Sexpedida de soltera (31 page)

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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

BOOK: Sexpedida de soltera
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Henry tiene prisa por ir al meollo de lo que nos ha llevado hasta Marbella esta mañana y lo agradezco porque tanta flema británica va a acabar con mis nervios. De hecho, de pura precipitación me he escaldado la lengua y el paladar al darle un trago al té que nos acaban de servir y en esos momentos tengo la boca como las fauces de un dragón.

—Créame que nada me haría más feliz, Mr. Lowett, pero cuando nos casamos no tuve la precaución de estudiar la legislación de bienes y, en estos dos años, mis empresas han experimentado una evolución muy favorable. De hecho, creo que es Héctor el que busca una excusa para pedirme el divorcio. Ya me lo ha insinuado un par de veces y una vez casi llegamos a tramitarlo, pero me sale infinitamente más caro que seguir manteniéndole. Hasta ahora he conseguido ocultarle este enriquecimiento, así que exige menos de lo que le correspondería legalmente. Ojalá tuviera hijos, al menos podría legarle a alguien esta fortuna… Mi abogado está buscando una salida que no me haga perder la mitad de mi dinero, pero me temo que la ley galesa es muy clara al respecto. Si pudiera dar marcha atrás…

Llegados a este punto, los tres guardamos silencio. A mí me tienta preguntarle cómo demonios una mujer como ella ha caído en sus redes de gigoló, pero yo no salgo muy bien parada, dadas las circunstancias, y además noto cómo me crece una ampolla en el cielo de la boca que casi se me junta con la lengua. Dorothy me mira con sus ojos azul claro y me lee el pensamiento.

—Cuando llegue usted a mi edad espero que no sea tan vulnerable como yo, o como lo es usted ahora. Sólo le deseo que aprenda la lección, querida, y no se deje engañar por una fachada impecable. ¿Puedo ser honesta? ¿Me guardarán un secreto?

Henry contesta por los dos. Mejor, porque yo no estoy segura de si, al abrir la boca, no saldrá una llamarada.

—Estoy a su servicio, señora.

—Bien. Pues sepan que deseo volver a casarme, pero no podré hasta que no encuentre el modo y la manera de deshacerme de Héctor, y él lo sabe, aunque no tiene ni idea de quién es él. Por eso se presenta aquí sin avisar, para ver si me pilla con mi amante. Afortunadamente tengo amigos que se cuidan de que eso no suceda…

Henry la observa alarmado y me doy cuenta de que hasta se le ha erizado el pelo de la nuca. No es para menos. Empiezo a dudar del equilibrio mental de la mujer.

—No se preocupe, milord, Narciso es mi confidente. Mi… novio, por llamarle de alguna manera, es un caballero inglés, también de posición acomodada. Me reservo su identidad si no les importa, pero les garantizo que esta vez me he asegurado de que sea alguien de mi absoluta confianza.

La expresión «deshacerse de Héctor» me recuerda a su paisano, el rey Enrique VIII, y sus seis mujeres (sobre todo a la desventurada Ana Bolena), y un escalofrío me recorre la espalda, aunque si soy sincera no acabo de imaginarme a la dama tramando la muerte del indeseable de su marido, en plan, «Narciso, por favor, que parezca un accidente». Pero ella está pensando en algo más civilizado, un divorcio, aunque Javier no se merezca ningún miramiento…

Sé cuál es el siguiente paso, pero a Dios pongo por testigo de que no me atrevo a darlo, así que Henry se arma de valor y saca esa flema de diplomático británico capaz de comunicarte la peor de las noticias sin hacer que lo parezca. Mi dolorida boca se lo agradece enmudeciendo un rato más.

—Doy por hecho, señora, de que contrajeron ustedes matrimonio en Gales.

Ella asiente, Henry suspira y le dedica una generosa sonrisa.

—Bien, pues me alegra comunicarle que, según la legislación matrimonial del país de Gales, tiene usted el derecho de pedir la anulación de su matrimonio…

—Dudo que tal gracia me fuera concedida. De hecho, mi abogado se desvive buscando el resquicio legal que nos permita invalidarlo. No pretenderá decirme usted que, sin conocer mi caso siquiera, tiene la solución…

Llegados a este extremo, yo contemplo a los dos como quien mira un partido de tenis, sólo que con más impaciencia. No sólo porque entre una y otra frase en español se les escapa algo en inglés, sino porque estoy deseando saber el efecto que el descubrimiento de Henry producirá en Dorothy. Sí, lo reconozco, siento curiosidad morbosa. Mi amigo saca del maletín que lleva el libro que ha estado repasando durante todo el viaje y se aclara la voz para dar su golpe maestro.

—En realidad, no necesito saber mucho del caso, pero sí sé algunas cosas sobre la ley del divorcio en Inglaterra y Gales. Hay dos cláusulas más que lo hacen anulable que quizá su abogado no se ha atrevido a tratar con usted por lo delicado de la cuestión. —La pausa dramática de Henry deja a la señora en estado catatónico—. Una de ellas dice que el matrimonio es anulable «si no se ha consumado por incapacidad de uno de los cónyuges»…, sobre la que podríamos entrar a discutir… Pero en realidad, la que nos interesa ofrece la posibilidad de conceder la anulación «si no se ha consumado por haberse negado a ello uno de los cónyuges».

El silencio se hace tan presente que podemos escuchar la canción de los Chunguitos que tararea Narciso con la cabeza metida entre los macizos de flores.

—Mrs. Donelan, no voy a preguntarle si ha mantenido relaciones sexuales con su marido… porque tengo pruebas que demuestran que no. Así que, por lo que a mí respecta y a la Justicia Británica también, su matrimonio no ha sido consumado. Y, por lo tanto, es perfectamente anulable.

En el tren de vuelta a Madrid rememoro una y otra vez la cara de Dorothy Donelan, primero de estupor y después de incredulidad, hasta que Henry le propone enseñarle la prueba definitiva. Ella, que sin haberse quemado el paladar ni la lengua como yo, se ha quedado también muda, sólo acierta a asentir con la cabeza. Yo me pongo manos a la obra. Abro el ordenador portátil que llevo conmigo y le conecto un
pen drive
USB de ocho gigas en el que tengo memorizados la copia de los vídeos que Samantha me mandó ayer.

—Le suplico que nos perdone por haber visto estas grabaciones, pero creo que, al final, merecerá la pena.

La mujer me mira como si se hubiera olvidado de mi presencia y vuelve a asentir con la cabeza, mientras yo reprimo el impulso de santiguarme porque la primera de las grabaciones es aquella en la que aparecen los dos, semidesnudos frente a la cámara del ordenador, discutiendo mientras Red Angel los observa estupefacta y bastante asqueada. En este momento, recuerdo la parte que Carmen tradujo en mi casa en la que Héctor criticaba el aspecto del sexo viejo de su esposa y le recomendaba emplear algo de su fortuna en rejuvenecerlo. La indignación me come por dentro y veo que el círculo se cierra ante mis ojos: por fin he encontrado a un malnacido capaz de exigirle a una mujer que le presente un coño de muñeca, aunque para ello tenga que mutilarse los labios mayores. Por personajes como éste fue por lo que abrí
La cama de Pandora
. Y el malnacido, en esta ocasión, es mi propio novio. Pero Dorothy Donelan no parece demasiado turbada.

—No es lo peor que ha hecho —comenta.

No quiero averiguar cuál es la peor vejación que Javier ha podido infligir a esta señora y Henry se adelanta, con voz atiplada, antes de que nadie diga nada más.

—En realidad, Mrs. Donelan, como le decía antes, tengo entendido que usted no ha consumado su matrimonio, así que supongo que lo peor que ha podido hacerle su esposo ha sido precisamente eso…

Ambas le miramos
ojipláticas
y asentimos prudentemente, teniendo en cuenta que, en este momento, Henry actúa como representante del Gobierno Británico.

Decido acabar con la tortura y paso directamente al vídeo más reciente. Ante los tres, apiñados frente a mi pequeño
notebook
, aparece otra vez mi Javier o su Héctor, desnudo de cintura para arriba, en lo que identifico como el salón de su casa en Madrid.

La buena de Samantha tuvo la precaución de registrar la videollamada con la fecha y la hora de realización, así que, aunque también me ha enviado su registro de llamadas entrantes en las que aparecen las suyas, en la mismísima pantalla vemos que se ha realizado la mañana del sábado de abril que visitamos las bodegas de Vizconde de Pagos. Hace exactamente dos días. Mientras le veo masturbarse con gesto desmadejado y escucho la voz de Red Angel excitándole, no puedo evitar pensar que se corrió más rápido que algunos de mis amantes cuando les ofrezco follarme a cuatro patas. La idea me hace gracia y se me escapa media carcajada por la que tengo que pedir disculpas a los dos hijos de la Gran Bretaña que contemplan asqueados la paja de mi ex.

—Creo que será mejor que vaya al grano —digo mientras paso hacia adelante la grabación (afortunadamente la eyaculación, que había sido profusa, pasa desapercibida) y me detengo en el minutaje que tengo ya controlado y en el que se escucha con nitidez a Javier comentar con una curiosa y preguntona Samantha que él (y cito textualmente) «no se había podido follar nunca a aquella jaca inglesa [su mujer]», porque, «francamente, la mayor parte de las veces que lo he intentado no se me levanta» y, además, «¿quién quiere follarse a una vieja cuando se puede pajear mirándola a ella [Red Angel] o estar con pivones como uno que últimamente me follo de todas las formas que te puedas imaginar [¿yo?]?».

Paro la grabación y nos miramos los tres. Henry y yo, buscando alguna reacción en el rostro de Dorothy Donelan, y ella con una expresión indignada de rubor que mi amigo ataja de inmediato con ese irritante tono de voz que me hace imaginármelo con toga negra y peluca blanca de rizos.

—Antes de decir nada, permítame que le recuerde que, si corrobora esta declaración, su matrimonio puede ser anulado salvo que haya otras pruebas de este tipo que demuestren lo contrario. Quiero decir, en el hipotético caso de que su marido estuviera mintiendo en este vídeo y, sin embargo, pueda presentar otro en sentido contrario. Ya me entiende… Y ahora sí que tengo que preguntarle: ¿cree que es posible que exista una grabación de una cópula entre ustedes dos?

¿Una cópula? En el fondo la cosa resulta tan primaria como ésa. Si la ley dice que un matrimonio no está consumado hasta que el marido introduce su pene en la vagina de la esposa y ambos dos aseguran que eso no ha sucedido… La boda se puede anular y oye, cada uno por su lado. Y ella jurando que aún es doncella.

Vamos, que estoy convencida de que así te lo anula hasta el Tribunal de la Rota.

¿Sirve de algo que insista en que ya lo decía yo? Si al final resulta que lo más importante es el sexo.

Dorothy no se lo piensa tanto como yo. Mira fijamente a Henry y, con la mejor de sus sonrisas, jura que no habrá vídeo sorpresa de una cópula suya con Héctor.

—Fundamentalmente porque, como dice mi esposo en esa grabación, esta jaca galesa no se ha dejado montar. Sin embargo…

¿Por qué nunca detrás de una afirmación rotunda hay un punto y final?

—Sin embargo, no puedo garantizar que no haya alguna fotografía nuestra en actitud equívoca, que no lujuriosa, tomada siempre antes de la boda. ¿Cree que podría ser un obstáculo para la anulación?

Y heme aquí que yo le prometo que no. Pido a Henry Lowett III que se tape los oídos para jurarle a Dorothy Donelan que, igual que me hice con las pruebas que garantizan que no hubo consumación de su matrimonio, me desharé de todo lo que sugiera a cualquier tribunal, por pejiguero que sea, que ella no es una señora y que ha tenido algo más que requiebros y un cortejo honesto, decente y decimonónico por parte del que luego se convirtió en el sinvergüenza de su marido.

Así que le prometo que acabaré con cualquier cosa que la comprometa y salgo de su jardín, de su propiedad y de su vista arrastrando tras de mí a un Henry casi emocionado por el precedente legal que está a punto de sentar y a Narciso, con las manos llenas de malas hierbas que le ha arrancado a su madrina.

Las dos horas y media del tren se me hacen cortas intentando diseñar un plan de acción para conseguir eliminar cualquier prueba sobre Dorothy y, de paso, sobre María Luisa de Pagos. La bodeguera me llama esta misma mañana para hablarme de Samantha, de su adaptación al trabajo y al entorno y de su escueto vestuario de «ser humano presentable»… Pero se alegra mucho de saber que su intervención y la consiguiente cesión de derechos de los vídeos de Red Angel han logrado el milagro de ganar una nueva cómplice a nuestra causa. Y, ya puestos, como me siento generosa y optimista, también le prometo que me desharé de sus dichosas fotos, si es que existen…

Empiezo a pensar que lo mejor va a ser robarle el ordenador a Javier y santas pascuas. Como si fuera tan fácil… Prácticamente lo lleva pegado a la mano, como si fuera una valija diplomática. Además, a saber en qué servidor tiene alojadas las dichosas fotografías…

En el periódico, Julia me mira como si hubiera visto a un fantasma.

—Me viene fenomenal que hayas venido, porque de todas formas iba a llamarte.

Mientras me descuelgo el bolso y me quito la chaqueta, me fijo en que el ambiente está casi tan revuelto como el último día que pisé la redacción, sólo que ahora los corrillos se reúnen virtualmente en interminables correos de ida y vuelta.

A resultas del espectáculo de Esther en la última fiesta del periódico y de su paranoia persecutoria con el señor político del que se quedó colgada, parece inminente un cambio de aires para nuestra gata en celo. En los correos electrónicos se especula con la posibilidad de que ella misma haya pedido un cambio de destino a otra comunidad autónoma, aunque hay quien habla de que lo que quiere es aprovechar la situación que ha creado para hacerse un nombrecito en la prensa del corazón. Las lenguas de triple filo hablan incluso de un embarazo que es a todas luces imposible, salvo que sea la preñez mejor llevada de la historia, porque ella sigue teniendo, como el día que la conocí, la tripa pegada al culo.

Ninguno de los correos que tengo en mi bandeja de entrada en este sentido me aportan nada nuevo a lo que me susurra Julia mientras los abro. Sólo uno de Fernando me llama la atención.

«Ven a mi despacho cuando puedas», dice, con fecha de entrada de hoy mismo. Aunque ya está mediada la tarde y a punto de empezar la reunión de portada, voy a verle sabiendo que le encontraré remoloneando frente a su pantalla.

—¡Hola! Voy a ser breve.

A Fernando no le gusta andarse por las ramas.

—Julia dice que la autora del sabotaje de tus artículos es Esther Soto de
comosellame
. ¿Es verdad?

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