—Tiene que serlo —dice ella—. Me ha costado horrores conseguirlo y ponerlo a punto… —apoya las manos suavemente sobre sus caderas. Las curvas de su cuerpo tienen un aspecto suave y delicioso.
—Ha merecido la pena… —le aseguro.
—Graaaacias…
—El brillo de su mirada, a mi pesar, me hace sonreír—. Pero aun así creo que debería hacerle unos cuantos ajustes finales antes de dejarte marchar… —dice con una lujuriosa sonrisa en sus labios perfectos. Su perfume canta pasión a una décima de segundo de desatarse. Su sexo se deshace en poemas en llamas—. Para ver si todo funciona como tiene que funcionar…, ya sabes…
Scaramouche se acerca contoneándose, con su falda corta de raso azul subiendo y bajando sobre la seda blanca de su ropa interior. Se baja la cremallera de su ceñida blusa de plástico negro, la deja caer sobre el suelo de su taller y, con dos rápidos pasos, casi un baile, llega hasta mí. Intento levantarme para tomarla entre mis brazos pero ella no me lo permite, con suavidad me empuja hacia atrás hasta que quedo tumbado de nuevo y, muy, muy lentamente, monta a horcajadas sobre mí. Me besa en el cuello con una suavidad dolorosa, la punta de su lengua traza lentas espirales contra mi piel que en mi mente, confundida aún por el reciente cambio de cuerpo, se convierten en los ardientes arpegios de una ópera rock. Trago saliva recién creada y noto cómo bajo mi cintura se va cargando un arma distinta al resto. De pronto me sorprendo pensando en el tiempo que hace que no cuento con un pene, siempre he tenido predilección por habitar cuerpos femeninos y desde hace meses no he sentido la gozosa tirantez de una erección propia entre las piernas. No creo que tenga excesivos problemas en recordar cómo usarla.
Tras el campo de energía de la ventana
Chapitel
Luna se extiende ante mis ojos como un calidoscopio alocado o como una alfombra colosal y maravillosa que un dios megalómano hubiera extendido sobre la realidad. Los edificios se agrupan en manadas como si de bestias gigantescas y gregarias se tratara; las barriadas comerciales se apiñan, altas y brillantes, contra los flancos de enormes rascacielos unidos entre sí mediante puentes de cristal y lanzaderas autónomas que derivan con solemne parsimonia de unos a otros; las plataformas de ocio reclaman su espacio en el cielo y se retan unas a otras reclamando para sí la gloria del mejor espectáculo sexual o del último y definitivo estreno sensorial; centellean las naves y las unidades individuales que veloces dejan trazadas sus doradas trayectorias entre los brillos puntuales de las estrellas y de los satélites artificiales. Hago todo lo posible para no pensar en nada, para vaciar mi mente de todo pensamiento, y sigo con la mirada el vuelo de un módulo atmosférico rumbo hacia el ecuador lunar.
Scaramouche aparece de nuevo arrastrando una enorme maleta tras ella: ropa para el cuerpo que me ha vendido, me explica. Se lo agradezco y dice que no haga tal cosa, que el importe del vestuario también está contemplado en la astronómica cifra que me ha sacado por el cuerpo; le pregunto si el polvo también estaba incluido y ella me saca la lengua y me hace un gesto obsceno con el dedo.
Elijo unos pantalones cortos de cuero tan brillante que casi parece metal pulido y una camiseta blanca que se ajusta a mis músculos con insólita suavidad, más parece un campo de energía de baja intensidad que seda. No me da un aspecto demasiado educado, pero no pretendo serlo. Mi nuevo cuerpo está preparado para ser una máquina total de destrucción, no para impartir clases de protocolo o buenas costumbres. Scaramouche, todavía sudorosa y con un suave rubor en las mejillas, no me quita los ojos de encima mientras me visto.
—Te llevas uno de los mejores cuerpos que he vendido en los últimos tiempos. Y el más peligroso de largo —comenta—. Ya sé que no me vas a contestar pero si no te lo pregunto reviento: ¿para qué diablos lo quieres?
—Es un secreto.
—Lo sabía… —me mira apenada, su rostro se contrae en un caprichoso mohín que me pone los pelos de punta—. Algo me podrías decir… Me ha costado mucho preparar un cuerpo como ése.
—Y me has cobrado con creces todas las molestias que te haya podido causar, cariño —le recuerdo. Scaramouche es todo lo buena persona que se puede llegar a ser cuando eres un delincuente sin escrúpulos ni conciencia. Hace años que nos conocemos y hemos cultivado un alto grado de amistad sin confianza de la que no estoy demasiado orgulloso pero de la que me sirvo cuando me es necesario. Es bueno tener contactos en el lado oscuro de la vida, nunca sabes cuándo vas a tener que recurrir a ellos.
Scaramouche me mira un instante. Sus ojos verdes centellean. Murmura una disculpa y vuelve a marcharse. Me quedo solo de nuevo en la estancia. Alexandre Sara solo de nuevo. Alexandre Sara, sea quien sea. Solo.
Mi antiguo cuerpo está en la camilla contigua a la camilla en la que acabo de follar con una joven pelirroja que hasta hace unos días era un hombre tan saludable y vigoroso como lo soy ahora. Y ayer mismo yo era la mujer que yace en la camilla, ese cuerpo vacío que desde que he salido de fase evito mirar por todo aquello que simboliza, por todo aquello que implica.
Camino por el taller despacio, muy despacio, siendo consciente de cada uno de mis movimientos y de los músculos y articulaciones que ponen en juego. Todo en mí es nuevo. Y la novedad no me excita como otras tantas veces, tan sólo me apesadumbra.
Decido olvidarme de mí y centrarme de nuevo en lo que me rodea. El taller de Scaramouche ocupa una estancia entera de su apartamento, en uno de los edificios más selectos del barrio rico de
Chapitel
Luna. Es una amplia sala rectangular bien iluminada que apenas se diferencia de los talleres de
hodychange
legales de los barrios comerciales; las principales diferencias estriban en que Scaramouche no cuenta con escaparates interactivos cargados de feromonas que atraigan la atención de los curiosos, y que aquí se pueden conseguir cuerpos que violan todos los protocolos de seguridad exigidos por Sistema y por Empresa. No hay mucho más que ver, las herramientas y programas que Scaramouche necesita son tan parte de su persona como ahora las armas son parte de la mía. Además de media docena de camillas dispuestas en paralelo, un aparato autónomo de salida de fase que discurre entre ellas, y un par de terminales de dudosa utilidad, la única decoración no funcional de la sala se reduce a una escultura sensible de Dulce Bosco, una reproducción a escala de su
Laocoonte en llamas
de la que emergen ondas coincidentes de terror y furia que te envuelven cuando la observas.
No tardo en volver a sentirme atraído por las nuevas sensaciones que inundan mi mente y por las lecturas que se me vuelcan en la retina. Noto toda la energía que bulle en mi pecho y me hago uno con ella, me fundo con las fuerzas desatadas que recorren mi nueva forma y, así con el engaño fútil de esa fuerza que es circunstancial, accesoria, me atrevo por fin a mirar mi viejo cuerpo: el modelo mujer altiva de
Body-line Enterprise
que he usado constantemente durante los últimos meses; más tiempo de lo que recuerdo haber usado jamás cuerpo alguno, el mismo cuerpo que antes que yo ocupó Vincent Aurora. Lo único que me queda de él. Scaramouche lo reciclará y lo venderá en su tienda legal de cuerpos de segunda mano. Ha llegado el momento de la despedida definitiva. Me acerco hasta él y lo acaricio con cariño. Todavía está caliente. Todavía lleva puesto el vestido rojo y negro que tanto me ha costado elegir esta mañana. Sin pensar en lo que hago, sin pensar en lo absurdo de mi gesto, beso los labios de mi viejo cuerpo y pienso en Vincent y descubro que mi nuevo cuerpo también es capaz de llorar.
¿Quien soy? Alexandre Sara.
Pero ésa es una respuesta incompleta ya que no lo he sido siempre. Antes de ser Alexandre Sara tuve otro nombre que he olvidado. Todos los recuerdos de mi vida se circunscriben a los últimos cinco años. Más allá no hay recuerdos. Más allá no hay nada.
Hace cinco años me sometí a un
format
de memoria —algo mucho más prohibido y penado que la venta de cuerpos ilegales ya que afecta a la mente de los sujetos— y ahora nada recuerdo de lo que pasó antes de ese momento. Si todo hubiera funcionado correctamente no debería siquiera recordar haberme sometido a una operación de borrado pero, por algún motivo que
sí
he olvidado, lo recuerdo a la perfección. A todos los efectos nací hace cinco años. ¿Qué me podría haber llevado a querer acabar con toda mi vida anterior? No lo sé, no puedo estar seguro, el motivo más usual para recurrir al borrado es el aburrimiento, la desesperación: esta suerte de vida eterna que llevamos puede llegar a ser muy deprimente y
el format
es el mejor modo de suicidarse que ha inventado la humanidad —suicidio retroactivo lo llaman muchos: no acaba con el futuro del individuo sino que simplemente se encarga de borrar su pasado—. O asuntos turbios. Quizás alguien me sometió a la fuerza al
format
, alguien pudo asesinarme —asesinato retroactivo también en todo caso—. ¿Fui asesinado o el
format
fue una decisión libre? Por extraño que parezca la cuestión no me inquieta en absoluto ya que el resultado final sigue siendo el mismo: ni recuerdo ni podré recordar nunca mi vida anterior y eso, ya fuera asesinato o suicidio, no cambiará nunca: ¿Por qué preocuparse entonces?
El borrado fue mi segundo nacimiento. En cierto modo tuve suerte. ¿Quién puede jactarse de recordar con claridad sus primeros instantes de existencia? Yo los recuerdo muy bien. Comenzó con un sueño que se me escapaba. Un sueño inquietante ya que no tenía la sensación de estar soñando. Yo no era nada. Una instancia incompleta que trataba de dotarse de sentido en la oscuridad. Estaba poseído por el vacío y sentía cómo todo mi potencial se iba escapando, a furiosas paladas, por un sumidero que era tan parte de mí como el vacío que me daba forma. De pronto, sin que hubiera transición alguna entre el sueño y la vigilia, desperté. En el sueño había estado vacío y cuando abrí los ojos a la mortecina claridad de la habitación seguía estándolo, pero era infinitamente peor ya que todo lo que me rodeaba se iba llenando de significado y sólo mi conciencia era una mancha incoherente en el entramado de la realidad.
Desperté en un cuerpo de mujer en una habitación simple del hotel Excelsior en
East
Luna. Aterrorizada ante el vacío espantoso que era mi memoria quedé sin aliento, observando todas aquellas sombras que me rodeaban y que se iban clarificando a medida que mi vista se acostumbraba a la escasa luz, con la sensación de que cualquiera de ellas iba a tomar la forma de algo terrible que buscara mi ruina. Ni siquiera sabía cómo gritar. Mis pensamientos eran incoherencias, barboteos sin sentido, más sentimientos y sensaciones traspuestas que frases que se hilvanaran. En ese instante, aterrada como estaba, vi fluctuar en mi visión periférica una serie de caracteres brillantes que no logré asimilar SUBRUTINA DE INFORMACIÓN BÁSICA INICIÁNDOSE— y un torrente de información se vertió de súbito en mi mente, ordenando la confusión que me agitaba, llenándome de los conocimientos y saberes que eran propios del más común de los mortales.
El primer recuerdo de mi vida anterior —y a la postre único— fue saber que había sido borrada. Es difícil explicar la rabia y el desaliento que me embargaron en aquel instante. Todo mi pasado había sido destruido sin remisión. Todos mis recuerdos, toda mi historia, mis amantes y amigos; mi vida entera. Mi yo anterior estaba muerto, había dejado de existir. Y ese conocimiento lo hacía aún más insufrible. Durante un lapso que se me hizo eterno me quedé mirando el vacío, aturdida, estancada en la quintaesencia de la pesadilla. De pronto me fui llenando de una furia colosal hasta que, completamente repleta de ella, me levanté de un salto de la cama y, poseída por esa llamarada brutal que me encendía a la par que me derrotaba, me lancé frenética contra la pared de la habitación, dispuesta a reventarla a golpes, a derribarla con la fuerza que me daba la desesperación. Ajena a las señales de alarma que resonaban en mi mente debido al brutal maltrato al que estaba sometiendo a mi cuerpo continué hasta caer exhausta, envuelta en lágrimas y sangre.
No era nada. Peor: había sido y ya no era. Me lo habían arrebatado todo.
Desesperada, sollocé mi miseria hasta caer en una suerte de adormecimiento que casi era un estado de inconsciencia. Al despertar, mi furia había dado paso a la asepsia y pronto me encontré sumida en una gélida y sombría aceptación: había sido borrada y eso era definitivo, nada de lo que pudiera hacer cambiaría la situación. No hay vuelta atrás con
un format. A
excepción del programa de conocimientos generales de serie que se había ejecutado en mi mente, evitando convertirme en una absoluta ignorante, todo lo demás había desaparecido. Decidí que cuanto antes me habituara a mi nueva situación antes progresaría.
Entré en mi red privada y me la encontré completamente vacía, desarbolada, todo lo que pudo contener en otro tiempo había desaparecido. Conecté con recepción y allí me reconocieron como Sara Alexandre, algo en mi interior, más intuición que certeza, me decía que aquel nombre no era el mío pero, a falta de otro mejor, decidí quedármelo. Tras registrar la habitación mi situación se clarificó aún más: en una maleta de cerradura genética encontré una pequeña fortuna en antiguos billetes del banco central de Empresa. Aunque la moneda física todavía es considerada válida, resultaba y resulta extraño verla en tan ingente cantidad; casi siempre se emplea en transacciones de carácter dudoso, lo que parecía indicar que fuera el que fuese el asunto que me había llevado hasta esa situación había sido ciertamente turbio. No tenía pasado pero en aquella maleta había el dinero suficiente como para no preocuparme por el futuro durante un tiempo. Cerré la maleta y comprobé que la memoria de la cerradura estaba limpia, todavía no habían introducido ningún código en el registro. Hice la conexión pertinente y dejé que la cerradura analizara y grabara la estructura del ADN de mi disco de identidad en su memoria. Ya nadie que no fuera yo, sin importar el cuerpo que ocupara, sería capaz de abrirla.
Procedí entonces a un estudio más minucioso de mi cuerpo. Era un biomodelo femenino de mediana edad estándar; las lesiones que me había inflingido en mi arrebato de furia ya estaban siendo reparadas por las hordas de nanocirujanos que bullían en mi interior. Después de un análisis superficial de los niveles de desgaste supe que no hacía ni veinticuatro horas que me había o me habían trasladado a ese cuerpo. En la palma de mi mano izquierda cosquilleaba aún el pequeño holograma de una tienda de
bodychange
del barrio viejo de Desaliento, los suburbios de
East
Luna. Lo ordené desaparecer y así lo hizo, transformándose al momento en una diminuta peca castaña. Había un montón de pistas desplegadas a mi alrededor que podía haber seguido de haberlo deseado: desde visitar la tienda donde había-o habían— adquirido mi nuevo cuerpo hasta preguntar simplemente en recepción por mis idas y venidas y por mis posibles acompañantes y visitas. Tomé la decisión de no hacerlo. La mujer —o el hombre— que hubiera sido en el pasado había desaparecido, buscarme sólo podría hacerme daño. Tenía que aceptar mi muerte y comenzar cuanto antes a construirme una nueva vida.