Recuerdos (12 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Recuerdos
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Miles se preguntó cómo sería tener treinta y cinco años de recuerdos a tu disposición y evocarlos de un modo tan vívido e instantáneo como si acabaras de experimentarlos. El pasado nunca suavizado por la agradecida neblina del olvido. Poder repasar cada error cometido con plenitud de sonido y color… tenía que ser parecido a una condena eterna. No era extraño que quienes portaban el chip se hubieran vuelto locos. Aunque tal vez recordar los errores de
otras
personas no fuera tan doloroso. Cerca de Illyan, uno aprendía a tener la boca cerrada. Era capaz de citarte todas las estupideces y las cosas irreflexivas que hubieras dicho: al pie de la letra, con tus gestos.

A Miles no le había gustado tener un chip, aunque estuviera cualificado médicamente. Ya se sentía lo suficientemente cerca de la demencia esquizofrénica sin ninguna ayuda tecnológica, gracias.

Galeni, por contra, parecía de los tipos sosos y poco imaginativos que podrían desearlo; pero Miles tenía razones para creer que abrigaba motivos ocultos, tan ocultos como el pasado terrorista de Ser Galen, su padre. No. Galeni tampoco era un candidato adecuado. Galeni simplemente se volvería loco en silencio, y sufriría terriblemente antes de que nadie se diera cuenta.

Miles contempló su comuconsola, deseando que se encendiera.
Llama. Llama. Llama. Dame mi maldita misión. Sácame de aquí
. Su silencio parecía casi burlón. Al final, se rindió y fue a buscar otra botella de vino.

6

Pasaron otras dos noches antes de que la consola personal de su dormitorio volviera a sonar. Miles, que había permanecido sentado al lado todo el día, casi se cayó de la silla. La dejó sonar de nuevo, deliberadamente, mientras trataba de frenar su corazón desbocado y controlaba la respiración.
Bien. Así tiene que ser. Frío, tranquilo, y controlado, chico. No dejes que el secretario de Illyan te vea sudar
.

Pero para su amarga decepción, la cara que se formó sobre la placa del vid no era otra que la de su primo Ivan. Obviamente acababa de terminar su día de trabajo en el cuartel general de Servicio Imperial: aún llevaba el uniforme verde… con rectángulos azules, no rojos, en el cuello, debajo de las insignias de bronce de Ops.
¿Galones de capitán? ¿Ivan lleva galones de capitán?

—Hola, primo —saludó Ivan jovial—. ¿Cómo has pasado el día?

—Me ha pasado lento. —Miles sonrió amable intentando ocultar la sensación de vértigo que tenía en el estómago.

La sonrisa de Ivan se ensanchó; se pasó una mano por el cabello, pavoneándose.

—¿Notas algo?

Sabes condenadamente bien que lo he notado al instante
.

—¿Tienes un peluquero nuevo? —fingió aventurar Miles.

—Ja. —Ivan golpeó un galón con la uña, haciéndolo chasquear.

—Sabes que hacerte pasar por oficial es un crimen, Ivan. Cierto, todavía no te han pillado…

¿Han ascendido a Ivan antes que a mí…?

—Ja —repitió Ivan, con presunción—. Todo es oficial, con fecha de hoy. Mi nuevo rango es efectivo desde esta mañana. Sabía que se estaba cociendo, pero no lo había comentado con nadie. Pensé que todos os merecíais una pequeña sorpresa.

—¿Cómo es que te han ascendido a ti antes que a mí? ¿Con quién demonios te has estado acostando? —las preguntas escaparon de los labios de Miles antes de que pudiera contenerlas. No tenía intención de que su tono de voz fuera tan brusco.

Ivan se encogió de hombros, sonriente.

—Yo hago mi trabajo. Y lo hago sin ir por ahí saltándome todas las reglas de un modo tan artístico. Además, te has pasado no sé cuánto tiempo de baja médica. Deduce eso, y probablemente tengo años de veteranía sobre ti.

Sangre y huesos. Se había ganado cada instante de esa desgraciada baja con sangre y huesos y dolor interminable, siempre al servicio del Emperador.
¿Sangre y huesos y van y ascienden a Ivan? ¿Antes que a mí…?
Algo parecido a la ira le atragantó las palabras en la garganta como si fueran de algodón.

La sonrisa de Ivan, al observar esto, desapareció. Sí, por supuesto, Ivan esperaba que lo felicitaran, que Miles compartiera su orgullo y el placer por su logro, algo que resultaba verdaderamente triste si te lo tenías que comer solo. Miles se esforzó por controlar mejor su rostro, sus palabras, sus pensamientos. Trató de dar a su voz una entonación burlona.

—Enhorabuena, primo. Ahora que tu rango y tu paga han subido tanto, ¿qué excusa vas a ponerle a tu madre para no casarte con algún bomboncito Vor?

—Tendrán que pillarme primero. —Sonrió Ivan, animándose de nuevo con su respuesta—. Me muevo rápido.

—Mm. Será mejor que no esperes demasiado. ¿No renunció Tatya Vorventa y se casó hace poco? Aunque supongo que siempre queda Violetta Vorsoisson.

—Bueno, en realidad no. Se casó el verano pasado —admitió Ivan.

—¿Helga Vorsmythe?

—Eligió a uno de los amigos industriales de su padre, nada menos. Ni siquiera era Vor. Rico como el infierno, eso sí. Fue hace tres años. Dios, Miles, no te enteras de nada. No hay problema. Siempre puedo buscar a alguien más joven.

—A este paso, acabarás cortejando a embriones. —
Todos lo haremos
—. Esa puñetera tasa de nacimientos varón-hembra de la época en que nacimos nos está pasando factura. Bueno, que te vaya bien con tu nuevo rango de capitán. Sé que has trabajado por ello, aunque pretendas que no. Serás jefe de Ops antes de que yo vuelva, seguro.

Ivan suspiró.

—No a menos que cedan y por fin me den el mando de alguna nave. Últimamente son terriblemente exigentes al respecto.

—Me temo que están reduciendo los ciclos de formación. Todo el mundo se queja de eso.

—Tú has estado más de servicio a bordo de una nave que nadie que yo conozca hasta el grado de comodoro, a tu inimitable y retorcido modo —añadió Ivan, envidioso.

—Sí, pero todo es secreto clasificado. Tú estás entre los pocos que lo saben.

—El caso es que no has dejado que la falta de dinero te detenga. Ni las reglas. Ni el respeto a la realidad, por lo que yo sé.

—Nunca dejo que nada me detenga. Así es como se consigue lo que uno quiere, Ivan. Nadie te lo va a dar gratis.

Bueno… nadie iba a dárselo gratis a Miles. Las cosas le caían del cielo a Ivan, y así había sucedido durante toda su encantadora vida.

—Si no puedes ganar, cambia el juego.

Ivan alzó una ceja.

—Si no hay ningún juego, ¿no es ganar un concepto carente de significado?

Miles vaciló.

—Ahora que lo dices… Tendré que pensar en eso.

—No te esfuerces, pequeño genio.

Miles consiguió simular una sonrisa. Aquella conversación estaba dejando un mal sabor de boca tanto en Ivan como en Miles. Sería mejor cortar por lo sano. Ya lo arreglaría con Ivan más tarde. Siempre lo hacía.

—Creo que será mejor que me vaya.

—Sí. Tienes mucho que hacer.

Con una mueca, Ivan cortó la conexión antes de que la mano de Miles consiguiera llegar a la tecla.

Miles permaneció sentado en silencio ante su comuconsola durante un minuto entero. Luego, puesto que se encontraba solo, echó atrás la cabeza y escupió su frustración al techo en una sarta de todas las maldiciones galácticas que sabía. Después se sintió un poco mejor, como si hubiera conseguido expulsar algo venenoso de su alma junto con las palabras sucias. En realidad, no envidiaba a Ivan su ascenso. Era sólo… sólo…

¿Era ganar lo único que de verdad quería? ¿O seguía queriendo que vieran que había ganado? SegImp era el departamento equivocado para el que trabajar, si ansiabas fama además de fortuna. Sin embargo, Illyan lo sabía, los padres de Miles lo sabían, Gregor, todas las personas cercanas que realmente contaban sabían lo del almirante Naismith, sabían lo que era realmente Miles. Elena, Quinn, todos los Dendarii. Incluso Ivan lo sabía.
¿Por quién demonios me estoy esforzando, si no por ellos?

Bueno… siempre quedaba su abuelo, el general conde Piotr Vorkosigan, muerto hacía trece años. Miles posó la mirada en la daga ceremonial de su abuelo, enfundada en su recargada vaina y colocada en su lugar de honor, o al menos separada de otros desechos, en un estante, al otro lado de la habitación. Al principio de su carrera, Miles había insistido en llevarla consigo en todo momento. Para demostrar… ¿qué? ¿A quién?
Nada a nadie, ahora
.

Se levantó, se acercó al estante y alzó el arma, extrajo la fina hoja de su vaina y contempló la luz jugar sobre el acero pulido. Seguía siendo una fabulosa antigüedad, pero carecía… del antiguo encanto que antaño ejerció sobre él; la magia había desaparecido, o al menos, la maldición había sido conjurada. Era sólo un cuchillo. La devolvió a su vaina, abrió la mano, y dejó que cayera de vuelta a su sitio.

Se sentía desequilibrado. Cuando estaba en casa siempre se sentía así, cada vez más; pero en aquel viaje la sensación era aguda. La extraña ausencia de los condes era como un avance de su muerte. Aquello tenía un regusto de qué supondría ser el conde Miles Vorkosigan sin interrupción. No estaba seguro de que le gustara.

Necesito… a Naismith
. La aburrida vida Vor le enervaba. Pero Naismith era una afición cara. Para que SegImp le pagara a Naismith hacía falta un motivo, literalmente necesitaba una misión en la vida.
¿Qué has hecho para justificar tu existencia hoy?
era una pregunta para la que el almirante Naismith sería mejor que tuviera una respuesta diaria, o corría el riesgo de ser eliminado. Los contables de SegImp eran tan peligrosos para su subsistencia como el fuego enemigo.
Bueno… casi
. Pasó la mano por la maraña de cicatrices de su pecho, bajo su camisa.

Algo fallaba en su nuevo corazón. Bombeaba sangre, sí, todos los ventrículos y válvulas funcionaban… se suponía que lo habían desarrollado a partir de sus propios tejidos; pero parecía pertenecer a un extraño…
Te estás volviendo loco, solo en esta casa solitaria
.

Una misión. Una misión era lo que necesitaba. Luego todo volvería a estar bien. No es que deseara dañar a nadie, pero ansiaba un secuestro, un bloqueo, una pequeña guerra colonial… aún mejor, un rescate. Liberar a los prisioneros, sí.

Has hecho todo eso. Si eso es lo que querías, ¿por qué no eres feliz?

El gusto por la adrenalina, según parecía, era un apetito que crecía de aquello que se alimentaba. Naismith era una adicción, un ansia que requería dosis cada vez mayores y más tóxicas para obtener el mismo grado de satisfacción. Había practicado unos cuantos deportes peligrosos, por probar, para calmar esa ansia. No era demasiado bueno en ellos, pues carecía, entre otras cosas, del tiempo para adquirir auténtica experiencia. Y además… faltaba aquel placer extra. No era muy interesante arriesgarse sólo uno mismo. Y un trofeo le parecía un pedazo de chatarra inservible cuando se había jugado y había ganado diez mil vidas humanas en una sola ronda.

Quiero mi jodida misión. ¡Llámame, Illyan!

La llamada, cuando por fin se produjo, lo pilló durmiendo. El timbre lo sacó bruscamente de una agotada siesta, tras una noche de casi no poder dormir, asaltado por preocupaciones e inútiles especulaciones repetitivas. Miles calculaba que había practicado mentalmente unas trescientas versiones de su futura entrevista con Illyan. Lo único que sabía con seguridad era que la trescientas uno sería algo totalmente diferente.

El rostro del secretario de Illyan se formó sobre la placa del vid.

—¿Ahora? —dijo Miles, antes de que el hombre pudiera pronunciar su primera palabra. Se pasó la mano por el cabello aplastado por el sueño, y sobre el rostro un tanto abotargado.

El secretario parpadeó, se aclaró la garganta, y empezó su discurso, también previamente ensayado.

—Buenas tardes, teniente Vorkosigan. El jefe Illyan ordena que se presente en su despacho dentro de una hora.

—Podría hacerlo en menos tiempo.

—Una hora —repitió el secretario—. El cuartel general le enviará un coche.

—Oh. Gracias.

Era inútil pedir más información por comuconsola; la máquina de Miles era más segura que un modelo comercial, pero no mucho más.

El secretario cortó la comunicación. Bueno, así le daría tiempo de tomarse otra ducha fría y vestirse adecuadamente.

Tras su segundo baño del día, sacó del armario un uniforme nuevo y puso sus ojos plateados de SegImp al cuello, sobre, ejem, los mismos galones de teniente que llevaba desde hacía ocho malditos años. Los galones eran un duplicado, pero las insignias del Ojo de Horus, fabricadas con capas moleculares de plata a prueba de suciedad según un modelo oculto, eran únicas para cada soldado. El nombre y número de serie estaban grabados en el dorso, y ay del hombre que las perdiera. Los ojos de SegImp eran tan difíciles de falsificar como el dinero, e igual de poderosos. Cuando Miles terminó, su aspecto era tan pulcro que habría podido entrevistarse incluso con el Emperador. Más aún. Gregor tenía un control menos inmediato sobre su destino que Illyan.

Todo era magia contraria. Cuando no podías hacer algo verdaderamente útil, tenías que descargar la energía acumulada dedicándote a algo inútil pero factible, como vestirte a conciencia. Con todo, tuvo que esperar abajo otros diez minutos antes de que el vehículo de tierra de SegImp apareciera en el pórtico frontal.

Esta vez, cuando llegó al despacho de Illyan la puerta de la habitación interior estaba abierta. El secretario le hizo pasar.

Illyan alzó la cabeza de la enorme mesa de su comuconsola, cargada de trabajo, y asintió en respuesta al saludo de Miles, levemente más brusco que el de un analista. Tocó un control, y la puerta de la oficina exterior se cerró, y se aseguró con un cerrojo. Esto era poco común, y Miles albergó la esperanza de que significara que se estaba cociendo algo grande, un desafío realmente importante.

Había una silla esperando, bien. Se sabía que Illyan, cuando estaba particularmente furioso, te hacía esperar de pie hasta que acababa la bronca. No es que alzara jamás la voz: tendía a elegir palabras devastadoramente acertadas para ocultar sus emociones; un estilo que Miles admiraba y esperaba emular. Pero ese día había una tensión particular en el jefe de SegImp. Sombrío, mucho más de lo normal. Miles se sentó, y dirigió a Illyan un leve movimiento de cabeza, dando a entender a su comandante que tenía toda su atención:
Estoy preparado. Vamos
.

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