Authors: Eiji Yoshikawa
El banquete duró tres días. Una columna de invitados que parecía interminable se encaminó al castillo, y las estrechas calles del pueblo estaban atascadas por los carruajes de los cortesanos, sus sirvientes y caballos.
Kazumasa se vio obligado a admitir que el manto de Nobunaga había llegado a descansar en los hombros de Hideyoshi. Hasta aquel día había creído firmemente que sería su señor, Ieyasu, quien sucedería a Nobunaga, pero el tiempo que pasó en compañía de Hideyoshi le hizo cambiar de idea. Cuando comparaba las provincias de Hideyoshi e Ieyasu y reflexionaba en las diferencias entre sus tropas, llegaba a la triste conclusión de que el dominio de los Tokugawa era todavía un pequeño puesto de avanzada provincial en el este de Japón.
Al cabo de unos días, Kazumasa anunció su intención de marcharse, y Hideyoshi le acompañó hasta Kyoto. Cuando cabalgaban, Hideyoshi se volvió en la silla de montar y miró atrás. Hizo una seña a Kazumasa, que cabalgaba a cierta distancia detrás de él, para que se acercara. Como vasallo de otro clan, Kazumasa había sido recibido con la cortesía debida a un invitado, pero cabalgaba con toda naturalidad detrás de Hideyoshi.
—Hemos decidido viajar juntos, y eso no significa que debamos cabalgar por separado —le dijo cordialmente Hideyoshi—. El camino de Kyoto es especialmente aburrido, así que hablemos mientras cabalgamos.
Kazumasa titubeó un momento, pero al final se colocó al lado de Hideyoshi.
—Las idas y venidas de Kyoto son un inconveniente —siguió diciendo Hideyoshi—. Así pues, este mismo año voy a trasladarme a Osaka, que está cerca de la capital.
Entonces le describió sus planes para construir un castillo.
—Habéis elegido un buen lugar en Osaka —observó Kazumasa—. Dicen que el señor Nobunaga puso sus miras en Osaka durante varios años.
—Sí, pero los monjes guerreros del Honganji estaban atrincherados allí en su templo-fortaleza, por lo que se vio obligado a instalarse en Azuchi.
No tardaron mucho en llegar a la ciudad de Kyoto, pero cuando Kazumasa estaba a punto de despedirse, Hideyoshi le detuvo de nuevo.
—No es aconsejable tomar la ruta terrestre con este calor —le dijo—. Harías mejor en cruzar el lago en barco desde Otsu. Almorcemos con Maeda Geni mientras preparan la embarcación.
Se refería al hombre que había sido nombrado recientemente gobernador de Kyoto. Sin dar a Kazumasa ocasión de negarse, Hideyoshi le condujo a la mansión del gobernador. El patio había sido barrido, como si hubieran esperado al visitante, y la recepción que Geni dio a Kazumasa fue cortés en extremo.
Hideyoshi instaba continuamente a Kazumasa a que se relajara, y durante el almuerzo no hablaron más que del castillo que iba a construir.
Geni fue en busca de una gran hoja de papel y la extendió en el suelo. Estaban mostrando el plano para la construcción de un castillo a un enviado de otra provincia, y tanto el hombre que lo mostraba como el que lo examinaba parecían aprensivos de los motivos que tendría Hideyoshi para hacer gala de semejante franqueza. La única explicación aparente era que Hideyoshi se había olvidado de que Kazumasa era vasallo del clan Tokugawa, así como de cuál era su propia relación con aquel clan.
—Tengo entendido que sois todo un experto en castillos —le dijo Hideyoshi a Kazumasa—, de modo que si tenéis alguna sugerencia os ruego que me la hagáis sin dudarlo.
Tal como Hideyoshi había dicho, Kazumasa era un hombre muy versado en la construcción de castillos. Normalmente unos planos como aquéllos se mantendrían en secreto, pues no eran algo que se mostrara a un vasallo de una provincia rival, pero Kazumasa dejó de lado sus dudas sobre las intenciones de Hideyoshi y examinó los planos.
No se le ocultaba a Kazumasa que era poco probable que Hideyoshi hiciera algo de tamaño discreto, pero la escala del proyecto le impuso respeto. Cuando Osaka era la sede de los monjes guerreros del Honganji, su fortaleza había ocupado una extensión de mil varas cuadradas. En el plano de Hideyoshi, ésos serían los cimientos de la ciudadela principal. Se había tomado en consideración la topografía de la zona, ríos, montañas y costa marítima, se habían sopesado sus ventajas y desventajas y estudiado a fondo las dificultades relativas del ataque, la defensa y otros problemas logísticos. La ciudadela principal, así como la segunda y la tercera, estaban rodeadas por muros de tierra. El perímetro de los muros exteriores abarcaba más de seis leguas. El edificio más elevado dentro de los muros era un torreón de cinco pisos, al que podía dotarse de aberturas desde donde disparar flechas. Las tejas del tejado serían de hoja de oro.
El asombrado Kazumasa sólo podía maravillarse en silenció de lo que tenía ante sí. Pero lo que estaba mirando no era más que una parte del proyecto. El foso que rodeaba al castillo tomaba sus aguas del río Yodo. Como la próspera ciudad mercantil de Sakai estaba muy cerca, Osaka conectaba con numerosas rutas mercantiles hacia China, Corea y el sudeste asiático. Las cercanas cadenas montañosas de Yamato y Kawachi formaban una muralla natural defensiva. Las carreteras de Sanin y Sanyo conectaban Osaka con las rutas marítimas y terrestres de Shikoku y Kyushu y la convertían en el portal de acceso a todas las regiones distantes. Como sede del castillo más importante del país y lugar desde donde gobernar a la nación, Osaka era muy superior al Azuchi de Nobunaga. Kazumasa no detectó ninguna carencia en el proyecto.
—¿Qué os parece? —preguntó Hideyoshi.
—Absolutamente perfecto —replicó Kazumasa—. Es un plan en gran escala.
Honestamente, no podía decir otra cosa.
—¿Creéis que será suficiente?
—El día que esté terminado, será la ciudad fortificada más grande de todo el país —dijo Kazumasa.
—Eso es lo que propongo.
—¿Cuándo pensáis terminarlo?
—Quisiera mudarme antes de que finalice este año.
Kazumasa parpadeó, incrédulo.
—¡Cómo! ¿A fines de año?
—Bueno, más o menos.
—Un proyecto de construcción de esta envergadura podría requerir diez años.
—Dentro de diez años el mundo habrá cambiado y yo seré un viejo —replicó Hideyoshi, riendo—. He ordenado a los supervisores que completen el interior del castillo, incluida la decoración, en tres años.
—Me temo que no les será fácil a los artesanos y peones trabajar a ese ritmo. Y las cantidades de piedra y madera que necesitaréis serán inmensas.
—Voy a traer madera de veintiocho provincias.
—¿Cuántos peones necesitaréis?
—De eso no estoy seguro. Supongo que harán falta más de cien mil. Según mis oficiales, serán necesarios unos sesenta mil hombres que trabajarán a diario durante tres meses sólo para excavar los fosos interior y exterior.
Kazumasa guardó silencio. Le deprimía reflexionar en la gran diferencia entre aquel proyecto y los castillos de Okazaki y Hamamatsu en su propia provincia. Pero ¿sería Hideyoshi realmente capaz de traer las enormes piedras que necesitaba a Osaka, una región que carecía por completo de canteras? ¿Y dónde, en aquellos tiempos difíciles, creía que iba a encontrar las sumas enormes para costear el proyecto? Se preguntó si los grandes planes de Hideyoshi no eran en realidad más que jactancia.
En aquel momento algo importante pareció ocurrírsele a Hideyoshi, pues llamó a su secretario y empezó a dictarle una carta. Olvidándose por completo de que Kazumasa estaba allí, examinó lo escrito, asintió y empezó a dictar otra carta. Aun cuando Kazumasa no hubiera querido escuchar lo que decía, Hideyoshi estaba delante de él y no podía evitar oír sus palabras. Parecía dictar una carta en extremo importante para el clan Mori.
Una vez más Kazumasa se sintió azorado y apenas sabía qué hacer.
—Vuestros asuntos oficiales parecen ser bastante urgentes —le dijo—. ¿Me retiro?
—No, no, eso no será necesario. En seguida termino.
Hideyoshi siguió dictando. Había recibido una carta de un miembro del clan Mori felicitándole por su victoria contra los Shibata. Ahora, con el pretexto de informar sobre la batalla de Yanagase, exigía que su corresponsal definiera su propia actitud con respecto al futuro de su clan. Era una carta personal, y de extrema importancia.
Kazumasa se sentaba a su lado, contemplando en silencio los bosquecillos de bambú, mientras Hideyoshi dictaba:
—Si hubiera dado a Katsuie un momento de descanso, habría necesitado mucho más tiempo para derrotarle. Pero el destino de Japón estaba en la balanza, por lo que tuve que resignarme a la pérdida de mis hombres. Ataqué el castillo principal de Katsuie en la segunda mitad de la hora del tigre, y a la hora del caballo tomé la ciudadela.
Cuando dictó las palabras «el destino de Japón» le brillaban los ojos como lo habían hecho cuando cayó el castillo. Entonces la carta tomó un giro que llamaría fuertemente la atención del clan Mori sobre las palabras de Hideyoshi: «Sería infructuoso que movilizáramos nuestras tropas, pero si es necesario visitaré personalmente vuestra provincia para determinar la cuestión de las fronteras. Así pues, es importante que seáis discretos y decidáis no provocarme».
Sin darse cuenta, Kazumasa miró a Hideyoshi y se maravilló de la audacia de aquel hombre. Allí estaba Hideyoshi, dictando unas palabras muy francas, casi como si estuviera sentado con las piernas cruzadas ante su corresponsal y charlando amistosamente con él. ¿Era arrogante o tan sólo ingenuo?
—Pero los Hojo en el este y los Uesugi en el norte me han confiado asuntos para que los resuelva. Si también vosotros estáis dispuestos a dejarme actuar libremente, el gobierno de Japón será mejor de lo que ha sido desde los tiempos antiguos. Pensad a fondo en ello, dedicándole vuestra atención personal. Si tenéis alguna objeción, os ruego que me la hagáis saber antes del séptimo mes. Es esencial que transmitáis todo esto en detalle al señor Mori Terumoto.
Kazumasa contemplaba los bambúes agitados por la brisa, pero estaba absolutamente fascinado por las palabras de Hideyoshi. Su corazón se estremecía como las hojas de bambú sacudidas por el viento. Parecía que, para aquel hombre, incluso la tarea titánica de construir el castillo de Osaka era algo que hacía en su tiempo libre. Y declaraba, incluso al clan Mori, que si tenían objeciones deberían informarle antes del séptimo mes..., antes de que partiera de nuevo a la guerra.
Lo que sentía Kazumasa rebasaba la admiración. Estaba exhausto.
En aquel momento, un ayudante anunció que la embarcación de Kazumasa estaba preparada para hacerse a la vela. Hideyoshi se quitó una de las espadas que llevaba al cinto y la ofreció a Kazumasa.
—Puede que sea un poco vieja, pero dicen que la hoja es buena. Por favor, aceptadla como una pequeña muestra de mi aprecio.
Kazumasa la tomó y se la llevó con gesto reverencial a la frente.
Cuando salieron, la guardia personal de Hideyoshi aguardaba para escoltar a Kazumasa al puerto de Otsu.
***
Una montaña de problemas aguardaba a Hideyoshi tanto dentro como fuera de Kyoto. Después de la batalla de Yanagase, la lucha había terminado, pero incluso aunque Takigawa se había sometido, algunos rebeldes se negaban obstinadamente a rendirse. Los restos del ejército de Ise se habían hecho fuertes en Nagashima y Kobe, y Oda Nobuo había recibido el encargo de limpiar las últimas bolsas de resistencia.
Cuando supo que Hideyoshi había regresado de Echizen, Nobuo abandonó el frente, se encaminó a Kyoto y se entrevistó con Hideyoshi aquel mismo día.
—Cuando Ise se someta, podéis ocupar el castillo de Nagashima —le dijo Hideyoshi.
Aquel príncipe tan mediocre salió de Kyoto en dirección a Ise muy animado.
Era el momento del día en que se encendían las lámparas. Los cortesanos visitantes, así como todos los demás invitados, se habían ido. Hideyoshi se bañó y poco después, cuando se había reunido para cenar con Hidekatsu y Maeda Geni, un ayudante le informó de que Hikoemon acababa de llegar.
El viento agitaba los postigos de rota y las fuertes risas de mujeres jóvenes se propagaban por el aire. Hikoemon no entró de inmediato, sino que primero se enjuagó la boca y alisó el cabello. Acababa de llegar de Uji y estaba cubierto de polvo.
Su misión había sido la de entrevistarse con Sakuma Genba, que estaba prisionero en Uji. Había parecido una misión fácil, pero en realidad era bastante difícil, como Hideyoshi sabía muy bien. Había tenido un motivo para elegir a Hikoemon.
Genba había sido capturado, pero no le habían ejecutado, y estaba encarcelado en Uji. Hideyoshi había ordenado que no le trataran rudamente ni le humillaran. Sabía que Genba era un hombre de valor sin par y que, si lo liberaban, se convertiría en un tigre furioso. Por ello le tenían constantemente bajo una estricta vigilancia.
Aun cuando Genba fuese un general enemigo cautivo, Hideyoshi se compadecía de él. Apreciaba el talento natural del joven, como le sucediera a Katsuie, y creía que sería lamentable condenarle a muerte. Así pues, poco después de que regresara a Kyoto, Hideyoshi envió un mensajero para que le expresara sus sentimientos e intentara razonar con Genba.
—Ahora Katsuie ya no está —empezó a decirle el mensajero—, y en lo sucesivo debéis pensar que Hideyoshi ocupa su lugar. Si así lo hacéis, seréis libre para regresar a vuestra provincia natal y vuestro castillo.
Genba se echó a reír.
—Katsuie era Katsuie. Es imposible que Hideyoshi le sustituya. Katsuie ya se ha suicidado, y yo no pienso seguir en este mundo. Jamás serviré a Hideyoshi, aunque me diera el dominio de toda la nación.
Hikoemon fue el segundo mensajero. Había emprendido su misión sabiendo que sería difícil, y, en efecto, no había logrado que Genba cambiara de idea.
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó Hideyoshi.
Estaba sentado, envuelto en el humo denso contra los mosquitos que se alzaba de un incensario de plata.
—No estaba interesado —replicó Hikoemon—. Sólo me imploró que le cortara la cabeza.
—Si tal ha sido su única respuesta, no sería compasivo seguir insistiendo.
Hideyoshi pareció abandonar la idea de persuadir a Genba, y los surcos de su rostro desaparecieron de repente.
—Sé lo que estabais esperando, mi señor, pero me temo que no he sido un mensajero muy competente.
—No es necesario que te disculpes —le consoló Hideyoshi—. Aunque Genba sea un prisionero, no se inclinará ante mí para salvar su vida. Su sentido del honor es sobresaliente. Lamento perder a un hombre con esa clase de fortaleza y determinación. Si le hubieras persuadido y hubiera venido para cambiar de lealtad, es posible que tan sólo eso me hubiera hecho perder mi respeto por él. —Entonces añadió—: Eres un samurai y lo sabes bien en el fondo de tu corazón. Así pues, es comprensible que no hayas podido hacerle cambiar de idea.