Recuerdos (14 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Recuerdos
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Pero ya había muerto una vez, y de nada había servido. En la muerte no había tristeza ni esperanza. Y cabía la horrible posibilidad de que aquellos que habían sacrificado tanto para revivirlo la última vez se sintieran tentados a hacerlo de nuevo. Y cagarla. O, más bien, cagarla aún más. Había visto criorresurrecciones medio exitosas, mentes vegetales o animales gimiendo rotas en cuerpos antaño humanos. No. No quería morir. Al menos no donde su cuerpo pudiera ser encontrado. Pero tampoco soportaba estar vivo.

El santuario entre los dos estados orgánicos, el sueño, rehusaba acudir a él. Pero si permanecía allí sentado el tiempo suficiente, acabaría por quedarse dormido, sin duda.

Levántate. Levántate y corre, lo más rápido que puedas
. Vuelve con los Dendarii antes de que SegImp o nadie pueda detenerte. Ahora tenía su oportunidad, la oportunidad de Naismith. La última oportunidad de Naismith.
Ve. Ve. Ve
.

Permaneció sentado, los músculos agarrotados, la letanía de huida latiendo en su cabeza.

Descubrió que, si no bebía agua, no necesitaba levantarse tan a menudo. Sin embargo, continuó sin dormir. Pero poco antes del amanecer sus pensamientos empezaron a frenarse. Un pensamiento por hora. Eso estaba bien.

La luz penetró de nuevo en la habitación a través de la ventana, volviendo pálido y débil el brillo de la lámpara. Un cuadrado de sol se arrastró despacio por la gastada alfombra, tan despacio como sus pensamientos, de la izquierda al centro y luego a la derecha, y luego desapareció.

Los sonidos de la ciudad se suavizaron con la llegada del crepúsculo. Pero su pequeña burbuja de oscuridad personal permaneció tan aislada del mundo como cualquier criocámara.

Unas voces lejanas pronunciaban su nombre.
Es Ivan. Rayos. No quiero hablar con Ivan
. No respondió. Si no decía ni hacía nada, tal vez no lo encontraría. Tal vez volverían a marcharse. Con los ojos resecos, contempló una grieta en la ajada pared de yeso que había permanecido durante horas en su línea de visión.

Pero su plan no funcionó. Unas botas resonaron en el pasillo ante la pequeña cámara. Luego oyó la voz de Ivan, gritando demasiado fuerte, lastimándole los oídos:

—¡Aquí dentro, Duv! ¡Lo he encontrado!

Más pisadas, un paso rápido y pesado. La cara de Ivan apareció ante su campo de visión, bloqueando la pared. Ivan sonrió.

—¿Miles? ¿Estás ahí, chico?

La voz de Galeni:

—Dios mío.

—No te dejes llevar por el pánico —recomendó Ivan—. Se hartó y se emborrachó —cogió la botella sin abrir—. Bueno… tal vez no —sopesó la daga sin envainar—. Mmm.

—Illyan tenía razón —murmuró Galeni.

—No… necesariamente —respondió Ivan—. Después de ver estas cosas por enésima vez, dejan de excitarte. Es sólo… algo que él hace. Si fuera a matarse, lo habría hecho hace años.

—¿Lo has visto así antes?

—Bueno… tal vez no exactamente así… —La cara preocupada de Ivan volvió a cubrir el yeso. Agitó una mano delante de los ojos de Miles.

—No parpadea —comentó Galeni, nervioso—. Tal vez… no deberíamos tocarlo. ¿No crees que deberíamos pedir ayuda médica?

—¿Quieres decir psiquiátrica? Por supuesto que no. Una idea malísima. Si los psicochicos le ponen alguna vez la mano encima, nunca lo dejarán ir. No. Esto es un asunto de familia. —Ivan se enderezó, decidido—. Sé lo que hay que hacer. Vamos.

—¿Es prudente que lo dejemos solo?

—Claro. Si no se ha movido durante un día y medio, no irá demasiado lejos. —Ivan hizo una pausa—. Pero trae el cuchillo. Por si acaso.

Se marcharon otra vez. Los lentos pensamientos de Miles se lo advirtieron, un pensamiento cada cuarto de hora.

Se han ido
.

Bien
.

Tal vez no vuelvan
.

Pero entonces, ay, regresaron.

—Yo lo cogeré por los hombros —instruyó Ivan—, tú por los pies. No, mejor que le quites primero las botas.

Galeni así lo hizo.

—Al menos no está rígido.

No, bastante flácido
. La rigidez requeriría esfuerzo. Las botas resonaron en el suelo. Ivan se quitó la chaqueta del uniforme, se subió las mangas de la camisa, metió las manos bajo los sobacos de Miles, y lo alzó. Galeni lo cogió por los pies, como le habían dicho.

—Pesa menos de lo que creía —dijo Galeni.

—Sí, pero deberías ver a Mark ahora —contestó Ivan.

Los dos hombres lo llevaron por las estrechas escaleras de los criados que comunicaban el tercer piso y el segundo. Tal vez iban a meterlo en la cama. Eso le ahorraría unos cuantos problemas. Tal vez durmiera allí. Tal vez, con mucha suerte, no volvería a despertarse hasta el siglo siguiente, cuando de su nombre y su mundo no quedara nada más que una leyenda distorsionada en la mente de los hombres.

Pero continuaron más allá de la puerta del dormitorio de Miles, y lo metieron en un viejo cuarto de baño pasillo abajo, uno que nunca había sido remodelado. Contenía una vieja bañera de hierro de al menos un siglo de antigüedad, tan grande que los niños pequeños podían nadar dentro.

Planean ahogarme. Tanto mejor. Los dejaré
.

—¿Una dos y tres, o tres? —le preguntó Ivan a Galeni.

—Sólo tres.

—Muy bien.

Lo alzaron sobre el borde de la bañera; por primera vez, Miles atisbó lo que le esperaba abajo. Su cuerpo trató de contraerse, pero los músculos, agarrotados por la falta de uso, le fallaron, y la garganta seca bloqueó su grito de protesta.

Un centenar de litros de agua. Con unos cincuenta kilos de cubitos de hielo flotando.

Se zambulló en el frío paralizador. Los largos brazos de Ivan lo empujaron.

Salió gritando
Agua hela
… Ivan volvió a empujarlo una y otra vez.

—Ivan, maldito hijo de… —dijo en cuanto tomó aliento.

A la tercera salida, su voz encontró expresión en un alarido sin palabras.

—¡Ajá! —canturreó Ivan, feliz—. ¡Sabía que te haría reaccionar!

Se volvió hacia Galeni, que se había apartado del alcance de las salvajes salpicaduras de agua.

—Desde que estuvo destinado en el Campamento Permafrost como oficial, no hay nada que odie más que el frío —explicó Ivan—. Allá vamos, muchacho.

Miles se libró de la presa de Ivan, escupió agua helada, se levantó y salió de la bañera. Los cubitos de hielo se le quedaron pegados, acá y allá, en la chaqueta empapada del uniforme, y le resbalaban por el cuello. Cerró el puño y lo lanzó contra el rostro sonriente de su primo.

Conectó con la barbilla de Ivan con un satisfactorio golpe carnoso; el dolor fue una delicia. Era la primera vez en su vida que daba un golpe con éxito a Ivan.

—¡Eh! —aulló Ivan, saltando hacia atrás. Miles falló el segundo puñetazo, ya que Ivan se mantuvo ahora prudentemente fuera de su alcance—. ¡Pensaba que ese tipo de acciones te rompían el brazo!

—Ya no —jadeó Miles. Dejó de mover los brazos y se quedó allí de pie, tiritando.

Ivan se frotó la barbilla, las cejas alzadas.

—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó al cabo de un instante.

Miles respondió con una andanada de juramentos, mientras recogía los últimos cubitos de hielo de su chaqueta y los lanzaba a la cabeza de Ivan junto con las maldiciones.

—Me alegro de oírlo —dijo Ivan tranquilamente—. Ahora voy a decirte lo que vas a hacer, y vas a hacerlo. Lo primero será ir a tu habitación y quitarte ese uniforme mojado. Luego depílate esa repelente barba de días y date una ducha caliente. Y luego te vas a vestir. Y después vamos a llevarte a cenar.

—No quiero salir —murmuró Miles, hosco.

—¿He pedido una discusión? ¿Me has oído pedir un voto betano, Duv?

Galeni, que observaba fascinado, meneó la cabeza.

—Bien —continuó Ivan—. No quiero oír nada, y no tienes elección. Me quedan otros cincuenta kilos de hielo guardados en el refrigerador de abajo, y sabes que no vacilaré en emplearlos.

Miles captó la total y entusiasta sinceridad de esta amenaza en el rostro de Ivan. Sus malas palabras se apagaron en un desagradable siseo, pero no se opuso..

—Has disfrutado con esto —gruñó por fin.

—Por supuesto que sí —dijo Ivan—. Ahora ve a vestirte.

Ivan le exigió a Miles unas cuantas cosas más hasta que lo sacó a rastras a un restaurante cercano. Allí, lo amenazó
sotto voce
hasta que Miles se metió en la boca unas cuantas cucharadas de comida, masticó y tragó. En cuanto empezó a comer, descubrió que tenía mucha hambre, e Ivan calló, satisfecho con su actuación.

—Muy bien —dijo Ivan, tragando el último bocado de su propio postre—. ¿Qué demonios te está pasando?

Miles contempló a los dos capitanes, las insignias de Galeni y su Ojo de Horus.

—Tú primero. ¿Os ha enviado Illyan a ambos?

—Me pidió que te echara un vistazo —dijo Galeni—, pues pensaba que éramos amigos. Como el guardia de la puerta informó de que habías entrado pero no habías vuelto a salir, y no contestabas a tu comuconsola después de repetidos mensajes y llamadas, creí que sería mejor acudir en persona. Me sentía… menos que cómodo invadiendo yo solo la Residencia Vorkosigan, así que llamé a Ivan, pues consideré que tenía derecho a estar allí por ser un familiar. Con la autorización que me dio Illyan, el guardia de la puerta anuló tus cerrojos y nos dejó entrar, así que no tuvimos que romper ninguna ventana. —Galeni vaciló—. Tampoco me apetecía tener que bajar yo solo tu cadáver de una viga o algo así.

—Ya te dije que no —intervino Ivan—. No es su estilo. Si alguna vez le da por ahí, apuesto que hará algo que implique grandes explosiones. Y cargarse a montones de peatones inocentes, probablemente.

Miles e Ivan intercambiaron una mueca.

—Yo… no estaba tan seguro —dijo Galeni—. No le viste, Ivan, cuando salió del despacho de Illyan. La última vez que había visto a alguien tan afectado fue cuando ayudé a sacar a un tipo de los restos de su volador.

—Lo explicaré —suspiró Miles—, pero no aquí. En algún lugar más privado. Tiene demasiado que ver con el trabajo. —Apartó la mirada de los ojos de plata de Galeni—. Mi antiguo trabajo.

—Bien —accedió Galeni.

Acabaron en la cocina de la Residencia Vorkosigan. Miles tenía la leve esperanza de que Ivan le ayudara a emborracharse, pero su primo preparó té, y le obligó a beberse dos tazas para rehidratarse antes de sentarse a horcajadas en una silla, los brazos cruzados sobre el respaldo, y decir:

—Muy bien. Adelante. Sabes qué te toca.

—Sí. Lo sé.

Miles cerró brevemente los ojos, preguntándose por dónde empezar. Por el principio, probablemente, estaría bien. Excusas y negativas, todas muy bien preparadas, rebullían en su cabeza. Su sabor era más repulsivo que la confesión limpia, y más persistente. El camino más corto entre dos puntos es la línea recta.

—Después de mi criorresurrección, el año pasado… tuve un problema. Empecé a sufrir ataques. Convulsiones que duraban entre dos y cinco minutos. Solían producirse en momentos de extrema tensión. Mi cirujana dijo que era posible que, como la pérdida de memoria, desaparecieran solos. Eran raros, y parecieron desaparecer tal como dijo. Así que yo… no lo mencioné a mis doctores de SegImp cuando volví a casa.

—Oh, mierda —murmuró Ivan—. Veo adónde va a ir a parar esto. ¿Se lo dijiste a alguien?

—Mark lo sabía.

—¿Se lo dijiste a Mark pero no a mí?

—Podía confiar en que Mark… haría lo que le pidiera. Tú sólo harías lo que consideraras que estaba bien.

Le había dicho casi lo mismo a Quinn, ¿no? Dios.

Los labios de Ivan se retorcieron, pero no contradijo sus palabras.

—Ya ves por qué tuve miedo de encontrarme con un billete de ida a una baja médica, como mínimo. Un trabajo burocrático en el mejor de los casos, y no más Mercenarios Dendarii, no más trabajo de campo. Pero pensé que si yo, o más bien mi cirujana Dendarii, conseguía arreglarlo en secreto, Illyan nunca lo sabría. Me recetó una medicación. Creí que estaba funcionando.

No. Nada de excusas. Maldición
.

—¿E Illyan te pilló y te dio el pasaporte? ¿No es un poco drástico, después de todo cuanto has hecho por él?

—Hay más.

—Ah.

—Mi última misión… Fuimos a rescatar a un correo de SegImp que tenían prisionero más allá de Amanecer Zoave. Quise supervisar el rescate en persona. Llevaba puesta la armadura de combate. Yo… tuve un ataque justo en mitad de la operación. El arco de plasma de mi traje se atascó. Casi corté al pobre correo por la mitad, pero tuve suerte. Sólo lo dejé sin piernas.

Ivan abrió la boca, luego la cerró.

—Ya… veo.

—No, no lo ves. Todavía no. Eso fue simplemente una estupidez criminal. Lo que hice a continuación fue fatal. Falsifiqué el informe de mi misión. Alegué que el accidente de Vorberg se debió a un fallo del equipo.

Galeni tomó aliento bruscamente.

—Illyan dijo… que habías dimitido a petición propia. Pero no dijo quién había pedido qué, o por qué, y no me atreví a preguntar. No lo creí. Deduje que tal vez era el principio de una nueva argucia, una investigación interna o algo así. Excepto que no creo que ni siquiera tú pudieras fingir la expresión de tu cara.

Ivan estaba aún digiriéndolo todo.

—¿Le mentiste a Illyan?

—Sí. Y luego documenté mi mentira. Todo lo que merece la pena hacerse merece la pena hacerlo bien, ¿no? No dimití, Ivan. Me despidieron. En todo Barrayar ahora mismo no hay nadie más despedido que yo.

—¿Te arrancó de verdad los ojos de plata? —Los propios ojos de Ivan estaban redondos como platos.

—¿Quién dijo eso?

—Eso parecía —gruñó Galeni—. Haroche lo pensó.

Peor. Estaba llorando, Ivan
. Miles no había visto llorar a Illyan en toda su vida.

—No. Lo hice yo mismo. Me lo hice todo yo solo —vaciló—. Tuve un último ataque en su despacho. Justo delante de él. Creo que he mencionado que parecen producidos por la tensión.

El rostro de Ivan se torció en una mueca compasiva.

Galeni resopló.

—Haroche tampoco podía creerlo. Dijo que todo el mundo en el cuartel general de SegImp sabía lo que Illyan pensaba de sus galones dorados de mierda.

Naismith era el mejor, oh, sí
.

—Después de la operación de Dagoola IV, tendría que haber pensado así. —Pero la operación de rescate en Dagoola había sido casi cuatro años antes.
¿Qué mierda tienes para mí últimamente?
—. Supongo que eso es una cita directa de Haroche.

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