Read Rebelarse vende. El negocio de la contracultura Online
Authors: Joseph Heath y Andrew Potter
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Pero ¿cómo va a ser transgresor vender calzado deportivo? Para comprender la respuesta, conviene fijarse bien en la primera entrega de la trilogía
Matrix
, Se ha escrito mucho sobre la «filosofía Matrix», casi siempre erróneamente. Para entender la doctrina central hay que acudir a la escena de la primera película en que el personaje Neo ve al conejo blanco. Cuando da un libro a su amigo, en el lomo aparece el titulo
Simulacra and Simulation
,
[1]
de Jean Baudrillard.
Muchos críticos creyeron ver ahí la idea central de
Matrix
. La película retrata un complejo mundo ilusorio que engaña a nuestro cerebro mediante unas máquinas sensoriales que nos convencen de que vivimos e interactuamos en un mundo de objetos físicos, es decir, un experimento mental que sería una versión actualizada del escéptico «¿Cómo sabemos que no lo estamos soñando?», de René Descartes. Esta interpretación es errónea.
Matrix
no pretende ser una representación de un dilema epistemológico. Es una metáfora de una idea política que tiene sus orígenes en la década de 1960. Parte de una idea que tuvo su máxima expresión en la obra de Guy Debord, el fundador no oficial de la Internacional Situacionista, y en la de su discípulo Jean Baudrillard.
El marxista radical Debord escribió
La sociedad del espectáculo
y fue uno de los principales instigadores de mayo del 68 francés. Su tesis era sencilla: el mundo en que vivimos no es real. El capitalismo consumista fagocita todas las experiencias humanas auténticas, las transforma en un producto consumible y nos las revende a través de la publicidad y los medios de comunicación. Convierte todos los componentes de la vida humana en un «espectáculo» en sí mismo, es decir, un sistema de símbolos y representaciones gobernado por su propia lógica interna. «El espectáculo sufre tal grado de acumulación que se convierte en una imagen», escribió Debord. En otras palabras, vivimos en un mundo de ideología total en el que estamos totalmente alienados de nuestra naturaleza esencial. El espectáculo es un sueño que se ha hecho necesario, es «la pesadilla de la sociedad moderna, prisionera de sí misma, que finalmente expresa tan sólo su necesidad de dormir».
En semejante mundo, la tradicional preocupación por la igualdad y la abolición de la sociedad de clases se queda pasada de moda. En la sociedad del espectáculo, el nuevo revolucionario debe buscar dos cosas: «la conciencia del deseo y el deseo de la conciencia». Es decir, debemos hallar formas de placer independientes de las necesidades que nos impone el sistema y debemos despertar de la pesadilla del «espectáculo». Como hace Neo, tenemos que elegir la pildora roja.
En resumen, tratándose de rebeldía y activismo político, es inútil intentar cambiar los pequeños detalles del sistema. ¿Qué importa quién sea rico y quién sea pobre? ¿Qué importa quién tenga derecho al voto y quién no? ¿Qué importa quién tenga un mayor acceso a los empleos y las oportunidades? Todo ello es sólo una ilusión efímera. Y si los productos son sólo imágenes, ¿a quién le importa que unas personas tengan más y otras menos? Lo importante es reconocer que toda la cultura, toda la sociedad, es una pesadilla que debemos rechazar por completo.
Evidentemente, esta idea tiene poco de original. Es una de las más antiguas de la civilización occidental. En
La República
, Platón comparaba nuestra vida terrenal con una cueva llena de prisioneros que, encadenados al suelo, sólo ven sombras reflejadas en la pared a la luz de una hoguera. Cuando uno de los prisioneros escapa y sale a la superficie, descubre que el mundo en que había vivido era una pura ilusión. Regresa a la cueva para dar la buena nueva a sus compañeros, pero éstos siguen enzarzados en sus mezquinas discusiones. Desconcertado, al recién liberado le resulta difícil tomarse en serio todos estos tejemanejes «políticos».
Siglos después, ios primeros cristianos se valdrían de esta historia para explicar la crucifixión de Jesús. Antes de este suceso, se daba por hecho que la llegada del Mesías supondría la creación del reino de Dios en la Tierra. Como es de suponer, la muerte de Jesucristo acabó con estas expectativas. Por tanto, algunos de sus seguidores optaron por reinterpretar estos hechos como una señal de que el verdadero reino no debía de estar en este mundo, sino en el más allá. Mantenían que Jesucristo había resucitado para comunicar esta noticia, como el prisionero de Platón que regresaba a la cueva.
Así que la idea de que vivimos en un mundo ilusorio no es nueva. Lo que sí cambia, sin embargo, es la mentalidad popular a la hora de afrontar este engaño. Platón no tenía ninguna duda de que liberarse implicaba décadas de estudio y reflexión filosófica. Para los cristianos era aún más difícil: sólo la muerte nos daba acceso al «verdadero» mundo ulterior. Sin embargo, Debord y los situacionistas opinaban que el velo de la ilusión se podía traspasar mucho más fácilmente. Bastaría con una ligera disonancia cognitiva, una señal de que algo no funcionaba en el mundo que nos rodea. Esto lo podía producir una obra de arte, un acto de protesta o incluso una prenda de ropa. Según Debord, «las alteraciones con el más bajo y efímero de los orígenes son las que finalmente han trastocado el orden del mundo».
Y precisamente de aquí surge la idea del bloqueo cultural. El activismo político tradicional es inútil. Equivale a intentar reformar las instituciones políticas incluidas en la trama de
Matrix
. ¿Qué sentido tendría? Lo que realmente tenemos que hacer es despertar a las personas, «desenchufarlas», liberarlas de la tiranía del espectáculo. Para lograrlo tenemos que producir una disonancia cognitiva. Mediante actos simbólicos de resistencia, debemos sugerir que en el mundo hay cosas que no funcionan.
Uno de estos actos es el de la zapatilla deportiva Black Spot.
Dado que la cultura no es más que ideología, la única manera de liberarse y liberar a los demás es resistirse a la cultura en su totalidad. De ahí nace la idea de la contracultura. En la película
Matrix
, los habitantes de Sión son la versión actual del rebelde contracultural de la década de 1960. Son ellos los que han «despertado», los que se han liberado de la tiranía de las máquinas. Y, desde este punto de vista, el enemigo es todo aquel que se niegue a despertar, que insista en someterse a la cultura. En otras palabras, el enemigo es la sociedad convencional.
El personaje Morfeo resume perfectamente la teoría contracultural al describir la «matriz»: «La matriz es un sistema, Neo. Y ese sistema es nuestro enemigo. Pero cuando estás dentro y echas un vistazo a tu alrededor, ¿qué ves? Empresarios, profesores, abogados, carpinteros. Justo las personas cuyas mentes queremos salvar. Pero hasta que lo consigamos, siguen formando parte del sistema y por eso son el enemigo. Tienes que entender que la mayor parte de esta gente no está preparada para que la desenchufemos. Y muchos de ellos están tan acostumbrados, son tan patéticamente dependientes del sistema, que lucharán por defenderlo».
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En la década de 1960, los hippies declararon su implacable oposición al «sistema». Renunciaron al materialismo y la avaricia, rechazaron la censura y estandarización del macartismo y se propusieron crear un mundo nuevo basado en la libertad individual. Pero ¿qué sucedió con tan buenas intenciones? Cuarenta años después, el «sistema» no parece haber cambiado mucho. En todo caso, el capitalismo consumista no sólo ha sobrevivido a varias décadas de rebeldía contracultural, sino que ha salido fortalecido. Si Debord pensaba que el mundo estaba saturado de publicidad y medios de comunicación a principios de la década de 1960, ¿qué hubiera opinado del siglo XXI?
En este libro mantenemos que varias décadas de rebeldía «antisistema» no han cambiado nada, porque la teoría social en que se basa la contracultura es falsa. No vivimos en la «matriz», ni tampoco vivimos en el «espectáculo». Lo cierto es que el mundo en que vivimos es mucho más prosaico. Consiste en miles de millones de seres humanos —cada uno de ellos con su propio concepto del bien— intentando cooperar con mayor o menor éxito. No hay ningún sistema único, integral, que lo abarque todo. No se puede bloquear la cultura porque «la cultura» y «el sistema» no existen como hechos aislados. Lo que hay es un popurrí de instituciones sociales, la mayoría agrupadas provisionalmente, que distribuyen las ventajas y desventajas de la cooperación social de un modo a veces justo, pero normalmente muy injusto. En un mundo así, la rebeldía contracultural no sólo es poco útil, sino claramente contraproducente. Además de malgastar energía en iniciativas que no mejoran la vida de las personas, sólo fomenta el desprecio popular hacia los falsos cambios cualitativos.
Según la teoría contracultural, el «sistema» se organiza sobre la base de la represión del individuo. El placer humano es inherentemente anárquico, indisciplinado, salvaje. Para tener controlados a los trabajadores, el sistema debe infundir necesidades manufacturadas y deseos prefabricados, que a su vez pueden satisfacerse dentro de la estructura de la tecnocracia. El orden existe, pero a expensas de la infelicidad, la alienación y la neurosis generalizada. Por tanto, la solución está en recuperar nuestra capacidad de sentir placer espontáneo mediante, por ejemplo, la perversidad múltiple, o el teatro alternativo, o el primitivismo moderno, o las drogas experimentales, o cualquier otra cosa que nos ponga las pilas. La contracultura considera la diversión como el acto transgresor por excelencia. El hedonismo se transforma en una doctrina revolucionaria.
¿Resulta extraño, entonces, que este tipo de rebeldía contracultural haya servido para consolidar el capitalismo consumista? Si es así, ha llegado el momento de dar un repaso a la realidad. Divertirse no es transgresor, ni socava ningún sistema. De hecho, el hedonismo generalizado entorpece la labor de los movimientos sociales y hace mucho menos atractivos los sacrificios en nombre de la justicia social. En nuestra opinión, la izquierda progresista tiene que diferenciar su interés por ¡os problemas sociales de su teoría contracultural, abanderando lo primero y abandonando lo segundo.
En cuanto a la justicia social, todos los grandes logros obtenidos en Norteamérica durante el último medio siglo proceden de una reforma sistemática llevada a cabo dentro del sistema. Tanto los movimientos pro derechos civiles como el feminismo han beneficiado enormemente a determinados sectores desfavorecidos, al tiempo que la protección social proporcionada por el Estado del bienestar mejoraba las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Pero estas mejoras no se han conseguido «desenchufando» a las personas de la red de ilusiones que gobierna sus vidas. Se deben a un laborioso proceso de política democrática basada en el debate, la investigación, la coalición y la reforma legislativa. Éste nos parece el camino que hay que seguir.
Puede que sea menos ameno, pero potencialmente es mucho más útil.
A
primera hora de la mañana del 8 de abril de 1994, llegó un electricista para instalar un nuevo sistema de seguridad en un chalet con vistas al lago Washington, al norte de la ciudad estadounidense de Seattle. En el invernadero se encontró con el dueño de la casa, Kurt Cobain, muerto sobre un enorme charco de sangre. Cobain había tomado una sobredosis mortal de heroína, pero para no dejar cabos sueltos, se había volado la parte izquierda de la cabeza con una escopeta Remington del calibre 20.
Cuando se difundió la noticia de la muerte de Cobain, no extrañó a casi nadie. Al fin y al cabo, se trataba del hombre que había sacado la canción «Me odio a mí mismo y quiero morirme». Como cantante del grupo Nirvana, probablemente el más importante de la década de 1990, todo lo relacionado con él tenía una inmediata repercusión mediática. Sus anteriores intentos de suicidio se habían hecho públicos. La nota que había junto a su cuerpo no dejaba lugar a dudas: «Es mejor quemarse que irse apagando lentamente». Sin embargo, su muerte produjo un pequeño revuelo comercial basado en la teoría de la conspiración. Porque ¿quién mató a Kurt Cobain?
Por un lado, la respuesta es obvia. A Kurt Cobain lo mató Kurt Cobain. Pero el cantante de Nirvana también fue víctima de una idea falsa: la teoría de la contracultura. Aunque se consideraba un músico punk, un rockero dedicado a hacer música «alternativa», había vendido millones de discos. En gran parte fue él quien propició que la música antes denominada «rock duro» se rebautizara como «grunge», una etiqueta mucho más comercial. Pero en vez de sentirse orgulloso, esta popularidad siempre le pareció algo de lo que avergonzarse. Tenía mala conciencia por haberse «vendido alas multinacionales».
Cuando el disco estrella de Nirvana,
Nevermind
, superó en ventas a Michael Jackson, el grupo se puso de acuerdo para intentar disminuir su número de fans. El siguiente álbum,
In Utero
, contenía música deliberadamente oscura e inaccesible. Pero no sirvió de nada. El disco llegó al número uno en las listas estadounidenses.
Cobain fue incapaz de conciliar su dedicación a la música alternativa con el éxito popular de Nirvana. Finalmente, el suicidio debió de parecerle la única manera de salir del
impasse
. Prefirió abandonar (sin haberse «vendido al sistema») antes que perder lo que le quedaba de integridad. Cualquier cosa con tal de defender que «la música punk es la libertad». Por desgracia, Cobain no se planteó la posibilidad de que todo su mundo fuese mentira, es decir, que no exista la música alternativa, ni el circuito convencional, ni la relación entre música y libertad, ni el concepto de «venderse a las multinacionales». Lo único que existe son las personas que hacen música y las personas que oyen música. Y cuando la música que se hace es buena, la gente quiere escucharla.
Por tanto, ¿de dónde procede el concepto de «lo alternativo»? ¿De que hay que ser poco popular para ser auténtico?
Cobain era un autodidacta que decía haberse educado en la escuela «Música Punk 101». Una gran parte de la filosofía punk consistía en rechazar lo que habían defendido los hippies. Frente a grupos como Lovin' Spoonful había que oír a Grievous Bodily Harm. Mucho mejores que los Rolling Stones eran Violent Femmes, Circle Jerks y Dead On Arrival. Las crestas mejor que el pelo largo. Las botas militares mejor que las sandalias. La acción mejor que el
satyagrafía
.
[2]
Lo punk era lo no hippie.