Taiko (124 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Los enviados sólo pidieron antorchas y se pusieron en camino. Preocupado por la posibilidad de que les ocurriera algo, Muneharu ordenó a tres de sus servidores que les acompañaran hasta las líneas del frente.

Kanbei y Hikoemon hicieron el viaje de ida al castillo de Takamatsu y el regreso sin detenerse a descansar ni dormir. En cuanto llegaron a Okayama, fueron directamente a entrevistarse con Hideyoshi. Su informe fue breve y ceñido a los hechos:

—El general Muneharu se niega a capitular. Su resolución es firme, por lo que otro intento de negociación sería inútil.

Hideyoshi no pareció sorprendido. Dijo a los dos hombres que volvieran a verle una vez hubieran descansado. Más tarde, aquel mismo día, Hideyoshi convocó a los enviados y a varios de sus generales a una conferencia.

Ante un mapa de la zona, Kanbei revisó la posición de la línea defensiva de las siete fortalezas. Hideyoshi alzó la vista del mapa y se estiró como si estuviera cansado. Anteriormente había recibido noticias de la victoria de Nobunaga en Kai. Comparando la facilidad de los éxitos de su señor con sus propias dificultades, Hideyoshi confió en que sus perspectivas mejorasen en lo sucesivo. Se había apresurado a escribir una carta a Nobunaga, para darle su enhorabuena y explicarle las perspectivas de su propia campaña, al tiempo que le informaba de que había abandonado la idea de tratar de persuadir a Shimizu Muneharu para que se rindiera.

***

Hacia mediados del tercer mes, los veinte mil soldados que habían estado dispuestos para el combate en Himeji entraron en Okayama, y el clan Ukita envió otros diez mil hombres. Así, con una fuerza combinada de treinta mil, Hideyoshi avanzó cautamente por Bitchu. Tras recorrer una sola legua, se detuvo y esperó los informes de reconocimiento. Al cabo de otras dos leguas, volvió a detenerse para reconocer de nuevo el terreno. Todos los soldados habían oído los informes de las brillantes victorias en Kai, por lo que para muchos aquel avance prudente era frustrante. Algunos se apresuraron a afirmar que el castillo de Takamatsu y las fortalezas más pequeñas podrían ser capturadas en un solo avance rápido.

Sin embargo, cuando comprendieron las verdaderas condiciones de la batalla y las posiciones del enemigo, tuvieron que admitir que lograr una victoria rápida sería difícil.

Hideyoshi estableció el primer campamento en el monte Ryuo, un altiplano situado al norte del castillo de Takamatsu, desde donde podía ver directamente el castillo. De una sola mirada abarcaba la disposición del terreno y apreciaba la interdependencia de las fortalezas y el castillo principal. También podía examinar los movimientos de tropas desde el cuartel general del clan Mori y ser prevenido en caso de que enviaran refuerzos.

Hideyoshi inició la campaña tomando las pequeñas fortalezas que se alzaban en la línea fronteriza una tras otra, hasta que sólo quedó Takamatsu. Preocupado por aquel giro negativo de los acontecimientos, Muneharu envió repetidos mensajes a sus jefes supremos, los Mori, rogándoles que le enviaran refuerzos. Uno tras otro, los correos partieron con peticiones cada vez más desesperadas, pero las condiciones no permitían el contraataque de los Mori, y serían necesarias varias semanas antes de que pudieran reunir un ejército de cuarenta mil hombres para marchar contra el castillo de Takamatsu. Lo único que podían hacer los Mori era alentar a Muneharu para que resistiera y asegurarle que los refuerzos estaban en camino. Entonces quedaron cortadas todas las comunicaciones entre el castillo y sus aliados.

El día veintisiete del cuarto mes Hideyoshi sitió el castillo de Takamatsu, pero los quince mil hombres que se encontraban en el cuartel general del monte Ryuo no se movieron. Hideyoshi situó cinco mil hombres en las alturas de Hirayama y los diez mil del clan Ukita en el monte Hachiman.

Los generales de Hideyoshi se situaron en la vanguardia del contingente de Ukita. Parecía la primera disposición de las fichas en un tablero de
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, y el posicionamiento de sus propios servidores en la retaguardia de los Ukita, que hasta entonces habían sido aliados de los Mori, era una cuestión de prudencia.

Hubo escaramuzas entre las vanguardias de los dos ejércitos desde el primer día del asedio. Kuroda Kanbei, quien acababa de regresar tras inspeccionar las líneas del frente, fue a ver a Hideyoshi y le describió el primer día del sangriento encuentro.

—Esta mañana los guerreros del señor Ukita han sufrido más de cinco mil bajas, mientras que el enemigo no ha perdido más de cien hombres. Ochenta enemigos han sido muertos y otros veinte hechos prisioneros, pero sólo porque estaban gravemente heridos.

—Era de esperar —replicó Hideyoshi—. Este castillo no caerá sin un baño de sangre. Pero parece que los Ukita han luchado bien.

En efecto, la lealtad de la vanguardia formada por los hombres de Ukita había sido puesta a prueba.

***

Al llegar el quinto mes el tiempo se volvió soleado y seco. Los Ukita, que habían sufrido fuertes bajas en el combate inicial, cavaron una trinchera frente a los muros del castillo. La tarea les ocupó cinco noches, y la hicieron al amparo de la oscuridad. Una vez terminada la trinchera, lanzaron un ataque contra el castillo.

Cuando los defensores vieron que los Ukita habían avanzado hasta el portal y los muros exteriores del castillo, les llenaron de improperios. Era fácil imaginar lo enojados que estaban contra aquellos hombres que fueron sus aliados pero que ahora luchaban como la vanguardia de Hideyoshi. En cuanto vieron su oportunidad, los defensores abrieron de par en par el portal principal y cargaron.

—¡Ataquemos a esos gusanos! —gritaban.

—¡Matémoslos a todos!

Samurais y soldados se enzarzaron en combate. Quien vencía cortaba la cabeza de su enemigo y la alzaba. Luchaban con una ferocidad vista pocas veces incluso en un campo de batalla.

—¡Retirada! —gritó de repente el general de los Ukita en medio de las nubes de polvo y humo—. ¡Retirada!

Mientras miraban furibundos a las tropas de Ukita en retirada, los defensores sentían deseos de aplastarlos bajo sus pies. Empezaron a perseguirlos con gritos de «¡Matadlos!» y «¡A por sus estandartes!»

Demasiado tarde, el jefe montado de la vanguardia del castillo reparó en la trinchera de los Ukita abierta ante ellos. Al ver la trampa, trató de detener a sus hombres, pero éstos se lanzaron adelante, incapaces de ver el peligro. Se oyó una andanada y el espeso humo de la pólvora se alzó entonces de la trinchera. Los atacantes se tambalearon y cayeron.

—¡Es una trampa! —gritó el comandante en jefe—. ¡No caigáis en la trampa del enemigo! ¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Dejarles disparar! ¡Esperad a que recarguen y entonces saltad sobre ellos!

Varios hombres se sacrificaron lanzando temibles gritos de guerra. Se abalanzaron para atraer el fuego del enemigo y fueron acribillados por las balas. Juzgando el intervalo antes de la siguiente andanada, otros corrieron hacia la trinchera y saltaron dentro. La lucha empapaba la tierra de sangre.

Aquella noche empezó a llover. Los estandartes y los recintos cerrados con cortinas en el monte Ryuo estaban completamente mojados. Hideyoshi se refugió en una choza y contempló las melancólicas nubes de la estación lluviosa. No parecía muy animado.

Miró a su alrededor y llamó a un ayudante.

—Toranosuke, ¿es eso el sonido de la lluvia o las pisadas de alguien? Ve a cerciorarte.

Toranosuke salió pero regresó en seguida e informó:

—El señor Kanbei acaba de regresar del campo de batalla. Durante el camino de regreso, uno de los porteadores de su litera ha resbalado en el camino empinado, y el señor Kanbei ha caído al suelo, pero se ha reído, como si fuese divertido.

¿Qué hacía Kanbei en el frente bajo aquella lluvia? Como de costumbre, Hideyoshi estaba impresionado por el espíritu infatigable de Kanbei.

Toranosuke se retiró a la habitación contigua y puso leña en el hogar. La lluvia había hecho que los mosquitos eclosionaran y aquella noche eran especialmente molestos. El fuego calentaba la atmósfera ya de por sí bochornosa, pero por lo menos el humo también eliminaba a los mosquitos.

Nada más entrar, Kanbei se puso a toser.

—Cuánto humo —comentó al pasar cojeando entre los pajes, y entró sin anunciarse en la habitación de Hideyoshi.

Los dos hombres no tardaron en conversar animadamente. Sus voces casi parecían competir entre ellas.

—Creo que será difícil —dijo Hideyoshi.

Ambos quedaron en silencio un momento y escucharon el monótono sonido de la lluvia estival que caía desde los aleros de la choza improvisada. Finalmente Kanbei rompió el silencio.

—Es sólo cuestión de tiempo. Una segunda ofensiva total sería una empresa arriesgada. Por otro lado, podríamos resignarnos a una larga campaña y sitiar el castillo cuando nos convenga, pero eso también comporta grandes peligros. Los cuarenta mil soldados de la provincia natal de los Mori podrían llegar y atacarnos por la retaguardia, y entonces nos veríamos atrapados entre ellos y los hombres del castillo de Takamatsu.

—Por eso me siento tan deprimido en esta estación lluviosa. ¿Tienes alguna buena idea, Kanbei?

—Durante los dos últimos días he recorrido las líneas del frente, examinando cuidadosamente la posición del castillo enemigo y los accidentes geográficos que lo rodean. En este momento tengo solamente un plan en el que podríamos arriesgarlo todo.

—No se trata simplemente de tomar un solo castillo enemigo —dijo Hideyoshi—. Si cae, el castillo Yoshida pronto será nuestro. Pero si tropezamos aquí, esa derrota nos costará cinco años de trabajo. Necesitamos un plan, Kanbei. He pedido a las personas que estaban en la habitación contigua que se retirasen para que podamos hablar sin reservas. Quiero saber qué piensas.

—Es descortés por mi parte decirlo, pero sospecho que también vos tenéis un plan, mi señor.

—No voy a negarlo.

—¿Puedo preguntaros primero cuál es el vuestro?

—Escribamos los dos nuestras ideas —sugirió Hideyoshi, sacando papel, pinceles y tinta.

Cuando hubieron terminado de escribir, los dos hombres intercambiaron las hojas de papel. Hideyoshi había escrito una sola palabra, «agua», y Kanbei dos: «ataque con agua».

Ambos se echaron a reír, arrugaron las hojas de papel y se las guardaron en las mangas.

—Es evidente que la sabiduría humana no sobrepasa ciertos límites —dijo Hideyoshi.

—Es cierto —convino Kanbei—. El castillo de Takamatsu se alza en una llanura convenientemente rodeada de montañas, y no sólo eso, sino que el Ashimori y otros siete ríos recorren la llanura. No será difícil desviar el agua de esos ríos e inundar el castillo. Es un plan audaz que no se les habría ocurrido siquiera a la mayoría de los generales. No puedo por menos que admirar la rapidez con que habéis comprendido la situación, mi señor, pero ¿por qué vaciláis en ponerlo en acción?

—Verás, desde los tiempos antiguos, ha habido muchos ejemplos de ataques con fuego que han tenido éxito, pero casi ninguno con agua.

—Creo que lo he visto mencionado en las crónicas militares de la dinastía Han tardía y el período de los Tres Reinos. En una de las crónicas he leído algo sobre nuestro propio país durante el reinado del emperador Tenchi. Cuando los chinos nos invadieron, nuestros soldados construyeron diques para almacenar agua, de modo que cuando los chinos atacaran, los soldados japoneses romperían los diques y los inundarían.

—Sí, pero no tuvieron necesidad de poner el plan en acción porque los chinos se retiraron. Si llevamos a cabo este plan, usaremos una estrategia que no tiene precedentes. Así pues, ordenaré a algunos oficiales que tienen un conocimiento detallado de la geografía que determinen las necesidades de tiempo, gastos y hombres para los trabajos de ingeniería.

Lo que Hideyoshi quería no era sólo un cálculo aproximado, sino cifras concretas y un plan impecable.

—Por supuesto. Uno de mis servidores es muy ducho en esas lides, y si le pedís que venga aquí ahora mismo, creo que os podrá dar de inmediato una respuesta clara. De hecho, la estrategia que había ideado se basaba en las ideas de ese hombre.

—¿Quién es? —le preguntó Hideyoshi.

—Yoshida Rokuro —respondió Kanbei.

—Bien, llámale en seguida. —Entonces Hideyoshi añadió—: También dispongo de alguien que está familiarizado con la construcción y las condiciones del terreno. ¿Qué os parece si le hago venir al mismo tiempo para que hable con Rokuro?

—Eso estaría bien. ¿Quién es?

—No se trata de uno de mis servidores, sino de un samurai de Bitchu. Se llama Senbara Kyuemon. Ahora está en el campamento, trabajando exclusivamente en la confección de mapas de la zona.

Hideyoshi batió palmas, llamando a un paje, pero todos sus ayudantes personales, incluidos los pajes, se habían retirado a cierta distancia, y el sonido de sus palmas no les llegaba. El estrépito de la lluvia complicaba el problema. Hideyoshi se levantó y entró en la habitación contigua, gritando de un modo que habría sido más apropiado en el campo de batalla:

—¡Eh! ¿Es que no hay nadie aquí?

***

Una vez tomada la decisión de efectuar el ataque acuático, se descubrió que el campamento principal en el monte Ryuo era un inconveniente. El séptimo día del quinto mes, Hideyoshi se trasladó al monte Ishii, elegido porque desde su cima se dominaba el castillo de Takamatsu.

—Empecemos a medir las distancias —dijo Hideyoshi al día siguiente.

Acompañado por media docena de generales, Hideyoshi cabalgó hacia el oeste del castillo de Takamatsu, a Monzen, en las orillas del río Ashimori. Durante todo el camino no dejó de observar el castillo, a su derecha. Enjugándose el sudor de la frente, Hideyoshi llamó a Kyuemon.

—¿Cuál es la distancia desde las estribaciones del monte Ishii hasta Monzen? —le preguntó.

—Menos de una legua, mi señor —respondió Kyuemon.

—Préstame tu mapa.

Hideyoshi tomó el mapa que le tendía Kyuemon y comparó la construcción del dique propuesto con la disposición del terreno. Se alzaban montañas en tres lados, las cuales creaban una formación natural que parecía una bahía, extendiéndose al oeste desde Kibi hasta la zona montañosa en la parte alta del río Ashimori; por el norte, desde el monte Ryuo a las montañas a lo largo de la frontera de Okayama, y por el este hasta el borde del monte Ishii y Kawazugahana. El castillo de Takamatsu estaba situado en medio de esta llanura abierta.

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