Tiempos de Arroz y Sal (36 page)

Read Tiempos de Arroz y Sal Online

Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
12.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al día siguiente, Khalid ordenó a los aprendices de herrería que sacaran todo lo que había en el taller de alquimia al patio para que fuera destruido. Observaba las partículas de polvo que desprendía todo aquello bajo el sol con una mirada oscura y salvaje. Baños de arena, soluciones salinas, hornos de sublimación, destiladores, redomas, matraces, retortas, alambiques con dos o tres picos, allí estaba todo en medio de una neblina de viejos polvos. El grupo de alambiques había sido utilizado por última vez para destilar agua de rosas; al verlo, Khalid resopló.

—Eso fue lo único que pudimos hacer funcionar. Tanto afán y lo único que hicimos fue agua de rosas.

Morteros y sus manos, frascos pequeños, tubos, barreños y tazas, fuentes de cristal, jarras, cazuelas, lámparas de vela, lámparas de petróleo, braseros, espátulas, tenazas, cazos, tijeras, martillos, embudos, lentes diversos, filtros capilares, de tela y de lino: finalmente, todo estaba afuera bajo el sol. Khalid sacudió la mano indicando que se deshicieran de todo.

—Quemadlo todo, y si no se quema, rompedlo y arrojadlo al río.

Pero justo en ese momento llegó Iwang, que traía un pequeño dispositivo de cristal y plata. Frunció el ceño al ver aquel despliegue de cosas.

—Al menos algunas de estas cosas podrías venderlas —le dijo a Khalid—. ¿Ya has pagado tus deudas?

—No me importa —dijo Khalid—. No venderé mentiras.

—Los aparatos no mienten —dijo Iwang—. Algunas de estas cosas podrían ser muy útiles.

Khalid lo miró con una furia absoluta. Iwang decidió cambiar de tema y alzó su dispositivo para que Khalid lo viera.

—Te he traído un juguete que refuta todo lo que decía Aristóteles.

Sorprendido, Khalid examinó aquella pequeña cosa. Dos bolas de hierro descansaban sobre algo que a Bahram le pareció un martinete hidráulico en miniatura.

—Si se echa agua aquí, este brazo cae, aquí, y las dos puertas se abren al mismo tiempo. Una no puede abrirse antes que la otra, ¿ves?

—Por supuesto.

—Sí, es obvio, pero ten en cuenta que Aristóteles dice que una masa más pesada caerá más rápido que otra más ligera, porque es más propensa a unirse con la Tierra. Pero observa. Aquí están las dos bolas de hierro, una grande y otra pequeña, una pesada y otra ligera. Coloca cada una en su sitio, pon el dispositivo en un sitio plano y nivelado, sobre ese muro, por ejemplo. Allí caerán desde una distancia considerable. Un alminar sería mejor, la Torre de la Muerte todavía mejor, pero incluso funcionará en el muro de tu casa.

Hicieron lo sugerido por Iwang; Khalid subió lentamente la escalera para inspeccionar la colocación del dispositivo.

—Ahora, echa agua en el embudo y observa.

El agua llenó el barreño inferior hasta que de repente se abrieron las puertas. Las dos bolas cayeron. Ambas tocaron el suelo al mismo tiempo.

—Sí —dijo Khalid, y bajó para recuperar las bolas y volver a intentarlo, después de sopesarlas, e incluso pesarlas con exactitud en una balanza.

—¿Lo ves? —dijo Iwang—. Puedes hacerlo con bolas de distinto o igual peso, no importa. Todo cae a la misma velocidad, a no ser que sea como una pluma, tan ligero y grande que baje flotando en el aire.

Khalid repitió la experiencia.

—Tanto con Aristóteles... —empezó Iwang.

—Bueno —dijo Khalid, mirando las bolas; luego las cogió con su única mano—. Es posible que se equivocara con esto, pero quizá también acertara con otras cosas.

—Sin duda. Pero, si quieres mi opinión, todo lo que él dice tiene que ser puesto a prueba, y también debe ser comparado con lo que dicen Hsing Ho y Al-Razi, incluso con lo que dicen los hindúes. Hay que demostrar si es verdadero o falso, a la luz del día.

Khalid asintió con la cabeza.

—Admito que se me ocurren algunas preguntas.

Iwang señaló los equipos de alquimia que estaban en el patio.

—Con todo esto pasa lo mismo: podrías ponerlo a prueba, ver qué puede ser útil y qué no vale nada.

Khalid frunció el ceño. Iwang volvió su atención a las bolas del experimento. Los dos hombres dejaron caer varios objetos diferentes con el dispositivo, charlando todo el rato.

—Mira, debe haber algo que las hace caer —dijo Khalid en determinado momento—. Algo que las hace caer, que las empuja, que las mueve, lo que tú prefieras.

—Por supuesto —dijo Iwang—. Todo lo que pasa tiene una causa. La atracción debe estar causada por algún agente, uno que actúa de acuerdo a determinadas leyes. Sin embargo, cuál puede ser ese agente...

—Pero eso pasa con todo —dijo Khalid, refunfuñando—. No sabemos nada, todo se reduce a eso. Vivimos en la oscuridad.

—Se combinan demasiados factores —dijo Iwang.

Khalid asintió con la cabeza, sopesando un bloque tallado de madera de tamarindo.

—Sin embargo ya estoy cansado de todo esto.

—Entonces probamos cosas. Haces algo, consigues algo más. Parece una cadena causal. Puede describirse como una secuencia lógica, hasta como una operación matemática. Por lo que podemos decir que la realidad se manifiesta a sí misma de esta manera. Sin preocuparse demasiado por definir de qué fuerza se trata.

—Tal vez la fuerza sea el amor —aventuró Bahram—. La misma atracción que se da entre las personas; tal vez se extiende a todas las cosas.

—Eso explicaría por qué el miembro se eleva y se aleja de la Tierra — dijo Iwang con una sonrisa.

Bahram se rió, pero Khalid se puso serio.

—Estás bromeando. Yo estoy hablando de algo que no puede parecerse menos al amor. Es tan constante como las estrellas en su sitio, es una fuerza física.

—Los sufies dicen que el amor es una fuerza que lo llena todo, que lo mueve todo.

—Los sufies... —dijo Khalid con desdén—. Ellos son los últimos en la Tierra a quienes consultaría si quisiera saber cómo funciona el mundo. Se pasan el tiempo fantaseando con el amor y no paran de beber vino y bailar. ¡Bah! Antes de que aparecieran los sufies el islamismo era una disciplina intelectual. Teníamos a Ibn Sina y a Ibn Rashd y a Ibn Khaldun y a todos los demás; ellos estudiaban el mundo tal como es. Después aparecieron los sufies y desde entonces no ha habido ni un solo filósofo ni erudito musulmán que haya avanzado un ápice en el entendimiento de las cosas.

—Ellos también dejaron clara la importancia del amor en el mundo — dijo Bahram.

—El amor, oh sí, todo es amor; Dios es amor, pero si todo es amor y todo es uno con Alá, ¿entonces por qué tienen que emborracharse cada día?

Iwang se rió.

—No es así, tú lo sabes —dijo Bahram.

—¡Venga ya! Los salones de buena camaradería se llenan de buenos camaradas que buscan pasar un buen rato, y las madrazas están cada vez más vacías, y los kanes les dan cada vez menos, y aquí estamos en el año 1020 discutiendo acerca de las ideas de los antiguos Frengis, sin tener la menor idea de por qué las cosas funcionan como funcionan. ¡No sabemos nada! ¡Nada!

—Tenemos que empezar desde abajo —dijo Iwang.

—¡No podemos empezar desde abajo! ¡Todo está unido con todo!

—Pues bien, entonces necesitamos aislar algunas cosas que podamos ver y controlar, luego estudiarlas y ver si podemos entenderlas. Luego seguimos trabajando a partir de allí. Algo como esta caída, sencillamente los movimientos más simples. Cuando entendamos la noción de movimiento, podremos estudiar sus manifestaciones en otras cosas.

Khalid pensó en eso. Por fin, había olvidado el dispositivo.

—Venid conmigo —dijo Iwang—. Os mostraré algo que me despierta la curiosidad.

Lo siguieron en dirección al taller donde rugían los grandes hornos.

—Observad estos fuegos tan intensos. La rueda hidráulica mueve los fuelles mucho más rápido que cualquier número de peones y en consecuencia el calor del fuego es más intenso. Ahora, Aristóteles dice que el fuego está dentro de la madera y que el calor lo libera. Está bien, pero, ¿por qué si hay más aire el fuego arde más intensamente? ¿Por qué el viento aviva el fuego? ¿Significa esto que el aire es esencial para el fuego? ¿Podríamos averiguarlo? Si tuviéramos una cámara de la que extragéramos el aire, ¿el fuego sería menos intenso?

—¿Extraer aire de una cámara? —dijo Khalid.

—Sí. Una cámara con una válvula que deje salir el aire pero que no lo deje entrar otra vez. Extraer lo que hay allí dentro y no permitir que entre aire de reposición.

—¡Interesante! ¿Pero entonces qué quedaría en la cámara?

Iwang se encogió de hombros.

—No sé. ¿Vacío? ¿Un trozo del vacío original, tal vez? Eso pregúntaselo a los lamas, o a tus sufies. O a Aristóteles. O simplemente construye una cámara de cristal y mira qué sucede dentro de ella.

—Lo haré —dijo Khalid.

—Y el movimiento es lo más fácil de estudiar —dijo Iwang—.

Podemos intentar todo tipo de cosas con el movimiento. Podemos cronometrar esta atracción de las cosas hacia la Tierra. Podemos ver si la velocidad es la misma arriba en una montaña y abajo en el valle. Las cosas se aceleran cuando van cayendo; esto también se podría medir. Hasta la luz se podría medir. Desde luego que los ángulos de refracción son constantes; eso ya lo he comprobado yo.

Khalid asentía con la cabeza.

—Primero estos fuelles invertidos para vaciar una cámara. Aunque, seguramente, lo que resulte no será un vacío de verdad. La nada no es posible en este mundo, creo. Allí habrá algo menos denso que el aire.

—Eso es más Aristóteles —dijo Iwang—. «La naturaleza aborrece el vacío.» Pero, ¿y si no fuera así? Sólo lo sabremos cuando lo intentemos.

Khalid asintió con la cabeza. Si hubiera tenido dos manos, se las habría frotado.

Los tres se acercaron hasta la rueda hidráulica. Por el canal llegaba con fuerza la corriente del río, la superficie del agua brillaba con el sol de la mañana. El agua hacía girar un molino, que a su vez movía varios pesados martillos y troqueles de estampación, también los fuelles que mandaban aire a los hornos. Era un lugar muy ruidoso, lleno de sonidos de agua que caía, rocas que se hacían pedazos, fuegos rugientes, aire zumbante; todos los elementos en furiosa actividad, hiriendo los oídos y dejando un olor a quemado en el aire. Khalid se quedó un rato observando la rueda hidráulica. Aquél era su logro, él había sido quien organizara todas las técnicas artesanales para crear esta enorme máquina, tanto más poderosa que las personas o los caballos. Ellos eran la gente más poderosa en la historia del mundo, pensó Bahram, gracias al emprendimiento de Khalid, pero con un simple gesto Khalid lo desechaba todo. Él quería entender el porqué del funcionamiento.

Condujo a los otros dos de regreso al taller.

—Necesitaremos que tú soples el vidrio; también habría que llamar a trabajadores del cuero y del hierro —dijo—. La válvula de la que has hablado quizá pueda hacerse con tripa de oveja.

—Tal vez tenga que ser un poco más resistente —dijo Iwang—. Una puerta metálica, incrustada en una junta de cuero por la aspiración del vacío.

—Sí.

En esta botella no hay jinn

Mientras Khalid ponía a trabajar a sus artesanos, Iwang se encargó de soplar el vidrio; algunas semanas después tenían una máquina que constaba de dos partes: un globo de cristal grueso que sería vaciado y una potente bomba para extraer el aire. Hubo un sinnúmero de pequeños fracasos: filtraciones y fallos de la válvula, pero los viejos maquinistas del taller eran ingeniosos y resolvieron las averías, por fin, se quedaron con cinco versiones muy similares del dispositivo, todas ellas muy pesadas. La bomba era enorme e incluía nuevas sopapas, tubos y válvulas; el globo de cristal era como un grueso matraz, con cuello y unos resaltes en la superficie interior en los que se colgarían distintos objetos, para ver qué les sucedería cuando se evacuara todo el aire del globo. Cuando resolvieron los problemas de filtraciones, tuvieron que construir un dispositivo con cremallera y piñón para que la bomba tuviera la fuerza suficiente para evacuar hasta la última gota de aire del globo. Iwang les aconsejó que no exageraran y crearan un vacío tan perfecto que terminara aspirando la misma bomba, el taller, o posiblemente el mundo entero, como un jinn de regreso a su encierro; como siempre, la cara de piedra de Iwang no les daba señal alguna que permitiera saber si decía una broma o hablaba en serio.Cuando por fin lograron que todos los mecanismos funcionaran prácticamente sin fallas (de vez en cuando se rajaría el cristal de alguno o se rompería alguna válvula), instalaron la máquina sobre un soporte de madera, y Khalid comenzó una sucesión de pruebas, introduciendo cosas en los globos de cristal, sacando el aire con la bomba y viendo qué sucedía.Ahora quedaron olvidadas todas las preguntas filosóficas acerca de la naturaleza de lo que quedaba dentro del globo después de que se quitara todo el aire.

—Sólo veamos qué sucede —decía—. Esto es lo que es.

Dispuso varios grandes libros de páginas en blanco sobre la mesa que estaba junto al aparato, y él o sus secretarios dejaban constancia en ellos de todos los detalles de las pruebas, midiendo sus tiempos con el mejor reloj que tenían.

Después de unas semanas para conocer el aparato e intentar varias cosas, Khalid pidió a Iwang y Bahram que organizaran una pequeña reunión, invitando a varios de los qadis y maestros de las madrazas del Registán, en especial a los matemáticos y a los astrónomos de la madraza de Sher Dor, quienes ya estaban metidos en discusiones sobre las nociones de los antiguos griegos y los califatos clásicos acerca de la realidad física. El día señalado, cuando todos esos invitados estaban reunidos en el taller abierto que estaba junto al estudio de Khalid, éste presentó a todos el aparato y describió su funcionamiento e indicó lo que todos podían ver, que había colgado un reloj con alarma dentro del globo de cristal, de manera tal que oscilaba suavemente en el extremo de un trozo de hilo de seda. Khalid giró veinte veces la manivela de la bomba con su brazo izquierdo. Explicó que la alarma del reloj estaba puesta para que sonara a la sexta hora de la tarde, poco después de que la oración vespertina fuera cantada desde el alminar más septentrional de Samarcanda.

—Para asegurarnos de que la alarma sonará de verdad —dijo Khalid — hemos dejado el badajo al descubierto, para que podáis verlo cuando golpee las campanas. También volveré a introducir aire en el globo poco a poco, después de que hayamos visto los primeros resultados, para que vosotros mismos podáis escuchar el efecto.

Other books

Colter's Revenge by Jan Springer
Seven Days by Leigh, Josie
Just Desserts by Jeannie Watt
The Mimosa Tree by Antonella Preto
Mary's Prayer by Martyn Waites
A Surrendered Heart by Tracie Peterson