Read Tiempos de Arroz y Sal Online

Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (73 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
10Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Uno de los japoneses resopló.

—Nadie puede dominar el mundo entero —dijo—. Es demasiado grande.

El extranjero preguntó qué se había dicho, y el traductor lo tradujo. El doctor Ismail levantó un dedo al escucharlo y respondió.

—Dice que quizás eso fuera cierto hace tiempo, pero que ahora, con los buques de vapor y la comunicación por qi, el comercio y las travesías a todas partes por el océano, y las máquinas funcionando con la fuerza de varios miles de camellos, podría ocurrir que algún país dominante tomara ventaja y siguiera creciendo. Hay una especie de, ¿cómo diríamos?... de multiplicación de poder por medio del poder. Así que lo mejor es tratar de evitar que cualquier país sea tan poderoso que pueda hacer que ese proceso se ponga en marcha. Durante cierto tiempo todo parecía indicar que el islam iba a apoderarse del mundo, dice, antes de que su Kerala fuera hasta el corazón de los antiguos imperios musulmanes y los destruyera. Podría ser que China necesitara un tratamiento similar; entonces ya no habría imperios, y la gente podría hacer lo que quisiera, y formar las alianzas que más la beneficien.

—¿Pero cómo podemos mantenernos en contacto con ellos, del otro lado del mundo?

—Él está de acuerdo en que eso no es nada fácil. Pero los buques de vapor son rápidos. Es posible construirlos. Lo han hecho en África y en Inca. Los cables de qi pueden conectar rápidamente a todos los grupos.

Siguieron hablando, las preguntas eran cada vez más prácticas y precisas, algo que perdía a Kiyoaki, puesto que él no sabía dónde estaban muchos de los lugares que se mencionaban: Basuto, Nsara, Seminola, etcétera, etcétera. Finalmente, el doctor Ismail pareció cansarse, y la reunión acabó con un té. Kiyoaki ayudó a Gen a servir y repartir las tazas y, luego, Gen lo llevó abajo y volvió a abrir la cerería.

—Casi me metes en un buen lío —le dijo a Kiyoaki—. Y a ti mismo también. Tendrás que trabajar duro para compensar el susto que me diste.

—Lo siento; lo haré. Gracias por ayudarme.

—Oh, ese sentimiento pernicioso. No, gracias. Tú haz tu trabajo, yo haré el mío.

—Bien.

—Ahora, el viejo te tomará para que trabajes en la cerería; puedes vivir aquí al lado. Te golpeará con su ábaco, como has visto. Pero tu trabajo principal será enviar mensajes y cosas por el estilo. Si los chinos se enteran de lo que estamos haciendo, la cosa se pondrá fea, te lo advierto. Será la guerra, ¿lo entiendes? Puede que sea una guerra secreta, por la noche, en las callejuelas y en la bahía. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo.

Gen lo observaba.

—Ya veremos. Nuestra primera tarea será regresar al valle y hacer correr la voz en la montaña, con algunos amigos míos. Luego regresaremos a la ciudad, para trabajar aquí.

—Lo que tú digas.

Un ayudante guió a Kiyoaki en un recorrido por la cerería, que él no tardó en conocer bien. Después de eso regresó a la casa de huéspedes. Peng-ti estaba ayudando a la anciana a cortar algunas verduras; Hu Die estaba al sol junto a la cesta de la colada. Kiyoaki se sentó junto a la niña, y la entretuvo jugando con un dedo, mientras pensaba en todo lo que le había sucedido. Miró a Peng-ti; estaba aprendiendo las palabras japonesas para nombrar las verduras. Ella tampoco quería regresar al valle. La anciana hablaba chino bastante bien, y las dos mujeres estaban conversando, pero Peng-ti no le contaba acerca de su pasado más que lo que había contado a Kiyoaki. La cocina era cálida. Afuera, la lluvia empezaba a caer otra vez. La niña le sonreía como para tranquilizarlo. Como para decirle que todo iría bien.

Un día que volvieron al parque de la Puerta del Oro, Kiyoaki se sentó en un banco junto a Peng-ti.

—Escucha —le dijo—. Voy a quedarme aquí, en la ciudad. Haré un viaje hasta el valle y le llevaré los gusanos de seda a madame Yao, pero me quedaré a vivir aquí.

Ella asintió con la cabeza.

—Yo también. —Señaló la bahía—. ¿Acaso podría ir a otro sitio? — Cogió a Hu Die, la alzó y la hizo girar para que se enfrentara a los cuatro vientos—. ¡Éste es tu nuevo hogar, Hu Die! ¡Crecerás aquí!

Hu Die miraba el paisaje con ojos desorbitados.

Kiyoaki se rió.

—Sí. Le gustará vivir aquí. Pero escucha, Peng-ti, yo voy a ser... — Pensó en la mejor manera de decirlo—. Voy a trabajar para Japón. ¿Entiendes?

—No.

—Voy a trabajar para Japón, contra China.

—Entiendo.

—Voy a trabajar contra China.

Ella apretó la mandíbula.

—¿Crees que me importa? —dijo con dureza. Miró hacia la bahía y la Puerta Interior, allí donde el agua marrón bañaba las verdes colinas—. Estoy muy contenta de haber dejado el valle. —Miró a Kiyoaki a los ojos, y él sintió que el corazón le saltaba del pecho—. Yo te ayudaré.

Nubes negras

Debido a que el emergente imperio Chino era sobre todo marítimo, una vez más su poderío naval se convirtió en el más grande del mundo. El énfasis estaba puesto en la capacidad de transporte; en otros tiempos, la típica flota china del primer período moderno había sido demasiado grande y lenta. La velocidad no se tenía en cuenta. Esto había resultado en algunas dificultades, conflictos navales con los indios y con los musulmanes de África, del Mediterráneo y de Firanja. En el Mediterráneo, el mar Islámico, los musulmanes habían construido barcos más pequeños pero mucho más rápidos y ágiles que los de sus contemporáneos chinos, y en varios encuentros navales decisivos de los siglos diez y once, las flotas musulmanas habían derrotado flotas chinas más grandes, conservando así cierto equilibrio de poder y evitando que la China de los Qing consiguiera la hegemonía del mundo. De hecho los corsarios musulmanes en el Dahai se convirtieron en una fuente importante de ingresos para los gobiernos islámicos, pero también en una suerte de fricción entre islámicos y chinos, uno de los muchos factores que provocaron la guerra. Como el mar superaba ampliamente a la tierra como ámbito comercial y militar, la superior velocidad y capacidad de maniobra de los barcos musulmanes significó una ventaja, y esto les permitió desafiar el poder marítimo de China.

El desarrollo de la propulsión con vapor y de los cascos metálicos en Travancore fue adoptado rápidamente por las otras dos grandes potencias del Viejo Mundo, pero la supremacía en estas tecnologías y en otras permitió a la Liga India competir también con los rivales más importantes a ambos lados de sus dominios.

Por lo tanto, los siglos doce y trece musulmanes, o la dinastía Qing en China, fue un período de creciente competitividad entre las tres culturas más importantes del Viejo Mundo, para dominar y extraer la riqueza del Nuevo Mundo, Aozhou y las tierras interiores del Viejo Mundo, que ahora estaban siendo totalmente ocupadas y explotadas.

El problema era que había muchas cosas en juego. Los dos imperios más grandes eran al mismo tiempo tanto los más fuertes como los más débiles. La dinastía Qing seguía creciendo hacia el sur, hacia el norte, en el Nuevo Mundo y dentro de sus propias fronteras. Mientras tanto, el islam controlaba una inmensa parte del Viejo Mundo, así como las costas orientales del Nuevo Mundo. Yingzhou tenía una costa oriental musulmana, pero la Liga de Tribus estaba en el medio, y había poblados chinos en el oeste y también nuevos puertos comerciales de Travancore. Inca era un campo de batalla en el que peleaban los chinos, la gente de Travancore y los musulmanes de África occidental.

Así que el mundo estaba fracturado entre las dos grandes hegemonías, China e islam, y las dos nuevas ligas más pequeñas, la de la India y la de Yingzhou. El comercio y las conquistas chinas extendieron lentamente su hegemonía sobre el Dahai, asentándose en Aozhou, en las costas occidentales de Yingzhou y de Inca, y haciendo incursiones por mar en muchos otros lugares; convirtiéndose así en el Reino Medio, tanto de hecho como nominalmente, eran el centro del mundo simplemente porque superaban en número a los demás, pero también por el nuevo poder de sus armadas. De hecho, era un peligro para el resto de los pueblos de la Tierra, a pesar de los numerosos problemas de la burocracia Qing.

Al mismo tiempo, Dar al-Islam seguía expandiéndose, en África, en las costas orientales del Nuevo Mundo, en Asia central y hasta en la India, de donde en realidad nunca se había marchado, pero también en el sudeste de Asia e incluso en las aisladas costas occidentales de Aozhou.

Y en el medio, atrapada entre estas dos expansiones, por decirlo de alguna manera, estaba la India. Travancore tomó aquí la delantera, pero el Punjab, Bengala, Rajastán y los demás estados del subcontinente estaban activos y prosperando tanto en sus propias tierras como en otras, en medio de la confusión y el conflicto, siempre enfrentándose, sin embargo libres de emperadores y califas; en ese estado de agitación se convirtieron en la vanguardia científica del mundo, con bases comerciales en cada continente, constantemente en oposición contra las hegemonías, aliados de cualquiera en contra del islam, y a menudo en contra de los chinos, con quienes mantenían una relación bastante turbulenta, tanto temiéndoles como necesitándoles; pero a medida que iban pasando las décadas y los antiguos imperios musulmanes derrochaban más y más agresiones en el este, en Transoxiana y todo el norte de Asia, se inclinaron cada vez más a favorecer a China, como contrapeso, confiando en que el Himalaya y las grandes selvas de Birmania los mantendrían a raya aun gozando de la protección del inmenso patronazgo chino.

Así las cosas, los estados indios fueron precarios e inestables aliados de China, con la esperanza de que esta potencia los defendiera de su antiguo enemigo: el islam. Así que cuando el islam y China finalmente comenzaron una guerra de verdad, primero en Asia central, después en el mundo entero, Travancore y la Liga India fueron arrastrados a ella, y la violencia entre indios y musulmanes comenzó otro asalto mortal.

La guerra comenzó en el año vigésimo primero del emperador Kuang Hsu, el último de la dinastía Qing, cuando todos los enclaves musulmanes del sur de China se rebelaron al mismo tiempo. Fuerzas manchúes fueron enviadas hacia el sur, y la rebelión fue más o menos reprimida, en los años que siguieron. Pero la represión debió de funcionar demasiado bien, puesto que los musulmanes del oeste de China habían estado acumulando enfados y resentimiento durante muchas generaciones bajo el gobierno militar de los Qing, y dado que sus compañeros de fe estaban siendo exterminados en el este, todo se convirtió en un asunto de jihad o muerte. Así que se sublevaron en los vastos y desnudos desiertos y montañas de Asia central, y los pueblos marrones de sus verdes valles no tardaron en teñirse de rojo.

El gobierno Qing, corrupto pero terriblemente arraigado, tremendamente rico, movió sus fichas contra la rebelión musulmana iniciando otra campaña de conquistas, esta vez hacia el oeste a través de Asia. La campaña fue exitosa durante algún tiempo, porque no había ningún estado poderoso capaz de hacerle frente en el abandonado centro del mundo. Pero a la larga desencadenó una jihad defensiva realizada por los musulmanes de Asia occidental, a quienes nada hubiera podido unirles en aquel momento como no fuera la amenaza de ser conquistados por los chinos.

Esta consolidación no buscada del islam fue todo un logro. Las guerras entre los restos de los imperios safavida y otomano, entre los chiítas y los sunníes, los sufies y los wahabitas, los estados firanjis y los del Magreb, no habían tenido un respiro durante todo el período de consolidación de estados y fronteras; incluso con las fronteras no soberanas más o menos fijadas —excepto las batallas en curso aquí y allá—, en principio el islam no estaba en posición de responder como civilización a la amenaza china.

Pero cuando la expansión china amenazó extenderse por toda Asia, los fracturados estados islámicos se unieron y se decidieron a presentar un frente único. Un enfrentamiento que había estado latente durante siglos ahora llegaba a un punto crítico: para las dos antiguas grandes civilizaciones, la hegemonía mundial o la aniquilación completa eran posibilidades concebibles. La apuesta no podía ser más alta.

Al principio la Liga India intentó mantenerse neutral, al igual que los hodenosauníes. Pero la guerra también los arrastró cuando los invasores islámicos llegaron al norte de la India, como lo habían hecho tantas otras veces antes, y la conquista hacia el sur llegó hasta el Decán, a través de Bengala, y continuó su avance por Birmania. Asimismo, los ejércitos musulmanes comenzaron a conquistar Yingzhou de este a oeste, atacando tanto a la Liga hodenosauní como a los chinos en el oeste. El mundo entero se encontró sumido en el infierno del enfrentamiento.

Y entonces vino la guerra larga.

LIBRO 8 La guerra de los asuras

—China es indestructible, nosotros somos demasiados. Ya pueden venir incendios, inundaciones, hambruna, guerra: esto es como podar un árbol. Las ramas se cortan para estimular nueva vida. El árbol sigue creciendo.

El comandante Kuo se sentía expansivo. Estaba amaneciendo, ésa era la hora china. Las primeras luces de la mañana iluminaban los puestos avanzados musulmanes y ponían el sol en sus ojos, de manera que sentían recelo de los francotiradores, y a ellos mismos se les daba también bastante mal. La puesta del sol era la hora de los musulmanes. La llamada a la oración, el fuego de los francotiradores, a veces una lluvia de proyectiles de artillería. Al atardecer, mejor quedarse en la trinchera, o abajo en las cuevas.

Pero ahora tenían al sol de su lado. El cielo de un azul helado, de un lado para otro y frotarse las manos con guantes, té y cigarrillos, el lejano disparo de los cañones hacia el norte. Ya hacía dos semanas que sonaban. Probablemente fuera la preparación de otro gran ataque, tal vez hasta se tratara de la rotura del frente de la que se venía hablando hacía tantos años —tantos que había dado origen a una expresión para referirse a algo que nunca llegaría a suceder: «cuando rompamos el frente», como «cuando los cerdos vuelen» o algo por el estilo. Así que tal vez no fuera eso.

Nada de lo que ellos pudieran ver les aclaraba la situación. Afuera, en medio del corredor Gansu, las altas montañas del sur y los interminables desiertos del norte no eran visibles. Parecían las estepas, o lo habían parecido antes de la guerra. Ahora, toda la anchura del corredor, desde las montañas hasta el desierto, y toda su longitud, desde Ningxia hasta Jiayuguan, se había convertido en un barrizal. Las trincheras se habían movido hacia atrás y hacia adelante, li a li, durante más de sesenta años. En aquella época cada claro de hierba y cada terrón de tierra había volado por los aires más de una vez. Lo que quedaba era una especie de desordenado océano negro, cercado, lleno de rugosidades y de cráteres. Como si en el lodo alguien hubiera intentado hacer una réplica de la superficie de la luna. Los hierbajos de primavera hacían valientes esfuerzos para regresar, pero ninguno lo conseguía. Alguna vez la ciudad de Ganzhou había estado cerca de este preciso lugar, junto al río Jo; hoy no había rastros de la ciudad ni del río. La tierra había sido pulverizada hasta descubrir la roca primitiva. Ganzhou había sido el hogar de una próspera cultura sirio-musulmana, así que este yermo que se veía ahora, desierto a la luz del amanecer, era un ideograma perfecto de la guerra prolongada.

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
10Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Cold Six Thousand by James Ellroy
Bring Me the Horizon by Jennifer Bray-Weber
Moyra Caldecott by Etheldreda
Midnight by Elisa Adams
Harmony House by Nic Sheff
A Tale of Highly Unusual Magic by Lisa Papademetriou
Love at First Sight by B.J. Daniels
Captive Star by Nora Roberts
Gutted by Tony Black