Muchos la consideraban fría e inflexible, pero Gereint la conocía mucho mejor.
De mala gana apartó las manos de su rostro, y al hacerlo sintió que de nuevo lo invadían las vibraciones de la guerra.
Con timidez, Leith le preguntó:
-¿Has visto algo, chamán? ¿Puedes darme alguna noticia?
-Estoy mirando ahora -dijo él con calma-. Sentaos las dos y os diré todo lo que pueda.
Se dejó ir de nuevo, buscando los intersticios de poder entre los tejidos del tiempo y el espacio. Pero estaba muy lejos, ya no era joven y hacía poco que había regresado del peor viaje que jamás hubiera emprendido en toda su vida. No había claridad alguna, excepto las vibraciones: la sensación de que se estaba acercando el momento crítico.
No les dijo a las mujeres nada de todo esto: hubiera sido una crueldad innecesaria. Se limiró a comerse el almuerzo que le habían llevado -pese a todo, había comenzado a sentir hambre- y a escuchar el relato de las disposiciones que Leith había tomado en relación con el aprovisionamiento del campamento, repleto de mujeres, niños y ancianos.
Y además ocho chamanes ciegos e inútiles.
Durante todo aquel día y el siguiente, mientras las premoniciones lo acechaban más y más, Gereint permaneció sentado sobre el jergón en la oscuridad de la casa y se esforzó, en la medida en que se lo permitían sus débiles fuerzas, por ver algo con claridad, por encontrar un papel que jugar.
Tendrían que pasar, sin embargo, esos dos días, antes de que se sintiera tocado por el dios, antes de que Cernan le ofreciera el don de la presciencia. Y con esa voz, con esa visión, lo asaltaría un temor como jamás había experimentado, ni siquiera en su viaje sobre las olas. Era algo nuevo, algo terrible. Sobre todo porque no estaba directamente relacionado con él, que tenía sobre sus espaldas tantos años, tan larga vida. No le tocaba a él pagar el precio, no podía hacer nada. Con el corazón lleno de pena, después de esas dos mañanas, Gereint levantaría su voz en un llamado.
Y ordenó que Tabor acudiera a verlo.
Sobre la Llanura el ejército de la Luz avanzaba hacia la guerra. Cabalgaban al norte de Celidon, del Adein, del verde montículo que Ceinwen había levantado en honor de los muertos, y la majestuosa mole blanca del Rangat se alzaba ante ellos, llenando con su magnificencia el cielo azul de nubes dispersas.
Todos iban a caballo excepto un numeroso contingente de Cathal que protegía los flancos del ejército con carros armados de ruedas con cuchillas. Cuando el cristal de llamada se había encendido en Brennin, Aileron se había visto precisado a partir a marchas forzadas y no había podido permitirse el lujo de movilizar la infantería. Como durante el largo y sobrenatural invierno se había dedicado a prepararlo todo en previsión de una premura de tiempo semejante a la que ahora le acuciaba, los caballos habían sido entrenados y todos los hombres del ejército de Brennin estaban en disposición de cabalgar. Lo mismo sucedía con los hombres y mujeres de los lios alfar de Daniloth; y ya no digamos con los dalreis.
Cabalgaban bajo el benevolenre sol del verano tan milagrosamente recuperado, entre el perfume de la yerba fresca salpicada aquí y allá por espléndidas flores silvestres. La Llanura se extendía por doquier, tan lejos como la vista podía alcanzar. Por dos veces se cruzaron con enormes bandadas de eltors, y el corazón de todos los hombres había saltado de gozo al ver a aquellos animales de la Llanura liberados de la trampa mortal de la nieve, corriendo libres entre las altas yerbas.
¿Por cuánto tiempo? En medio de la belleza que los rodeaba latía esta pregunta. No eran un grupo de amigos que hubieran salido de paseo a caballo bajo el cielo estival. Eran un ejército que avanzaba a toda velocidad hacia las puertas de la Oscuridad, adonde llegarían muy pronto.
Avanzaban muy deprisa, constató Dave. No con la precipitada marcha con que los dalreis se habían dirigido a uña de caballo hacia Celidon, pero aun así Aileron les estaba imponiendo un ritmo acelerado, y Dave agradeció el descanso que les fue concedido a media tarde.
Se deslizó del caballo, con los músculos entumecidos, e hizo como mejor pudo unas cuantas flexiones antes de echarse de espaldas sobre la yerba. Mientras Torc se dejaba caer a su lado, se le ocurrió una pregunta.
-¿Por qué tanta prisa? -preguntó-. Quiero decir que, si hemos perdido a Diarmuid y a Arturo, a Kim y a Paul…, ¿qué ventaja ve Aileron en un ritmo tan acelerado?
-Lo sabremos cuando Levon regrese del conciliábulo que se está celebrando allí delante -respondió Torc-. Adivino que la configuración del terreno es por ahora lo más importante. Aileron quiere llegar esta noche a Gwynir para poder atravesar los bosques por la mañana. Si lo conseguimos, podremos estar al norte del lago Celyn en Andarien antes del atardecer de mañana. Eso sería lo más prudente, sobre todo si el ejército de Maugrim nos está esperando allí.
La tranquilidad de la voz de Torc era inquietante. El ejército de Maugrini: sverts alfar, urgachs sobre slaugs, los lobos de Galadan, los cisnes de Avaia, y sólo el Tejedor sabía qué más. Sólo el Cuerno de Owein había podido salvarlos la última vez, y Dave sabia que no volvería a atreverse a hacerlo sonar.
El panorama era demasiado desalentador. Por eso fijó su atención en metas más inmediatas.
-¿Alcanzaremos, pues, el bosque? ¿Gwynir? ¿Podremos llegar hasta allí de noche?
Vio que los ojos de Torc echaban una ojeada más allá de él y luego aquel hombre moreno contestó:
-Si fuéramos solos los dalreis, podríamos, sin duda. Pero no estoy seguro de que podamos llegar con todo este lastre de Brennin que llevamos con nosotros.
Dave oyó un estrepitoso gruñido de indignación y al volverse vio que Mabon de Rhoden estaba echado cómodamente a su lado.
-No noté que ninguno de nosotros desfalleciera en la marcha hacia Celidon -dijo el duque.
Bebió un sorbo de agua y le pasó la cantimplora a Dave, que también bebió. El agua estaba helada; no podía explicarse cómo era posible.
La presencia de Mabon eran una fuente de sorpresas, aunque todas agradables.
Teyrnon y Barak le habían curado la herida que había sufrido junto al Adein, después de que Aileron los hubiera dejado por fin acampar. Mabon había rehusado rotundamente quedarse atrás.
Desde que habían llegado a Latham, donde Ivor y los dalreis los estaban esperando, el duque parecía preferir la compañía de Levon, Torc y Dave. A Dave le agradaba. Entre otras muchas cosas, Mabon le había salvado la vida cuando Avaia había aparecido de súbito en el claro cielo durante aquella cabalgada. Además, el duque, aunque ya no era joven, era un experimentado soldado y también un buen compañero. Enseguida había trabado amistad con Torc hasta tal punto que el casi siempre taciturno dalrei se había acostumbrado a jugarle bromas y a recibirlas de él.
Mabon le guiñó disimuladamente el ojo a Dave y siguió diciendo:
-En cualquier caso, mi joven héroe, no se trata de una carrera, sino de recorrer un largo trayecto, y para eso necesitas la resistencia de Rhoden, no la impetuosidad de los dalreis, que se consume enseguida.
Torc no se molestó en replicar. Se limitó a arrancar un puñado de yerbas y arrojarlo sobre la recostada figura de Mabon. Sin embargo tenía el viento en contra y la mayor parte de los yerbajos fueron a caer sobre Dave.
-Me gustaría saber -dijo Levon acercándose en aquel momento- por qué desperdicio mi tiempo con personas tan irresponsables.
El tono era jocoso, pero la expresión de sus ojos era grave. Los tres se sentaron y lo miraron con aire serio.
Levon se acuclilló y se puso a jugar distraídamente con un puñado de yerbas mientras hablaba:
-Aileron quiere llegar esta noche a Gwynir. Jamás he estado tan al norte, pero mi padre sí y dice que podríamos llegar. Sin embargo, hay un problema.
-¿Cuál? -preguntó Mabon, que escuchaba con atención.
-Teyrnon y Barak han estado escudriñando durante todo el día con sus mentes, por si podían captar la presencia del mal. Gwynir sería un sitio ideal para hacernos caer en una emboscada. Los caballos, y sobre todo los carros, entorpecerán la marcha, aun cuando nos limitemos a bordear el bosque.
-¿Han visto algo? -preguntó Mabon, mientras Torc y Dave escuchaban expectantes.
-En cierto modo, lo cual no deja de ser un problema. Teyrnon dice haber encontrado sólo un ligero rastro de maldad en Gwynir, pero de todos modos ha notado una sensación de peligro. No puede explicárselo. Capta la presencia del ejército de la Oscuridad ante nosotros, pero mucho más allá de Gwynir. Pensamos que sin duda alguna se están congregando en Andarien.
-Entonces, ¿qué hay en el bosque? -preguntó Mabon frunciendo el entrecejo.
-Nadie lo sabe. Teyrnon cree que la maldad que capta es el leve rastro que ha dejado el ejército al pasar por allí, o bien que se trata de un puñado de espías que han dejado tras ellos. Piensa que el peligro es inherente al bosque. Desde la época del Bael Rangat, hay oscuros poderes en Gwynir.
-¿Qué vamos a hacer, pues? -preguntó Dave- ¿Tenemos alguna elección?
-La verdad es que no -repuso Levon-. Hablaban de atravesar Daniloth, pero Ra-Tenniel dijo que, aunque los lios alfar nos guiaran, somos demasiados para poder garantizar que nadie se pierda en el País de las Sombras. Y Aileron no le pedirá jamás que disuelva la entretejida niebla con el ejército de la Oscuridad tan cerca, en Andarien. Aprovecharían ese momento para avanzar hacia el sur y tendríamos que hacerles frente en Daniloth. El soberano rey dijo que jamás permitiría tal cosa.
-Eso significa que nos lo jugaremos todo en el bosque -resumió Mabon.
-Así es -asintió Levon-. Pero Teyrnon insiste en decir que en cierto modo no es maldad lo que ha visto en el bosque, por tanto no sé qué vamos a jugarnos allí. En definitiva, nos lo jugaremos. Por la mañana. Nadie debe penetrar en el bosque por la noche.
-¿Es una orden expresa? -preguntó Torc con aire tranquilo.
Levon lo miró.
-En realidad, no. ¿Por qué lo preguntas?
Torc habló con tono indiferente.
-Estaba pensando que un puñado de nosotros, un grupo pequeño, podría hacer una incursión para explorar el bosque de noche y ver lo que haya que ver.
Se hizo un breve silencio.
-¿Quieres decir un grupo de cuatro personas? -murmuró Mabon de Rhoden en un tono de puro interés profesional.
-Yo diría que cuatro sería un número muy razonable -repuso Torc tras unos instantes de reflexión.
Mirando a los otros tres, sintiendo que los latidos del corazón se le aceleraban, Dave leyó una tranquila resolución en cada uno de ellos. No dijeron ni una palabra más. El período de descanso había casi terminado. Se levantaron y se dispusieron a montar de nuevo.
Pero algo estaba sucediendo. El ala sudeste del ejército daba muestras de agitación.
Dave y los demás se volvieron hacia allí, a tiempo de ver que tres extraños jinetes eran escoltados hacia donde se encontraban el soberano rey, el aven y Ra-Tenniel de Daniloth.
Los tres estaban rendidos por la marcha y sus cuerpos se hundían en las sillas de montar con un profundo cansancio reflejado en sus rostros. Uno de ellos era un dalreí, un hombre viejo, con el rostro sucio y manchado de barro. El segundo era un hombre más joven, alto, de cabellos rubios, con dibujos verdes tatuados en el rostro.
El tercero era un enano; ni más ni menos que Brock de Banir Tal.
Brock. A quien Dave había visto por última vez en Gwen Ystrat, disponiéndose a cabalgar hacia el este, a las montañas, con Kim.
-Creo que me interesa mucho ver eso -dijo Levon con precipitación.
Se adelantó para seguir a los recién llegados, con Dave a su derecha y Torc y Mabon detrás.
En virtud del rango de Levon y de Mabon los dejaron pasar hasta donde estaban los reyes. La altura de Dave sobrepasaba en mucho la de los demás, y desde donde estaba, detrás de Torc, vio cómo los recién llegados se arrodillaban ante el soberano rey.
-Bienvenido seas, Brock -dijo Aileron con sincero calor-. Brillante es la hora de tu regreso. ¿Querrás presentarme a tus compañeros y comunicarme las noticias que tengas?
Brock se levantó, y pese a la fatiga su voz sonó clara:
-Gracias, soberano rey -dijo el enano-. Me gustaría que tu bienvenida se extendiera a estos dos hombres que han venido conmigo, cabalgando sin descanso durante dos noches y más de dos días, para servir en tus filas. El que está a mi lado es Faebur de Larak, en Eridu, y el que está junto a él se llama a sí mismo Dalreidan, y debo decirte que salvó mi vida y la de la vidente de Brennin; sin su intervención, de seguro habríamos muerto.
Dave parpadeó al oír el nombre del dalrei. Intercambió una mirada con Levon, quien murmuro:
-¿Un hijo del Jinete? Un desterrado. Me pregunto quién es.
-Os doy la bienvenida -dijo Aileron.
Luego con voz tensa añadió:
-¿Qué noticias me traes de allende las montañas?
-Dolorosas, mi señor -dijo Brock-. Un pesar más que añadir a la tierra de los enanos.
Una lluvia mortal cayó durante tres días sobre Eridu. La Caldera la fabricó desde Cader Sedar, y -amargo resulta a mi lengua confesarlo- no creo que haya quedado con vida ni un hombre ni una mujer de esa tierra.
El silencio que siguió era el silencio de una destrucción que no podía expresarse con palabras. Dave vio que Faebur permanecía erguido como una lanza, el rostro convertido en una máscara de piedra.
-¿Todavía está cayendo esa lluvia? -preguntó Ra-Tenniel en voz muy baja.
Brock sacudió la cabeza.
-Creí que ya lo sabríais. ¿No tenéis noticias de ellos? Hace dos días que cesó la lluvia.
La vidente nos dijo que la Caldera había sido rota en pedazos en Cader Sedat.
Después del dolor, después del pesar, una esperanza más allá de cualquier expectativa. Se levantó de pronto un murmullo que se fue extendiendo por las filas del ejército.
-¡El Tejedor sea loado! -exclamó Aileron-. ¿Qué sabes de la vidente, Brock?
-Está viva y bien -dijo Brock-, aunque no sé dónde está en estos momentos. Los dos hombres que tienes ante ti nos guiaron hasta Khath Meigol. Allí la vidente liberó a los paraikos con ayuda de Tabor y su alada criatura; luego la llevaron hacia el oeste hace ya dos noches. No sé adónde.
Dave miró a Ivor.
-¿Qué estaba haciendo Tabor allí? -dijo el aven-. Le ordené que custodiara los campamentos.