El exquisito, terrible momento en que el cuello de
ese
hombre se rompió dentro de la carne.
Furia, sí. Todo Dios puede poseer Odio y Venganza e Ira. Pero no vergüenza. No la necesidad de expiar el pecado de ser diferente.
Pero tú no deseas ser igual a los demás. Te
gusta
ser diferente
, dijo Damon, que muchas veces le agradaba jugar a la voz de la conciencia.
Trataste de ayudar a la justicia no por la justicia, sino para demostrar que lo distinto en ti podría ser una ayuda para ellos. Para que te aceptaran precisamente por tus diferencias.
Pero ¿cómo aceptarme ahora que decían que había partido una mujer en dos?
Demostrando mi inocencia, por supuesto.
Y si no servía para limpiar mi nombre, tal vez el saber quiénes eran los culpables podría ayudarme para no recordar los ojos muertos de Modeski.
Por lo menos había averiguado algo.
Dos grupos: Larken y
Ellos.
Un traidor: Ginter.
Y el hecho de que los
Ellos
habían averiguado el juego de Larken, el alcance de esa «Investigación».
«El Evento Equis» estaba vinculado a esa investigación, coordinada posiblemente por Eugene Larken.
Walter Farragut obedecía a Larken, era parte del equipo que, según Ginter, «se quedó en la empresa».
¿Como traidor, cubriendo la retirada? ¿Qué importaba? Tal vez, como Modeski y Ginter, también estaba muerto.
Dado que Farragut era un ingeniero químico, y
DeCe
una empresa de transformación, ¿no era lógico pensar que esa investigación estaba relacionada con transformar un producto en otra cosa?
¿Qué
cosa?
Algo lo suficientemente valioso para matar. ¿Y qué tenía que ver yo con ello? Era un títere.
Ginter, y presumiblemente todos los que llevaron a cabo la investigación, hablaban de mí como un
«títere».
Tenía razón en una cosa: no sospecho lo que soy. ¿Qué soy?
Era hora de ir a conseguirme un extraño para hablar con él. No era un extraño para Ginter.
Si mandó una señal, estaba de parte de
Ellos.
Lástima que
Ellos
no estuvieran de parte de Ginter.
Pero, si los obedecía, entonces no tuvieron que obligarlo a recibirme. Me esperaba con un par de preguntas, de muy buen humor. Jugaba conmigo.
Era un
«títere»
, ¿no?
¿Qué peligro había en mí?
Ellos,
sean quienes sean, saben que soy inofensivo.
¿Lo sabe Larken y su gente?
No, si creen que estoy a las órdenes de
Ellos.
Tal vez ésa fuera la respuesta. Posiblemente me estén involucrando en la muerte de Bryson-Modeski, en la persecución de Farragut, para hacerle creer a Larken que soy un enemigo.
Que voy tras ellos dejando los cadáveres de los suyos como rastro.
¿Por qué?
Porque, por alguna razón,
Ellos
no desean que Larken crea que yo puedo ayudarlo. Podría cambiar algo, podría —de alguna forma— ponerlos en peligro a los
Ellos.
Y, por lo visto, Larken me conoce. O al menos el alcance de mis poderes (está la placa y los químicos como prueba).
Pero los asesinos de Modeski, los
Ellos
, también me conocen. Por eso también utilizaron esos químicos en la trampa que me tendieron.
Debo recordarlo, en el inicio no está Farragut, estoy yo.
Pero
Ellos
no lo saben «todo», sea lo que sea ese todo. Ginter mentía. Si lo sabían no era necesario matarlo.
Lo estaba secuestrando, ¿no? Lógico que pidiera ayuda.
¿Y si lo sabían
todo
, para qué molestarse porque lo secuestraran? Incluso les ahorraría la molestia de eliminarlo ellos mismos.
De saberlo todo, lo habrían dejado a su suerte.
No querían que Larken averiguara qué tanto sabían. Por ello eliminaron, sin pensarlo siquiera, al traidor.
Podrían haberlo seguido utilizando el reloj de señales, tal vez hubieran encontrado a Larken con ese rastro. Pero era más importante callarlo, volverlo polvo.
Era importante, entonces, que Larken desconociera el alcance de lo que sabían, o —más seguro— lo que ignoraban.
Si sus datos eran incompletos, era necesario destruirlo. Que Eugene Larken no tuviera la certeza de
qué
datos faltaban.
Tal vez los resultados de la «investigación».
¿Qué
investigación?
Añoro los tiempos en que bastaba golpear a alguien para obtener respuestas.
No tuve que golpearme a mí mismo. Alguien se encargó de hacerlo.
Un zumbido en el aire, monocorde. Distraídamente traté de apartar algún mosquito, pero no había nada a mi alrededor, insistente en mi oído.
Podía ser presión alta. Pero no lo era.
—Títere.
Casi como la voz de la conciencia.
No busqué a mi alrededor al que me hablaba. No estaba ahí, por supuesto. Las palabras estaban formadas por variaciones de tono: el crepitante sonido de una radio de bulbos.
Conocían mis poderes.
La forma para comunicarse conmigo.
Kilohertz.
Trasmitían en una longitud de onda directamente a mis oídos. Por supuesto que no era el único que recibía la transmisión, pero no importaba. Iba dirigida a mí.
—Habla Eugene Larken.
Una voz normal, sin entonaciones precisas, tal vez ríspida, desgranando cada frase como definitiva, dejando caer cada palabra por su peso específico.
La voz del juicio.
—Te espero donde no eres nada,
asesino,
si vienes solo te diré el verdadero nombre de tu padre.
Después colgó, o desconectó el transmisor. Temía una triangulación, que lo localizaran. De hablar de nuevo, iba a hacerlo desde otro sitio.
¿Desde
cuándo
me conocían?
¿Qué padre? ¿El real, el adoptivo?
¿Y por qué la adivinanza?
«Donde no eres nada.»
Damon me lo dijo muy claro una vez:
—Cada vez que te piden ir solo, lo mejor es llegar acompañado. Pero ¿qué problema podía tener yo?
No era posible que me amenazaran con nada, con nadie. Pero para ir solo, necesariamente necesitaba un destino.
Si Larken quería que fuera solo, pensaba que estaba aliado con alguien.
Ellos.
Y al parecer
Ellos
también podían estar escuchando. Por eso el mensaje era críptico.
El otro grupo también estaba al tanto de mis poderes, en qué banda específica podría ser trasmitido un mensaje.
—Siempre hay alguien que sabe, alguien que se dio cuenta, alguien que tiene en su poder las piezas del rompecabezas —dijo el mayordomo.
Pero nunca era yo.
Por lo menos la transmisión me había aclarado algo. Averigüé que
Ellos
me contrataron.
De haber sido Eugene Larken a través de Bryson-Modeski habrían dejado una palabra clave, un análogo del
Micho
, alguna manera secreta de comunicación.
Y si me clasificaban de
«asesino»
era por la mujer muerta. ¿No había aparecido ya en todos los periódicos?
Era demasiado pronto para que supieran que Ginter todavía estaba desperdigado a lo largo de una calle devastada.
No había sido contratado para que resolviera absolutamente nada, ni para que encontrara a nadie.
Mi papel era bastante más simple: un catalítico, una manera de precipitar las acciones.
¿Por ello la clasificación de títere?
Para saberlo bastaba con encontrar a Larken.
«Donde no eres nada.»
Tantos sitios…
¿Y por qué deseaban encontrarse a solas conmigo?
Pides que uno no lleve compañía cuando ello puede hacer cambiar el balance de fuerzas. Pero yo tenía la fuerza suficiente para que esa recomendación no tuviera sentido.
¿O pensaban que podrían hacerme cambiar de bando? ¿Qué iban a ofrecerme a cambio?
Al conocer, posiblemente, todo de mí… ¿cuál era el soborno?
Información. Algo que ignoraba de mí mismo.
Irresistible.
«Te espero donde no eres nada.»
Una clave. Algo que ignoraban mis supuestos titiriteros, o tan trivial que no importaba si lo conocían.
Algo personal.
Me miré en el espejo. De nuevo yo, con una gabardina oscura y un traje gris. Allá fuera era noche de nuevo.
Hora de moverse. Era un fugitivo, después de todo, no tenía caso quedarme más tiempo. En la clandestinidad.
¿Fue sencillo para Larken? ¿Dejarlo todo atrás, amigos, costumbres, rutinas, las pequeñas ceremonias que afirman que tienes un espacio en este mundo?
¿Qué era tan valioso como para echar la vida por la borda? ¿Para cambiar días normales a ser la presa de una cacería organizada por gente dispuesta a volar en pedazos a quien se interpusiera en sus planes?
Y no era el único. Ginter suponía que había hombres con armas obedeciendo a Larken.
Hombres que también habían dado lo que eran, por servirlo.
También ellos debieron de dejar sus vidas a cambio de…
¿A cambio de
qué…?
¿Qué era lo que estaba en juego?
Los
Ellos
conocían muchas cosas de mí, tenían mediciones científicas de mis poderes. Era lógico suponer que llevaban años vigilándome.
¿Qué me hacía suponer que no lo hacían
ahora?
Es difícil imaginar que alguien puede verte sin que lo observes. Pero es tan común.
Espectrografía, sonoramas, registros de calor, tantas cosas… instrumentos costosos, pero el dinero corría fluidamente en este asunto.
Miré mi ropa pulcra y cómoda, y a mi pesar me desnudé.
Entré en una alcantarilla, moviéndome a toda velocidad bajo las calles, desplazando agua y ratas en mi avance.
Era difícil seguirme bajo tierra, en las entrañas de Rotwang.
Allá abajo hay tantas cosas arrastrándose, tanto metal que puede interferir, plomo en las cañerías, ni siquiera yo podría seguir adecuadamente a algo que jugara a las escondidas en esos lugares.
Me moví al azar, buscando las orillas de la ciudad, siempre bajo tierra.
Por fin, cuando creí dejar atrás Rotwang me cavé un refugio profundo y traté de pensar.
Me vestí lentamente.
El acertijo se refería a algo personal…
«El verdadero nombre de tu padre.»
¿Mencionaron esa frase melodramática como parte de la adivinanza?
¿Qué tenía que ver mi padre con un sitio donde no era nada?
Mi planeta nativo. No era nada ahí, un niño indefenso.
No, ahí era algo: el último sobreviviente de mi raza.
¿La granja? Pero en la granja también lo era todo: el hijo esperado, la mano de obra extra necesaria, el orgullo de mis padres.
En el juzgado; el criminal.
¿Dónde no era nada?
Rotwang.
Pero aquí soy el «hombre más fuerte del mundo». El detective extraterrestre. El héroe desempleado.
El que logró su libertad gracias a tres cosas:
a)
un buen abogado que pagó Damon.
b)
la pérdida de pruebas de la fiscalía que robó Damon, y
c)
un juez que compró Damon.
En Rotwang soy el dudoso, el manchado de impunidad.
La ira de los no-elegidos.
El mayordomo tenía razón: siempre fui orgulloso.
Aun cuando me entregué a la ley por haber matado a un hombre, esperé siempre que la justicia me exonerara, que me sacaran en hombros del juzgado, que los hombres y mujeres que ayudé fueran a por mí y me apoyaran.
Pero nadie fue, nadie me limpió de culpas. Nada logré con enfrentarme al mecanismo de un juicio.
«Donde no eres nada.»
¿Dónde si dediqué toda mi vida a ser alguien, a que me reconocieran en las calles, a que señalaran el cielo y se preguntaran qué era aquello azul allá arriba?
No había ningún lugar en este mundo donde yo «no era nada».
Entonces comprendí.
El sitio de la cita con Larken no era parte de este mundo. Seguía reglas diferentes a las mías.
¿Qué tiempo me esperaría? No mucho. No, si estaba huyendo.
No era cuestión de tomar un transporte e ir con toda calma a ese sitio.
Debía ir volando.
Pero antes necesitaba hacer una llamada.
—No te preocupes —dijo Damon— aunque te siguieran no podrían localizarme a mí. Supongo que te preguntarás por qué el bosque que rodea mi casa tiene un aspecto tan enfermizo.
—¿Por qué?
—El plomo lo está envenenando gradualmente. En cuanto caminas bajo esos árboles se pierde tu señal,
cualquier
señal, hay transmisores falsos, engañabobos por todos lados. Ser rico ayuda. Aunque no lo creas, en realidad nunca han conocido la ubicación
exacta
de mi cueva. Si quisiera hasta tú tendrías problemas para encontrarme.
—Por cierto, la máscara…
—No duró mucho. Lo sospechaba. Para que te fuera de utilidad debería ser tan invulnerable como tú.
—Bueno, debo volar…
Era cuestión de relajarse, doblando ligeramente la espalda. Damon decía que era la postura clásica para flotar en el agua.
«Y para que puedas manejar el aire de la Tierra como agua, la atmósfera de tu planeta debió de ser sumamente débil.
» Y para que una atmósfera débil se aferré a un planeta y no escape al espacio, ese planeta debe tener un intenso campo gravitacional.»
Y para que un organismo orgánico pueda moverse en ese campo gravitacional debe ser excepcionalmente fuerte.
Entonces, después de una pausa, me miraba sin decir nada.
Pero sabía lo que estaba pensando.
«Pero una estructura humanoide, bípeda, no es excepcionalmente fuerte, Entonces, ¿por qué…?»
El
¿porqué…?
en que siempre acababan todos los temas que trataban sobre mí. El
¿porqué…?
que siempre me ha apartado del mundo.
¿Cómo iba a saberlo? Todas las descripciones de mi planeta fueron las que dejó mi padre biológico: un paraíso científico, donde él era el más grande de todos. Pero su fuerte, al parecer, no fue la divulgación científica…
¿Por qué llegué con tan pocos datos?
La civilización de la Tierra puede meter millones de volúmenes en pequeños discos magnéticos, en CD's. Las técnicas de un paraíso científico debieron permitir que trajera toda la historia de mi mundo sin problema.
Entonces
¿por qué…?
Aceleré. Un gesto muy humano, acelerar para dejar atrás las preguntas, que nunca se quedan atrás.