—Javier en realidad no se llama Javier. De hecho, con ese nombre no tiene más que una cuenta bancaria, pero ni una nómina domiciliada, ni el coche, ni el alquiler de su casa, de la que, por cierto, no es el propietario como te dijo, ni nada. Se llama Héctor Álvarez Ríos y tenemos sospechas fundadas de que puede ser un estafador. Un poco cutre; un estafador en zapatillas, pero un delincuente al fin y al cabo.
—¿Qué dices, tía?
Mi balbuceo apenas perceptible no arredra a Carmen, que hace un gesto con la mano para que no la interrumpa y sigue con su relato.
—Hemos averiguado que no es el enólogo de las bodegas Vizconde de Pagos, ni de ninguna otra. Ni en Huesca ni en ninguna denominación de origen en España. Trabajó en la bodega hace unos tres años, es cierto, pero como temporero recogiendo uva, hasta que trabó amistad con la bodeguera. Ahí hay una historia un poco turbia que la mujer no nos ha querido contar por teléfono, pero creo que, si quieres, a ti te la contaría. Desde luego ha reconocido las fotos que le mandamos de Javier, y corrobora que se llama Héctor. Laurita te puede demostrar todo lo que te digo, porque ha estado recopilando la información que hemos reunido y contrastado. Pero hay más…
Ojiplática
del todo veo cómo Carmen le hace un gesto a Pepe, que está al otro extremo del salón, y mi antiguo amante se acerca con una expresión de pesar en la cara.
—Hola, Pan. A ver… —Suspira antes de lanzarse a la carga—. He estado siguiendo a ese Javier o… Héctor varios días. Durante tu último viaje me pegué a su culo y le seguí hasta Marbella.
—Me dijo que estaba en Huesca porque una máquina se había averiado —interrumpo intentando desmontar la historia de Pepe.
—Lo siento, corazón, pero no ha estado en Huesca ni una sola vez desde que te conoce. Básicamente porque no tiene nada que hacer allí —apostilla Elena.
Enmudezco sin saber cómo demostrar que sus viajes son ciertos, pero no encuentro pruebas que enarbolar a su favor. Pepe retoma su discurso:
—Fuimos en AVE a Málaga, un coche con conductor vino a buscarle a la estación y le llevó a una urbanización privada, de esas de ricos, en Marbella.
Mientras Pepe habla, Lucas coloca un ordenador frente a mí en la mesa de centro y va pasando fotos que, supongo, ha tirado Pepe en las que se ve a Javier saliendo de la estación de AVE y subiendo a un coche con las lunas tintadas y fotos de un jardín inmenso con pequeñas villas desperdigadas salpicando el fondo verde de la imagen.
Estoy tan alucinada que no sé qué decir.
—La casa a la que fue pertenece a Dorothy Donelan, es una mujer algo mayor, de unos cincuenta y tantos o sesenta años, puede que más, aunque se conserva bastante bien. Es británica. Irlandesa o escocesa… no lo sé. Es rica porque heredó un montón de empresas de su marido, que murió hace cuatro o cinco años. Y está casada con él.
—Casada ¿con quién?
Tanta información empieza a marearme. Elena toma el relevo, adelanta un par de fotos de la propiedad de la que habla Pepe y me pone delante una imagen de ¡mi! Javier vestido de esmoquin abrazando a una mujer de cabello blanco y aspecto radiante e impecable que, efectivamente, va vestida de novia.
—Con Javi, o mejor dicho: con Héctor. Tu novio está casado. Ese cuento de la ex mujer que periódicamente se intenta suicidar no es más que eso: un cuento chino. Por eso desaparece tanto, a Huesca, a Málaga a ver presuntamente a la loca, de viaje de negocios… Porque tiene otra esposa. Una esposa rica, Pandora. Obviamente ha pegado un braguetazo, porque no creo que sea un matrimonio por amor. Sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente vive contigo…
Las últimas palabras de Elena me dan un vuelco al estómago, el corazón comienza a latirme demasiado deprisa y empiezo a sudar porque me acuerdo súbitamente de que nosotros ¡tenemos planes para casarnos! Como mínimo, dentro de unas semanas, él se mudará a casa conmigo y nuestra feliz vida de pareja, la que yo he deseado desde hace meses con toda mi alma y le he anunciado a todo el mundo a través de mi blog, comenzará. Les miro a todos, uno a uno, sin saber qué decir, mientras siento que las lágrimas y la indignación pelean por conquistarme.
Están todos locos: ¡yo soy su princesa! Me lo dice continuamente.
Eugenio, que siempre ha tenido un poder tranquilizante paranormal sobre mí, se coloca detrás y me pone las manos sobre la cabeza mientras me dice bajito al oído que no me preocupe, que todo acabará bien…
Tras el silencio, Lucas Tenorio y Laurita cambian un portátil por otro y mi amigo empieza a justificar su presencia con un balbuceo casi inaudible:
—Yo… esto… Yo sólo… En realidad yo no tengo nada que decir sobre tu novio, pero ¿te acuerdas cuando te dije en Barcelona que tenía una amiga que conocía a Javier? Pues la he encontrado. El otro día nos contó a Elena y a mí de qué se conocían y lo de menos es que haga consumo habitual de pornografía por Internet. A mí no me parece mal, la verdad…
Como ve que va perdiendo el hilo, Elena le da un cariñoso empujón para que siga contando.
—Sí, perdona. Pues eso, que Red Angel, mi amiga, fue quien nos contó que estaba casado porque ella ha visto en alguna ocasión a su mujer. El caso es que Samantha… quiero decir, Red, nos dijo que tenía un vídeo y algunas imágenes que te quería enseñar a ti directamente. La tenemos en una conexión online, porque ahora vive en Barcelona, creo.
En vista de que Lucas, tan torpe como siempre, es incapaz de encontrar la conexión, Laura se acerca, le quita el ordenador, y al cabo de unos segundos vuelve a ponérmelo delante. No sabiendo muy bien qué decir, sonrío y ella me devuelve una enigmática mirada que tal vez quiere ser una mueca amable.
Cuando la llamada llega al cuarto toque, un recuadro se ilumina en la pantalla y aparece una mujer de pechos operados con una espectacular silueta desnuda en color tostado que, obviamente, no nos habla a nosotros.
—Así, así, mi amor. Acaríciate así. ¡Qué rico! Mira cómo me estás follando, mi cielo. ¡Ahhhhh! Qué placer me da tu polla. Esta polla es tuya… ¿Quieres que me la meta por el culo? Claro que sí, todo lo que te dé placer…
Incapaces de reaccionar ante la sensual voz de Red Angel y atraídos todos, vamos a reconocerlo, por el polvo cibernético del que estamos siendo testigos, nos quedamos pegados a la pantalla mirando cómo la actriz se mete un dildo de aspecto real y buen calibre primero por la vagina y luego por el ano.
Obviamente no vemos al interesado y quiero imaginar que él tampoco nos ve a nosotros, pero Red Angel sabe que estamos allí y, de vez en cuando, nos lanza miradas de soslayo con sonrisas aviesas que interpretamos como una invitación a disfrutar del espectáculo.
Seguro que quedaría mejor si dijera que el tiempo se me hace eterno, pero mi madre no me deja mentir, y no me queda otra que confesar que la actuación de la porno star desdramatiza bastante la situación que vivimos en el salón de mi casa y que no puedo apartar mis ojos de sus pechos, su vagina, su piel de terciopelo color tierra y su cintura de avispa. Me fijo en las pulseras que luce en los tobillos y en el color rojo fuego de su larguísima cabellera. Red Angel es un bellezón recauchutado al más puro estilo caribeño, como deja traslucir su acento cubano, pero una bomba erótica al fin y al cabo.
—Mi
amol
, así… Mira cómo te la chupo… córrete, córrete bien, cariño… —dice mientras chupa la punta del dildo que se ha sacado del ano y al que extrae habilidosamente un preservativo que no me había percatado que tuviera puesto.
Supongo que su cliente ya se ha corrido, porque ella lanza besitos con la punta de sus dedos (rematados en unas uñas enormemente largas) y se despide coqueta y cariñosa de otra pantalla.
Cuando se vuelve hacia nosotros mientras se pone una camiseta, me recoloco en mi sitio incómoda al descubrir que yo también me he excitado y que me encantaría estar allí sola para poder tocarme a placer y correrme tanto como pudiera.
Jamás he consumido sexo de pago y menos con una mujer, pero visto el resultado tomo nota de las sensaciones experimentadas para no descartarlo en el futuro. Con el rabillo del ojo creo ver que Pepe se coloca una mano discretamente sobre la bragueta de sus gastados vaqueros para contener una evidente erección. Casi suelto una carcajada.
—Hola, mis amoooooresssss —saluda ya sí dirigiéndose a nosotros—. ¿Les ha gustado el
show
?
Como ve que ninguno respondemos, de puro corte nada más, suelta una carcajada y me mira directamente.
—Tú eres Pandora, ¿no es cierto?
Asiento y se pone seria de pronto.
—Bueno, mi
amol
. Te ha contado ya Lucas, supongo… Bueeeeeeno, pues tú no te sientas mal, porque ese hombre es cosa mala. Yo le he tenido muchas veces en la cámara y me daba un poco de miedo. Así que una vez le grabé, porque las cosas que pedía eran un poco de violento y aprovechado, tú ya sabes… De eso que no se le pide a una esposa. Bueno, a su esposa ya le pidió bastante aquel día que me la puso delante de la cámara, la pobre mujer… Yo lo pasé fatal, y ella… ni te cuento. Tengo el vídeo preparado. Te lo pongo.
Y, sin esperar respuesta, enchufa una grabación en la que se ve a Javier desnudo y a su mujer, la misma de la fotografía, algo más desgreñada y con gesto serio y disgustado, discutir acaloradamente en inglés, mientras él señala a la cámara y la insta a hacer algo a lo que Dorothy no parece nada dispuesta. Carmen se adelanta, pega la oreja al altavoz del ordenador y empieza a traducir la conversación.
—Ella le dice que es un pervertido y que no hará nada delante de esa mujer… Él le contesta que es un juego, que no habrá nadie más en la habitación que ellos dos y que la mujer es una actriz, no una prostituta… Ella dice que no, que no… Le insulta. Le llama impotente. Él dice que no es impotente, que se lo va a demostrar si juega un rato con la mujer de la cámara. Ella dice que todo ha sido un error, un gran error… y que se marcha. Y él dice que no cierre la puerta de la habitación, que cuando acabe con la cámara subirá a por ella, a follársela. Por cierto, esta mujer no es ni escocesa ni irlandesa. Por el acento diría que es galesa, como Henry.
Cuando Carmen termina la traducción yo ya tengo las náuseas cogidas a la boca del estómago y sé que voy a vomitar, así que me levanto corriendo y me precipito al baño derramando a mi paso una de las copas que hay sobre la mesa del comedor.
Entre mis arcadas escucho el final de la conversación de la stripper con mis amigos. Ella se disculpa por la grabación y lamenta lo que está pasando.
—Pero tenía que saberlo, es mejor. Ahora podrá tomar una decisión. Y si le manda al carajo, habrá merecido la pena esta mierda (
mielda
, pronuncia) de trabajo que tengo. En cuanto encuentre alguna cosa que me dé de comer y me deje ahorrar para mantener a mi muchachito, dejo la cámara.
Antes de que Patricia y Eugenio llamen a la puerta del aseo, la oigo explicar que es madre soltera y que tiene un hijo pequeño.
Que una vecina se lo cuida cuando tiene que trabajar, pero que no llegó a España para ser actriz porno. Estudió Turismo en La Habana, pero que aquí las cosas «no estaban buenas» para hacer de eso.
Se sacó un curso de informática, pero su situación no mejoró y optó por ponerse ante la cámara y dejar que los hombres (y algunas mujeres) sueñen despiertos con ella.
—Yo nunca he follado con actores ni eso. No sabría hacer una película. Pero no me va mal… pago mis facturas, mando a mi hijo al colegio… Es una
mielda
, pero…
Dejo de escucharla porque un dolor inmenso me corta la respiración y la única forma que encuentro para volver a tomar aire es dejar que las lágrimas salgan por fin.
Es verdad que soy la reina de la comedia y puede que del drama, pero no me gustan las películas de miedo, así que abro la puerta para que Patri y Eugenio, que la aporrean con pies y manos, entren a consolarme. Sin éxito.
Alguien dice: «Ya se le pasará». Otro responde: «Es mejor así».
Un tercero opina que «Tenía que saberlo» y Laurita, la más honesta y sincera de todos, suelta: «Déjala que llore, a ver si se le ahoga el entontamiento con las lágrimas. Yo me he quedado mucho más tranquila y más me voy a quedar cuando me deje que le cuente el resto».
La posibilidad de seguir escuchando acusaciones contra Javier (¿Héctor?) se rebela dentro de mí y me zafo de todos los brazos que intentan pararme mientras me hago con mi bolso y salgo disparada por la puerta de la calle.
Lo último que oigo antes de cerrar de un portazo es a Eugenio controlando la estampida:
—Dejadla que se vaya. Ya ha sido suficiente por hoy.
En medio del mareo que siento, tengo un segundo de lucidez y descarto coger el coche porque no veo muy claro lo que voy a hacer, pero me echo a la calle ignorando que llueve, mojándome mis preciosos zapatos de piel de potro con todos los charcos que me salen al paso.
Es, quizá, puro instinto lo que me lleva, tras caminar un buen rato, hasta el portal de la casa de Javier. Y no sé por qué me pongo a llamar aunque sé perfectamente que él no está. Me lo acaban de decir: estaba en Málaga, con su esposa, una galesa adinerada a la que él humilla de la peor manera posible. Me pregunto cómo fue su noche de bodas, si tuvo que tomar viagra para que se le levantara y poder acostarse con ella sin miedo al gatillazo. A mí es que se me ocurren unas cosas que…
La simple idea de ser víctima de un estafador sin escrúpulos me despierta de nuevo las náuseas y tengo que pensar en otra cosa para no ceder a las arcadas, cuando siento que mi móvil suena en mi bolso.
Contesto sin mirar quién es.
—No te habrás olvidado de que es el aniversario de papá y mamá, ¿verdad? Te puse ayer un mensaje y te estamos esperando para cenar. ¿Dónde estás?
La voz enfadada de mi hermana Casandra me reanima inmediatamente. Es noche cerrada y, con seguridad, es hora de cenar.
Ciertamente ayer recibí un mensaje suyo recordándome la fecha, e incluso tengo un regalo para ellos en mi casa: unas preciosas copas de cristal de Murano que compré en Venecia y con las que había calculado que brindaríamos esta noche. El regalo tendrá que esperar, pero la posibilidad de refugiarme en el regazo de mi madre y llorar a placer compensa en parte la situación de angustia que siento, así que abandono mi absurda guardia en el portal de Javier para dirigirme a la calzada y levantar la mano.