Premio UPC 2000 (24 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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—¿Por quién nos tomas? —pregunta'—. Simplemente lo hemos retirado de escena. Estará en lugar seguro hasta que todo esto acabe. Será compensado por las molestias, no te preocupes… —sonríe y su traje se relaja—. El asesinato es siempre la última opción que barajamos. Hasta un
format
nos pareció demasiado drástico en este caso. Hay que considerar todas las posibilidades, amigo… Y si tú estás demasiado ocupado planeando tu venganza otros tienen que hacerlo por ti.

—No sé si darte las gracias o romperte la cabeza.

—Un simple gracias bastará… Y quiero recordarte que la decisión de involucrar a Scaramouche en esto fue enteramente tuya. Juvenal podría haberte conseguido un cuerpo como ése y todo hubiera quedado en casa.

—Scaramouche es el mejor en lo que hace. Y yo necesitaba al mejor.

Leónidas se encoge de hombros y, aunque parece no estar del todo conforme con mi comentario, se guarda su opinión al respecto.

—Más cosas: probablemente los hombres de Ethan Lárnax controlarán todas las llegadas que se produzcan a Miranda —dice—. Una resonancia al código genético de tu disco de identidad y estás acabado. Frito.

—Bien… ¿Y cómo lo vamos a evitar?

—Con un simple dispositivo de camuflaje —Leónidas saca de uno de sus bolsillos una fina placa de metal con la misma forma que un disco de personalidad—. Colocaremos esto sobre tu disco y camuflaremos tu identidad. Para los sistemas de resonancia, los implantes de registro o para cualquier otro tipo de aparato de lectura de código te convertirás en Vargas Patricia, nacido varón en Titán, compilado por Body & Brain Unlimited dos años después de tu nacimiento, empleado de Empresa, departamento defensa virtual Marte. —No es un mal trabajo…

—No, no lo es… Cobras mucho y trabajas poco. Todo por lo que el hombre ha luchado a lo largo de su historia —vuelve a guardarse el disco en uno de los inmensos bolsillos camuflados en su traje negro—. Marion Bastian llegó ayer —me anuncia—. Ella misma te colocará el dispositivo junto al resto de mejoras que se le hayan ocurrido por el camino. Bien, una última cosa para terminar: tienes pasaje en la
Stefánikova
para mañana a medianoche, como pediste. Llegarás a Miranda el 21 de agosto en torno a las cuatro de la tarde. A partir de entonces estarás completamente solo.

DoCe

Era un local de mala muerte perdido en el viejo espaciopuerto de Luna. Aurora me había arrastrado hasta allí esgrimiendo que toda buena relación debía cumplimentar ciertos requisitos imprescindibles; yo le pregunté entonces por el número de buenas relaciones que había tenido y ella contestó que las suficientes como para saber que ésa era una pregunta a la que era preferible no responder. Así, entre risas y bromas, llegamos a la puerta del local, una amplia y chata chabola fabricada con planchas metálicas como parecía ser uso y costumbre habitual en el lugar. Fue entonces cuando Aurora me explicó lo que se proponía hacer.

—Crear una red virtual entre los dos. Si te parece bien, claro.

—¡Eh! ¿Me equivoco o eso es del todo ilegal?

—Lo es. Lo es. Por eso hemos venido aquí, querido. En los bajos fondos de Luna no hay ley que valga. —Me tomó de las manos y me miró largo rato a los ojos—. La decisión es enteramente tuya. ¿Quieres hacerlo? ¿Quieres compartir conmigo cada instante de tu vida? Yo estoy dispuesta.

—Te parecerá bonito soltármelo así. Esas cosas se piensan, ¿sabes? Una decisión de tal calibre no se toma a la ligera.

—Acción, reacción… ¿Qué me dices? ¿Sí o no?

Hacía unos días que habíamos decidido que cuando Vincent Aurora regresara a Miranda yo le acompañaría. No había sido una decisión difícil. Ninguno consideraba la idea de una posible separación y yo estaba seguro de que en Miranda no tardaría en encontrar trabajo. Mientras no pondría reparo alguno en que Vincent Aurora me mantuviera. Y una red ilegal entre los dos tampoco era algo como para llevarse las manos a la cabeza. Si la cosa no funcionaba siempre podía borrarla. Así que no encontré motivo para oponerme.

—De acuerdo, de acuerdo… —le contesté—. Veamos si tengo el valor de soportarte cada segundo del día.

Llamamos a la puerta de metal sucio de la chabola y, casi al instante, una mirilla se destapó en la parte superior y un inmenso globo ocular, de un rojo intenso, nos escrutó desde dentro.

—Bonita pareja. ¿Qué les trae a mi humilde establecimiento? —preguntó una voz gangosa, ligeramente metálica.

—¿Eres Rad Nadia? —preguntó Aurora.

—¿A qué puerta has llamado, chica? ¡Claro que soy yo! ¿Qué es lo que queréis?

—Una red virtual para dos y, por lo que me han dicho, tú haces las mejores.

—Ahhh…, el amor… Es tan estúpido como lucrativo. Pasad, pasad…

La puerta se abrió y los dos accedimos al interior. El ojo que nos había observado tras la mirilla se alejaba flotando lánguidamente, sin dejar de mirarnos. Un brazo de metal dorado que flotaba en la entrada del pasillo en que desembocaba el porche nos hizo una seña para que le siguiéramos. De alguna parte sobre nuestras cabezas nos llegó la misma voz que nos había invitado a pasar:

—Por favor… entren en la salita del fondo y pónganse cómodos.

El interior de la casa era un
verdaderopoltergeist.
Un sinfín de instrumentos flotaban y danzaban en el aire, conté una docena de ojos y una cantidad similar de brazos de todos los tamaños y formas. Bien, si tenía dudas sobre dónde me encontraba éstas se habían disipado: estaba en el establecimiento de un neurata. Por si fuera poco, a excepción de tres divanes con extractores de fase incorporados, el resto del mobiliario era un desordenado híbrido entre un laboratorio primitivo y otro de última generación: las redomas, los alambiques y los textos antiguos se mezclaban con rutilantes tomógrafos espectrales, terminales holográficas y estanterías envueltas en campos refrigerantes y repletas de cubetas de ADN alterado, cultivos neuronales y neurotransmisores mutantes.

—Bien, bien, bien… ¿Y tienen pensado algo en especial? —el disco de identidad del tal Rad Nadia debía de estar enchufado en algún lugar de la casa, desde donde manejaba por control remoto todo aquel pandemónium volante. En definitiva ese pandemónium volante no era otra cosa que su cuerpo, un cuerpo disperso pero cuerpo al fin y al cabo. —No —dijo Aurora—. La red estándar será suficiente… —Bien, bien, bien… Buena elección aunque me atrevería a aconsejarles que, por una módica cantidad añadida, incluyan los útiles de configuración para que ustedes mismos puedan modificar la red a su antojo cuando gusten.

Aurora aceptó su sugerencia y Rad Nadia nos indicó entonces que nos tendiéramos en los divanes. Justo cuando me recliné en el diván se me ocurrió la desconcertante idea de que Rad Nadia bien pudiera ser el neurata que me borró. Hasta jugueteé con la todavía más extravagante idea de que, tal vez, pudiera guardar una copia de mi memoria, ¿por qué no?, había escuchado muchas cosas sobre los neuratas y, de creerme sólo la mitad, había poco que escapara de sus posibilidades. Gracias al cielo aquella línea de pensamiento quedó frenada cuando una especie de diadema pulsátil, que hasta entonces había estado revoloteando por la sala, se ciñó a mi cráneo. Otra diadema idéntica a la mía hizo lo propio con la cabeza de Aurora. La voz de Rad Nadia nos llegó de ninguna parte y de todas a la vez.

—El procedimiento es bien sencillo. Voy a practicar una incisión microscópica en vuestro disco de identidad: allí implantaré el enlace. El soporte virtual de la red se descargará en una pequeña red ilegal del sistema Lalande a la que solamente yo tengo acceso.

—¿Cuánto va a tardar? —pregunté, tratando de encontrar una posición más cómoda en el diván.

—¿Tardar? Ya está hecho… —anunció un instante antes de que las diademas dejaran nuestras cabezas y volvieran al delirante maremag-num que daba vueltas en la habitación—. Es un procedimiento sencillo. Punción y descarga de la red estándar desde mis archivos hasta la red ilegal, no hay más secretos ni misterios… Podéis probarla ahora si lo deseáis.

El listado de enlaces se me vertió en la retina con sólo pensarlo, peto no logré encontrar el nuevo enlace. Fruncí el ceño y entré en mi red privada para llamar a Vincent y comunicarle que había algo que no funcionaba. Fue al entrar en mi red cuando sentí una dislocación en mis sentidos, como si hubiera encontrado en mi mente un pasillo que antes no estaba allí. Lo tomé y de pronto la realidad entera se desplomó a mi alrededor y se comprimió hasta convertirse en un único punto de luz iridiscente que, finalmente, con un trallazo colosal, estalló en unas altas llamaradas verdes y negras que lo cubrieron todo como un telón. Había entrado de forma psíquica en la red. Y no estaba solo. Vincent estaba conmigo. No sólo eso, de un modo que no llegaba a comprender, yo estaba en Vincent y él estaba en mí.

No podía captar sus pensamientos, pero ésa era la única limitación: me encontraba unido a él de una forma casi completa, no tan física como el sexo pero, a un nivel superior, todavía más placentera. Sentía su esencia mezclada con la mía de tal manera que era difícil saber dónde empezaba uno y dónde acababa el otro: éramos como dos líquidos vertidos en un mismo recipiente, aún manteníamos ciertas características individuales pero el resto se habían entrelazado. Rad Nadia había construido un puente de acceso entre ambos y había creado un espacio común donde podíamos encontrarnos, en esencia, y sustraernos de todo lo que nos rodeaba. Allí lo éramos todo y nada que no fuéramos nosotros podía entrar.

Lo único que echaba de menos en aquel lugar era una referencia física. Tomé la nada que me rodeaba y me la eché sobre los hombros para luego darle forma y construirme con ella un cuerpo. Primero no fui más que una silueta luminosa, una figura que se fue definiendo poco a poco hasta que aparecí vestida con el mismo modelo Lohta con el que había conocido a Vincent en Ganímedes. Un segundo después una zona del vacío junto a mí se concretó y el desgarbado moreno de mirada profunda que me había seducido en aquel bar orbital apareció a mi lado.

—¿Vienes mucho por aquí? —preguntó.

—A partir de ahora, siempre… —contesté yo.

TreCe

La última parada de mi viaje con Vincent Aurora no estaba programada. Apurábamos nuestros últimos días en Luna cuando a Vincent le llegó la noticia de que el decimoquinto congreso de modelos de lucha iba a tener lugar en el Mar de las Lluvias en el noroeste de Luna. Comunicó a Miranda que iba a retrasar su regreso. Vincent consideraba que la probabilidad de encontrar buenas cobayas en los circuitos de lucha era muy alta y no quería dejar escapar esa oportunidad. Era una cuestión de profesionalidad. Y nadie ganaba a Vincent en profesionalidad.

La lucha es, junto a la industria sexual, uno de los negocios que más montante económico mueve dentro de la arquitectura genética. Hay ligas en todos los asentamientos humanos del Sistema Solar y anualmente se celebran competiciones interplanetarias que, sistemáticamente, pulverizan récords de audiencia en Media Sinsonte y saturan las redes temáticas. Hasta la política aislacionista que impera en la galaxia se relaja durante la olimpíada de lucha que se celebra cada siete años y ala que acuden los mejores luchadores de todos los sistemas.

Uno de los acontecimientos tangenciales más importantes en el mundo de la lucha son los congresos que conjuntamente celebran las distintas empresas de arquitectura genética para mostrar al público los nuevos modelos de lucha que pretenden lanzar al mercado de cara a la próxima temporada. Son modelos de precios prohibitivos, al alcance únicamente de las estrellas de la lucha o de particulares excéntricos con ganas de gastar una fortuna en un cuerpo que sólo tiene sentido dentro de los circuitos de pelea, fuera de éstos no sólo son cuerpos incómodos sino que son sumamente peligrosos. Como resulta tradicional en estos casos, paralelamente al deporte de la lucha ha emergido un floreciente negocio de peleas ilegales con cuerpos que no cumplen los requisitos de seguridad mínimos. Oficialmente este tipo de peleas, donde la muerte de los contrincantes en muchos casos es real, está severamente perseguida, pero es en esta modalidad donde más dinero se mueve y tanto las fuerzas de seguridad de Sistema como los principales políticos reciben un buen pellizco de los beneficios sólo por permanecer ciegos y sordos ante tales eventos.

La cuestión es que cuando llegó el primer día del congreso allí estábamos los dos, perdidos entre la multitud que se apiñaba entre las estrechas callejuelas que formaban los puestos de las distintas empresas de arquitectura genética y los distintos puntos de venta y entretenimiento. Las medidas de seguridad en el Mar de las Lluvias eran tan laxas que casi se podían considerar inexistentes. Los integristas de Caronte aún no habían perdido los papeles y los eventos públicos no se habían convertido en una multitudinaria muestra del poderío de las empresas de seguridad privadas.

Todo transcurría en paz. Yo devoraba una bola de algodón dentro del cuerpo ultrasensible que Vincent me había recomendado y él, en un estilizado biomodelo Mantis, observaba las demostraciones que se llevaban a cabo en los distintos pabellones. Los cuerpos eran un remolino de armas y extremidades punzantes. Cuerpos grandes y robustos que, ante nuestros ojos, partían sin el menor esfuerzo gruesos cilindros de metal endurecido. Pesadillas aceradas hechas para causar el máximo daño en el mínimo tiempo. El metal brillaba y centelleaba ante los destellos de las cámaras holográficas. A nuestro alrededor se amontonaba una gran cantidad de curiosos entre los que deambulaban luchadores, profesionales que vestían cuerpos patrocinados por las principales firmas de lucha. Muchas firmas patrocinaban a sus propios luchadores pero la mayoría prefería vender sus modelos al mejor postor.

Vincent iba de un puesto a otro, contemplando embelesado las evoluciones de los cuerpos inmensos de los luchadores, mezclados con la multitud de curiosos que colapsaba el congreso.

—Mira… Ese modelo de placas verdes es una evolución del Loki, el cuerpo que ganó el último campeonato en Titán. Fíjate qué maravilla… Las toberas de inyección en los antebrazos son un nuevo añadido… Joder…, han multiplicado los espolones y los han hecho retráctiles… —en su rostro verde, alargado como el pico de una garza, se abrieron dos estrías doradas: una mirada de éxtasis. Vincent Aurora estaba realmente encantado—. Allí… ¡Allí! Esa cosa con forma de erizo gigante es nuestra. ¡Vamos!

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