Más allá de demostrarme su apoyo moral, María Luisa no puede ayudarme en realidad. Desconoce el pasado de Javier, porque a ella se le presentó como huérfano de padres, criado por los servicios sociales, autodidacta y hecho a sí mismo. Desde luego, ahora me parece que es una coartada fantástica para no tener que dar muchas explicaciones y, a la vez, despertar ternura. Con todo, la mujer se pone a nuestra disposición, nos invita a comer a mí y a mis amigos en el restaurante de la bodega y nos enseña personalmente las instalaciones y las obras del hotel que están a punto de inaugurar.
Estamos recorriendo lo que en breve será un spa rural cuando suena mi teléfono móvil y me sorprende comprobar que es Red Angel.
—¿Cómo dicen ustedes? ¿Hablando del rey de Roma…? Pues anoche me llamó tu novio. Me quedé muerta, Pandora, a punto estuve de no responder.
Me imagino la sorpresa de la actriz, porque yo misma estoy entre estupefacta e indignada. ¡Coño, que falto una semana y el tipo se pone como un loco a llamar a líneas eróticas! Me recrimino a mí misma el mosqueo porque, al fin y al cabo, estamos hablando de un gusano con quien yo ya no tengo relación alguna aunque él no lo sepa. Así es que me concentro en lo que me cuenta Samantha.
—Estuvimos platicando un rato y le pregunté por su esposa, así, como si nada.
Y él me dijo, como hacen todos, que no le hace feliz, que él necesita más marcha, que si en realidad es una mujer mayor… Cuando le pregunté por qué se había casado con ella, el muy cerdo me confesó que por la pasta. «Está podrida de dinero», me dijo. Y añadió que, desde luego, ni se la había follado ni pensaba follársela. Que las pocas veces que había tenido sexo con ella, la mujer había tenido suficiente con un cunnilingus y que, alguna vez, no se había molestado ni en hacérselo, que utilizaba sólo las manos.
Me incomoda estar hablando del sexo de una persona a la que no conozco, pero con la que mi novio tiene en la actualidad una relación tan controvertida. Le doy las gracias a Samantha y le pregunto si grabó la conversación.
—Por supuesto, mamita. Es mi seguro de vida. Si quieres una copia, vamos a tener que hablar de negocios.
Tumbada sobre la cama de la habitación miro el techo mientras hago recuento por enésima vez de lo que he escuchado tanto de María Luisa como de Samantha, sorprendida todavía por la velocidad con la que una persona presuntamente intachable se convierte en un cerdo asqueroso. Javier, que odia despeinarse y lleva el cabello tan engominado que a veces parece de mentira…
Javier, que no puede hablar de la «escobilla del váter» sin sentir arcadas…
Javier, que no consiente ni una insinuación de malas palabras sobre su persona… le ha contado a una actriz porno, después de correrse mientras ella se penetraba con un dildo vibrador, que no se folla a su mujer porque le da asco y que se casó con ella por dinero…
El teléfono de Carmen empieza a sonar y decido contestar puesto que ella se encuentra bajo la ducha y sé de buena tinta que, ya puede llamar el mismísimo Papa de Roma, que Carmen no existe mientras la puerta del excusado esté cerrada.
—
Hi, my love
.
Es Henry Lowett III.
—Soy Pandora, Carmen está en el baño. ¿Cómo estás?
Pero a Henry le interesa más saber cómo estoy yo y le hago un rápido resumen de los acontecimientos que, por supuesto, ya sabe por mi amiga.
Su silencio tras contarle la última conversación con Samantha me hace pensar que la comunicación se ha cortado, pero no.
—¿Estás segura de que ha dicho eso? —pregunta.
—Bueno. Es lo que dice ella. Yo no he visto el vídeo, pero supongo que lo habrá dicho, sí. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Pasa que si eso es cierto tenemos una oportunidad y una baza para negociar. Tienes que conseguir ese vídeo como sea.
Decir que duermo esta noche es una exageración. La urgencia de Henry por recuperar el vídeo de Samantha me ha dejado sin palabras. Henry es abogado. Su trabajo está en el Foreign Office, pero tiene una completa formación en leyes a la que en estos momentos yo me aferro como a un clavo ardiendo. Carmen intenta tranquilizarme al respecto en cuanto sale del baño.
—Henry es muy bueno en lo suyo, Pandora. Si él dice que eso es posible es que lo es. No es un vendedor de humo. Por Dios, ¡si es galés!
Me tiene que servir la explicación y la doy por buena. Así que espero al amanecer haciendo planes desesperados que pasan por coger a toda prisa el coche de alquiler que tenemos y volar a primera hora a la bodega en busca de María Luisa.
Nuestro AVE sale a mediodía y, aunque estoy dispuesta a perderlo con tal de convencer como sea a aquella mujer, de pronto me parece fundamental llegar cuanto antes a Madrid para poner en marcha el resto de mis ideas.
La encuentro sentada tras la mesa de su despacho, vestida con un discreto pantalón negro y una blusa un poco menos recatada que la de ayer.
En dos palabras le explico lo que Henry me ha contado y su rostro se ilumina con una gran sonrisa.
—Parece que empiezas a tener resultados. Me alegro mucho. Ojalá acabes con él.
Pero yo quiero algo más que buenos deseos.
—Necesito el vídeo para demostrarlo y Samantha sólo me lo dará si le consigo una entrevista de trabajo. ¿Te he dicho que estudió Turismo en Cuba y que hizo un curso de informática en España?
Veo que María Luisa no pierde la sonrisa cuando empieza a asimilar mis palabras, así es que me animo y prosigo.
—Me pareció oírte decir ayer que necesitabas a alguien experto para poner en marcha el hotel y darle vida a la página web…
Nada me habría gustado más que ver la cara de María Luisa de Pagos cuando el domingo por la mañana entró por la puerta de su despacho la mismísima Red Angel, reconvertida en una digna aspirante a directora de hotel, recepcionista o cualquier otro puesto que la ayudase a apagar la cámara y ponerse las bragas de una buena vez. Pero la experiencia no debió de ser mala porque a primera hora de la tarde del lunes yo tengo el DVD en mi poder, entregado, como le había pedido expresamente a Samantha, a mi nombre en el periódico.
Por evitarme un reencuentro que no me apetece nada, sigo manteniendo con Javi la ficción de que estoy en Zaragoza, acompañando a Carmen en la presunta enfermedad de su padre.
En realidad, he pedido asilo en casa de ésta en Madrid, lo suficientemente cerca de mi apartamento como para ir a coger lo que necesite en un momento, y lo suficientemente lejos como para divisar en la distancia si hay alguien esperándome.
En cualquier caso, Laurita y su padre, Amadeo, el portero, me hacen la cobertura perfectamente y tienen instrucciones precisas para responder, si alguien pregunta por mí, que no he vuelto desde el jueves.
No es agradable lo que vemos en el DVD, pero es todo lo que Henry necesita para poner en marcha el plan. Y esta misma tarde de lunes convoco una reunión en casa de Carmen para aclarar los siguientes pasos.
—Yo creo que lo mejor es ir a Marbella a hablar con la esposa.
Tenemos que hacer que se ponga de nuestra parte.
La propuesta de Henry, aunque acertada, me parece llena de riesgos y el primero es, por supuesto, que nos demos contra un muro.
—No sabemos qué tipo de relación tienen. ¿Y si está enamoradísima de él?
—Creo que más bien está desengañadísima. Puede que se enamorara en su día, pero mis fuentes aseguran que él la humilla.
La palabra de Pepe y de sus fuentes exconvictas, con todo, no me parecen suficiente.
—En cualquier caso, Pandora, no tienes nada que perder. Yo pienso que si vas a su casa y le dices: «Su marido me pidió en matrimonio pero yo no sabía que ya estaba casado», ella te tendrá que dar las gracias, ¿no es cierto? Eso como mínimo.
Me gusta cómo orienta Patricia la cuestión, así es que la animo a seguir.
—Luego, además, según veas cómo reacciona, le puedes insinuar que tienes algo para ayudarla. No sabemos por qué esta mujer no se ha separado todavía si es verdad que él la humilla y dudo que nos lo cuente por teléfono. Tienes que ir allí y averiguarlo.
—¿Cómo que no sabemos por qué no se separa?
Lucas Tenorio, al cual yo no he convocado, pero ha acudido de la mano de Elena, toma la palabra para pronunciar uno de sus clásicos discursos sobre la naturaleza de las mujeres y las sólidas bases que sientan las relaciones entre humanos…
—No se separa por la misma razón que él se casó con ella: por el dinero. ¿Y si no hicieron separación de bienes? La mitad de lo que haya ganado en estos años ahora sería de él. Además, estamos hablando de una mujer mayor… imagino que no le hará ni puta la gracia saberse estafada por un cazafortunas y un gigoló. Tendrá una reputación que mantener… Yo creo que te recibirá con los brazos abiertos, sobre todo a Henry.
Así es que, al final, decidimos que, en cuanto podamos volver a colocarle vigilancia a Javier, Henry y yo viajaremos a Málaga para hablar con ella y tratar de ganarla para la causa.
A Pepe vuelve a tocarle la ingrata labor de vigilar la puerta de la casa de mi (ex) novio. Llevo meses acostándome sólo con él y ahora mi cuerpo me pide otros sabores, otros tactos y otros olores y necesito ver la cara de otro hombre al correrse dentro de mí, oír gemir de placer y pronunciar mi nombre con otra voz. Pepe es mi primera opción, pero el plan es más importante que un polvodescorche y me resigno a recargar la batería del vibrador, rezar para que sea ése el motivo por el que había dejado de funcionar y esperar hasta mañana.
No tenemos que esperar mucho. El martes por la mañana, Javi sale de casa camino del gimnasio, y Pepe se pega a él como una lapa. Marcos se ofrece a sustituirle por la tarde, al salir de clase, para que mi follamigo no se queme tan pronto. Así es que Henry se toma un día libre en la embajada y hoy mismo cogemos un AVE para Málaga.
A Juan Carlos le gusta el cariz que han tomado las cosas. Había previsto que me afectaría descubrir que mi novio es un fraude, pero tiene que reconocer que nunca pensó que me recuperaría tan pronto. Patricia, Elena y Carmen van a verle para ponerle al día de los acontecimientos y se lo encuentran excepcionalmente demacrado, delgado y tirado sin fuerzas en un sillón.
—Pero ¿estás solo? ¿Y tu familia?
Patricia pellizca a Elena demasiado tarde para evitar la indiscreción. Con todo, Juan Carlos no tiene fuerzas ni para enfadarse, así que chasquea la lengua y se vuelve de medio lado para no mirarlas mientras explica que la santa de su mujer no pudo aguantar muchas batallas más y tras la segunda guerra del Golfo, la de Afganistán y la de Irak, le pidió el divorcio antes incluso de que España retirase sus tropas. A los críos les tocó justo en ese momento en el que todos los padres dejan de ser superhéroes y se convierten en personas que no hacen más que pedirte obviedades y repetirte las cosas. Cosas como: «Este fin de semana no me puedo quedar con vosotros porque estoy en Basora» o «Ya sé que os prometí llevaros de viaje este mes que viene, pero es que hay una guerra en el Líbano…». Elena se muerde la lengua para no decirle que no le da ninguna pena, pero cuando salen de allí Patricia, muy impresionada, comenta que le recuerda al triste personaje de George Clooney en
Up
in the air.
—Habrá que inutilizar su portátil —comenta Juan Carlos cuando las chicas ya salen por la puerta—. Va a todas partes con un ordenador, según contó Pepe. Seguro que allí tiene guardadas carpetas con las famosas fotos de la bodeguera, las que le haya hecho a su mujer y, no lo quiera Dios, puede que alguna de Pandora.
Mis amigas toman nota, pero se marchan convencidas de que de ninguna de las maneras Javier tendrá una foto mía comprometida. Básicamente porque yo no me dejo fotografiar desnuda.
Lo conté en un relato hace tiempo y lo mantengo hoy: fotos no.
Laurita ha venido a contarme que un tipo de su clase con el que se enrolló una noche hace tiempo ha colgado en su página de Tuenti unas fotos de los dos dándose el lote. La pobre está desolada, porque su novio actual las ha visto y, obviamente, no le han hecho mucha gracia.
Mientras decide si convence por las buenas al traidor para que quite las fotos o mejor le denuncia a la red social (aunque está difícil esto de la política de imágenes), me he sentado con ella para explicarle que no iban tan desencaminados los indios cuando se negaban a ser retratados porque pensaban que, con cada fotografía que les tomaban, les robaban un pedazo de alma.
Desde luego, yo tengo prohibida la entrada a mi dormitorio (como en los vestuarios de los gimnasios y en los cines) con cámaras o móviles, para evitar tentaciones. Y hace tiempo que vigilo muy mucho mis poses en las fotos que me hacen por ahí, por si pueden llevar a equívocos. Sobre todo desde que una instantánea mía bailando desmelenada con un taburete de bar en una fiesta a la que me invitaron acabó en el tablón de anuncios de una comisaría de policía bajo el letrero de «Se busca».
Conozco a un tipo que una vez se dejó grabar con el móvil un vídeo de alto voltaje mientras echaba un polvo furioso con una compañera de trabajo. La chica en cuestión (que disfrutaba de las imágenes en diferido para su único solaz y entretenimiento) perdió un día el teléfono y quien quiera que se lo encontró colgó el vídeo de ambos en Youtube. Broncas, discusiones, amenaza de despido… Y todo porque a la niña le excitaba verse con el culo en pompa y a cuatro patas.
Yo siempre presumo de que puede que haya uno o dos desnudos míos dibujados a mano alzada (uno de ellos es el de mi retaguardia, que utilizo como felicitación navideña), pero ninguna foto inoportuna e impresentable. Sin embargo, confieso que una vez participé en una sesión de fotografías eróticas con un novio que tuve hace unos doce o trece años (Alfredo, por supuesto) y que acabó, con tanta calentura de roces y posturitas, en un polvo con todas las de la ley. Creo que, incluso, tomó alguna imagen de mi cara mientras llegaba al orgasmo. La verdad es que esta última, al menos, no me habría importado verla, pero en cuanto se nos pasó el desenfreno, ninguno de los dos se atrevió a llevar el carrete a revelar. A punto estuve de confiárselo a Ulises, que en aquella época hacía prácticas de fotografía y tenía un cuarto oscuro en casa, pero me lo pensé tanto, que, finalmente, el rollo se veló.
Creo que para esas cosas tengo una flor en el culo o un ángel de la guarda que vela por mí cuando yo ya he perdido la cabeza. Y es que las cosas que somos capaces de hacer en pleno golpe de Estado de hormonas nos pondrían los vellos de punta en cualquier otra ocasión.