaba que en teoría era una buena idea, pero en la práctica, a él también le costaba mucho idear preguntas para hacer acerca del proceso. Sabían cómo hacer el horno, qué minerales y madera y agua debían introducir, durante cuánto tiempo debían mezclarlos, qué dureza resultaría. Todas las preguntas referentes a la práctica habían sido respondidas hacía ya mucho tiempo, desde que se había comenzado a hacer acero en Damasco. Las preguntas más básicas sobre las causas que todavía podían ser respondidas, eran difíciles de formular. El propio Bahram lo intentaba con mucho esfuerzo, sin conseguir siquiera que una sola idea acudiera a su mente. Y las buenas ideas eran su fuerte, o al menos eso era lo que siempre le decían.

Mientras Khalid intentaba resolver aquel problema, Iwang estaba cada vez más y más absorto en sus trabajos matemáticos; incluso había olvidado su trabajo de soplar cristal y el de platería, que normalmente dejaba en manos de sus aprendices, unos enjutos jóvenes tibetanos que habían aparecido sin ninguna explicación hacía ya algún tiempo. Estudiaba esmeradamente sus libros en hindi y sus viejos papeles tibetanos, marcando su pizarra con tiza y luego agregando aquello a las notas que apuntaba en el papel: diagramas en tinta, patrones de números hindis, símbolos o letras chinos, tibetanos o sánscritos; un alfabeto personal para un lenguaje personal, o al menos eso era lo que pensaba Bahram. Un emprendimiento un tanto inútil, que resultaba inquietante observar, puesto que las hojas de papel parecían irradiar un poder palpable, mágico o tal vez simplemente loco. Todas esas extrañas ideas, organizadas en estructuras hexagonales de números e ideogramas; para Bahram la tienda del zoco comenzaba a parecerse a la sombría cueva de un mago, acariciando con los dedos los confines de la realidad...

El propio Iwang rechazaba todas aquellas telarañas. Afuera, bajo el sol, se sentaba con Khalid, Zahhar, Tazi de Sher Dor y Bahram haciéndoles sombra y mirando por encima del hombro de sus colegas, esbozaba una matemática del movimiento, a la cual llamaba la velocidad de la velocidad.

—Todo está en movimiento —decía—. Eso es el karma. La Tierra gira alrededor del Sol, el Sol viaja a través de las estrellas, las estrellas también viajan. Pero ahora, por el bien del estudio, para las demostraciones, postulamos un reino en el que no hay movimiento. Quizás, el universo está contenido dentro de un vacío de no movimiento semejante, pero eso no importa; para nuestros propósitos éstas son dimensiones puramente matemáticas, que pueden ser marcadas como verticales y horizontales, en estos términos, o por longitud, anchura y altura, si queremos las tres dimensiones del mundo. Pero comencemos con dos dimensiones, para que nos resulte más sencillo de comprender. Y el movimiento de los objetos, por ejemplo el de una bala de cañón, puede ser medido en relación con estas dos dimensiones. Cuánto de alto o de bajo, cuánto a la izquierda o a la derecha. Puede trasladarse a un mapa. Y entonces otra vez, la dimensión horizontal puede marcar el tiempo pasado y el movimiento vertical en una única dirección. Eso posibilitará la existencia de líneas curvas, que representarán el paso de los objetos por el aire. Luego, las líneas tangentes a la curva indican la velocidad. Así que medimos lo que podemos, marcamos dichas medidas y será como ir pasando a través de las habitaciones de una casa. Cada habitación tiene un volumen diferente, como los matraces, dependiendo de sus dimensiones. Es decir, a qué distancia y en cuánto tiempo. Cantidades de movimiento, ¿entendéis? Una tonelada de movimiento, un dracma.
2

—La trayectoria de la bala de un cañón podría ser descrita con precisión —dijo Khalid.

—Sí. Con mucha más facilidad que la mayoría de las cosas, porque la bala de un cañón persigue una única línea. Una línea curva, pero no es como el vuelo de una águila, por ejemplo, o como una persona en sus recorridos diarios. La matemática para eso sería... —Iwang se perdió, giró la cabeza bruscamente, volvió a ellos—. ¿Qué estaba diciendo?

—Balas de cañón.

—Ah. Sí, es posible medirlas.

—Eso significa que necesitamos la velocidad de salida del cañón y el ángulo de tiro...

—Podríamos decir con bastante exactitud el sitio donde caerá, sí.

—Deberíamos decirle esto a Nadir en privado.

Khalid elaboró una serie de tablas para calcular los disparos de un cañón, con hábiles dibujos de las curvas del vuelo de las balas y un pequeño libro tibetano lleno de los esmerados cálculos numéricos de Iwang. Estos artículos fueron colocados en una vistosa caja de tamarindo, con incrustaciones de plata, turquesa y pedrería, y llevados al Kanato de Bokhara, junto con un precioso peto de acero de Damasco para el kan. El rectángulo de acero en el centro de aquel peto era un espectacular remolino de acero blanco y gris, con motas de hierro grabadas muy suavemente con un tratamiento de ácido sulfúrico y otros cáusticos. Khalid llamaba a aquel dibujo «Remolinos zeravshán», y era cierto que el dibujo se parecía a un remolino que había en el río, que giraba alejándose de los cimientos del puente de Dagbit cuando el agua estaba alta. Era una de las piezas de metal más hermosas que Bahram había visto jamás; estaba convencido de que el peto y la caja decorada con las matemáticas de Iwang eran unos obsequios muy impresionantes para Sayyed Abdul Aziz.

Él y Khlalid se vistieron con sus mejores galas para la ocasión; Iwang los acompañó con la túnica roja oscura y con el sombrero cónico de alas de los monjes tibetanos, realmente parecía un lama de la más alta distinción. Así que los obsequiadores eran tan impresionantes como sus obsequios, pensó Bahram; aunque una vez que estuvieron en el Registán, debajo del inmenso arco de la madraza Tilla Kari toda cubierta de oro, se sintió menos imponente. Y una vez que estuvo en compañía de la corte se sintió algo rústico, hasta andrajoso, como si fueran niños que simulaban ser cortesanos o, simplemente, paletos.

El kan, sin embargo, que quedó encantado con el peto y elogió enormemente las artes de Khalid, hasta el punto de ponerse la pieza sobre sus galas y no quitársela. También admiró la caja, mientras le pasaba a Nadir los papeles que encontró dentro.

Tan sólo unos instantes después fueron despedidos, y Nadir los condujo hasta el jardín de Tilla Kari. Los diagramas eran muy interesantes, decía a medida que los iba mirando; quería observarlos más detenidamente; entre tanto, sus armeros le habían informado al kan que después de marcar una estría en espiral en el interior de sus cañones había hecho que uno de ellos explotara al ser disparado; el resto había perdido alcance. Así que Nadir quería que Khalid visitara a los armeros y hablara con ellos sobre el problema.

Khalid asintió con la cabeza relajadamente, aunque Bahram podía leerle el pensamiento en la mirada; una vez más se vería obligado a abandonar lo que realmente le interesaba. Nadir en cambio no lo notó, a pesar de que observó atentamente el rostro de Khalid. De hecho, siguió diciendo alegremente lo mucho que apreciaba el kan la gran sabiduría y el arte de Khalid y lo mucho que a él le debería toda la gente del kanato y de Dar al-Islam en general si, tal como todo indicaba, sus esfuerzos ayudaban a prevenir cualquier invasión de los chinos, de quienes se decía que estaban avanzando por las fronteras occidentales de su imperio. Khalid asintió educadamente con la cabeza, y los hombres fueron despedidos.

Mientras caminaba de regreso por el camino que pasaba junto al río, Khalid estaba irritado: —Este viaje no ha servido para nada.

—Todavía no lo sabemos —dijo Iwang.

Bahram asintió con la cabeza.

—Sí que lo sabemos. El kan es un... —murmuró éste—. Y está claro que Nadir cree que somos sus sirvientes.

—Todos somos sirvientes del kan —le recordó Iwang.

Eso le hizo callar.

A medida que sé acercaban a Samarcanda, pasaron junto a las ruinas de la vieja Afrasiab.

—Ojalá tuviéramos otra vez a los reyes sogdianos —dijo Bahram.

Khalid meneó la cabeza.

—Éstas no son las ruinas de los reyes sogdianos, sino de Markanda, que estuvo aquí antes que Afrasiab. Alejandro Magno decía que ésa era la ciudad más bella que había conquistado en su vida.

—Y mírala ahora —dijo Bahram—. Viejos cimientos llenos de polvo, muros rotos...

—Samarcanda también acabará en ruinas —dijo Iwang.

—¿O sea que no importa si estamos siempre a disposición de Nadir? —preguntó Khalid de repente.

—Bueno, eso también pasará —dijo Iwang.

Joyas en el cielo

Con el tiempo, Nadir pidió cada vez más tiempo y dedicación a Khalid, y éste comenzó a estar cada vez más inquieto. Una vez acudió a Divanbegi con una propuesta para construir un sistema completo de alcantarillado tanto en Bokhara como en Samarcanda, para drenar los miles de charcos de agua estancada que salpicaban a ambas ciudades, especialmente Bokhara. Esto evitaría la descomposición del agua y reduciría la proliferación de mosquitos y de enfermedades, incluyendo la peste, sobre la cual las caravanas hindúes traían noticias de que estaba devastando partes de Sind. Khalid sugirió que impidiera que los viajeros entraran en la ciudad cuando llegaran noticias semejantes, incluso que se demoraran las caravanas provenientes de las zonas afectadas, para asegurarse de que no estaban contaminadas. Un retraso de purificación, análogo a las purificaciones espirituales del ramadán.

Pero Nadir ignoraba todas aquellas sugerencias. Un sistema subterráneo de tuberías, a pesar de ser algo común en Persia desde antes de las invasiones de los mongoles, era algo demasiado costoso para pensar en hacerlo ahora. A Khalid se le pedían ayudas militares, no de física. Nadir no creía que supiese nada de física.

Así que Khalid regresó a su recinto y puso a todo el mundo a trabajar en la artillería del kan, convirtiendo cada aspecto de los cañones en objeto de pruebas, pero sin tratar de descubrir ni una sola causa primaria, como él las llamaba, como no fuera —excepcionalmente— en el tema del movimiento. Trabajaba con Iwang en la resistencia de los metales, y hacía uso de las matemáticas de Iwang para realizar estudios sobre el vuelo de las balas, también probó una serie de métodos para hacer que las balas de cañón rotaran durante el vuelo sin causar problemas.

Todo esto se hacía de muy mala gana y mucho mal humor; sólo por la tarde, después de una siesta y un plato de yogur, o más hacia el atardecer, después de fumar en el narguile, Khalid recuperaba algo de su ecuanimidad y seguía sus estudios con pompas de jabón y prismas, bombas de aire y tubos capilares con mercurio.

—Si se puede medir el peso del aire —decía— también podría medirse el calor, hasta llegar a temperaturas mucho más elevadas de las que podemos distinguir con nuestras ampollas y nuestros ayes.

Nadir enviaba a sus hombres una vez al mes para tener las últimas noticias de los estudios de Khalid; de vez en cuando, él mismo se pasaba sin anunciarse, sumiendo al recinto en un frenesí, como un hormiguero inundado por el agua. Khalid era amable en todas las ocasiones, pero se quejaba incansablemente con Bahram acerca de los pedidos mensuales de noticias, especialmente porque había muy pocas.

—Yo creía que había escapado a la maldición de la luna cuando Fedwa llegó a la menopausia —se quejaba.

Paradójicamente, estas inoportunas visitas también le hacían perder aliados en las madrazas, puesto que se pensaba que estaba favorecido por el tesorero, y él no podía arriesgarse a contarles realmente cuál era la situación. Así que había miradas frías y desaires en el zoco y en la mezquita, así como muchos ejemplos de codicioso servilismo. Todo aquello le irritaba mucho, hasta el punto de que algunas veces llegaba a enfurecerse terriblemente.

—Ten un poco de poder y podrás ver lo espantosa que es la gente.

Para evitar que él se hundiera otra vez en una negra melancolía, Bahram registró el caravasar en busca de cosas que pudieran agradarle, visitando particularmente a los hindúes y los armenios, también a los chinos, y regresando con libros, brújulas, relojes y un curioso astrolabio que pretendía demostrar que los seis planetas ocupaban órbitas que llenaban polígonos que eran progresivamente más simples por un lado, de manera que Mercurio giraba en círculo dentro de un decágono, Venus dentro de un nonágono lo suficientemente grande como para albergar al decágono, la Tierra dentro de un octágono fuera del nonágono, y así sucesivamente hasta llegar a Saturno, que giraba dentro de un gran cuadrado. Este objeto asombró a Khalid y dio lugar a largas discusiones nocturnas con Iwang y Zahhar acerca de la disposición de los planetas alrededor del sol.

Este nuevo interés por la astronomía no tardó en suplantar a todos los demás intereses de Khalid y creció hasta convertirse en una pasión después de que Iwang trajera un curioso dispositivo que había hecho él mismo en su taller, un largo tubo de plata con unas lentes de cristal en ambos extremos. Si se miraba a través del tubo, las cosas parecían estar más cerca de lo que realmente estaban, y sus detalles podían verse muy claramente.

—¿Cómo funciona esto? —preguntó Khalid cuando miró a través de él.

La expresión de sorpresa en su rostro era como la de los títeres del zoco, pura y desternillante. A Bahram le hizo feliz verlo así.

—Tal vez como el prisma —sugirió Iwang.

Khalid meneó la cabeza.

—No es el hecho de poder ver las cosas mucho más grandes y mucho más cerca, ¡me sorprende que se pueden ver tantos detalles! ¿Cómo puede ser?

—Es posible que el detalle esté siempre allí en la luz —dijo Iwang—. Y que el ojo sólo tenga el poder de discernir una parte de él. Admito que estoy sorprendido, pero ten en cuenta que la vista de la mayoría de la gente se debilita con el paso del tiempo, especialmente para con las cosas que están más cerca. Sé que a la mía le ha pasado. Hice mi primer juego de lentes para utilizarlas como gafas, tú sabes, una para cada ojo, en un marco. Pero mientras estaba montando una miré a través de las dos lentes alineadas una sobre otra. —Sonrió, describiendo con gestos aquella acción —. A decir verdad, realmente estaba muy ansioso por confirmar que vosotros dos veríais lo mismo que yo. No podía terminar de creer lo que veían mis ojos.

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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