Premio UPC 2000 (40 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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Un tal señor K.

Cuando me despedí de él, Damon no me dijo que me cuidara. ¿Para qué? ¿Qué podían hacerme?

Pero sí podían hacerme algo.

Podían ponerme al otro lado de la ley.

De nuevo.

XI

—Voy a demostrarte que eres culpable —dijo Damon en ese entonces— del mismo modo que lo haría un tribunal. Es decir: lo que respondas no tendrá la mínima importancia. Te voy a hacer una pregunta básica y tu podrás contestar Sí o No y a pesar de ello llegaremos a la misma conclusión: eres culpable.

—Aun así voy a ir al juicio.

—Ve. Sólo quiero demostrarte cómo funciona la justicia. ¡¿APRENDISTE A MATAR HUMANOS?! —restalló.

—No —dije, a la defensiva.

—¿Quieres decir que no sabes las formas de asesinato, de cómo lastimar y romper órganos humanos para que sea más rápida y segura su muerte?

—No, nunca. ¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Ignoras ese tema?

—Sí, por supuesto.

—¿Ven, señores del jurado? ¿Pueden ver semejante arrogancia? ¿Semejante cul-pa-bi-li-dad? Este…
extraterrestre
es invulnerable, indestructible, tan poderoso como para detener locomotoras con las manos, y aun así es un ignorante, un bruto con un garrote que ignóralo sencillo que es asesinar. Él lo dijo. NO SABE CÓMO MATAR. Por lo tanto no puede saber
cómo EVITAR esa muerte.
Ignora lo frágil que es el cuerpo humano ante su poder. Y, a pesar de esa ignorancia, se atreve a tocar a los humanos, se dio a sí mismo el derecho de apresarlos por supuestos crímenes. ¿Y cómo los detiene? Con su fuerza animal, con su fuerza de bestia prehistórica. Y no sabe que nos rompemos. No sabe que nos puede destrozar. ¡ÉL LO DIJO! Así pues… ¿cómo convencernos de su inocencia?

—Pero yo…

—Tú no vas a poder decir nada, ni ampliar tu respuesta. Eres un títere que sólo debe ahorcarse a sí mismo. Ahora te volveré a preguntar ¿sabes cómo matar humanos?, y supón que respondas «Sí,
lo hice para no lastimarlos».
Entonces ni siquiera necesitarás que el fiscal te destroce, lo habrías hecho tú mismo. Los periódicos dirán: EL EXTRATERRESTRE
APRENDIÓ
A MATAR A LOS SERES HUMANOS. ALIENÍGENA ASESINO. Aprendí cómo matarlos, dijo con cinismo, etcétera.

—Aun así voy a ir.

—«Primero la sentencia, dijo la Reina, el veredicto vendrá después.»
No importa que salgas libre. El público ha decidido que eres culpable. Y no podrás escapar de ello. No podrás acercarte a ayudar a los desprotegidos sin que se echen a gritar porque llega el asesino de otro mundo. Sólo podrás ayudar a desprotegidos que te paguen, por supuesto, que hagan un contrato legal contigo para que los ayudes. Si quieres continuar en el asunto de ayudar inocentes deberás convertirlo en un negocio. Pago al contado.

—Aun así voy a presentarme al juicio.

—Eso demostraría otra cosa, por supuesto.

—¿Qué?

—Si no huyes, si no quieres conseguir un buen abogado, si no haces más que entregarte a ti mismo a los lobos, eso quiere decir que el jurado que existe dentro de ti ha dado ya su sentencia.

Me fui de ahí, airado. Sobre todo porque Damon tenía toda la razón del mundo:

Yo también me había declarado culpable.

XII

Cerré los ojos de «Bryson».

No pude evitar comprender que no lo hacía para darle algo de dignidad a su muerte, no había dignidad alguna en ese cuarto gris y en la sangre y los órganos que goteaban lentamente del desgarrado cuerpo de la mujer.

Los cerré para alejarme de ellos, de las pupilas densamente apretadas que miraban la muerte cara a cara.

Descontando al gato, al paradero desconocido de tres personas, estaba ante la primera víctima.

La primera sangre.

El «Evento Equis» había exigido ese sacrificio, en este altar de acero podrido y cemento negro.

Ella aferraba un arma.

Dos balas en el piso, aplastadas, informes, como si hubieran chocado contra algo invulnerable.

La policía, que nunca aparece por estos lugares cuando hay problemas, llegaba en esos momentos.

Un montaje impecable.

¿«Bryson» sabía que me estaba atrayendo a una trampa? ¿Cooperó con ella ignorando qué parte
(qué partes)
iba a interpretar? No importaba.

El hecho era uno: alguien pidió mi ayuda y al final había muerto. No pude hacer nada. Una vez más. —¡Arriba las manos!

Ese tono de voz sólo podía pertenecer a un policía. Me volví a verlo. Estaba dirigiendo su .38 a mi cara con el gesto evidente de
«si haces un movimiento te mueres».
Parecía ansioso de que hiciera ese movimiento. Dispuesto a apretar el gatillo aun si no hacía nada.

Tardó en reconocerme. En cuanto lo hizo se puso blanco.

No lo culpo.

Acababa de quedarse indefenso.

Con el acero en sus manos, acababa de perderlo todo.

¿Qué podía importarme su prepotencia, la amenaza de las balas, que los refuerzos subieran desordenadamente las escaleras? Perdieron sentido los símbolos como la placa y la .38. Estaba indefenso, como un niño. Porque yo no era humano. No era vulnerable. No seguía el juego de los poderes.

Era como apuntarle a una tormenta y pedirle que pusiera las manos en la cabeza y se volviera de espaldas para poner las esposas.

La primera expresión que apareció en sus ojos fue el odio.

Comprendí entonces el rencor que existió durante mi juicio, el porqué la
ley
no se puso de mi lado.

Estaba rompiendo las reglas del juego. Las reglas que determinaban que el poder tenía la ventaja. Y ese policía representaba al poder y, en el curso normal de las cosas,
él
debería controlar la situación.

No era justo, no cuando él habría disfrutado tanto con golpearme un poco «por resistirme al arresto».

Entonces, si no existía forma de lastimar, humillar, destrozar, ¿de qué servía ser policía? ¿Cuál era el sentido del mundo?

El odio en su mirada fue sustituido por el temor.

Después de todo, los hechos parecían indicar que yo era un asesino cebándose aún en su víctima. ¿Y si me daba por seguir con él? ¿cómo impedirlo?

¿Y no me habían juzgado ya por asesinato antes? ¿No estaba ante las pruebas de que el matar se me había convertido en un vicio?

El arma tembló tanto que cayó de sus manos, levantando algo del polvo de la habitación.

Y en sus ojos el miedo dio lugar al horror.

¿En algún momento mis padres me miraron así?

Si yo era invulnerable, con una fuerza totalmente desproporcionada, ¿cómo evitar que fuerano quien dominara?

¿Por ello fueron tan estrictos, por eso me inculcaron tanto respeto a las figuras de autoridad?

¿Ese fue el motivo por el cual me enseñaron a no golpear policías?

Si hubieran sido los habitantes de este edificio, ¿qué me habrían enseñado?

En todo caso no golpeé a nadie. Me limité a dar media vuelta y salir por la ventana. Estábamos en un sexto piso, pero ¿qué importa?

Mientras caía, sentí rebotar en mí varios disparos. Alguien no creyó en mi publicidad. O tal vez hizo los disparos para probar que trató de detenerme por todos los medios.

¿Ahora qué?

Ahora debía ocultarme, hacerme un disfraz. Si fuera tan simple como ponerme unos lentes y cambiar de ropa… pero no lo es. Damon me enseñó a cambiar de aspecto.

—Es una ventaja que seas invulnerable —dijo, mientras vaciaba plásticos derretidos sobre mi cara y afianzaba refuerzos metálicos en mis pómulos—. El problema con el látex es que no se amolda a las expresiones humanas. Una máscara, para que sea efectiva, debe mostrar expresiones. Ningún elemento rígido puede lograr eso, más que en un estrecho margen, con mucho maquillaje, y bajo luces malas. La máscara perfecta debería ser orgánica. Ningún plástico deja respirar a la piel, no puede soportarse por mucho tiempo, pero tú no sudas, amigo mío. No tienes toxinas que eliminar mediante el sudor, así que puedes soportar
esto.

Se retiró para ver su obra. Yo aún humeaba.

—El color… no me gusta ese color. ¿Puedo hornearte la cara?

—¿Por qué no?

Vació un par de ácidos sobre mí, para eliminar el primer intento. —Hemos avanzado. —¿En qué?

—El cuerpo de la falsa Bryson será de mucha ayuda. Tiene un nombre, antecedentes, un archivo. Debes descubrir su identidad, buscar en qué forma está relacionada con el caso. Veamos qué dicen los periódicos.

—«Extraterrestre mata a mujer»
—dije, haciendo el gesto de quien lee un enorme titular.

—Siempre lo supieron. —¿Qué?

—Eso es lo que van a decir todos los diarios: que siempre supieron que llegarías a eso. La envidia de los no-elegidos. Sé lo que es eso. Tú encarnas muchos deseos: no le temes a nada… mejor dicho no deberías temerle a nada. En estos tiempos, el ser inmune a la violencia ¿no es lo que deseamos todos? Ninguna bala puede tocarte. No debes buscar tus alimentos. No los necesitas. Vives del sol y sol hay mucho. Puedes volar, elevarte en el aire. Amigo, eres el parásito perfecto. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás entre nosotros? Tal vez porque deseas
algo.
Tenemos una cosa que tú, semidiós, no tienes. Por ello, somos superiores a ti. Pero si decides arrebatárnoslo, ¿entonces qué? Eres un monstruo. Y los hechos lo han confirmado. ¿Qué crees que se dirá que deseabas de esa mujer?

Miré a Damon. ¿También era envidia de no-elegido? Pero él estaba sonriendo, divertido, orgulloso. También era su caso particular. ¿No era millonario? ¿No era también el parásito perfecto?

Teníamos el mismo problema: no nos comprendían los mortales, les era imposible entender el alcance de nuestro juego, los motivos por los cuales deseábamos reformar el mundo según nuestras ideas.

—Somos un par de idiotas —dijo, por fin, mientras modificaba un horno de microondas—. Debimos trabajar desde las sombras. Los dioses secretos son una de las obsesiones favoritas de nuestro mundo. Nunca debimos hacerle caso al Zorro.

—El de la máscara eres tú.

—Era
yo. ¿Qué aspecto deseas tener? ¿Rubio, moreno, pelirrojo?

—¿No estamos trabajando en la cara?

—Por supuesto. ¿Deseas pecas, tez pálida, bronceada, aceitunada? Debemos reforzar el aspecto global. Por tu altura debemos ceñirnos a un límite, no puedes ser japonés: eres demasiado alto.

—Hay japoneses altos.

—Pero se notan. Queremos que seas invisible por tener un aspecto común. Ojalá pudiéramos cambiar tus características físicas: sería el disfraz ideal. ¿Quién imaginaría que eres tú si eres bajo, manco y tienes una pierna atacada por la poliomielitis?

—No creo que me agraden tus ideas sobre los disfraces.

Damon iba a decir algo, pero se contuvo. Un comentario, pero lo pensó antes de expresarlo. Una pista, pensé. Pero una pista que él no me iba a dar. ¿Por qué?

El mayordomo carraspeó educadamente.

—Los periódicos, señor.

—Mete la cabeza en el horno mientras los leo.

Sentí subir el calor, una sensación lejana: el eco de un sueño. Los materiales empezaron a burbujear, mientras se ceñían a mí. El calor no me afectaba.

Pensé en un guante, un material aislante entre mis sentidos y la realidad.

Tal vez ya tuviera una máscara sobre el rostro. Una máscara cubierta por otra.

Se oyó una campanilla alegre. El ciclo había terminado: la comida estaba lista.

Damon me miró con aspecto crítico.

—Te ves demasiado normal… posiblemente si añadiéramos un corte en la barbilla, un grano mal curado, una oreja más grande… Bueno, ¿qué opinas?

Un extraño me miró desde el espejo.

—Perfecto.

—No dejes que nadie te toque. Es plástico, se nota al tacto. Pero visualmente…

—¿Ahora qué?

—Ahora te presento a Sheila Modeski. Tu víctima.

Tres fotografías en el periódico. La de la izquierda mostraba a una mujer joven riéndose, despreocupada. La foto de la derecha: lo que quedó de su cuerpo. En medio: yo.

—Los periódicos no dicen mucho. Soltera, trabajaba en publicidad. Nadie sabe qué hacía en ese edificio. ¿Sabías que hubo doce lesionados ahí? Interesante. Mi computadora está trabajando en busca de antecedentes. Lástima que nos encontremos en la Edad Media. —¿Perdón?

—A medio camino entre los archivos computarizados y los escritos. En alguna parte están los datos sobre todos los implicados, pero nos es imposible acceder a ellos por medio de las máquinas. También es una suerte, podemos navegar en dos aguas. Aquí tienes unos cuantos papeles de identificación, sólo hay que añadirles tu nuevo aspecto. Nadie puede demostrar que no son reales.

—¿Qué hago, mientras tu computadora busca a Modeski?

—Investiga, según tu estilo. Ve a golpear a alguien.

—¿A quién?

—«El Evento Equis» está relacionado íntimamente contigo. Sheila Modeski te llevó a una trampa. Walter Farragut y Eugene Larken están relacionados con el insulto hacia ti escritos en químicos. Químicos usados en el montaje que te pone como asesino. Tú eres el eje sobre el que gira este asunto. Tú, o tus poderes. ¿Y quién, en las últimas fechas, ha dado muestras de que se acuerda de tus habilidades?

Recordé la comida en
DeCe.

—Ginter.

—Exacto. D. Ginter. Dijo un par de generalidades sobre ti, ¿no? Tal vez quiso hacerte saber que te conocía. Y lo hizo bajo la mirada de seis vídeos. Posiblemente alguien le ordenó que te lo dijera.

—¿DeCe?

—¿Por qué no? Algún sospechoso tenemos que tener.

—Entonces Ginter.

—Amenázalo —dijo Damon, mientras tecleaba civilizadamente su computadora—, es más sencillo obtener datos así.

Le hizo una señal a su mayordomo, que salió de inmediato.

—No tiene caso que deseches tu máscara demasiado rápido. Eso quiere decir que no puedes amenazarlo con tu presencia y la certeza de que eres la fuerza bruta personificada. Ya no te representas a ti mismo, amigo. Debes usar otro símbolo. Uno más común.

El mayordomo regresó con una bandeja plateada. Sobre ella descansaba un arma.

—Deja que esta Magnum .44 empiece a hablar por ti.

Sólo un análisis muy detallado revelaba que era de plástico y no una auténtica.

—Al señor le gustan los juguetes —dijo el mayordomo.

XIII

La .44 era un buen juguete. Ginter creyó en su realidad de inmediato.

Encontrarlo, para poner ese tranquilo acero en la nuca y susurrarle «no te muevas» no fue sencillo.

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