Tomaré un trago, luego pediré algo de comer
. Al día siguiente debía formular otro plan de ataque contra el… el maldito saboteador que acechaba en sus neuronas.
El vino era agradable, rico y cálido. Para autosedarse necesitó más alcohol que de costumbre, un problema de fácil remedio; la resistencia podía ser otro efecto secundario de la criorresurrección, pero temía que fuera simplemente debido a la edad. Se quedó dormido tras tomarse las dos terceras partes de la botella.
A mediodía el problema de la falta de alimento empezó a agudizarse, a pesar de haberse tomado un par de pastillas contra el hambre para desayunar, y la necesidad de té y café se volvió acuciante.
He sido entrenado por SegImp. Puedo resolver este problema. Alguien debe haber ido a hacer la compra todos estos años… no, ahora que lo pienso, los suministros de la cocina eran entregados diariamente en una furgoneta voladora
; recordó a los soldados inspeccionándola. El jefe de cocina tenía prácticamente las funciones de un intendente del ejército; manejaba la logística nutritiva del conde, la condesa, un par de docenas de sirvientes, veinte soldados, un puñado de gente dependiente de ellos, molestos guardias de SegImp que nunca rechazaban un plato, y además se ocupaba de las frecuentes cenas de estado, fiestas y recepciones cuyos invitados podían contarse por centenares.
La comuconsola del cubículo del cocinero no tardó en mostrar los datos que Miles buscaba. Había habido un suministrador oficial; la cuenta estaba ahora cerrada, pero sin duda podría volver a abrirla. La longitud de la lista de suministros era sorprendente, sus precios aún más. ¿Cuántos marcos había que pagar por los huevos? Oh. Se refería a doce docenas de huevos por caja, no a doce huevos. Miles trató de imaginar qué podría hacer con ciento cuarenta y cuatro huevos. Tal vez lo que nunca hizo cuando tenía trece años. Algunas oportunidades llegan demasiado tarde en la vida.
Así que consultó el directorio vid. El suministrador más cercano era una pequeña tienda de la ciudad, situada a unas seis manzanas de distancia. Otra duda: ¿se atrevería a conducir?
Ve andando. Toma un taxi comercial para volver a casa
.
El lugar resultó ser un extraño agujerito en la pared, pero suministró café, té, leche, un número razonable de huevos, una caja de avena instantánea, y un puñado de artículos precocinados de la marca ¡Comi-Instant! Tomó dos de cada uno de los cinco sabores. Llevado por un impulso, también compró media docena de paquetes de comida cara para gatos, de esa carne olorosa que le gusta a los mininos. ¿Debería llevárselo al guardia de la puerta? ¿O trataría de seducir a la gata Zap para que le siguiera? Después del incidente con el campo-maraña, el bicho probablemente no se acercaría siquiera a la puerta trasera de la Residencia Vorkosigan.
Recogió sus cosas y las llevó al mostrador; la encargada lo miró de arriba abajo y le dirigió una sonrisa peculiar. Se preparó por dentro para alguna observación capciosa del tipo
Ah, ¿mutante?
Tendría que haberse puesto el uniforme de SegImp; nadie se atrevía a mofarse del Ojo de Horus que parpadeaba en su cuello. Pero todo lo que la mujer dijo fue:
—Ah, ¿soltero?
Su regreso a casa y el desayuno a media tarde le ocuparon otra hora. Quedaban cinco horas para que oscureciera. Más horas hasta el momento de irse a la cama. No hacía falta tanto tiempo para echar un vistazo a todas las clínicas y especialistas en crioneurología de Barrayar, y dividir la lista en dos grupos: reputación médica, y la probabilidad de mantener su visita en secreto para SegImp. Ese segundo requerimiento era el tema espinoso. Realmente no quería que alguien que no fuese el mejor médico hurgara en su cabeza, pero iba a ser difícil convencerlo de que tratara a un paciente y no llevara registros. ¿Escobar? ¿Barrayar? ¿O debía esperar a encontrarse en su próxima misión galáctica, lo más lejos posible del cuartel general?
Recorrió la casa, inquieto, repasando recuerdos en su mente. Ésta era la habitación de Elena. Esa diminuta cámara perteneció al sargento Bothari, su padre. Aquí fue donde Ivan resbaló por la barandilla de seguridad, se cayó y se abrió la cabeza, sin ningún efecto discernible sobre su intelecto. Hasta albergaron la esperanza de que la caída lo volviera algo más listo…
Para cenar, Miles decidió no bajar. Se puso su uniforme verde, retiró todas las sábanas de los muebles del salón, y colocó el vino con una copa de cristal adecuada a la cabecera de una mesa que tenía muchos metros de largo. A punto estuvo de ir a buscar un plato, pero recordó que se ahorraría fregarlos si se comía la ¡Comi-Instant! en el paquete. Puso una música suave. Tardó en cenar unos cinco minutos. Cuando terminó, volvió a colocar diligentemente las sábanas sobre la madera pulida y las hermosas sillas.
Si tuviera a los Dendarii aquí, podría haber celebrado una auténtica fiesta
.
Elli Quinn. O Taura. O Rowan Durona. O incluso Elena, con Baz y todo. Bel Thorne, a quien aún echaba de menos. Todos los mencionados. Alguien. La visión interna de los Dendarii ocupando la Residencia Vorkosigan le produjo vértigo, pero no había duda de que sabrían cómo animar el cotarro.
A la tarde siguiente estaba tan desesperado que llamó a su primo Ivan.
Ivan respondió rápidamente a su comuconsola. El teniente Lord Ivan Vorpatril aún vestía de uniforme, idéntico al de Miles excepto por el símbolo de Ops en vez del de SegImp pegado al cuello, sobre los rectángulos rojos de teniente. Al menos Ivan no había cambiado: conservaba aún la misma mesa en el cuartel general de Servicio Imperial durante el día, y llevaba una agradable vida como oficial Vor en la capital durante la noche.
El rostro hermoso y afable de Ivan se animó con una sonrisa sincera cuando vio a Miles.
—¡Vaya, primo! No sabía que hubieras vuelto a la ciudad.
—Llegué hace unos cuantos días —confesó Miles—. He estado saboreando la extraña sensación de tener la Residencia Vorkosigan para mí solo.
—Santo Dios, ¿estás solo en ese mausoleo?
—A excepción del guardia de la puerta, y de la gata Zap, que se mantienen apartados.
—Debe de venirte bien, ya que has vuelto de entre los muertos —dijo Ivan.
Miles se tocó el pecho.
—En realidad no. Antes nunca me llegué a dar cuenta de lo mucho que cruje este sitio por la noche. Me he pasado la tarde…
No podía decirle a Ivan que se había pasado el día planeando una visita médica secreta sin que su primo preguntara «por qué»; así que continuó tranquilamente:
—… buscando en los archivos. Me dio por preguntarme cuánta gente había muerto aquí, a lo largo de los siglos. Además de mi abuelo, claro. Había muchos más de los que pensaba.
Era una cuestión fascinante, desde luego; tendría que mirar en los archivos.
—Ah.
—Y bien… ¿qué tal en la ciudad? ¿Alguna posibilidad de que te pases por aquí?
—Estoy de servicio todo el día, naturalmente… no hay mucho que hacer, claro. Nos encontramos en ese extraño periodo en que ya hemos pasado el cumpleaños del Emperador y aún no es la época de Feria de Invierno.
—¿Cómo fue la fiesta de cumpleaños? Me la perdí. Todavía estaba en ruta, tres semanas fuera. Ni siquiera se emborrachó nadie para celebrarlo.
—Sí, lo sé. Me tocó a mí entregar la bolsa de oro de tu distrito. Fue lo de costumbre. Gregor se retiró temprano, y la cosa se prolongó más o menos hasta el amanecer.
Ivan frunció los labios, como si acabara de ocurrírsele una idea brillante. Miles se preparó.
—Pero voy a decirte una cosa. Dentro de dos noches Gregor va a celebrar una cena oficial. Hay dos o tres embajadores galácticos nuevos, y un par de consejeros menores que presentaron sus credenciales el mes pasado; Gregor pensó en reunirlos a todos a la vez y salir del paso. Como siempre, mi madre hará de anfitriona para él.
Lady Alys Vorpatril era ampliamente reconocida como la principal árbitro social de Vorbarr Sultana, no sólo por sus frecuentes deberes en la Residencia Imperial como receptora oficial del Emperador Gregor, que no tenía esposa, madre, ni hermanas.
—Después habrá un baile. Mi madre me preguntó si podría convocar a algunos jóvenes para caldear el ambiente. Por jóvenes supongo que querrá decir de menos de cuarenta años. Que sean adecuados, ya entiendes. Si hubiera sabido que estabas en la ciudad, te habría llamado antes.
—Quiere que lleves una cita —interpretó Miles—. Preferiblemente una prometida.
Ivan sonrió.
—Sí, pero por algún motivo la mayoría de los tipos que conozco no quieren prestarme las suyas.
—¿Tengo que llevar también una compañera de baile? Ya casi no conozco a ninguna mujer aquí.
—Bueno, trae a una de las chicas Koudelka. Yo voy a hacerlo. Cierto, es como traer a tu hermana, pero son enormemente decorativas, especialmente en conjunto.
—¿Se lo pediste a Delia? —preguntó Miles, pensativo.
—Sí. Pero te la cederé si quieres, y me quedaré con Martya. Pero si vas a escoltar a Delia, tienes que prometer que no la harás llevar tacones altos. Odia que la obligues a llevarlos.
—Pero está tan… impresionante con ellos.
—Es impresionante sin ellos también.
—Cierto. Bueno… sí, muy bien.
Miles tuvo una breve visión fulgurante en la que sufría un ataque en el salón imperial de baile, delante de casi toda la flor y nata Vor de la capital. ¿Pero cuál era la alternativa? ¿Quedarse en casa solo otra noche sin nada que hacer excepto soñar con su huida a Escobar tras la siguiente misión, desarrollar diecinueve improbables formas más de burlar el seguimiento que SegImp haría de él en su propio terreno, o dilucidar cómo robarle la gata al guardia de la puerta para conseguir compañía? E Ivan podría resolver su problema de transporte.
—No tengo coche —dijo Miles.
—¿Qué le ocurrió a tu volador?
—Está… en el taller. Ajustes.
—¿Quieres que te recoja?
Su cerebro empezaba a fundirse. Eso significaba que Ivan conduciría, para terror de todos los pasajeros prudentes, a menos que Miles convenciera a Delia Koudelka de que tomara el volante. Se enderezó en su asiento. Acababa de ocurrírsele una brillante idea.
—¿De verdad quiere tu madre cuerpos extra?
—Eso dice.
—El capitán Duv Galeni está en la ciudad. Lo vi el otro día en el cuartel general de SegImp. Lo tienen confinado en la sección de Análisis, aunque él parece considerarlo un raro honor.
—¡Oh, sí, lo sabía! Tendría que haberme acordado de comentártelo. Vino a nuestra parte de la ciudad hace unas semanas siguiendo al general Allegre, para alguna consulta de los de arriba. Pensé en hacer algo para darle la bienvenida a Vorbarr Sultana, pero no había decidido qué. Vosotros los chicos de SegImp tenéis tendencia a quedaros escondidos allá en Paranoia Central.
—Por cierto, está intentando impresionar a una chica de Komarr —continuó Miles—. No es una chica, sino una mujer, supongo: una especie de rueda de gran potencia en una delegación comercial. Tendrá más cerebro que belleza, creo, cosa que no me sorprende conociendo a Galeni. Y tiene interesantes conexiones komarresas. ¿Cuántos puntos crees que se anotaría por llevarla a una cena imperial de estado?
—Muchos —decidió Ivan—. Sobre todo si es una de las pequeñas veladas exclusivas de mi madre.
—Y los dos le debemos una.
—Más de una. Y ya no es tan sarcástico como solía ser, me he dado cuenta. Tal vez se está aflojando. Claro, invítalo.
—Le llamaré, y luego volveré a ponerme en contacto contigo.
Feliz con su inspiración, Miles cortó la comunicación.
Miles bajó del vehículo de superficie del capitán Galeni, detenido en el pórtico oriental de la Residencia Imperial, y se volvió para ayudar a Delia Koudelka, que poca ayuda necesitaba. Ella estiró las largas y atléticas piernas, y bajó de un salto. La amplia falda del vestido, de su color azul favorito, reveló un atisbo de las zapatillas de baile a juego, bonitas, cómodas y planas. Era la más alta de las cuatro hijas del comodoro Koudelka; la coronilla de la cabeza de Miles quedaba unos buenos diez centímetros por debajo del nivel de su hombro. Le sonrió. Ella le devolvió una sonrisa algo torcida, afectuosa y elegante.
—No sé por qué he permitido que Ivan y tú me convencierais —le susurró al oído.
—Porque te gusta bailar —declaró Miles con seguridad—. Concédeme los dos primeros y te prometo que te encontraré un diplomático alto y guapo para el resto de la velada.
—No es eso —negó ella, estudiando su escasa estatura.
—Lo que me falta de altura, lo compenso en velocidad.
—Ése es el problema —asintió ella contundente.
Galeni entregó su modesto vehículo al sirviente imperial que aguardaba para llevárselo, y se colocó la mano de su dama sobre el brazo. Hacía falta conocer un poco a Galeni para interpretar su expresión; Miles lo veía un poco orgulloso, un poco creído, y un poco cortado, como un hombre que llega a una fiesta vestido de forma estrambótica. Ya que Galeni, casi dolorosamente acicalado, afeitado y pulcro, llevaba el mismo uniforme gris de servicio con las insignias brillantes que Miles, sólo podía deberse a su acompañante.
Bien puede estar orgulloso
, pensó Miles.
Espera a que Ivan vea esto
.
De haber poseído Laisa Toscane más cerebro que belleza, habría sido una especie de genio. Sin embargo, la fuente exacta de su intenso atractivo físico era difícil de determinar. Tenía un rostro de rasgos suaves y agradables, pero no tan impactante como, digamos, el finamente esculpido de Elli Quinn. Sus ojos eran poco comunes, de un brillante verdiazul, aunque Miles no podía decir si el color era auténtico o postizo. Era de baja estatura incluso para tratarse de una mujer komarresa, dos palmos más pequeña que Galeni, casi tan alto como Delia. Pero su característica más sobresaliente era su piel, tan blanca y lechosa que casi resplandecía.
Iridiscente
, pensó Miles, ésa era la palabra para definir aquella carne. «Rotunda» no era apropiado, ni lo suficientemente entusiasta. Nunca había visto nada tan tremendamente femenino fuera de una pantalla de fuerza hautdama cetagandana.
El dinero no siempre confiere gusto a su poseedor, pero cuando lo hace, los resultados pueden ser impresionantes. Ella vestía unos pantalones anchos, rojo oscuro, al estilo komarrés, y un top corto a juego, rematado por una chaqueta a la caja de color crema y verdiazul. Joyas discretas. Llevaba el cabello, demasiado oscuro para ser considerado rubio y demasiado plateado para ser considerado castaño, cortado en breves rizos a la estricta moda komarresa. Su sonrisa parecía complacida y excitada, pero en modo alguno abrumada.
Si convence a tía Alys
, decidió Miles,
lo hará muy bien
. Avivó el paso para amoldarse al de Delia, y condujo a su pequeño grupo al interior, como si la cena de estado del Emperador Gregor fuera su regalo personal para todos ellos.