Premio UPC 2000 (16 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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»Desde que Néfele estaba conmigo en nuestro mundo, insistía en que yo durmiera con la Corona conectada. Decía que para qué quería yo soñar con el País de las Sombras, si ella ya no estaba en él. Y que debía tener cuidado, pues no todo el mundo allí era igual que ella y yo podía correr peligro.

»Le pregunté si tenía miedo de que yo contrajera la narcolepsia, y me dijo que sí.

»¿Qué es en realidad la narcolepsia de Pisani?, le pregunté. Ella se hizo de rogar, pero por fin me lo explicó.

»Supongo que hasta ahora habrá muchos detalles de mi relato que le habrán parecido absurdos, ilógicos, o que, por el contrario, le habrán dado un tufillo demasiado
humano.
¿Por qué un universo compuesto enteramente por materia exótica, que nosotros no podemos detectar, que no interactúa con la materia ordinaria prácticamente desde el Big Bang…

—… se parece tanto al nuestro? —completó Rojo.

—Yo también me lo preguntaba —reconoció Carreño—. No lo hice cuando soñaba con el País de las Sombras, porque entonces la experiencia era tan intensa que se imponía por sí misma; pero, cuando Néfele se trasladó a nuestro mundo, empecé a albergar dudas.

»La respuesta es muy sencilla: el País de las Sombras no se parece a nuestro mundo. Es nuestro mundo el que se parece al País de las Sombras.

»Ellos nos crearon.

—¿Se ha quedado sin palabras, doctor Rojo? ¿Piensa que la audacia de mi delirio no conoce límites? —Carreño estaba excitado y hablaba cada vez más deprisa, pisándose sus propias palabras-Ha de darse cuenta de una cosa: mi delirio no es gratuito. No es una descripción superflua del mundo. Por el contrario, es imprescindible para dar razón de algo que hoy día sigue siendo un enigma al que los científicos aún no han encontrado explicación.

Carreño se quedó en silencio y sonrió. Estaba aguardando una respuesta.

—¿El origen del Cosmos? —aventuró Rojo. —¡No!

—¿El origen de la vida?

—¡Tampoco! Vamos, doctor, usted es una persona inteligente; no me decepcione. Piense en algo mucho más cercano a nosotros, muy reciente en el tiempo y que nos afecta en este preciso momento…

Rojo cayó en la cuenta.

—¡La narcolepsia de Pisani!

—¡Bingo! ¿Hay una enfermedad más ilógica que la narcolepsia de Pisani? Los síntomas, el desarrollo, el índice de mortalidad: todo eso atenta contra la razón. Pero ¿qué me dice de lo que ocurre con los cuerpos de los muertos?

Rojo cerró los ojos y recordó cómo el cadáver de su madre se había desmoronado en un montón de cenizas.

—Si alguien nos hablara de algo así, pensaríamos que está loco, y de hecho en las publicaciones científicas es un tema censurado —pro-S1guió Carreño, en tono triunfante—. Pero lo cierto es que ocurre, y delante de nuestros ojos. ¿Qué explicación puede usted darme?

—Ninguna —reconoció Rojo.

—Pues bien: yo sí la tengo. Escúcheme atentamente, porque no debe de quedarnos mucho tiempo. Lo que voy a contarle no servirá de nada, porque de todas formas la humanidad ya está condenada, pero
quiero
que alguien me escuche.

»Los seres de materia oscura existen desde hace muchísimo tiempo, miles de millones de años, aun antes de que la Tierra se formara o de que el Sol fuera siquiera una protoestrella. En realidad, fueron casi un accidente en la vastedad del Universo: en medio de un inmenso océano de caos y entropía en el que todo tendía a convertirse en una especie de caldo frío e informe, apareció una pequeña isla de materia que se organizó para formar estructuras más complejas y dar lugar, en un azar de proporciones cósmicas, a seres vivos, y después a seres inteligentes.

»Los seres de materia oscura estaban condenados a la extinción final, ya que no podían luchar contra el Segundo Principio de la Termodinámica, y lo sabían. Porque por su naturaleza la materia oscura, que es la que reina en el Universo, tiende al caos, al desorden, a la uniformidad: todo lo más contrario a la vida y a la inteligencia. Su islote de organización y complejidad acabaría diluyéndose en el caos total, y el Universo entero se convertiría en un lugar infinitamente frío, disperso, informe, sin sentido.

»Y entonces descubrieron lo que nosotros denominamos materia ordinaria, que para ellos era tan difícil de detectar como lo es para nosotros la materia oscura de la que están hechos. Pero encontraron algo más, una característica que hacía a ambas sustancias aún más diferentes.

»Y es que lo que nosotros llamamos la materia ordinaria, aunque en su conjunto obedezca al Segundo Principio de la Termodinámica, tiende a autoorganizarse en condiciones locales. Esta naturaleza de nuestra materia, que en muchas ocasiones busca el camino hacia una mayor complejidad, sólo la hemos empezado a sospechar hace unas décadas. Pero los seres oscuros la conocieron hace eones, y la utilizaron para sus fines.

»Y así crearon nuestro mundo. El tiempo sigue otro ritmo muy distinto en el País de las Sombras, y ellos se lo tomaron con infinita calma. La suya fue una prolongada y ardua labor de ingeniería, que al principio tal vez desarrollaron con fines estéticos. Nos crearon
a su imagen y semejanza
, sí, y por eso somos tan parecidos a ellos: sus gemelos simétricos. Pero no lo hicieron como en el relato bíblico, moldeándonos del barro e insuflándonos el alma. No, ellos utilizaron la capacidad de nuestra materia para autoorganizarse, y después se limitaron a guiar las condiciones con hábiles cambios aquí y allá. Gracias a ellos, la evolución tomó un camino aparentemente azaroso, pero que ahora vemos inevitable, y que ha conducido al ser humano. Nosotros somos sus hijos y a la vez sus juguetes…

—Una teoría fabulosa, en el sentido literal del término —le interrumpió Rojo—, pero no veo qué puede tener que ver con la narcolepsia de Pisani.

—¿No? Hablemos un momento del sueño REM, doctor. He procurado informarme sobre ese campo. Creo que fue William Dement, uno de los mayores expertos en el estudio del sueño, el que dijo: «Si el sueño REM no desempeña ningún papel adaptativo vital, la conclusión inevitable es que se trata de uno de los errores más grandiosos de la evolución.»

—Recuerdo la cita, sí.

—La extraje de su libro, doctor Rojo. Pues bien: se supone que el motor de la evolución es la adaptación al entorno, y sin embargo el sueño REM no sólo no parece adaptar al animal a su entorno, sino que lo deja indefenso ante él. ¿Cómo puede haber surgido? Se lo explicaré.

—El sueño REM es el tributo que pagamos a nuestros creadores, a la Gente Sombría. Es un estado cuántico especial e indescriptible en el que ambos universos pueden entrar en contacto. Durante siglos, hemos intercambiado nuestros pensamientos con los habitantes del País de las Sombras, de una forma aparentemente azarosa y caótica, como azaroso y caótico es el mundo de los sueños, y hemos creído que ellos eran nuestros dioses, nuestras hadas, nuestros genios, o nuestros Wendigos, como piensa el bueno de Tecumpeh.

»Porque los habitantes del País de las Sombras siempre han aprovechado el momento en que soñamos para extraer información de nuestras mentes e introducirla en su mundo, dejándonos a cambio el ruido y el caos que a ellos les sobran. Digamos que vampirizan nuestros sueños, y en vez de robarnos la sangre nos roban
orden.
—¿Todo esto se lo explicó la propia Néfele? —Sí, lo hizo a su manera, que yo he interpretado a la mía. Y también fue ella la que me contó lo que estaba pasando entre su gente. Había aparecido en el País de las Sombras una facción que pretendía cambiar las cosas. Si hasta ahora nos habían ordeñado, contentándose con robarnos una parte de nuestro ser, ahora el bando de los
halcones
pretendía matarnos como reses para comerse nuestra carne.

—¿Qué quiere decir?

—Que ahora se habían decidido a absorber de nosotros hasta la última gota de organización, de orden, de información. En eso consiste la narcolepsia de Pisani. Un habitante del País de las Sombras aprovecha el momento del sueño REM para clavar sus colmillos en nosotros. Y entonces empieza a chupar, a chupar: primero se lleva los pensamientos conscientes, y en su lugar deja imágenes caóticas y aterradoras de su propio mundo: es la locura. Después, arrebata los engramas, la propia estructura cerebral del enfermo, y de este modo reduce a la nada su mente: es el coma irreversible. Por último, cuando ya no parece quedar más, se apodera de toda la organización de sus células, de la complejidad que existe en cada una de las moléculas de su cuerpo, y no deja tras de sí más que un montón informe de materia inorgánica a la que nada podrá devolver a la vida: es la aniquilación casi total.

Rojo reprimió un estremecimiento. En su recuerdo, el cadáver de su madre se desmoronaba una y otra vez. Si podía aceptar lo que había visto, ¿por qué no creer en la teoría que le estaba exponiendo Carreño?

Y aún había algo más que le impulsaba a creer, aunque su razón se negaba a ello.

No lo pienses, se dijo. Olvídate de Susan Grafter.

—¿Por qué no contrajo usted la narcolepsia? ¿Por qué Néfele no lo aniquiló?

—En mi ingenuidad, pensé que lo había hecho por amor. Razoné que tal vez ellos podían amarnos: al fin y al cabo somos sus criaturas, y uno puede llegar a amar a sus creaciones.

»Néfele me dijo que ella se había opuesto a su madre, la Reina Belecis, pues pensaba que exprimir así a los humanos les perjudicaría a ellos mismos. De seguir así, nos extinguirían, y ¿qué pasaría después? ¿Cómo seguirían luchando contra la inexorable Segunda Ley? Pero Néfele estaba en minoría entre su pueblo, que se había vuelto codicioso e impaciente.

»Y entonces me buscó a mí. Ella ya se había aparecido en mis sueños, y me volvió a encontrar gracias a mis investigaciones. Conocía mi mente, y también mis anhelos, y por eso me habló en mi idioma. Y en vez de vampirizarme, me hizo soñar su mundo… y aún más, me abrió las puertas a él.

»¿Qué pretendía? Según ella, venir a nuestro universo, conocerlo mejor, y también comunicarse con nuestros hombres de ciencia para buscar una solución. Sí, ella quería que recobráramos la beneficiosa simbiosis del pasado: sólo teníamos que darles un poco de la información de las mentes, y a cambio ellos nos devolverían los sueños. ¡Era tan poco lo que nos pedían!

—Detecto cierto sarcasmo en sus palabras —intervino Rojo.

—El sarcasmo del hombre que ha sido engañado. Hace un rato le dije que le iba a contar mi último sueño. Y así haré.

»Yo ya sospechaba algo raro. Seguía enamorado de ella, pero estaba casi seguro de que me engañaba con otros hombres, y no podía entender por qué. Usted mismo lo ha dicho: ¿había cambiado de universo tan sólo para ejercer de ninfómana? Estaba además esa insistencia en que yo durmiera con el Anóneiros. Claro, ella me había dado una explicación: yo corría peligro, pues ella ya no estaba en el País de las Sombras para protegerme.

»Pero me arriesgué. Aunque me costó mucho, me obligué a mí mismo a dormirme en el laboratorio de Highwater sin el Anóneiros. »Y soñé…

—Aparecí en un lugar del País de las Sombras que no había visto antes. Era un inmenso abismo circular, que bajaba trazando una espiral más allá de donde alcanzaba la mirada. Vagué por él y encontré cosas que… —Cerró los ojos y meneó la cabeza. Un segundo después, se aseguró las conexiones de la Corona con dedos temblorosos—. No puedo ni quiero describirlas. Sé que atormentarían mis sueños… si los tuviera.

»Yo ya no estaba bajo la protección de Néfele, eso era cierto, y no veía las cosas como las había visto. El sol negro caía sobre mí de plano, y no es algo para lo que la mente de un ser humano esté preparada. Me sentía morir de dolor, o algo parecido al dolor, pues lo experimentaba con sentidos que no se poseen en nuestro mundo. Me arrastré y di tumbos de un lado para otro. Creo que de lejos vi a otros como yo, incluso a… a Eleanor. No, no quiero pensar en ella ni en cómo…

»Ellos no nos destruyen a todos: algunos humanos, por azar o por intención, acaban como cautivos en su mundo, y allí sufren tormentos sin final. No es un lugar para el hombre. La mente enloquece allí… es el Infierno, el auténtico Infierno…

Carreño hablaba automáticamente, como si estuviera en trance, y se retorcía los dedos con tanta fuerza que Rojo temió que se rompiera un hueso. A su pesar, estaba hipnotizado por las palabras del físico.

—Me encontraron… y me torturaron. Yo no tenía que estar allí. —Durante un segundo dejó de retorcerse los dedos y volvió a comprobar la conexión del Anóneiros—. Dios, Dios… no sé lo que me hicieron, pero mis gritos debieron de escucharse en los dos universos… No sangré, ni me quemaron, ni me golpearon, pero cuando me dejaron me quedé tendido como una piltrafa viscosa, impura y sucia.

»Se rieron de mí. Néfele lo había hecho muy bien, me dijeron. Era cierto, ellos habían cometido un error: por culpa de su codicia, nos habían exprimido demasiado y nosotros habíamos inventado el Anóneiros. Pero Néfele encontró la solución, que fui yo. —Carreño contuvo un sollozo. Era humillación lo que sentía, no culpa—. Gracias a mí había entrado en nuestro mundo… y ahora la plaga se extendería de nuevo.

—¿Por qué querían destruirnos, en vez de volver a vivir en simbiosis? —preguntó Rojo—. Seguían cometiendo el mismo error de matar a la gallina de los huevos de oro.

—Su mundo se desplomaba —explicó Carreño—. La entropía era ya una marea imparable y no les bastaba con pequeñas inyecciones de orden. Querían comprar un poco más de tiempo a nuestra costa. Estaba en juego su supervivencia…

—Siga, por favor. ¿Esas torturas que experimentó… las consideraría una manifestación de la narcolepsia de Pisani?

—No, no. De pronto me desperté otra vez en la mina. Al principio pensé que estaba perdido, que había contraído el mal y que ya no tendría remedio aunque me conectara la Corona. Esa noche, cuando me acosté al lado de Néfele, ella me dijo que me notaba muy alterado. No sé cómo logré disimular; yo creo que ella estaba tan concentrada en sus propios designios, de los que sin duda obtenía placer, que ni me prestó atención. Me dormí con el Anóneiros… y no soñé. No alcanzo a entender por qué me libré: tal vez la Gente Sombría consideró justo recompensarme de alguna manera, ya que yo había sido el involuntario traidor. O simplemente me despreciaban.

»Aguanté algunos días más así, pero me di cuenta de que mi amor por Néfele se estaba convirtiendo en miedo. Cuando ella me miraba durante unos segundos sin decir nada, la sangre se me helaba en las venas, pensando qué tramaría contra mí. Procuraba no dormirme nunca antes que ella, por si me quitaba la Corona o decidía asesinarme directamente; de hecho, empecé a tomar pastillas para mantenerme despierto, y eso terminó de desquiciarme la mente.

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