Authors: Jordi Sierra i Fabra
â¡Eh, eh! âSe puso seriaâ. No tienes por qué darme explicaciones.
â¡Quiero dártelas!
âTienes treinta y ocho años. Ya imagino que no habrás sido un santo, y menos desde la muerte de Pilar.
âSer un santo o un demonio no tiene nada que ver. Lo que más me importa ahora mismo es que no te sientas humillada.
â¿Humillada? âFrunció el ceñoâ. Nadie puede humillarme si yo no me dejo humillar. Lo único que siento por esa mujer es pena, porque debe de ser muy duro llegar a su edad y suplicar amor. âMientras decÃa estas palabras pensó en su madre sin pretenderlo.
â¿No estás enfadada? âse extrañó él.
â¡No!
â¿Ni un poco?
âSorprendida sÃ, enfadada no. CreÃa que esos números los montaban las chicas de mi edad por celos y cosas asÃ. Ya sabes, lo de la mejor amiga que te quita el novio y todo ese rollo. Pero esa señora... âSonrió malévola y le preguntóâ: ¿Qué pasa, que no puedes salir con mujeres de tu edad? ¿Has de saltar de las mayores a las jovencitas?
âNo digas eso. âPuso cara de dolor.
Beatriz miró una fracción de segundo a la esquina de la plaza con su calle. Como si su madre pudiera aparecer de un momento a otro. Luego lo besó en la boca, con rápida densidad.
Rogelio trató de retenerla antes de que se soltara, pero no pudo.
âVen.
âNo. Las ventanas tienen ojos.
âVamos ahà abajo. âSeñaló la esquina opuesta.
âVete a casa, y si todavÃa está ella...
âEntraré por el garaje, pero no creo que esté.
âYo tampoco.
âTe quiero.
Beatriz ya se encontraba a unos metros.
Ingrávida.
Rogelio pensó que se estaba yendo y ya la echaba de menos.
Ella quiso correr de nuevo a su encuentro y besarlo.
La distancia se hizo mayor.
âYo también. âLe lanzó una última sonrisa.
Ni siquiera habÃan quedado para volver a verse.
AGITACIONES
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Puso el ordenador de manera que si su madre o Carlota entraban sin llamar, algo improbable aunque era mejor ser precavida, no pudieran ver la pantalla y tuviera tiempo de cambiar la imagen, sustituyendo las fotos por otra cosa.
Las fotos.
Rogelio solo, Rogelio y ella, ella sola y desnuda.
Era consciente de haberlas hecho, y de haber dejado que él se las tomara. Consciente del momento, del placer de fotografiar y ser fotografiada en sentimiento y carne viva, sin miedos, sin falsas vergüenzas, aunque él no se hubiese dejado hacer ninguna de cuerpo entero por aquel extraño pudor. Consciente del morbo que representaban sus propias desnudeces en el contexto de su recién nacido amor.
Consciente de todo ello y más.
Sin embargo, las contemplaba absorta.
Las descubrÃa.
Y se descubrÃa a sà misma en otra dimensión.
La cara de bobo enamorado de Rogelio, y la suya, la excitante belleza que de pronto captaba en sà misma...
Amplió detalles, recordó palabras, buscó sensaciones. Rogelio era guapo, pero en aquellas fotos, su imagen trascendÃa por completo la belleza. En cuanto a sà misma... Era la primera vez que veÃa su cuerpo de aquella forma, atrapado en un momento. Cuando se miraba en el espejo se movÃa, se hablaba, entraba y salÃa de cuadro. El espejo era cotidiano. Cada dÃa se asomaba a él. Las fotografÃas no. En aquellas imágenes nacÃa y se consolidaba su esencia de mujer. VeÃa la luz de su rostro mirándolo a él, las delicadas curvas de su silueta, el poder de su cabello y de sus ojos, la lÃnea de sus labios, la forma del pecho, la mórbida oscuridad de su sexo, aquel triángulo que ya no era un rincón oculto y perdido de su anatomÃa, sino un continente entero explorado por el afán del hombre que lo habÃa hecho suyo.
¿Le faltaba un mes para cumplir los dieciocho? No, de repente tenÃa treinta años. Por lo menos.
Volvió a pasar todas las fotos, una a una.
Hasta que, al final, buscó aquellas en las que aparecÃan juntos.
Seleccionó una.
La miró intensamente, para estar segura.
Cada detalle, por Ãnfimo que pareciera.
Cuando despejó la última duda, la imprimió.
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No habÃa dormido del todo bien.
Tuvo pesadillas.
Ahà estaban todas, mezcladas, Pilar, Concetta, Elena, Aurora, Amalia...
Todas menos Beatriz.
La habÃa estado buscando, incluso en el sueño aparecÃa Martina convertida en una especie de ángel de la guarda que lo guiaba y acompañaba. Finalmente, Amalia lograba apartar a todas las demás y lo besaba...
Agradeció despertar.
Se quedó en la cama largo rato, pensativo, sin importarle que el dÃa estuviese ya en su mitad y fuese casi la hora de comer. La cama se habÃa convertido en su palacio de verano, su reducto. La huella de Beatriz seguÃa impresa en las sábanas y la almohada. Su olor lo atravesaba tanto como lo hacÃa su sabor en la boca. Miraba la puerta y esperaba verla reaparecer, con los discos o con su cámara.
Al final tuvo que obedecer a las leyes fisiológicas y levantarse.
Ya no regresó a la cama.
Aunque no cambió mucho su actitud, porque se desplomó en la butaca de la sala.
El reproductor de música continuaba encendido.
Tomó el mando a distancia y seleccionó aquella canción de Foreigner, la última que habÃan escuchado horas antes.
Mientras la música lo envolvÃa hizo algo más.
Alzó la mano y agarró la fotografÃa de Pilar.
La sonrisa de la mujer a la que habÃa amado lo internó por una senda plácida, aunque a ambos lados se abrieran los precipicios que más temÃa.
âPilar âexhaló.
â¿Qué? âle respondió ella.
â¿Tú qué opinas?
âSiempre te has enamorado igual, a lo bestia, sin darte un respiro.
âEsta vez es distinto.
â¿Por qué?
âPorque ella es distinta.
âPero tú eres el mismo.
âHe cambiado.
âNo se cambia en unos dÃas.
â¿Asà que estoy loco?
âSiempre lo has estado. âLa voz fluÃa como un rÃo caudaloso por su menteâ. Eso fue lo que más me gustó de ti.
âEs tan... inocente.
âEs una mujer. No te confundas. Si piensas asÃ, la perderás, o te perderás a ti mismo porque no sabrás qué hacer. OlvÃdate de su edad. OlvÃdate de la culpa.
La culpa.
Pilar también le hablaba de la culpa.
El maldito cáncer de los sentimientos.
â¿Crees que le haré daño?
âNo lo sé.
Le pesó el marco, la fotografÃa, y lo dejó caer sobre sus rodillas.
Si le hablaba a una imagen y escuchaba su voz como respuesta, sà que acabarÃa volviéndose loco.
âTengo miedo âreconoció.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo. HabÃa sido un error guardar la foto de Pilar en un cajón la noche que llegó Beatriz. Ahora era un error conservarla allÃ.
TenÃa que ordenar su casa y limpiar su vida.
Por lo menos, lo de Amalia parecÃa haber terminado.
De una vez.
Por lo menos.
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Una única foto.
La de sà misma con Rogelio.
Unos dÃas antes, ni lo habrÃa imaginado. Unos dÃas antes habrÃa estado segura de que el amor era una senda intransitable, situada en un paraje imposible de ser alcanzado. Unos dÃas antes, ella fotografiaba a desconocidos, jugaba a ser bruja, interpretaba sus rostros y sus sentimientos, y quemaba esas imágenes siguiendo un ritual difÃcilmente lógico o razonable.
Ahora, el juego la alcanzaba a ella.
Se contempló a sà misma y a Rogelio, sus rostros, su pelo alborotado, su desnudez, aunque la cámara suspendida en lo alto sólo hubiera captado la cabeza y la parte superior del pecho. Y contempló lo que habÃa intuido en la pantalla del ordenador.
El amor.
No habrÃa quemado la foto de existir la menor duda.
Y no tenÃa ninguna.
HabÃa amor en su expresión, su sonrisa, sus ojos, en la dulce cadencia de sus posturas.
Amor bajo la luz de la sorpresa.
Asà que aquélla era la fotografÃa más importante de cuantas hubiera quemado.
La sujetó con la mano izquierda. La derecha prendió el mechero. La llamita brotó de su extremo con su coloración rojiza y azul, rojiza en el centro, azul en el borde. La aplicó al papel y contempló cómo éste se abrasaba rápidamente, cómo se consumÃa a sà mismo, retorciéndose hacia adentro mientras las cenizas de lo quemado caÃan al suelo.
El primer rostro en desaparecer fue el de Rogelio.
TodavÃa no soltó el papel, lo retuvo hasta casi el final.
En cuanto comenzó a sentir el calor abrasándole los dedos, lo dejó ir.
La involución fue plena, flotó en el aire y dejó de existir. Una voluta de humo suspendida en torno a las últimas cenizas. Lo último que vio Beatriz fue su propia sonrisa.
Tuvo un estremecimiento.
Porque esa sonrisa era mucho más grande que la real.
Continuó arrodillada frente al estanque sin darse cuenta de que la vida dominical aleteaba a su alrededor.
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¿Cuánto rato llevaba hablando por teléfono con Juan Pablo?
¿Quince, veinte minutos?
Una charla intrascendente, entre amigos. Una próxima salida. Una cena. Y junto a todo ello, flotando en medio de la conversación, la presencia de Beatriz. Hablaba sin darse apenas cuenta, de manera mecánica. La veÃa y la sentÃa en todas partes.
Por eso le dijo aquello, sin siquiera pensarlo.
Necesitaba cómplices...
âMe ha sucedido algo.
â¿Algo importante?
âSÃ.
âPues venga, suéltalo.
¿De verdad tenÃa que compartirlo con alguien?
¿Por qué?
âEstoy saliendo con una chica.
âNo serÃa ninguna novedad si no fuera porque el tono con el que me lo cuentas...
âEs algo muy fuerte, sÃ.
â¿Te has colado?
HabÃa muchas palabras para definir el primer estallido emocional del amor. Beatriz habÃa empleado uno: cuelgue. Ahora Juan Pablo utilizaba otro: colarse. ¿Cuántas más debÃan de existir?
âDel todo.
â¿Y ella...?
âLo mismo.
âEntonces bien, ¿no?
Una voz interior le gritaba que no lo hiciera, que se callara. Otra le recordaba que él era su amigo, que serÃa al primero a quien querrÃa presentársela. Las dos voces se ahogaron una a la otra y se quedó solo, con aquel vacÃo en su mente.
âTiene dieciocho años. âLa elevó ya de categorÃa para hacerla más mujer.
â¿En serio? âEl tono de Juan Pablo fue de incredulidad.
âNo es una crÃa, te lo aseguro. FÃsicamente parece de veinte o más. Y mentalmente...
â¿No decÃas que se habÃan acabado las jovencitas?
âEso fue antes incluso que lo de Pilar. Esto es distinto.
â¿Cómo de distinto?
âNunca me habÃa sentido igual.
âRogelio...
Llegó la irritación.
¿Qué esperaba?
Juan Pablo ni tan sólo la conocÃa.
âTe juro que es más de lo que pueda contarte.
âNo, si te creo, pero...
âPero ¿qué?
âSoy tu amigo.
âPor eso.
âNo quiero que te cabrees conmigo.
âAsà que no lo ves bien.
âNi bien ni mal. âPareció buscar las palabras adecuadasâ. Es como si estuvieras desorientado y cualquier asidero se te antojara perfecto para relanzarte. No sé si me explico.
âTe repito que no es una niña.
âPero visto desde fuera... Joder, tÃo, la vida es algo más que cama o vivir un sueño. Luego está el dÃa a dÃa, salir, la familia, los amigos...
âNo, el dÃa a dÃa es Beatriz, como tú con Laia. Yo ya no vivo con mi familia.
âTienes treinta y ocho años âle recordóâ. Veinte más que tu Beatriz. No son cinco ni diez, ¡es más del doble! A los dieciocho años, el mundo no es lo mismo que a los treinta y ocho. Por lo tanto, la diferencia no es únicamente fÃsica, sino mental, situacional. ¿Quieres hundirle la vida a esa chica?
â¿Yo a ella?
âTú estás de vuelta. Ella posiblemente ni siquiera haya empezado a ir.
âSi lo sé, no te lo cuento ârezongó.
âTenÃas que contármelo y lo sabes.
âNunca le harÃa daño.
âPues igual ya has empezado, inconscientemente, por supuesto. âHubo una breve pausaâ. Eres mi amigo, pero...
âPero ¿qué?
âSi pierde la cabeza por ti y luego pasa algo...
Empezó a sentirse irritado.
No necesitaba escuchar una conciencia externa. Bastante tenÃa con la suya.
âTambién te puede pasar a ti con Laia, y tenéis hijos. ¿Quién está seguro sentimentalmente hoy en dÃa?
âMira, Rogelio, sólo te digo que tengas cuidado.
âSÃ, papá.
â¡No jodas, hombre! ¡En una relación dispar, uno de los dos debe pensar con la cabeza, y no vas a pretender que sea esa chica!
âCuando dos personas se encuentran es porque se necesitan.
â¿Necesitar?
âEs todo lo que quiero.
âSi no te cansas de ella tú, ¿cuánto crees que tardará en bajar de su nube? ¡Un tÃo de treinta y ocho años, que además trabaja en el mundo del disco! ¡Fascinante! ¡Pero aparecerá un veinteañero guapo y adiós, o se cansará o...!
â¡No la conoces, Juan Pablo!
âEres alucinante.
âTe lo he contado porque necesitaba una voz amiga, compartir algo importante para mÃ. âLa irritación aumentó de tonoâ. Lo que menos esperaba era que te pusieras en plan moralizante, o emocionalmente castrador.
âNo, me lo has contado para que alguien te diga lo que ya sabes, para quitarte la responsabilidad. Tú mismo eres consciente de lo que está en juego, no me vengas con hostias. Debes de estar más asustado que...
âEspero que cambies de idea cuando la conozcas âquiso terminar la conversación.
âMira âsuspiró su amigoâ. Ojalá fuera todo maravilloso y te saliera perfecto. Te lo digo en serio: ojalá. Pero para este tipo de relaciones hacen falta dos personas muy seguras y muy enteras.