Señores del Olimpo (49 page)

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Authors: Javier Negrete

Tags: #Fantástico

BOOK: Señores del Olimpo
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Él no solía cubrir el espejo con un paño, como hacía su hijo. Pero a cambio, para evitar que Zeus pudiera descubrir más de lo necesario sobre la geografía de aquel supuesto Elíseo, Cronos siempre tenía orientado el espejo hacia el cielo, de modo que como mucho se vieran unas cuantas ramas de árbol. Siempre verdes y cargadas de frutos, desde luego, para que Zeus supiera lo bien que vivía su padre Cronos en el destierro.

Y no se podía quejar, la verdad. No le faltaba de nada. Para demostrarlo, abrió un armarito que tenía en la terraza, sacó una botella de vino de veintisiete años refrigerado a la temperatura exacta y se sirvió una copa. Después abandonó el refugio de la pequeña techumbre que cubría de la intemperie el espejo y la mesa en la que solía cenar, cruzó bajo los naranjos y se asomó a la balaustrada exterior de la azotea.

Su mirador no estaba tan alto como el de su hijo Zeus, pero no podía quejarse de la vista. Su morada estaba orientada hacia el sur, era soleada y desde ella se veían los demás edificios del centro de la ciudad: torres gigantescas, de líneas audaces y fachadas brillantes. Pero ninguna de ellas tan alta como la suya.

Un zumbido sonó junto a su pecho. Tomó el teléfono y contestó.

—Sí.

—Señor Kronn —dijo una voz femenina—. ¿Seguro que no quiere que le mandemos el helicóptero? El Centro Nacional dice que el huracán no ha amainado al tocar tierra. Se esperan vientos de trescientos kilómetros por hora en la ciudad.

—No. Este edificio resistirá —respondió él, y colgó.

Cuando fue derrotado por Zeus, Cronos aún tenía reservado un último truco.

—No deberías encerrarme ahí, hijo. Ésa no es forma de tratar a un padre —le dijo, delante del espejo que se iba a convertir en su cárcel.

—¡Entra de una vez, o te reduciré a pavesas humeantes!

Su hijo Zeus era demasiado joven y estaba demasiado ocupado disfrutando de su gran victoria para pensar en la extraña simetría de aquel artefacto al que llamaban el Espejo del Tiempo. Por eso no se dio cuenta de que, cuando Cronos atravesó su lisa superficie, todo se dio la vuelta sobre sí mismo, y no fue su padre quien quedó confinado, sino que el propio Zeus, toda su prole y el resto de los malditos dioses quedaron aislados del resto del universo en aquella burbuja metaespacial que ellos consideraban su cosmos.

Y de esa manera él, el Primer Nacido,
Kronos
y
Khronos
a la vez, se había convertido en el señor del tiempo y el único soberano del único mundo que realmente importaba.

Muchas existencias había vivido Cronos desde entonces, y muchas falsas muertes había sufrido para borrar sus huellas. Pero en cada nueva vida heredaba el poder, la riqueza y la sabiduría de la anterior. Por encima de todo, había aprendido la lección que su soberbio hijo jamás entendería. Que el verdadero poder, si quiere perdurar, debe ser anónimo, permanecer oculto y manejar los hilos desde las sombras. Pues si nadie sabe donde reside, nadie intentará suplantarlo. Y en verdad, nadie encontraría el nombre ni la dirección del señor Kronn en los archivos de los bancos, las compañías petrolíferas ni las empresas de telecomunicación que controlaba.

Nadie, por tanto, podría asaltar los cielos para derrocarlo por segunda vez.

Cronos, el señor Kronn, se acodó sobre la balaustrada de mármol de la torre Penderson, el último y más alto rascacielos de Houston, y contempló la calle, a trescientos metros bajo sus pies. ¿Qué pasaría si arrojaba el espejo desde allí? Zeus había intentado romper el vínculo entre ambos mundos y no lo había conseguido. ¿Podría lograrse desde este lado? A menudo tenía la tentación de hacer el experimento. Pero el Espejo del Tiempo era el único nexo con su numerosa, patética, problemática y encantadora familia. No le importaba seguir fingiendo que acudía obediente a las convocatorias de su hijo Zeus. Quien, por cierto, le había dado una sorpresa agradable. Cronos no esperaba que conservara el cetro después de la última conjura de la gran Gea. Sin duda, habría más.

Pero ahora el horizonte reclamaba su atención. Unas nubes enormes y negras se acercaban desde el mar, como una colosal flota de destructores celestes. Abajo, en la ciudad casi desierta, sonaban sirenas de policías y de bomberos y se oían voces amplificadas por los megáfonos.

El viento empezó a agitar los cabellos blancos de Cronos. El titán recordó la plaga de catástrofes que se estaban sucediendo en los últimos tiempos y, mordiéndose los labios, se preguntó si, de alguna manera, aquella que era aún más antigua que él no habría conseguido burlar la barrera del Espejo del Tiempo. Si Gea, la anciana Tierra, no intentaba librarse de la plaga humana que siempre la había atosigado y a la vez derrocar por segunda vez al más astuto de sus hijos, a
Kronos Ankylometes
.

 

 

Plasencia, otoño de 2005

Fin

Apéndice

Mitología y fantasía en Señores del tiempo

No soy muy amigo de abrir la puerta de la cocina donde se guisan los libros, pero creo que esta ocasión es diferente. Sin duda, muchos lectores están bastante familiarizados con la mitología griega. Lo más probable es que, al avanzar por las páginas de
Señores del Olimpo
, hayan esbozado una sonrisa al reconocer este o aquel mito y comprobar cómo los he adaptado para mis propios usos. Pero sé que también hay bastantes lectores más jóvenes cuyo conocimiento de la mitología será más escaso, a no ser que ellos mismos hayan procurado informarse por su cuenta; pues todo lo relacionado con la cultura clásica ha quedado muy disminuido en los planes de enseñanza desde hace años. Incluso el estudio de la literatura española, muy influida por la mitología al menos hasta el siglo XVIII, ha sido drásticamente reducido al mezclar esta materia con la asignatura de Lengua. Por eso he querido desbrozar en este apéndice lo que hay en esta novela de mitología griega, de adaptación, de invención mía o de influencia de otras mitologías.

Sobre el mito de Caos y los anillos de Urano

El relato que recita al principio Hermes—Cileno se basa en el mito narrado por Hesíodo, un poeta griego que debió vivir en torno al año 700 a. de C, en su
Teogonia
. Esta obra, un poema de unos mil versos, narra el origen de los dioses, la llegada de Zeus al poder y los diversos intentos por derrocarlo. Es, junto a la
Biblioteca
de Apolodoro, una de las pocas obras de la literatura griega de tema estrictamente mitológico. Aunque debo añadir que las referencias mitológicas impregnan todo el arte griego y que las fuentes para encontrar y estudiar mitos son casi infinitas: lírica, épica, teatro, historiografía, geografía, cerámica, pintura, escultura, orfebrería...

La única diferencia entre el recitado de Hermes y la Teogonia es la referencia a los anillos de Urano. Estos anillos son invención mía, aunque en seguida explicaré cuál fue la fuente que me inspiró a crearlos. Todo lo demás (Gea agobiada por los dolores de parto, Urano castrado por Cronos, Este devorando a sus hijos) pertenece a una tradición griega que desde hace tiempo se ha relacionado con otras mitologías orientales.

En concreto, hay un relato hitita que trata sobre los reinados celestes y donde los papeles de Urano—Cronos—Zeus son desempeñados por Anu—Kumarbi—Dios de la tormenta. Aquí la castración del primer dios por el segundo es más brutal: Kumarbi arranca de un bocado los genitales de Anu y los devora. Eso hace que quede «embarazado» de una retahila de dioses que van saliendo de su cuerpo como buenamente pueden. El último en nacer, y el que derrota a Kumarbi, es Teshub, el dios de la tormenta. El paralelo con la mitología griega es evidente. Hay un primer soberano. Un segundo dios que derrota y castra al primero, y cuyo cuerpo se llena de dioses, bien sea por ingerir los genitales del primer dios (en el caso de Kumarbi) o bien sea porque él mismo los va devorando después de que nazcan (en el caso de Cronos).

Las interpretaciones de este mito, como de tantos otros, son muy variadas, y van desde el antiguo evemerismo (una racionalización un tanto ingenua), hasta el psicoanálisis, la teoría ritualista o el estructuralismo. Pero reconozco que una de las visiones más curiosas y que más ha despertado mi imaginación no proviene de la mitología comparada ni la antropología, sino de la astronomía. Se trata del libro
El invierno cósmico
, de Víctor Clube y Bill Napier.

La hipótesis de estos autores es que muchos de los mitos del pasado reflejan la visión real de un firmamento que no era exactamente como el nuestro. El cielo que contemplaron los creadores de estos mitos en que los dioses se devoran y castran unos a otros sería mucho más espectacular y peligroso, surcado por cometas que se dividían al pasar en órbitas cercanas a la Tierra, y azotado por frecuentes caídas de fragmentos. Estas lluvias de fuego, en el recuerdo, habrían borrado del mapa ciudades como Sodoma y Gomorra, y también explicarían mitos como el de Faetón, el hijo del Sol que durante un día conduce el carro de su padre y lo acerca tanto al suelo que provoca catastróficos incendios, por lo que Zeus debe fulminarlo con su rayo para devolver el equilibrio al mundo.

Para los autores del
Invierno cósmico
, Zeus no habría sido originariamente el señor del rayo, sino un dios del fuego celeste, un arma mucho más poderosa, «que sobrepasa en poder y destrucción a los demás fuegos de la tierra como la lava del volcán a la llama de una mecha», por citarme a mí mismo. Al calmarse el firmamento en tiempos históricos, el recuerdo de la lluvia de fuego que era capaz de precipitar Zeus sobre la tierra se diluyó, y su arma se convirtió en el rayo. Un arma poderosa y destructora, no cabe duda, pero sin la pavorosa capacidad de aniquilación de cometas, asteroides y otros cuerpos errantes, como los denomino en la novela. (Sólo haría falta preguntarles a los dinosaurios.)

No entraré ahora en la verosimilitud de libro de Napier y Chibe. Sólo diré que, aunque sus tesis puedan parecer sensacionalistas, se trata de una obra seria y documentada. La bibliografía, al menos la que yo puedo dominar más, la relacionada con el mundo griego, es amplia y de calidad. No son ni Velikovsky ni Erich von Daniken, por decirlo con claridad. El
invierno cósmico
me resultó tan sugerente que, de alguna manera, despertó en mí el interés por escribir este libro. Ahora bien, en
Señores del Olimpo
la diferencia es que Zeus no pasa de dominar el fuego celeste al rayo, sino al contrario: su poder aumenta con el tiempo, y también lo hace la amenaza que pende sobre la Tierra. ¿Cómo conseguir que Zeus se convierta en señor del fuego celeste? Aquí pensé en recurrir al dios del firmamento, que no es otro que Urano.

Los anillos aparecen más de una vez como objetos místicos de poder, pero esta vez no estaba pensando en Tolkien (ya basta con que me pregunten por él siempre a raíz de
La Espada
de Fuego
). La imagen que tenía en la cabeza era la de una especie de esfera armilar, un instrumento astronómico formado por varias armillas o anillos que representan órbitas. Luego, todo era cuestión de dar forma a esos anillos y decidir su número.

Por otra parte, para Hesíodo, Urano es a la vez hijo y marido de Gea. Esto embrollaba aún más las cosas, así que los he convertido en hermanos.

En la guarida del lobo

Ya he hablado del mito de la sucesión celeste. Ahora comentaré otros asuntos que aparecen en el primer capítulo.

En primer lugar, la cronología. Hay un problema: la mitología griega suele referirse a hechos del pasado, en el segundo milenio a. de C., en la Edad del Bronce, pero está contada desde el punto de vista de los griegos del primer milenio a. de C, en plena Edad del Hierro. Desembrollar la mezcla de elementos de una y otra época es labor para los estudiosos de Homero, por ejemplo, o lo sería para el autor de una novela histórica sobre los tiempos micénicos. No puede serlo para una novela mitológica como la mía, porque aunque los supuestos hechos hayan acaecido, digamos, hacia el 1400 a. de C., la interpretación que conocemos es muy posterior. Incluso en algunos casos entramos ya en la Era cristiana.

Un ejemplo: en el capítulo «Las hijas de Nereo» hablo de la ciudad de Bizancio. Ésta fue fundada por colonos de Mégara en el año 667 a. de C. Por lo tanto, en la época de la novela no podría existir. Sin embargo, su fundador, Bizante, sería hijo de Poseidón, y en la fundación de la ciudad le habrían ayudado su padre y Apolo, lo que nos retrotrae a la época mitológica. O sea, desde el punto de vista mitológico, que es el que adopto en
Señores del Olimpo
, Bizancio existiría mucho antes de lo que realmente existió.

Digamos que la novela está ambientada en una época nebulosa, en ese pasado «prestigioso y remoto» del que habla García Gual en su
Introducción a la mitología griega
. También es, en cierta medida, el tiempo sagrado y mitológico, fuera del tiempo, de Mircea Eliade en
El mito del eterno retorno
. O el tiempo del Espejo del Tiempo que tan bien supo manejar Cronos...

En cuanto al monte Liceo: en Arcadia existía una antigua tradición según la cual Zeus había nacido en ese monte. Esa tradición la refleja un autor de época helenística, Calimaco, en su
Himno a Zeus
. Pero la tradición más extendida sitúa su nacimiento en Creta, en el monte Ida.

Las normas de la hospitalidad eran muy importantes en la Antigüedad, en una época en la que no existían leyes ni convenios internacionales. Zeus las protegía en su papel de
Xenios
, que podríamos traducir como «el hospitalario». Por eso se indigna tanto cuando comprueba que Licaón da de comer a sus huéspedes carne humana sirviéndose de huéspedes anteriores. En la versión mitológica más extendida, Zeus no castiga la impiedad de Licaón matándolo, como en
Señores del Olimpo
, sino convirtiéndolo en lobo. Se puede encontrar, por ejemplo, en el libro primero de las
Metamorfosis
de Ovidio. Por cierto, una obra imprescindible para los amantes de la mitología.

(Lobo es
lykos
en griego, de donde derivan tanto el propio nombre de Licaón como el del monte Liceo. En la primitiva Arcadia, los sacrificios humanos debieron pervivir más tiempo que en el resto de Grecia. Se decía que los hombres que participaban en estos sacrificios, en la cima del monte Licaón, se convertían en lobos durante ocho años.)

En este capítulo hablo también del Mito de las Edades: oro, plata, bronce y hierro siguen una sucesión cada vez más decadente y violenta. Este mito aparece por primera vez en
Trabajos y días
, de Hesíodo, que intercala entre el bronce y el hierro la Edad de los Héroes, para justificar la aparición de los grandes héroes y semi—dioses en medio de este supuesto declive. La impresión que da este mito es que el recuerdo prestigioso del pasado («cualquier tiempo pasado fue mejor», reza nuestro refrán) se ha mezclado con el desarrollo de la metalurgia y la cultura, de tal manera que las bienaventuras e imaginarias edades del Oro y de la Plata se habrían juntado con la Edad del Bronce y la del Hierro, que sí son reales.

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